19/09/2024

Lc 18, 9-14

25. QUÉ ES LA MISERICORDIA – APRENDER DEL MAESTRO

EVANGELIO DEL SÁBADO DE LA SEMANA III DE CUARESMA

El publicano regresó a su casa justificado, el fariseo no.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 18, 9-14

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano.

El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias’.

El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’.

Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: aquel publicano no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Sentía una vergüenza enorme con Dios, por sus pecados cometidos.

Tampoco se atrevía a enumerar sus buenas obras, como el fariseo, aunque seguramente las tendría. Nadie es tan malo que no pueda hacer algo bueno.

La enseñanza que nos dejas con esta parábola está muy clara: hay que humillarse para recibir perdón.

Tú eres infinitamente misericordioso, siempre perdonas, pero pides solo una cosa: que nos humillemos, para dejar claro que dependemos de ti.

Yo quiero, Señor, recibir tu misericordia, pero quiero también que me enseñes a administrarla bien, porque soy tu instrumento, sobre todo al celebrar el sacramento de la Penitencia.

Jesús ¿qué es la misericordia?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

«Sacerdotes míos: un corazón contrito y humillado yo no lo desprecio, sino que lo corrijo y lo convierto, lo perdono y lo hago mío. No por sus sacrificios, sino por mi misericordia.

Yo los justifico por sus obras de misericordia al prójimo, uniéndolos en mi único y eterno sacrificio, para salvarlos.

 No son ustedes quienes hablan, soy yo quien pone las palabras en su boca, para hablar y decir todo lo que yo les mande, a dondequiera que yo los envíe, para que me escuchen. No tengan miedo, yo estoy siempre con ustedes para salvarlos.

Las puertas de mi casa están abiertas, para todo el que quiera venir a mí.

Pero vengan con el corazón humillado, reconociéndose débiles y pecadores, pidiendo misericordia. Y yo, que soy un Dios bueno y misericordioso, no los despreciaré.

Pero no vengan con doctrinas extrañas ni palabras propias de su boca, porque también soy un Dios justo, y mi justicia es para los humildes y poderosos, para los sabios y para los ignorantes, para los ricos y para los pobres, para los justos y para los pecadores, para los que se humillan y para los soberbios. Pero a los tibios yo los vomito de mi boca.

Yo doy la vida por las ovejas, pero hay muchas ovejas que no son de este redil; y también a esas las tengo que conducir a mí.

Les hablaré de amor y de misericordia, porque misericordia quiero y no sacrificios. Pero deben conocer qué es y qué no es la misericordia, para que no se dejen engañar.

Misericordia no es ser permisivo a doctrinas extrañas.

Misericordia no es lo que está fuera de la ley.

Misericordia no es adoptar otra palabra que no sea la mía; no es renunciar a la verdad y permitir la mentira; no es solo ayudar al necesitado y consolar al triste, sino corregir al que se equivoca.

Misericordia es enseñar la doctrina de la fe católica, apostólica y romana, para que me escuchen, y sea un solo rebaño con un solo Pastor.

Misericordia no es solo darle comida al hambriento, sino alimentar su corazón de fe y de esperanza; no es solo visitar al enfermo y vestir al desnudo; es vivir la caridad, llevándoles la salud en la Palabra y el vestido de pureza en el ejemplo.

Misericordia no es solo enterrar a los muertos, sino orar por los vivos y por los muertos, pidiendo misericordia para los que están muertos en vida.

Misericordia no es solo dar de beber al sediento, sino mostrarle el camino al agua viva de mi manantial, para darle vida.

Misericordia no es solo perdonar, sino hacer conciencia de lo que hicieron mal, y del daño causado, para que se arrepientan y hagan el propósito de no volver a pecar.

Misericordia no es solo acoger al peregrino; se trata de enseñar, de dar consejo, de educar en la fe.

Misericordia no es solo tener compasión y piedad; se trata de evangelizar, con la Palabra y con el ejemplo.

Misericordia se trata de ser misioneros, pero de llevar el Evangelio primero, porque nadie puede amar lo que no conoce, y nadie se arrepiente de lo que no sabe que hizo mal; y ¿cómo perdono al que no está arrepentido? ¿Y cómo lo traigo a mi redil, si no conoce el camino? ¿Y cómo salvo al que no quiere ser salvado?

