66. ABRIR LAS PUERTAS A CRISTO – SALVAR A LOS PECADORES
EVANGELIO DEL DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO
El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 19, 1-10
En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó, y al ir atravesando la ciudad, sucedió que un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de conocer a Jesús, pero la gente se lo impedía, porque Zaqueo era de baja estatura. Entonces corrió y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí. Al llegar a ese lugar, Jesús levantó los ojos y le dijo: “Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”.
Él bajó enseguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, comenzaron todos a murmurar diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”.
Zaqueo, poniéndose de pie, dijo a Jesús: “Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más”. Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham, y el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: tú conoces muy bien el corazón de cada persona, y sabías que Zaqueo tenía un cargo de conciencia por su vida desordenada. Y él sabía que tú tenías la solución para su problema. Por eso no dudó en buscarte, y no le importó la humillación que sufrió ante las burlas por haberse subido a aquel árbol.
Pero él no se atrevía a acercarse a ti, porque estaba lleno de vergüenza. Quizá pensó que tú no lo ibas a recibir bien, y que le ibas a llamar la atención delante de todos. Lo que no se imaginaba es que era él mismo el que iba a recibirte a ti en su casa.
No dice el Evangelio cuál fue el tema de conversación en casa de Zaqueo, pero sí deja constancia del fruto de tu misericordia: la alegría de su conversión y su disposición a reparar.
Señor: nosotros, tus sacerdotes, también necesitamos conversión, y somos Cristo que pasa entre los hombres, buscando a la oveja perdida y transmitiendo tu amor y misericordia.
Ayúdanos a reconocer valientemente nuestros pecados en el sacramento de la reconciliación, a reparar generosamente, y a buscar celosamente a tus ovejas, para que vuelvan al redil, al abrazo misericordioso del Padre.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: quiero que mis sacerdotes sean “de baja estatura”.
Que se mantengan pequeños. Es decir, humildes.
Que se suban al árbol, para que puedan ver. Es decir, a mi cruz.
Entonces, los bajaré de ahí, y me hospedaré en su casa. Es decir, en su corazón.
Y llegará la salvación a su casa. Es decir, la conversión de su corazón.
Yo quiero que todos ustedes, mis amigos, obren bien. Que dejen todo, tomen su cruz y me sigan, para que sean crucificados conmigo y que, por su fe, yo les pueda asegurar estar conmigo en el Paraíso en medio del mundo. Es decir, viviendo en la alegría del Resucitado una vida ordinaria con visión sobrenatural, con los pies en la tierra, pero con el corazón en el cielo, para que sean ejemplo.
A un verdadero sacerdote Dios lo libre de gloriarse si no es en mi cruz, por la cual se configura conmigo, y vive en el mundo participando de mi eternidad, como Cristo resucitado y vivo, pero siendo el mundo un crucificado para él, y él un crucificado para el mundo.
Amigo mío: confía en mí, confía en mi amor, yo soy el amor. Tú estabas perdido, y yo te encontré; estabas enfermo, y yo te sané; fui a buscarte, para traerte de vuelta, para hacerte mío, todo mío para siempre. No voy a dejarte, porque yo cumplo mis promesas. Confía en mí.
Yo los busco a todos ustedes, mis sacerdotes, con amor y misericordia, para que atraigan hacia mí a todas las almas. A ustedes les he encomendado a mi rebaño, para que lo busquen, para que lo encuentren, para que lo sanen, para que lo reúnan.
Pero algunos de ustedes, mis pastores, se están perdiendo, y mi rebaño se ha dispersado. Mi amor quiere ser derramado, por medio de mi misericordia, para ustedes, para que, por ustedes, llegue a todo mi rebaño, para que encuentren lo que se ha perdido y lo traigan de vuelta a la casa del Padre, en unidad, en un solo redil, en un solo rebaño.
Ustedes son un instrumento en el que se contiene el amor. Yo soy el amor. Pero el amor no puede ser contenido, no puede ser guardado, porque el amor es don.
Es del amor de donde brotan todos los dones y las gracias.
Es del amor de donde se derraman en misericordia.
Es en la oración, es en su entrega, es en sus obras, que se donan ustedes, para entregarme yo.
Yo quiero que mi amor les llegue a ustedes, mis sacerdotes, como ríos de agua viva y de misericordia.
Yo soy su maestro, amigos míos. Yo les enseñaré a entregar ese amor, a difundirlo y canalizarlo, para que lo entreguen, permaneciendo en la virtud.
