72. EL MISTERIO DE NUESTRO MINISTERIO – PADRE PROVEEDOR
EVANGELIO DEL SÁBADO DE LA SEMANA XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO
Si con el dinero, tan lleno de injusticias, no fueron fieles, ¿quién les confiará los bienes verdaderos?
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 16, 9-15
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo.
El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes; y el que es infiel en las cosas pequeñas, también es infiel en las grandes. Si ustedes no son fieles administradores del dinero, tan lleno de injusticias, ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Y si no han sido fieles en lo que no es de ustedes, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes?
No hay criado que pueda servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro, o se apegará al primero y despreciará al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero”.
Al oír todas estas cosas, los fariseos, que son amantes del dinero, se burlaban de Jesús. Pero él les dijo: “Ustedes pretenden pasar por justos delante de los hombres; pero Dios conoce sus corazones, y lo que es muy estimable para los hombres es detestable para Dios”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: te dirigías a tus discípulos sabiendo que también te escuchaban los fariseos. El mensaje es para todos, y tú conoces el corazón de cada persona. Sabes si te agradecerán tus palabras y las pondrán por obra, o también si se burlarán porque tienen el corazón endurecido.
Yo quiero ser un fiel administrador de tus bienes. Quiero ser fiel con el don de tu Palabra, y así dar mucho fruto.
Es el Evangelio tu Palabra viva, que enriquece los corazones. Es el tesoro que nos permite servirte. Es el bien verdadero por el que vale la pena dar la vida.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: toda Palabra que sale de mi boca es como espada de doble filo que abre gargantas y hiere corazones, para transformar, para convertir, para alimentar.
Es la sangre de mi cuerpo entregado por los hombres, unida a mi Palabra desde todos los siglos –porque toda Palabra se consuma en la cruz–, símbolo del amor de Dios a los hombres, símbolo de unión de cielos y tierra, símbolo del amor que incluye al hombre para retornarlo a Dios.
Es el Evangelio toda Palabra que sale de mi boca, y será cumplida hasta la última letra.
Es la sangre derramada de mi boca que se funde en la Palabra y alimenta.
Es por el Espíritu Santo que se ilumina el entendimiento con la Palabra, para que el alimento nutra y fortalezca, uniendo la voluntad de los hombres en la voluntad del Padre, que los hace hijos, por inclusión en mi cuerpo por mi sacrificio redentor.
Sacerdotes: ustedes son toda Palabra que sale de mi boca,
Ustedes son mi cuerpo y mi sangre derramada, cada gota.
Ustedes son don.
Ustedes son amor contenido de Dios en cada uno.
Tesoros contenidos en vasijas de barro.
Ustedes son servicio.
Ustedes son alimento.
Ustedes son vida.
Ustedes son sacrificio.
Ustedes son comunión.
Ustedes son presencia.
Ustedes son Eucaristía, configurados conmigo.
Es tiempo, amigos míos. Abran los ojos y entiendan el misterio de su ministerio, el misterio de su sacerdocio, el misterio del poder que Dios les ha confiado.
Es tiempo de que renuncien a ustedes mismos, y que se unan en mi cruz, para morir al mundo, para atraer a los hombres a mí, para salvarlos, para llevarlos de regreso a la casa del Padre.
Es necesario que vengan ustedes primero, que vivan en mí como yo vivo en ustedes, para que me dejen actuar, para que me dejen hablar, para que me dejen obrar, para que me dejen unir y salvar a mi pueblo.
Nadie puede servir a dos amos, porque amará a uno y aborrecerá al otro.
Es necesario que amen solo a Dios, por sobre todas las cosas, a través de los hombres.
Es tiempo de predicar la Palabra.
Es tiempo de vivir en la verdad, de llevar la verdad a todos los rincones del mundo.
Es tiempo de entregarse por completo por mí, conmigo, en mí.
Es tiempo de caminar mi camino exaltando mi cruz.
Es tiempo de donarse, de servir, de alimentar, de dar vida, de sacrificio, de comunidad, de permanecer en mi presencia.
Es tiempo de que entiendan que es por ustedes que vivo y permanezco en el mundo, para salvar a los que caminan en el mundo, para darles vida.
Es tiempo de darse todos a todos.
Es tiempo de traerlos a todos, renunciando al mundo, aceptando la cruz.
Es tiempo de que entiendan que yo soy la verdad, y el que no vive en la verdad vive en la mentira, y el que no está conmigo está contra mí, porque yo a los tibios los vomito de mi boca.
Es tiempo de que sea por medio de ustedes derramado el amor, por la misericordia, hasta la última gota.
