19/09/2024

Lc 16, 19-31

16. INSTRUMENTOS DE MISERICORDIA – DAR TESTIMONIO DE FE

EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA II DE CUARESMA

Recibiste bienes en tu vida y Lázaro, males; ahora él goza del consuelo, mientras que tú sufres tormentos.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 16, 19-31

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.

Entonces gritó: ‘Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas’. Pero Abraham le contestó: ‘Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá’.

El rico insistió: ‘Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos’. Abraham le dijo: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen’. Pero el rico replicó: ‘No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán’. Abraham repuso: ‘Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto’”.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: en la parábola del rico epulón no se condena a ese hombre por ser rico, sino por no utilizar correctamente sus riquezas faltando a la caridad.

Del mismo modo, no se premia a Lázaro por ser pobre, sino porque supo llevar con dignidad su pobreza.

La preocupación del que había sido rico antes de morir era que se advirtiera a sus hermanos, “para que no acaben también ellos en ese lugar de tormentos”.

Nos hablas muy claro, Jesús, con esa parábola, para que estemos atentos, y pongamos por obra nuestra fe, viviendo la misericordia con nuestros hermanos.

Y a los sacerdotes nos pides especialmente que seamos ejemplo, porque conocemos muy bien no solo a Moisés y a los profetas, sino sobre todo a ti, que eres nuestro Maestro.

Señor ¿cómo debo poner por obra mi fe? ¿Cuál es la verdadera riqueza que me conduce al cielo?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

«Sacerdotes de mi pueblo: ustedes comen en mi mesa. Yo he compartido con ustedes mi riqueza. Mírenme en el más pobre, en el enfermo, en el más necesitado: yo soy.

Ustedes guardan la riqueza de la fe, que se fortalece y da fruto cuando se pone por obra. Yo espero de ustedes que den testimonio de su fe con sus obras. Entonces verán milagros.

No son los justos los que parecen pobres a la vista de los hombres, los que más necesitan, sino los pecadores, los que parecen ricos a la vista de los hombres, pero que tienen los corazones más pobres.

Yo no he venido a buscar a los justos, sino a los pecadores.

Yo quiero llevar la riqueza de la fe a los más pobres, los que más me necesitan: los engreídos, los soberbios, los egoístas, los disolutos, los tibios, los poderosos…, que son los que se alimentan a sí mismos y no ven más allá de su mesa, de sus parroquias, de sus comunidades, de sus conventos, de sus ministerios; los que se sienten seguros por los cargos que les han sido encomendados, por el poder que se les ha dado, y del que se glorían, pero ponen su confianza en sus propias fuerzas y capacidades, y se alimentan con falsas seguridades; se preocupan por su bienestar para cumplir con sus deberes compartiendo con los que les rodean, por su propio interés, para ser reconocidos y alabados, y para ser rodeados de placeres del mundo, descuidando lo más importante y a los más necesitados.

Pero no se dan cuenta, porque están cegados por las riquezas del mundo que alimentan su vanidad.

Y descuidan su fe, y se debilita, porque no la ponen por obra, y cierran los ojos porque no quieren ver más allá de su mesa, de su comodidad, de su seguridad, de su ambiente hipócrita, vestido de mentira y de falsas riquezas.

Y hacen como que no saben, como que no ven, como que no oyen, como que no entienden. Ojalá fueran fríos o calientes. No quieren darse cuenta del estado de sus almas, y de su pobreza espiritual, que a pesar de ser reconocidos ministros, sacerdotes y pilares de la Iglesia, los lleva al lugar de tormento, en donde la misericordia ya no puede llegar.

Yo espero que pongan su fe por obra, y acepten ser instrumentos fidelísimos de mi misericordia cumpliendo mi voluntad, para que den testimonio de la riqueza de la fe.

Yo ruego por los más necesitados, los corazones más pobres de mis sacerdotes, obispos y cardenales, los que se creen importantes y abusan de su poder, los que tienen bajo su cargo a los más pobres, pero no los sientan en su mesa.

Ellos son mendigos para mí, están necesitados de mi misericordia, porque no podrán nada sin mí.