Es el amor el poder de Dios, que es todopoderoso, porque Él es el amor.
El amor es más fuerte que el odio, que la mundanidad, que la iniquidad, que la apostasía, que la inmundicia, que la tentación, que el desprecio, que el abandono, que la traición, que el mal, el pecado y la muerte.
El amor lo vence todo, el amor lo puede todo, el amor es infinito y nunca se acaba, el amor es eterno y es para siempre.
Sacerdotes míos: no tengan miedo al sacrificio.
No tengan miedo al sufrimiento.
No tengan miedo al dolor.
No tengan miedo a las persecuciones por mi causa.
No tengan miedo a la soledad.
No tengan miedo a renunciar a su comodidad.
No tengan miedo a entregarse totalmente.
No tengan miedo al amor.
El amor, amigos míos, disipa el miedo, transforma el sufrimiento en alegría, transforma el dolor en gozo, transforma la persecución en encuentro, transforma la soledad en compañía, transforma la comodidad en obras que dan fruto, que fortalecen, que se entregan y se convierten en don.
Pastores de mi pueblo: salgan de sí mismos; salgan de su casa y de su comodidad; renuncien a ustedes mismos y salgan a buscarme en cada oveja perdida, en cada rebaño olvidado, en cada oveja enferma, en cada redil alejado, que ahí es por donde paso yo, para encontrarlos, para pedirles morada, para que me sigan y no regresen solos a casa.
Sacerdote, amigo mío: es viviendo en el amor como se cumplen mis mandamientos y se vive en la virtud.
Es dando ejemplo de vida en la virtud como se llega al encuentro en la búsqueda de lo que se ha perdido.
Es el corazón contrito y humillado el que recibe el amor.
Es en el perdón en donde el amor se manifiesta.
Es la misericordia el fruto del amor de Dios entregado a los hombres, para recuperar lo que se había perdido.
Entrégate tú, amigo mío, conmigo, a vivir en el amor.
Yo no te prometo riquezas en este mundo, ni placeres, ni mujeres, ni poder.
Yo no te prometo lujos, ni caminos sin piedras ni espinas.
Yo no te prometo este mundo.
Yo te prometo mi amor y la vida eterna, un trono y una corona en el cielo, para darle gloria a Dios en el gozo y en la plenitud del encuentro del que lo es todo, del que es el amor.
En este mundo te prometo la sonrisa de un niño, un amanecer con lluvia de rocío, un atardecer de paz, un verano cálido y un invierno frío, alimento vivo y un corazón encendido, para que obres en rectitud, para que recibas y entregues mi amor, derramando mi misericordia, para que ames a los que te persiguen, a los que te calumnian, a los que te odian, a los que te desprecian, a los que te no te aman. Porque ¿qué mérito tiene amar a los que te aman?
Ofrécete en el servicio al amor, que esa es tu vocación, para lo que has sido llamado, para lo que has sido preparado, para lo que has sido ordenado, y a lo que has sido enviado. Y así, permanezcas en la virtud, en la fe, en la esperanza y en la caridad, dando a los que no tienen, ayudando al que necesita, perdonando al que se arrepiente, viviendo en mí como yo vivo en ti, para que crezcas en mí, para que yo crezca en ti, para que alcances la santidad, la salvación y la vida eterna».
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Madre nuestra: tú eres refugio de los pecadores. Y eso quiere decir que le ayudas al pecador para que se convierta, para que reconozca sus pecados, se arrepienta, los confiese, haga el propósito de enmienda, y repare convenientemente.
A veces resulta difícil reconocer los pecados. Zaqueo vivía en un ambiente en donde lo “normal” era robar, aprovecharse de su cargo y abusar, a costa de los demás. Pasa con frecuencia que el pecador no se siente tan culpable, porque “todos lo hacen”. Quizá Adán y Eva pensaron lo mismo, y no por eso dejó de ser muy grave su delito.
Danos tu auxilio para corregirnos cuando nos equivocamos, para convertirnos, y dejarle a Cristo abierta la puerta de nuestro corazón, para que nos llene de su gracia.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo soy el auxilio de los cristianos. Yo soy Madre de gracia y de misericordia y, por gracia y por misericordia, yo los auxilio a ustedes, mis hijos predilectos, en todas sus necesidades.
Yo soy Madre de Dios y Madre de los hombres. Mi auxilio es reprender y corregir a los que se equivocan, como una madre corrige a sus hijos, porque los ama.