Toda Palabra que sale de mi boca sale del amor.
Amor contenido en la fragilidad y en la debilidad humana, en la carne crucificada y en la sangre derramada.
Amor omnipotente que se contiene en los límites de la naturaleza de hombre.
Divinidad contenida en vasija de barro, entregada en las manos de los hombres.
Amor que se filtra al mundo por mi vida, por mi pasión, por mi muerte, y que es derramado en la cruz desde mi corazón expuesto, hasta la última gota.
Amor que es misericordia.
Entrega tú, amigo mío, este amor que yo te doy, contenido en ti, en tu debilidad, en tu fragilidad, en tu humanidad; derramando cada gota en cada momento, en cada obra, en cada palabra, en cada pensamiento, en cada acción, en cada sacrificio, en cada ofrecimiento; convirtiendo tu vida en una oración todo el tiempo; ofreciéndote conmigo desde mi cruz, acompañando a la Madre del Amor, compadeciendo, soportando, compartiendo este sufrimiento que brota de la sabiduría y del entendimiento que nace del amor».
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Madre mía: la Palabra de tu Hijo es fuego ardiente que enciende corazones. Quiero imaginarme con qué fuerza se dirigía a aquellos fariseos, amantes del dinero. No tenía Jesús ningún temor a enfrentarse con ellos, aunque sabía que querían quitarle la vida.
Era la misma fuerza de su Palabra con que expulsó a los mercaderes del Templo, cumpliéndose así lo que estaba escrito: “el celo de tu casa me devora”.
Pero también pienso en Jesús crucificado, que, con un hilo de voz dijo “todo está cumplido”. Su sangre preciosa se fundía con su Palabra, que nos hiere ahora como espada de dos filos. Apenas podía hablar, pero no faltó su majestuosidad para confirmar que se cumple todo lo que está escrito.
Y su sacrificio redentor nos confirma que para servir a Dios se requiere un desprendimiento total, hasta de la propia vida.
Madre, te acompaño junto a la cruz, quiero aprender de Jesús. Dame los tesoros de la Palabra de tu Hijo que guardas en tu corazón.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: vengan conmigo. Vamos a contemplar las heridas de mi Hijo.
Compartan mi sufrimiento, compadeciendo su dolor, uniéndose conmigo en el amor, en el sacrificio redentor.
Oremos por la disposición de cada uno de ustedes, mis hijos, a recibir el don de la sabiduría y del entendimiento, que transforme su voluntad en ofrenda verdadera, por medio de una entrega total en el sacrificio de Cristo, por Cristo, con Cristo, en Cristo.
Oremos por la configuración total en el altar de cada sacerdote, por Cristo, con Cristo, en Cristo, en el mismo y único sacrificio.
Oremos por la renuncia de sí mismo de cada sacerdote, para que tomen su cruz de cada día siguiendo a Cristo, dejando todo, para hacerse a todos, para llevarlos a todos a Dios, por Cristo, con Cristo, en Cristo.
Permanezcan en comunión con el amor, por medio de la oración constante, en la que se entregan al amor, por el amor, con el amor, en el amor.
Hijos míos: las necesidades humanas de ustedes son muchas, porque, aunque forman parte del cuerpo resucitado y glorioso de mi Hijo Jesucristo, aún no han alcanzado la perfección y viven sujetos a las carencias de sus propios cuerpos imperfectos y miserables.
Pero, siendo parte del cuerpo de Cristo, por haber sido configurados con Él, para representar y ser Cristos en medio del mundo, las necesidades humanas de ustedes no se pueden satisfacer directamente con bienes del mundo, sino con la misericordia de Dios que viene del cielo como gracia sobrenatural, a través de la caridad de los demás, porque, al hacerlos misericordiosos, los hacen parte.
Pero ustedes, hijos míos, solo lo consiguen en la pobreza, abandonándose en la confianza a la divina providencia, porque es al mismo Cristo al que ellos alimentan, visten, cuidan, asean, y presentan ante las almas, para que así sean personas íntegras y den ejemplo de unidad de vida, cuerpo y alma en armonía, y muestren al mundo la alegría de hacerlo todo por amor de Dios, dando testimonio del amor de Dios en ustedes, para que, obrando con rectitud de intención, el mundo vea en su pureza el amor de Dios, y crean en mi Hijo Jesucristo, y en que el Padre lo ha enviado para hacerlos también a ellos parte en un mismo cuerpo por un mismo Espíritu, para hacerlos como los ángeles del cielo y sean partícipes con sus almas de la gloria de su resurrección, y después también con sus propios cuerpos gloriosos al final de los tiempos.
¡Muéstrate Madre, María!