Ellos tienen el corazón llagado, enfermo. Tienen hambre y tienen sed. Están cautivos, encadenados al mundo, y algunos están muriendo, envueltos en la aridez de su soberbia, y en la pobreza de su corazón, debilitado por el orgullo.

Esos son los corazones más pobres entre los pobres, disfrazados de bienestar, de poder y de riqueza.

Yo ruego para que los que se han debilitado obedezcan y obren la caridad, aun sin fe, porque yo les daré la gracia para que pidan la fe. La fe es un don que el Espíritu Santo no niega, sino que infunde y fortalece en aquel que encuentra disposición.

Yo ruego por los que son míos, y me pertenecen, porque yo los he creado y los he llamado y, en plena conciencia y libertad, se han entregado a mí con toda su voluntad, porque yo les he dado una fe firme y un corazón rico.

Yo ruego para que crean y demuestren su fe, a través de obras de misericordia, para que sea fortalecido su espíritu y obedezcan lo que se les manda, para que, fortalecidos, puedan cumplir con la misión que les ha sido encomendada».

+++

Madre de misericordia: soy consciente de que el ministerio sacerdotal me obliga a dar la vida por mis hermanos.

También soy consciente de que tengo en mis manos un tesoro, una riqueza que me ha dado Dios, configurándome con su Hijo, y que soy responsable de hacerlo fructificar.

Te pido ayuda para conseguir más la gracia de la fe, la esperanza y la caridad, tan necesarias para cumplir con mi misión.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame también a dar fruto, practicando las virtudes sacerdotales, déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

«Hijos míos, sacerdotes: la caridad es derramar el amor de Cristo a través de obras de misericordia. Tengan caridad y ayúdenme.

Yo guardo en mi corazón un preciado tesoro: los corazones puros de mis hijos, mis sacerdotes santos.

Y en él se encuentran la sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

Y en él se encuentran las virtudes: fe y esperanza, pero sobre todo caridad.

Y en él se encuentran la humildad, castidad, pobreza y obediencia, prudencia, justicia, templanza, paciencia, mansedumbre, magnanimidad, sacrificio de reparación, mortificación y penitencia, pero sobre todo misericordia.

Estos son los méritos de los sacerdotes santos, que unidos a los méritos de mi maternidad, los vierto en gracias infinitas para la salvación de los pobres pecadores, para que se arrepientan, para que encuentren la reconciliación y la paz.

Estos son los corazones de mis hijos sacerdotes que permanecen en la pureza, en estado de gracia, viviendo la virtud. Porque a más virtud más gracia.

A mis hijos que procuran vivir la pureza y se esfuerzan en sus acciones, practicando la caridad con obras de misericordia, Dios, que es tan bueno, les concede la gracia para perseverar y vivir en santidad, luchando cada día y ganando con esa gracia todas las batallas.

Ellos son la alegría de mi corazón, mi consuelo y la esperanza de llenar el cielo.

Ellos son ejemplo y modelo.

A ellos deja mi Hijo como pastores a cargo de las noventa y nueve, para que las cuiden y las custodien, mientras Él busca a la oveja que se ha perdido, mientras ellos ruegan al Padre pidiendo las gracias para que la oveja perdida y herida se deje encontrar, se deje curar, se deje convertir y se deje transformar, a través de las obras de misericordia de las almas santas que viven la caridad.

Ellos llevan la verdad revelada en sus corazones, porque al ser llamados y elegidos, y ordenados, se les otorgan los dones de acuerdo a la misión encomendada.

Pero algunos no los aprovechan para bien, los desperdician y pierden la gracia. Solo con la gracia de Dios se puede vivir en santidad y en la pureza del corazón. Y pierden la virtud y pierden la fe, y pierden la esperanza, pero, sobre todo, pierden la caridad.

Y se dejan arrastrar por la mundanidad, convirtiéndose en la oveja perdida que mi Hijo sale a buscar, y que yo quiero encontrar, porque yo soy Madre, y ellos son mis hijos, y yo los amo a todos, aunque se porten mal.

A ellos quiero encontrar, para reunirlos con el rebaño, para brindarles mi auxilio, mi consuelo y mi amor de madre, para que en su juicio ganen el cielo.