Algunos de ustedes, mis hijos sacerdotes, se están portando muy mal; están viviendo como hombres del mundo, y se están equivocando, porque no son solo hombres y no son del mundo; son Cristos y no son del mundo, como Cristo no es del mundo.
Cada cual debe comportarse tal cual es. Pero antes debe conocerse, saber quién es, cuál es su modelo para imitarlo. El modelo es Jesucristo: verdadero Dios y verdadero hombre.
El sacerdote a eso ha sido llamado, para imitarlo y hacer sus obras, teniendo sus mismos sentimientos. Pero algunos o no lo saben, o no quieren, o lo han olvidado, y abusan de su poder, dominados por la soberbia, y creen que son ricos, y que no necesitan nada ni a nadie. No se dan cuenta de que en realidad no son nada, no tienen nada, lo necesitan todo.
Esos son los corazones más pobres, los más tibios, los que necesitan conversión, los que yo busco para llevarles mi auxilio, porque mi Hijo está a punto de vomitarlos de su boca, porque no son fríos ni son calientes. Pero Él los ama, y Él al que ama lo reprende y lo corrige.
Yo vengo a traerles mi auxilio, que es Cristo mismo, a través de su Palabra y su misericordia, para que lo conozcan, para que lo amen, para que crean en Él; para que, los que pretenden ser más que su maestro, tomen conciencia y se humillen; que se arrepientan y se postren a sus pies, porque nada merecen y, sin embargo, todo les ha sido dado, porque nada son y, sin embargo, han sido llamados para ser configurados con aquel que es, que era y que ha de venir, el Todopoderoso.
Él conoce a cada uno, y conoce sus obras y las intenciones de sus corazones. Yo he venido a traerles mi auxilio, para reavivar lo que hay en ustedes; para corregir su conducta para que sea perfecta ante Dios, cuando escuchen su Palabra y la cumplan; para que reaccionen y se enmienden.
Porque mi Hijo está a la puerta y llama, y Él entrará en la casa de los que escuchen su voz y le abran la puerta, y cenará con ellos y ellos con Él. Entonces los sentará en su trono a la derecha de su Padre, con Él.
No así los impíos, que serán como paja que se lleva el viento.
El que ha sido llamado que escuche, que le abra la puerta y que lo reciba en su casa, con la alegría de saber que ha llegado a él la salvación. Abrir la puerta y recibirlo es vivir con Él su pasión, su muerte y su resurrección.
Ustedes, los que han alcanzado la cruz, acompáñenme y permanezcan conmigo, extendiendo los brazos, abrazando a Jesús».
¡Muéstrate Madre, María!
86. ABRIR LAS PUERTAS A CRISTO – SALVAR A LOS PECADORES
EVANGELIO DEL MARTES DE LA SEMANA XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO
El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 19, 1-10
En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó, y al ir atravesando la ciudad, sucedió que un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de conocer a Jesús, pero la gente se lo impedía, porque Zaqueo era de baja estatura. Entonces corrió y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí. Al llegar a ese lugar, Jesús levantó los ojos y le dijo: “Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”.
Él bajó enseguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, comenzaron todos a murmurar diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”.
Zaqueo, poniéndose de pie, dijo a Jesús: “Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más”. Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham, y el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: tú conoces muy bien el corazón de cada persona, y sabías que Zaqueo tenía un cargo de conciencia por su vida desordenada. Y él sabía que tú tenías la solución para su problema. Por eso no dudó en buscarte, y no le importó la humillación que sufrió ante las burlas por haberse subido a aquel árbol.
Pero él no se atrevía a acercarse a ti, porque estaba lleno de vergüenza. Quizá pensó que tú no lo ibas a recibir bien, y que le ibas a llamar la atención delante de todos. Lo que no se imaginaba es que era él mismo el que iba a recibirte a ti en su casa.
No dice el Evangelio cuál fue el tema de conversación en casa de Zaqueo, pero sí deja constancia del fruto de tu misericordia: la alegría de su conversión y su disposición a reparar.
Señor: nosotros, tus sacerdotes, también necesitamos conversión, y somos Cristo que pasa entre los hombres, buscando a la oveja perdida y transmitiendo tu amor y misericordia.
Ayúdanos a reconocer valientemente nuestros pecados en el sacramento de la reconciliación, a reparar generosamente, y a buscar celosamente a tus ovejas, para que vuelvan al redil, al abrazo misericordioso del Padre.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: quiero que mis sacerdotes sean “de baja estatura”.