Amigos míos: acepten mi misericordia con la verdad, crean en el Evangelio, confirmen su fe, no se dejen engañar por falsas doctrinas ni corrientes nuevas, no crean en ídolos falsos, crean en mí.

Regresen al amor primero, humillados y arrepentidos, para que por mi misericordia sean renovados y enviados a construir mi Reino en la verdad y en el amor.

Mi misericordia es infinita, pero hay un juicio final para cada uno, porque soy un Dios justo.

Ojalá ustedes fueran fríos o calientes, porque yo a los tibios los vomito de mi boca.

Yo a los que amo los reprendo y los corrijo.

Aumenten su fervor y arrepiéntanse, porque estoy a la puerta y llamo, para que me abran y me dejen entrar.

Sacerdotes míos: no me hagan esperar.

El amor no es estático sino dinámico. Y su corazón, si está lleno de mí, permanecerá inquieto, hasta que descanse en mí.

Esa es la misión a la que yo los envío a ustedes, mis amigos: llevar mi amor a todos los rincones del mundo. Es la misión más hermosa, porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, pero el que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.

El amor está en que Dios los amó primero y me envió a mí, su único Hijo, por amor, para salvarlos.

Ustedes aman porque yo los amé primero. Esto es lo que deben tener presente, para que acepten y reciban mi amor, y con ese amor amen, poniendo su fe en obras. Porque el que está lleno de mí está lleno de amor, y lo manifiesta con inquietud, en actos y obras.

Amigos míos: yo los amo, y por mi amor yo los redimo, y les doy su libertad, y en esto está el misterio de la redención: en que yo, que los he creado sin ustedes, no los salvaré sin ustedes.

Yo he sido enviado al mundo a morir en la cruz, para el perdón de los pecados de los hombres.

Yo los he lavado con mi sangre, y sus pecados han sido perdonados.

Yo les he conseguido el premio, la corona de la gloria, pero cada uno, en su plena libertad debe aceptarlo, venir a mí a buscarlo con el corazón contrito y humillado, que yo no desprecio, y pedir perdón, arrepentidos, con propósito de enmienda, para recibir la gracia de la reconciliación conmigo.

Esa es la misión a la que yo los he enviado a ustedes, mis apóstoles: a proclamar claramente el mensaje de salvación, haciendo discípulos a todos los hombres, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar mis mandamientos.

Y no los envío solos, yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.

Yo me he quedado en presencia viva, en Eucaristía, para que, habiéndome humillado ante los hombres, siendo Dios, adquiriendo la naturaleza humana, y entregándome en sus manos para ser triturado e inmolado en la cruz, para salvar a los hombres y resucitar de entre los muertos, para darles vida en abundancia, sea renovado mi sacrificio continuamente, humillándome y entregándome en las manos de los hombres, a través de ustedes, sacerdotes, que, por transubstanciación, convierten el pan, que obtuvieron los hombres triturando el trigo, en mi Carne inmolada; y el vino, que obtuvieron triturando las uvas, en mi Sangre derramada, para hacerse ofrenda conmigo, en mi único y eterno sacrificio, que, junto con mi Alma y mi Divinidad, es Eucaristía, Cristo resucitado y vivo, sacerdote, víctima y altar.

Este es mi ejemplo, para que hagan lo mismo, porque el que se enaltece será humillado, pero el que se humilla será enaltecido.

Yo quiero que ustedes permanezcan unidos en oración, aceptando y recibiendo la gracia del Espíritu de amor, para que los llene y los desborde, para que sean ejemplo; y, fortalecidos, vayan a cumplir la misión que el Padre le ha encomendado a cada uno, para que traigan a todas las almas a mí. Porque nadie puede venir a mí, si el Padre, que me ha enviado, no lo atrae.

Y serán todos enseñados por Dios en el amor, para que por el Amor sean atraídos a mí, porque todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí, y yo lo resucitaré en el último día.

La misión de ustedes, mis sacerdotes, es muy grande, pero mi gracia les basta».

+++

Madre mía, Madre de misericordia: qué importante es la humildad. Está en la base de todas las virtudes.