Ellos son el dolor de mi corazón al verlos caídos, sufriendo el castigo del tormento eterno del infierno, a donde yo ya no puedo llegar, y donde hay llanto y rechinar de dientes, en medio de fuego que sí quema y tormentos que no terminan, mientras levantan los brazos clamando al cielo, y sus manos intentan hacer bajar a Dios del cielo, porque ahora creen, ahora tienen fe, pero han perdido el poder de Dios que antes tenían, cuando no creían y no tenían fe.

De ellos oigo sus lamentos pidiendo misericordia, pero no les es concedida, porque ellos no fueron misericordiosos. Y no son escuchados, porque ellos no escucharon a los profetas y no cumplieron la ley.

Yo los miro con el corazón herido, derramando abundantes lágrimas de mis ojos, en un último acto de caridad, para calmar la sed de mis hijos, mientras se cierran para ellos las puertas del cielo.

Me duelen mis hijos caídos.

Los que con sus manos abrazan el Cuerpo y la Sangre de Cristo sin creer.

Los que esconden la verdad revelada en sus corazones, cubriéndola de mentira, porque así les conviene.

Los que prefieren vivir en la aridez de sus desiertos con sus propias fuerzas.

Los que prefieren vivir sus ministerios encerrados en su egoísmo.

Los que teniendo la riqueza en sus corazones prefieren buscar otras riquezas en el mundo.

Los que enfrían sus corazones porque no confían en el Señor.

Los que desprecian mis tesoros y empobrecen su corazón.

Yo quiero enriquecer sus corazones con los tesoros de mi corazón y las gracias que no saben pedir, para que crean, para que escuchen la Palabra que leen y la pongan por obra, para que cumplan la ley haciendo obras de misericordia, porque los misericordiosos serán bienaventurados y recibirán de Dios su misericordia.

Cada obra de misericordia y cada acto de amor, háganlo en el nombre Santo de Jesús, y Él, que es Rey de reyes y Señor de señores, Dios todopoderoso, se los concederá.

A ustedes les ha sido dada la riqueza de la fe, úsenla bien y llévenla hasta los corazones más pobres, para que llegue a ellos la luz del mundo, el fruto bendito de mi vientre, que es la misericordia misma».

¡Muéstrate Madre, María!

 

21. INSTRUMENTOS DE MISERICORDIA – DAR TESTIMONIO DE FE

EVANGELIO DEL DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

Recibiste bienes en tu vida y Lázaro, males; ahora él goza del consuelo, mientras que tú sufres tormentos.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 16, 19-31

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.

Entonces gritó: ‘Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas’. Pero Abraham le contestó: ‘Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá’.

El rico insistió: ‘Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos’. Abraham le dijo: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen’. Pero el rico replicó: ‘No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán’. Abraham repuso: ‘Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto’”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: en la parábola del rico epulón no se condena a ese hombre por ser rico, sino por no utilizar correctamente sus riquezas faltando a la caridad.

Del mismo modo, no se premia a Lázaro por ser pobre, sino porque supo llevar con dignidad su pobreza.

La preocupación del que había sido rico antes de morir era que se advirtiera a sus hermanos, “para que no acaben también ellos en ese lugar de tormentos”.

Nos hablas muy claro, Jesús, con esa parábola, para que estemos atentos, y pongamos por obra nuestra fe, viviendo la misericordia con nuestros hermanos.

Y a los sacerdotes nos pides especialmente que seamos ejemplo, porque conocemos muy bien no solo a Moisés y a los profetas, sino sobre todo a ti, que eres nuestro Maestro.

Señor ¿cómo debo poner por obra mi fe? ¿Cuál es la verdadera riqueza que me conduce al cielo?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

«Sacerdotes de mi pueblo: ustedes comen en mi mesa. Yo he compartido con ustedes mi riqueza. Mírenme en el más pobre, en el enfermo, en el más necesitado: yo soy.

Ustedes guardan la riqueza de la fe, que se fortalece y da fruto cuando se pone por obra. Yo espero de ustedes que den testimonio de su fe con sus obras. Entonces verán milagros.

No son los justos los que parecen pobres a la vista de los hombres, los que más necesitan, sino los pecadores, los que parecen ricos a la vista de los hombres, pero que tienen los corazones más pobres.

Yo no he venido a buscar a los justos, sino a los pecadores.

