76. UNIDAD DE VIDA SACERDOTAL – DESPOSADOS CON LA IGLESIA
EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO
Si tu hermano te ofende, trata de corregirlo; y si se arrepiente, perdónalo
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 17, 1-6
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No es posible evitar que existan ocasiones de pecado, pero ¡ay de aquel que las provoca! Más le valdría ser arrojado al mar con una piedra de molino sujeta al cuello, que ser ocasión de pecado para la gente sencilla. Tengan, pues, cuidado.
Si tu hermano te ofende, trata de corregirlo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si te ofende siete veces al día, y siete veces viene a ti para decirte que se arrepiente, perdónalo”.
Los apóstoles dijeron entonces al Señor: “Auméntanos la fe”. El Señor les contestó: “Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decirle a ese árbol frondoso: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, y los obedecería”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: tú nos dejaste el mandato de la corrección fraterna, que es una manifestación maravillosa de la caridad. Cuesta hacerla, pero es un deber cristiano, que exige hacerla siempre con delicadeza y rectitud de intención, movidos por el amor a nuestros hermanos.
Uno de los problemas que se derivan del mal comportamiento de una persona es el peligro del escándalo; es decir, que ese mal comportamiento ocasione que otra persona caiga en lo mismo. El que escandaliza a otro está matando su alma, y es un gran pecado. Por eso hay que corregir, para que no se propague el mal.
Hay formas muy variadas de escandalizar, algunas más graves que otras. Y una de esas formas es el mal ejemplo, cuando uno se comporta inadecuadamente, por obra o por omisión.
Los sacerdotes tenemos una responsabilidad muy grande de dar buen ejemplo, de ayudar a los demás con nuestra vida y con el cumplimiento de nuestro ministerio. De modo que podríamos ser ocasión de escándalo si faltamos a Dios con un mal comportamiento o con el incumplimiento de nuestros deberes sacerdotales.
Daríamos mal ejemplo si no sabemos perdonar, si los fieles nos consideran sacerdotes “de mal genio”. Necesitamos ser acogedores, afables… Que puedan acudir a nosotros con confianza, sabiendo que los vamos a escuchar y comprender. Que vamos a ser buenos administradores de tu misericordia, perdonando siempre, como lo haces tú.
Jesús, yo también te pido: auméntame la fe, para ser un hombre de vida sobrenatural y poder así ver la mano de Dios en todo.
Nosotros hemos recibido una formación esmerada en el Seminario, para ser buenos sacerdotes, pero nos damos cuenta de que esa formación no es suficiente, reconocemos que hay que enriquecerla: debe ser permanente.
Tenemos a nuestra disposición los medios necesarios para fortalecer nuestra formación, pero depende de nosotros aprovecharlos bien.
Señor ¿cómo esperas que un sacerdote predique con el ejemplo?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Apóstoles míos: a ustedes les han sido revelados los secretos del Reino de Dios, para que vean, para que oigan, para que transmitan, para que enseñen.
Son los corazones puros la tierra fértil.
Es en el confesionario en donde se labra y se limpia la tierra.
Es en el anuncio de la Palabra la siembra.
Es la Eucaristía el don, el alimento, para que la tierra dé fruto.
Son ustedes quienes proveen la tierra, la semilla y el alimento.
¡Ay de ustedes, pastores hipócritas!, cuando enseñan una cosa, pero luego hacen otra.
Que usan mi poder a través de sus almas y sus manos impuras y manchadas por el pecado.
Que absuelven sin misericordia.
Que consagran sin fe.
Que usan la sotana y el hábito para adquirir poder.
Que transmiten mi Palabra, pero ustedes no la cumplen.
Que faltan a la caridad y a los mandamientos.
Eso, pastores míos, se llama tibieza y, en la comunión conmigo, yo los vomito de mi boca.
¡Ay de aquel que me entrega en la Palabra, en los sacramentos, en la Eucaristía, por propio beneficio; porque, al que me vende, más le valdría no haber nacido!
Sacerdotes míos: si verdaderamente me amaran, serían obedientes y cumplirían mis mandamientos, y yo los uniría a mí para que vivieran en mi amor, así como yo cumplo los mandamientos de mi Padre y vivo en su amor, y permanecerían en mi amor, como yo permanezco en su amor.
No quiero sacerdotes de medio tiempo. Quiero verdaderos sacerdotes todo el tiempo, que celebren y consagren, que impartan sacramentos, que vivan en virtud, que sean Cristos de tiempo completo, hombres divinizados en mí, unidos a mí en su vida ordinaria y en sus ministerios.
Yo hago llegar mi misericordia a ustedes, mis sacerdotes, enseñando al que no sabe, a través de la formación permanente, para que aprendan a entregarse a mí completamente, para que aprendan a transformar sus obras, sus trabajos, sus ministerios, en oración continua, para que permanezcan unidos a mí siempre».
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Madre mía: sé que mi formación me debe conducir a parecerme cada vez más a tu Hijo, quien es el camino, la verdad y la vida, para poder, por mi parte, conducir a mis ovejas a la vida eterna.
Es tan grande la configuración con Cristo que tiene el sacerdote, que quizá no acabamos de darnos cuenta de ese tesoro, y no lo aprovechamos suficientemente.
Me doy cuenta de que necesito crecer en vida sobrenatural, para no dejarme llevar por las cosas de este mundo y mantener mi mirada en el cielo, en el rostro de Cristo, mi modelo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a mantener siempre en mi corazón los mismos sentimientos que Cristo. Déjame entrar a tu Corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: vamos a meditar lo que hay en el corazón de ustedes y en mi corazón de Madre.