El demonio no resiste a un alma que se humilla. Enséñame a mí a ser humilde, para vencerlo en todas las batallas, reconociendo siempre mis faltas, arrepintiéndome y pidiendo perdón a Dios, con el firme propósito de enmienda.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

«Hijos míos, sacerdotes: la perfección solo se alcanza en Cristo, y Cristo es misericordia.

Sean perfectos, como mi Padre del cielo es perfecto. Eso es lo que manda Jesús. Es el maestro, y Él vino a enseñarnos un nuevo mandamiento: que se amen los unos a los otros como Él nos amó.

Amar es llevar la misericordia de Dios a los demás, y si es así como se alcanza la perfección ¿de qué sirven entonces tantos sacrificios que no son agradables a Dios, porque están llenos de soberbia, cuando piensan que pueden hacer todo con sus propias fuerzas, y así agradar a Dios, haciendo obras aisladas, beneficiándose individualmente, llenándose de medallas, sobresaliendo entre la gente, creyendo que son mejores, que tienen en todo la razón, que tienen títulos de poder, y cumplen las reglas y las metas que se proponen, y les causa una personal satisfacción, pero no ponen en ello todo el corazón, transformando sus logros, sus acciones, en oración, y ponen la eficacia antes que la caridad? ¿Cómo van a Dios agradar?

Humildad. Ustedes, mis hijos, necesitan humildad. Ruego a Dios que les conceda esa gracia. A ustedes, mis hijos predilectos, yo se las he venido a dar a través del ejemplo de la misericordia de los humildes, y de la caridad de los que se reconocen pecadores y se acercan a pedir perdón al único Juez, que es el Hijo de Dios. Nadie más ha de juzgar ni juzgarse a sí mismo. Estarían en un error. El que se juzga perfecto por hacer muchos sacrificios está perdiendo su tiempo, si no expone su alma, abriendo su corazón, pidiendo y recibiendo la misericordia de Dios, para sanarla.

Yo he venido a buscar, no a justos, sino a pecadores. Esa es Palabra de Dios.

Y el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra. Esa es Palabra de Dios.

A Él holocaustos y sacrificios no le agradarían, si no están unidos en el único y eterno sacrificio del Hijo de Dios. Pero un corazón contrito y humillado, Él no lo desprecia. Lo toma, lo hace suyo, lo transforma, lo perfecciona, y lo hace digno del paraíso.

Hijo mío sacerdote: acércate al trono de la gracia, como si fueras el más grande pecador, y pide perdón. Porque haya pecados mortales muy graves que no cometas no quiere decir que estés libre de lastimar el Sagrado Corazón de tu Señor con pecados veniales, de palabra, de obra o de omisión. Mientras más se te revela la verdad, más consciente debes ser de lo que es un pecado venial.

El Hijo de Dios, el Cordero de Dios, fruto bendito de mi vientre, no merece ni siquiera el menor de los pecados. Ni una falta, ni un descuido. Lo que Él merece es ser amado y glorificado. Toda falta que cometas, por más pequeña que sea, con cualquiera de tus hermanos, o de las ovejas de tu rebaño, es una herida en su corazón. Sé consciente, hijo mío, de tu fragilidad, de tu debilidad, y de que puedes hacerle mucho daño.

El pecado más pequeño para un ignorante, para el que conoce la verdad puede ser el más grande.

Yo traigo para ustedes mi auxilio y la misericordia de Dios, porque está al acecho el que ha sido arrojado al mundo y se le ha concedido hacer la guerra a los santos y vencerlos, y se le ha dado el poder sobre los pueblos, para seducir y cegar los ojos de los hombres que no tienen fe, para que no vean la gloria de Dios.

De ustedes se requiere paciencia y fe. Pero no tengan miedo, porque donde están dos o más reunidos, ahí está mi Hijo, al que le ha sido dado todo el poder en el cielo y en la tierra; el que los envía a enseñar y a guardar la ley y los mandamientos, para que crean en Él y en el Evangelio; el que es su fortaleza y el que está con ustedes todos los días hasta el fin del mundo: Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores.

Confíen en mí y acompáñeme, yo los llevo por camino seguro».

