19/09/2024

Lc 17, 7-10

77. HACER LO QUE DEBEMOS HACER – NO SIERVOS, AMIGOS

EVANGELIO DEL MARTES DE LA SEMANA XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

No somos más que siervos: solo hemos hecho lo que teníamos que hacer.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 17, 7-10

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: ‘Entra enseguida y ponte a comer’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú’? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación?

Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: ‘No somos más que siervos; solo hemos hecho lo que teníamos que hacer’ “.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: las jornadas de trabajo sacerdotal suelen ser muy cansadas, cuando nos esforzamos por cumplir con todos nuestros deberes ministeriales. Resulta una gran satisfacción terminar el día agotados, después de considerar todo lo que tú hiciste, a través de nuestras manos, en bien de las almas.

Y también se alegra el alma si decimos: “no somos más que siervos; solo hemos hecho lo que teníamos que hacer”.

Gozamos, porque tú no te dejas ganar en generosidad, y premiarás ese esfuerzo.

Y yo pienso que debes estar contento con ese trabajo, Jesús, y también tu Madre. Pero ayúdanos a ser humildes, para que no nos dejemos llevar por la vanidad o el “complejo de víctima”, lo cual quitaría todo el mérito ante ti. Enséñanos a gastarnos por Dios y las almas, como tú, todos los días de nuestra vida.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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 «Sacerdotes de mi pueblo, siervos fieles de Dios: vengan a mí los que están cansados y llevan cargas pesadas, que yo les daré alivio. Tomen mi yugo, que es suave, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

El descanso es parte del servicio, porque quien no descansa no puede servir. Por eso yo les digo: el que esté cansado, que descanse en mí, porque no es más que un siervo fiel, que solo ha hecho lo que tenía que hacer.

Ustedes son como el grano de trigo. ¡Maduren! Porque los ángeles de Dios ya tienen lista la hoz, y están en espera de la orden para recoger la cosecha.

Prepárense y estén ustedes listos, como los ángeles, para que, cuando el tiempo se cumpla, sean recogidos y triturados hasta hacerse polvo, para que, por la gracia, sean transformados en pan. No sea que no sirvan para pan, y sean desechados y arrojados al fuego.

Estén preparados, porque el dueño de la cosecha está cerca, y llegará para pedirles cuentas. Y a ustedes les ha dado mucho, y es mucho lo que les pedirá.

Déjense limpiar, y triturar, y transformar en ofrenda, para que conmigo sean unidos en un mismo y único sacrificio, en el que convierten su ofrenda en mi carne, y ustedes se convierten en carne de mi carne, al hacerlos uno conmigo, para alimentar y salvar a mi pueblo.

Déjenme transformar el corazón de niño que llevan en el pecho –y que han endurecido como piedra–, en corazón suave, de carne, para que sea contrito y humillado, triturado, hasta ser transformado por la gracia y encendido en el amor.

Son ustedes, sacerdotes míos, instrumentos de la gracia y de la misericordia de Dios. Pero si el instrumento se oxida no sirve.

Es por medio de ustedes, pastores míos, que la gracia se derrama en abundancia. Pero, donde no hay gracia, lo que abunda es el pecado.

Sean ustedes instrumentos puros, para que, en donde abunde el pecado, por mi justicia sobreabunde la gracia.

Mantengan sus corazones puros, para que las gracias los atraviesen, y lleguen con todo mi poder a todas las almas, para que crean en mí, para que puedan ser salvadas. Pero, para creer, hay que conocer.

Ustedes, que son maestros, alimenten al pueblo con mi Palabra, para que me conozcan, para que crean en el Evangelio y lo practiquen, y lo vivan. Para que vivan en mí, como yo vivo en ellos.

Pero ustedes, amigos míos, deben ser los primeros en conocerme, para creer en mí, para amarme, para vivir en mí, para que puedan llevarme a todas las almas.

Yo les digo: estén listos, que por la misericordia del Padre ha sido derramada la gracia en abundancia por la sangre derramada del Cordero, sangre que redime a las almas, que expía los pecados, que sana, que salva.

Es tiempo, pastores, de unir a sus rebaños en un solo rebaño, con un solo Pastor. Yo soy el Buen Pastor, y mi rebaño es el pueblo santo de Dios.

Dichosos los que esperan despiertos la llegada de su Señor.

Dichosos los que predican el Evangelio, porque esa es su obligación.

Dichosos los que dan fruto bueno, porque esa será su ofrenda.

Dichosos los que se hacen como niños y ofrecen cosas buenas a Dios, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Dichosos los que creen en mí, porque, por su fe, serán salvados, y yo les daré la vida eterna.

Dichosos los que estén preparados para recibir a su Señor».

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Madre mía, Esclava del Señor: tu reacción inmediata ante el anuncio del Ángel sobre la encarnación del Hijo de Dios fue llamarte tú misma esclava, poniéndote al servicio de Dios.

Es fácil imaginarte todo el tiempo pendiente de tu Hijo. Primero en Belén, en Egipto y Nazareth. Y después también, durante su vida pública, junto con las santas mujeres, sirviéndolo a Él y a sus discípulos.