Me gusta caminar entre mis flores y cuidarlas, me gusta escuchar los cantos de las aves del cielo, que son los ángeles, y que todo el tiempo adoran y cantan alabanzas, dando gloria a Dios.
Me gusta contemplar el rostro de mi Hijo, y meditar todas las cosas en mi corazón.
Me gusta guiar a mis hijos al encuentro con Cristo, que es el camino al cielo, para entregarlos al abrazo misericordioso del Padre.
Me gusta conducir a las almas del Purgatorio a la plenitud de la santidad, en la eternidad de mi cielo.
Me gusta compartir el Paraíso con los ángeles y los santos.
Me gusta acompañar a cada uno de ustedes, mis hijos sacerdotes, en su peregrinar como Cristos en medio del mundo, conquistando y salvando almas.
Me gusta que me digan que soy hermosa. Yo les digo que mi belleza se debe a la gracia de Dios, por quien soy Madre de todas las gracias. Soy el reflejo del rostro vivo de Jesucristo resucitado, por quien soy Madre de misericordia.
Mi rostro es el perfil de la perfección humana en la majestad divina. Pero no todos pueden ver esa belleza, sino solo los que se saben hijos y me reconocen como Madre, porque el rostro más hermoso para un hijo es el rostro de su madre.
Yo quisiera que todos mis hijos sacerdotes me reconocieran como Madre, porque lo soy, pero algunos no se dan cuenta ni siquiera de lo que ellos son.
El sacerdote es lo más sagrado que existe sobre la tierra.
El sacerdote es el camino, la verdad y la vida, porque es el mismo Cristo.
Él instituyó el sacerdocio de manera que fuera Él mismo quien llevara a todas las almas al cielo, guiándolas en el camino, enseñándoles a vivir en la verdad, bautizándolas con el Espíritu Santo, para que tengan vida eterna, haciéndolos hijos de Dios.
Por lo tanto, ustedes, hijos míos, deben tener vida sobrenatural. Pero algunos se resisten a hablar y a tener vida sobrenatural, porque los compromete a comportarse en congruencia y a renunciar a los placeres pasajeros de la vida ordinaria.
Ustedes deben vivir la unidad de vida, que es tener los pies en la tierra y el corazón en el cielo, constantemente, uniendo la voluntad humana a la voluntad divina, conscientes de su humanidad imperfecta y de su divinidad consumada en Cristo.
Deben aprender a tener vida sobrenatural, porque Dios es sobrenatural. Y a su vez, es lo que ustedes deben enseñar, para que todos los hombres conozcan las verdades eternas y aspiren a la realización de la obra salvadora de Cristo en cada uno, y a través de este santo ministerio alcancen la perfección, porque los sacerdotes han sido llamados a ser la perfección del hombre imperfecto al ser configurados con Cristo.
Pero ¡ay de aquellos que en lugar de guiar hagan a otros errar el camino! Más les valdría no haber nacido. Porque los sacerdotes son figura y son ejemplo, son viático y son instrumento, son administradores de gracias y dispensadores de los misterios y de los tesoros de Dios, a través del sacramento del Orden, por el que perdonan, renuevan y santifican a los hombres, consumando el sacrificio redentor de Cristo. La consumación del perdón de Dios es la resurrección de Cristo, que es Eucaristía.
Mi rostro es el reflejo de la gracia y la misericordia de Dios, de ahí su hermosura en la que se nota la pureza, la humildad, la bondad, la inocencia, la magnificencia, la fe, la esperanza, la caridad, la sabiduría, la ciencia, el entendimiento, la perseverancia, la paz.
El rostro de Cristo es el rostro de la misericordia.
El rostro desfigurado de Cristo crucificado en la cruz es el reflejo del daño que causa el pecado.
El rostro de Cristo resucitado es la perfección y la plenitud alcanzada en la gloria de Dios que perdona, que santifica, que salva, que da vida eterna.
Yo soy experta en perdonar, una y otra vez, perdonar setenta veces siete a los que lastiman y crucifican a mi Hijo.
Ustedes, los sacerdotes, deben entender que son pilares de la Iglesia. Que ustedes mismos forman el cuerpo de Cristo, en el que cada uno es Cristo, pero todos son el mismo Cristo, todos se ayudan y todos se afectan, un solo cuerpo, en unidad, en comunidad.
Deben aprender a vivir en la verdad, para que se ayuden entre ustedes, que se corrijan, que se perdonen, que se amen. Y el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra.
Deben descubrir la belleza de mi rostro, para que alcancen en mí las verdades escatológicas, que los hagan descubrir y vivir una vida sobrenatural que tienda a la perfección en Cristo.
Deben luchar por corregirse, para que regresen al amor primero, al camino, a la verdad y a la vida de virtud y santidad, que corresponde a su vocación, por la que han sido transformados por el amor en pilares, en columnas, en cimientos del Reino de los cielos en la tierra, para que todos, obispos, sacerdotes y diáconos, fortalezcan su fe, porque sin fe no pueden tener vida sobrenatural, ya que tienen el peligro de hacer su vida demasiado ordinaria, por estar sacando la escatología de sus vidas.
Es necesario que introduzcan la escatología a su vida ordinaria, para tener una vida sobrenatural en medio del mundo, y que nunca cometan la imprudencia de no perdonar a un corazón arrepentido, porque un corazón contrito y humillado es el mismo rostro de Cristo crucificado.
Es necesario que contemplen mi belleza, para que entiendan que la perfección ordinaria refleja la gracia extraordinaria de la única verdad que es Dios».
¡Muéstrate Madre, María!