¡Muéstrate Madre, María!

 

57. QUÉ ES LA MISERICORDIA – APRENDER DEL MAESTRO

EVANGELIO DEL DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

El publicano regresó a su casa justificado, el fariseo no.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 18, 9-14

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano.

El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias’.

El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’.

Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: aquel publicano no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Sentía una vergüenza enorme con Dios, por sus pecados cometidos.

Tampoco se atrevía a enumerar sus buenas obras, como el fariseo, aunque seguramente las tendría. Nadie es tan malo que no pueda hacer algo bueno.

La enseñanza que nos dejas con esta parábola está muy clara: hay que humillarse para recibir perdón.

Tú eres infinitamente misericordioso, siempre perdonas, pero pides sólo una cosa: que nos humillemos, para dejar claro que dependemos de ti.

Yo quiero, Señor, recibir tu misericordia, pero quiero también que me enseñes a administrarla bien, porque soy tu instrumento, sobre todo al celebrar el sacramento de la Penitencia.

Jesús ¿qué es la misericordia?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

«Sacerdotes míos: un corazón contrito y humillado yo no lo desprecio, sino que lo corrijo y lo convierto, lo perdono y lo hago mío. No por sus sacrificios, sino por mi misericordia.

Yo los justifico por sus obras de misericordia al prójimo, uniéndolos en mi único y eterno sacrificio, para salvarlos.

 No son ustedes quienes hablan, soy yo quien pone las palabras en su boca, para hablar y decir todo lo que yo les mande, a dondequiera que yo los envíe, para que me escuchen. No tengan miedo, yo estoy siempre con ustedes para salvarlos.

Las puertas de mi casa están abiertas, para todo el que quiera venir a mí.

Pero vengan con el corazón humillado, reconociéndose débiles y pecadores, pidiendo misericordia. Y yo, que soy un Dios bueno y misericordioso, no los despreciaré.

Pero no vengan con doctrinas extrañas ni palabras propias de su boca, porque también soy un Dios justo, y mi justicia es para los humildes y poderosos, para los sabios y para los ignorantes, para los ricos y para los pobres, para los justos y para los pecadores, para los que se humillan y para los soberbios. Pero a los tibios yo los vomito de mi boca.

Yo doy la vida por las ovejas, pero hay muchas ovejas que no son de este redil; y también a esas las tengo que conducir a mí.

Les hablaré de amor y de misericordia, porque misericordia quiero y no sacrificios. Pero deben conocer qué es y qué no es la misericordia, para que no se dejen engañar.

Misericordia no es ser permisivo a doctrinas extrañas.

Misericordia no es lo que está fuera de la ley.

Misericordia no es adoptar otra palabra que no sea la mía; no es renunciar a la verdad y permitir la mentira; no es sólo ayudar al necesitado y consolar al triste, sino corregir al que se equivoca.

Misericordia es enseñar la doctrina de la fe católica, apostólica y romana, para que me escuchen, y sea un solo rebaño con un solo Pastor.

Misericordia no es sólo darle comida al hambriento, sino alimentar su corazón de fe y de esperanza; no es sólo visitar al enfermo y vestir al desnudo; es vivir la caridad, llevándoles la salud en la Palabra y el vestido de pureza en el ejemplo.

Misericordia no es sólo enterrar a los muertos, sino orar por los vivos y por los muertos, pidiendo misericordia para los que están muertos en vida.

Misericordia no es sólo dar de beber al sediento, sino mostrarle el camino al agua viva de mi manantial, para darle vida.

Misericordia no es sólo perdonar, sino hacer conciencia de lo que hicieron mal, y del daño causado, para que se arrepientan y hagan el propósito de no volver a pecar.

Misericordia no es sólo acoger al peregrino; se trata de enseñar, de dar consejo, de educar en la fe.

Misericordia no es sólo tener compasión y piedad; se trata de evangelizar, con la Palabra y con el ejemplo.

Misericordia se trata de ser misioneros, pero de llevar el Evangelio primero, porque nadie puede amar lo que no conoce, y nadie se arrepiente de lo que no sabe que hizo mal; y ¿cómo perdono al que no está arrepentido? ¿Y cómo lo traigo a mi redil, si no conoce el camino? ¿Y cómo salvo al que no quiere ser salvado?