Fue patente tu ejemplo aquel día de la fiesta de Bodas en Caná, cuando, muy servicial, te diste cuenta de que faltaba el vino.

Jesús niño aprendió muchas cosas de ti, también en lo que se refiere al servicio. Él lo vivió igual que tú, y lo enseñó a sus discípulos, sobre todo con su ejemplo. En la Última Cena les lavó los pies, y les dejó el mandamiento nuevo, de amarse unos a otros como Él los había amado.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a saber servir a los demás, siguiendo el ejemplo de Jesús, y cumpliendo bien el mandamiento del amor. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijo mío, sacerdote: contempla a mi Hijo como un niño pequeño, que no puede valerse por sí solo, y necesita ser servido.

Yo lo alimento, lo cuido, lo visto, lo abrazo, lo sirvo.

 Yo soy la esclava del Señor y lo sirvo.

Yo dije sí, y el Señor hizo en mí según su Palabra: me hizo Madre.

Como una madre sirve a un hijo pequeño, así sirvo a mi Señor. Lo cuido, lo alimento, le doy de beber, lo visto, lo acompaño, lo enseño, oro por Él, lo abrazo, mientras Él crece en sabiduría, en estatura y en gracia, y Él aprende de mí a servir, para hacerse ejemplo y servir al mundo entero, porque Él no ha venido al mundo a ser servido, sino a servir, y a dar la vida como rescate por muchos.

Yo soy la última, la servidora de todos. Y Dios me ha hecho primera en el Reino de los Cielos: Madre de Dios para servirlo como Madre de la Iglesia, para cuidarla, alimentarla, darle de beber, vestirla, sanarla, acogerla, visitarla, enterrar a sus muertos, enseñarla, darle consejo, corregirla, perdonarla, consolarla, sufrir con paciencia sus errores, rezar por los vivos y por los muertos.

Yo medito todo esto en mi corazón, y todo lo hago por amor de Dios. Mi Hijo ha aprendido bien y ha sido obediente hasta la muerte. Y todo lo ha enseñado a sus siervos, y los ha hecho discípulos, y ya no los ha llamado siervos, los ha llamado amigos, porque todo lo que ha oído de su Padre se los ha dado a conocer.

Y les ha dado un mandamiento: que se amen los unos a los otros, que se amen los discípulos y el mundo, para que sean sus amigos si hacen lo que Él les dice.

Si el mundo los odia, que sepan que a Él lo ha odiado primero, y no está el discípulo por encima de su maestro.

El discípulo debe aspirar a ser como su maestro, y alcanzar la perfección en Cristo, según su llamado, según su vocación; porque a todos les han sido dado dones. Y hay diferentes carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor, hay diversidad de formas de actuar, pero un mismo Señor, que obra todo en todos.

Y el Espíritu se manifiesta en cada uno para provecho común. Y a algunos se les ha dado palabra de sabiduría, a otros palabra de ciencia, a otros fe, a otros don para sanar, a otros poder para obrar milagros, a otros don de profecía. Pero todo es obrado por el mismo Espíritu para el bien común, para servir a un solo cuerpo: el cuerpo de Cristo resucitado y vivo, del cual todos forman parte.

Tú has sido llamado y elegido para ser último conmigo, el siervo de la esclava del Señor, para acompañarme a servir a los siervos del Señor, para enseñarlos a ser obedientes como siervos, y perfectos como discípulos, haciendo cada uno lo que tiene que hacer según el ministerio que les ha sido encomendado, para que, haciendo lo que Él les diga, no los llame siervos, sino amigos, y ayudarlos a permanecer y perseverar en la fidelidad y en la amistad con Cristo, corrigiéndolos, enseñándolos, aconsejándolos, para que se comporten de manera adecuada, para que sean ejemplo, para que enseñen una sana doctrina, cimentada en la fe, en la esperanza y en el amor.

El ejemplo del comportamiento de un discípulo de Cristo lo ha puesto Él mismo. El ejemplo es el servicio. Servirse unos a otros, amarse los unos a los otros, dar la vida por los amigos, eso es el ejemplo que Él les ha dado, para que todos ustedes, mis hijos sacerdotes, hagan lo mismo, porque no es más el siervo que su amo.

Dichosos ustedes que viven en la alegría de servir a Cristo, porque predicar su Palabra es un deber. ¡Ay de ustedes si no predican el Evangelio! Porque es una misión que se les ha confiado, un servicio del siervo para su amo.

Y ¿qué es el servicio, sino obras de misericordia? Jesús nos sirve, nos enseña, nos da ejemplo para servir a Dios. Ustedes, los sacerdotes, son sus amigos, si hacen lo que Él les dice. Pero, al final, a todos los hará sus amigos, porque en el cielo los sienta en su mesa, y Él mismo prepara el banquete, y sienta a los invitados para servirlos y hacerlos parte. Yo misma vi a Jesús lavando los pies de sus siervos, sirviéndolos y haciéndolos sus amigos».