Yo quiero llevar la riqueza de la fe a los más pobres, los que más me necesitan: los engreídos, los soberbios, los egoístas, los disolutos, los tibios, los poderosos, que son los que se alimentan a sí mismos y no ven más allá de su mesa, de sus parroquias, de sus comunidades, de sus conventos, de sus ministerios; los que se sienten seguros por los cargos que les han sido encomendados, por el poder que se les ha dado, y del que se glorían, pero ponen su confianza en sus propias fuerzas y capacidades, y se alimentan con falsas seguridades; se preocupan por su bienestar para cumplir con sus deberes compartiendo con los que les rodean, por su propio interés, para ser reconocidos y alabados, y para ser rodeados de placeres del mundo, descuidando lo más importante y a los más necesitados.

Pero no se dan cuenta, porque están cegados por las riquezas del mundo que alimentan su vanidad.

Y descuidan su fe, y se debilita, porque no la ponen por obra, y cierran los ojos porque no quieren ver más allá de su mesa, de su comodidad, de su seguridad, de su ambiente hipócrita, vestido de mentira y de falsas riquezas.

Y hacen como que no saben, como que no ven, como que no oyen, como que no entienden. Ojalá fueran fríos o calientes. No quieren darse cuenta del estado de sus almas, y de su pobreza espiritual, que a pesar de ser reconocidos ministros, sacerdotes y pilares de la Iglesia, los lleva al lugar de tormento, en donde la misericordia ya no puede llegar.

Yo espero que pongan su fe por obra, y acepten ser instrumentos fidelísimos de mi misericordia cumpliendo mi voluntad, para que den testimonio de la riqueza de la fe.

Yo ruego por los más necesitados, los corazones más pobres de mis sacerdotes, obispos y cardenales, los que se creen importantes y abusan de su poder, los que tienen bajo su cargo a los más pobres, pero no los sientan en su mesa.

Ellos son mendigos para mí, están necesitados de mi misericordia, porque no podrán nada sin mí.

Ellos tienen el corazón llagado, enfermo. Tienen hambre y tienen sed. Están cautivos, encadenados al mundo, y algunos están muriendo envueltos en la aridez de su soberbia, y en la pobreza de su corazón debilitado por el orgullo.

Esos son los corazones más pobres entre los pobres, disfrazados de bienestar, de poder y de riqueza.

Yo ruego para que los que se han debilitado obedezcan y obren la caridad, aun sin fe, porque yo les daré la gracia para que pidan la fe. La fe es un don que el Espíritu Santo no niega, sino que infunde y fortalece en aquel que encuentra disposición.

Yo ruego por los que son míos, y me pertenecen, porque yo los he creado y los he llamado, y en plena conciencia y libertad se han entregado a mí con toda su voluntad, porque yo les he dado una fe firme y un corazón rico.

Yo ruego para que crean y demuestren su fe a través de obras de misericordia, para que sea fortalecido su espíritu y obedezcan lo que se les manda, para que fortalecidos puedan cumplir con la misión que les ha sido encomendada».

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Madre de misericordia: soy consciente de que el ministerio sacerdotal me obliga a dar la vida por mis hermanos.

También soy consciente de que tengo en mis manos un tesoro, una riqueza que me ha dado Dios, configurándome con su Hijo, y que soy responsable de hacerlo fructificar.

Te pido ayuda para conseguir más la gracia de la fe, la esperanza y la caridad, tan necesarias para cumplir con mi misión.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame también a dar fruto, practicando las virtudes sacerdotales, déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: la caridad es derramar el amor de Cristo a través de obras de misericordia. Tengan caridad y ayúdenme.

Yo guardo en mi corazón un preciado tesoro: los corazones puros de mis hijos, mis sacerdotes santos.

Y en él se encuentran la sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

Y en él se encuentran las virtudes: fe y esperanza, pero sobre todo caridad.

Y en él se encuentran la humildad, castidad, pobreza y obediencia, prudencia, justicia, templanza, paciencia, mansedumbre, magnanimidad, sacrificio de reparación, mortificación y penitencia, pero sobre todo misericordia.