Amigos míos: acepten mi misericordia con la verdad, crean en el Evangelio, confirmen su fe, no se dejen engañar por falsas doctrinas ni corrientes nuevas, no crean en ídolos falsos, crean en mí.

Regresen al amor primero, humillados y arrepentidos, para que por mi misericordia sean renovados y enviados a construir mi Reino en la verdad y en el amor.

Mi misericordia es infinita, pero hay un juicio final para cada uno, porque soy un Dios justo.

Ojalá ustedes fueran fríos o calientes, porque yo a los tibios los vomito de mi boca.

Yo a los que amo los reprendo y los corrijo.

Aumenten su fervor y arrepiéntanse, porque estoy a la puerta y llamo, para que me abran y me dejen entrar.

Sacerdotes míos: no me hagan esperar.

El amor no es estático sino dinámico. Y su corazón, si está lleno de mí, permanecerá inquieto, hasta que descanse en mí.

Esa es la misión a la que yo los envío a ustedes, mis amigos: llevar mi amor a todos los rincones del mundo. Es la misión más hermosa, porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, pero el que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.

El amor está en que Dios los amó primero y me envió a mí, su único Hijo, por amor, para salvarlos.

Ustedes aman porque yo los amé primero. Esto es lo que deben tener presente, para que acepten y reciban mi amor, y con ese amor amen, poniendo su fe en obras. Porque el que está lleno de mí está lleno de amor, y lo manifiesta con inquietud, en actos y obras.

Amigos míos: yo los amo, y por mi amor yo los redimo, y les doy su libertad, y en esto está el misterio de la redención: en que yo, que los he creado sin ustedes, no los salvaré sin ustedes.

Yo he sido enviado al mundo a morir en la cruz, para el perdón de los pecados de los hombres.

Yo los he lavado con mi sangre, y sus pecados han sido perdonados.

Yo les he conseguido el premio, la corona de la gloria, pero cada uno, en su plena libertad debe aceptarlo, venir a mí a buscarlo con el corazón contrito y humillado, que yo no desprecio, y pedir perdón, arrepentidos, con propósito de enmienda, para recibir la gracia de la reconciliación conmigo.

Esa es la misión a la que yo los he enviado a ustedes, mis apóstoles: a proclamar claramente el mensaje de salvación, haciendo discípulos a todos los hombres, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar mis mandamientos.

Y no los envío solos, yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.

Yo me he quedado en presencia viva, en Eucaristía, para que, habiéndome humillado ante los hombres, siendo Dios, adquiriendo la naturaleza humana, y entregándome en sus manos para ser triturado e inmolado en la cruz, para salvar a los hombres y resucitar de entre los muertos, para darles vida en abundancia, sea renovado mi sacrificio continuamente, humillándome y entregándome en las manos de los hombres, a través de ustedes, sacerdotes, que, por transubstanciación, convierten el pan, que obtuvieron los hombres triturando el trigo, en mi carne inmolada; y el vino, que obtuvieron triturando las uvas, en mi sangre derramada, para hacerse ofrenda conmigo, en mi único y eterno sacrificio, que, junto con mi alma y mi divinidad, es Eucaristía, Cristo resucitado y vivo, sacerdote, víctima y altar.

Este es mi ejemplo, para que hagan lo mismo, porque el que se enaltece será humillado, pero el que se humilla será enaltecido.

Yo quiero que ustedes permanezcan unidos en oración, aceptando y recibiendo la gracia del Espíritu de amor, para que los llene y los desborde, para que sean ejemplo; y, fortalecidos, vayan a cumplir la misión que el Padre le ha encomendado a cada uno, para que traigan a todas las almas a mí. Porque nadie puede venir a mí, si el Padre, que me ha enviado, no lo atrae.

Y serán todos enseñados por Dios en el amor, para que por el Amor sean atraídos a mí, porque todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí, y yo lo resucitaré en el último día.

La misión de ustedes, mis sacerdotes, es muy grande, pero mi gracia les basta».

+++

Madre mía, Madre de misericordia: qué importante es la humildad. Está en la base de todas las virtudes.

El demonio no resiste a un alma que se humilla. Enséñame a mí a ser humilde, para vencerlo en todas las batallas, reconociendo siempre mis faltas, arrepintiéndome y pidiendo perdón a Dios, con el firme propósito de enmienda.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

«Hijos míos, sacerdotes: la perfección sólo se alcanza en Cristo, y Cristo es misericordia.

Sean perfectos, como mi Padre del cielo es perfecto. Eso es lo que manda Jesús. Es el maestro, y Él vino a enseñarnos un nuevo mandamiento: que se amen los unos a los otros como Él nos amó.

Amar es llevar la misericordia de Dios a los demás, y si es así como se alcanza la perfección ¿de qué sirven entonces tantos sacrificios que no son agradables a Dios, porque están llenos de soberbia, cuando piensan que pueden hacer todo con sus propias fuerzas, y así agradar a Dios, haciendo obras aisladas, beneficiándose individualmente, llenándose de medallas, sobresaliendo entre la gente, creyendo que son mejores, que tienen en todo la razón, que tienen títulos de poder, y cumplen las reglas y las metas que se proponen, y les causa una personal satisfacción, pero no ponen en ello todo el corazón, transformando sus logros, sus acciones, en oración, y ponen la eficacia antes que la caridad? ¿Cómo van a Dios agradar?

Humildad. Ustedes, mis hijos, necesitan humildad. Ruego a Dios que les conceda esa gracia. A ustedes, mis hijos predilectos, yo se las he venido a dar a través del ejemplo de la misericordia de los humildes, y de la caridad de los que se reconocen pecadores y se acercan a pedir perdón al único Juez, que es el Hijo de Dios. Nadie más ha de juzgar ni juzgarse a sí mismo. Estarían en un error. El que se juzga perfecto por hacer muchos sacrificios está perdiendo su tiempo, si no expone su alma, abriendo su corazón, pidiendo y recibiendo la misericordia de Dios, para sanarla.

Yo he venido a buscar, no a justos, sino a pecadores. Esa es Palabra de Dios.

Y el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra. Esa es Palabra de Dios.

A Él holocaustos y sacrificios no le agradarían, si no están unidos en el único y eterno sacrificio del Hijo de Dios. Pero un corazón contrito y humillado, Él no lo desprecia. Lo toma, lo hace suyo, lo transforma, lo perfecciona, y lo hace digno del paraíso.

Hijo mío sacerdote: acércate al trono de la gracia, como si fueras el más grande pecador, y pide perdón. Porque haya pecados mortales muy graves que no cometas no quiere decir que estés libre de lastimar el Sagrado Corazón de tu Señor con pecados veniales, de palabra, de obra o de omisión. Mientras más se te revela la verdad, más consciente debes ser de lo que es un pecado venial.

El Hijo de Dios, el Cordero de Dios, fruto bendito de mi vientre, no merece ni siquiera el menor de los pecados. Ni una falta, ni un descuido. Lo que Él merece es ser amado y glorificado. Toda falta que cometas, por más pequeña que sea, con cualquiera de tus hermanos, o de las ovejas de tu rebaño, es una herida en su corazón. Sé consciente, hijo mío, de tu fragilidad, de tu debilidad, y de que puedes hacerle mucho daño.

El pecado más pequeño para un ignorante, para el que conoce la verdad puede ser el más grande.

Yo traigo para ustedes mi auxilio y la misericordia de Dios, porque está al acecho el que ha sido arrojado al mundo y se le ha concedido hacer la guerra a los santos y vencerlos, y se le ha dado el poder sobre los pueblos, para seducir y cegar los ojos de los hombres que no tienen fe, para que no vean la gloria de Dios.

De ustedes se requiere paciencia y fe. Pero no tengan miedo, porque donde están dos o más reunidos, ahí está mi Hijo, al que le ha sido dado todo el poder en el cielo y en la tierra; el que los envía a enseñar y a guardar la ley y los mandamientos, para que crean en Él y en el Evangelio; el que es su fortaleza y el que está con ustedes todos los días hasta el fin del mundo: Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores.

Confíen en mí y acompáñeme, yo los llevo por camino seguro».