Estos son los méritos de los sacerdotes santos, que unidos a los méritos de mi maternidad, los vierto en gracias infinitas para la salvación de los pobres pecadores, para que se arrepientan, para que encuentren la reconciliación y la paz.

Estos son los corazones de mis hijos sacerdotes que permanecen en la pureza, en estado de gracia, viviendo la virtud. Porque a más virtud más gracia.

A mis hijos que procuran vivir la pureza y se esfuerzan en sus acciones, practicando la caridad con obras de misericordia, Dios, que es tan bueno, les concede la gracia para perseverar y vivir en santidad, luchando cada día y ganando con esa gracia todas las batallas.

Ellos son la alegría de mi corazón, mi consuelo y la esperanza de llenar el cielo.

Ellos son ejemplo y modelo.

A ellos deja mi Hijo como pastores a cargo de las noventa y nueve, para que las cuiden y las custodien, mientras Él busca a la oveja que se ha perdido, mientras ellos ruegan al Padre pidiendo las gracias para que la oveja perdida y herida se deje encontrar, se deje curar, se deje convertir y se deje transformar, a través de las obras de misericordia de las almas santas que viven la caridad.

Ellos llevan la verdad revelada en sus corazones, porque al ser llamados y elegidos, y ordenados, se les otorgan los dones de acuerdo a la misión encomendada.

Pero algunos no los aprovechan para bien, los desperdician y pierden la gracia. Solo con la gracia de Dios se puede vivir en santidad y en la pureza del corazón. Y pierden la virtud y pierden la fe, y pierden la esperanza, pero, sobre todo, pierden la caridad.

Y se dejan arrastrar por la mundanidad, convirtiéndose en la oveja perdida que mi Hijo sale a buscar, y que yo quiero encontrar, porque yo soy Madre, y ellos son mis hijos, y yo los amo a todos, aunque se porten mal.

A ellos quiero encontrar, para reunirlos con el rebaño, para brindarles mi auxilio, mi consuelo y mi amor de madre, para que en su juicio ganen el cielo.

Ellos son el dolor de mi corazón al verlos caídos, sufriendo el castigo del tormento eterno del infierno, a donde yo ya no puedo llegar, y donde hay llanto y rechinar de dientes, en medio de fuego que sí quema y tormentos que no terminan, mientras levantan los brazos clamando al cielo, y sus manos intentan hacer bajar a Dios del cielo, porque ahora creen, ahora tienen fe, pero han perdido el poder de Dios que antes tenían, cuando no creían y no tenían fe.

De ellos oigo sus lamentos pidiendo misericordia, pero no les es concedida, porque ellos no fueron misericordiosos. Y no son escuchados, porque ellos no escucharon a los profetas y no cumplieron la ley.

Yo los miro con el corazón herido, derramando abundantes lágrimas de mis ojos, en un último acto de caridad, para calmar la sed de mis hijos, mientras se cierran para ellos las puertas del cielo.

Me duelen mis hijos caídos.

Los que con sus manos abrazan el cuerpo y la sangre de Cristo sin creer.

Los que esconden la verdad revelada en sus corazones, cubriéndola de mentira, porque así les conviene.

Los que prefieren vivir en la aridez de sus desiertos con sus propias fuerzas.

Los que prefieren vivir sus ministerios encerrados en su egoísmo.

Los que teniendo la riqueza en sus corazones prefieren buscar otras riquezas en el mundo.

Los que enfrían sus corazones porque no confían en el Señor.

Los que desprecian mis tesoros y empobrecen su corazón.

Yo quiero enriquecer sus corazones con los tesoros de mi corazón y las gracias que no saben pedir, para que crean, para que escuchen la Palabra que leen y la pongan por obra, para que cumplan la ley haciendo obras de misericordia, porque los misericordiosos serán bienaventurados y recibirán de Dios su misericordia.

Cada obra de misericordia y cada acto de amor, háganlo en el nombre Santo de Jesús, y Él, que es Rey de reyes y Señor de señores, Dios todopoderoso, se los concederá.

A ustedes les ha sido dada la riqueza de la fe, úsenla bien y llévenla hasta los corazones más pobres, para que llegue a ellos la luz del mundo, el fruto bendito de mi vientre, que es la misericordia misma».

¡Muéstrate Madre, María!