Que se mantengan pequeños. Es decir, humildes.
Que se suban al árbol, para que puedan ver. Es decir, a mi cruz.
Entonces, los bajaré de ahí, y me hospedaré en su casa. Es decir, en su corazón.
Y llegará la salvación a su casa. Es decir, la conversión de su corazón.
Yo quiero que todos ustedes, mis amigos, obren bien. Que dejen todo, tomen su cruz y me sigan, para que sean crucificados conmigo y que, por su fe, yo les pueda asegurar estar conmigo en el Paraíso en medio del mundo. Es decir, viviendo en la alegría del Resucitado una vida ordinaria con visión sobrenatural, con los pies en la tierra, pero con el corazón en el cielo, para que sean ejemplo.
A un verdadero sacerdote Dios lo libre de gloriarse si no es en mi cruz, por la cual se configura conmigo, y vive en el mundo participando de mi eternidad, como Cristo resucitado y vivo, pero siendo el mundo un crucificado para él, y él un crucificado para el mundo.
Amigo mío: confía en mí, confía en mi amor, yo soy el amor. Tú estabas perdido, y yo te encontré; estabas enfermo, y yo te sané; fui a buscarte, para traerte de vuelta, para hacerte mío, todo mío para siempre. No voy a dejarte, porque yo cumplo mis promesas. Confía en mí.
Yo los busco a todos ustedes, mis sacerdotes, con amor y misericordia, para que atraigan hacia mí a todas las almas. A ustedes les he encomendado a mi rebaño, para que lo busquen, para que lo encuentren, para que lo sanen, para que lo reúnan.
Pero algunos de ustedes, mis pastores, se están perdiendo, y mi rebaño se ha dispersado. Mi amor quiere ser derramado, por medio de mi misericordia, para ustedes, para que, por ustedes, llegue a todo mi rebaño, para que encuentren lo que se ha perdido y lo traigan de vuelta a la casa del Padre, en unidad, en un solo redil, en un solo rebaño.
Ustedes son un instrumento en el que se contiene el amor. Yo soy el amor. Pero el amor no puede ser contenido, no puede ser guardado, porque el amor es don.
Es del amor de donde brotan todos los dones y las gracias.
Es del amor de donde se derraman en misericordia.
Es en la oración, es en su entrega, es en sus obras, que se donan ustedes, para entregarme yo.
Yo quiero que mi amor les llegue a ustedes, mis sacerdotes, como ríos de agua viva y de misericordia.
Yo soy su maestro, amigos míos. Yo les enseñaré a entregar ese amor, a difundirlo y canalizarlo, para que lo entreguen, permaneciendo en la virtud.
Es el amor el poder de Dios, que es todopoderoso, porque Él es el amor.
El amor es más fuerte que el odio, que la mundanidad, que la iniquidad, que la apostasía, que la inmundicia, que la tentación, que el desprecio, que el abandono, que la traición, que el mal, el pecado y la muerte.
El amor lo vence todo, el amor lo puede todo, el amor es infinito y nunca se acaba, el amor es eterno y es para siempre.
Sacerdotes míos: no tengan miedo al sacrificio.
No tengan miedo al sufrimiento.
No tengan miedo al dolor.
No tengan miedo a las persecuciones por mi causa.
No tengan miedo a la soledad.
No tengan miedo a renunciar a su comodidad.
No tengan miedo a entregarse totalmente.
No tengan miedo al amor.
El amor, amigos míos, disipa el miedo, transforma el sufrimiento en alegría, transforma el dolor en gozo, transforma la persecución en encuentro, transforma la soledad en compañía, transforma la comodidad en obras que dan fruto, que fortalecen, que se entregan y se convierten en don.
Pastores de mi pueblo: salgan de sí mismos; salgan de su casa y de su comodidad; renuncien a ustedes mismos y salgan a buscarme en cada oveja perdida, en cada rebaño olvidado, en cada oveja enferma, en cada redil alejado, que ahí es por donde paso yo, para encontrarlos, para pedirles morada, para que me sigan y no regresen solos a casa.
Sacerdote, amigo mío: es viviendo en el amor como se cumplen mis mandamientos y se vive en la virtud.
Es dando ejemplo de vida en la virtud como se llega al encuentro en la búsqueda de lo que se ha perdido.
Es el corazón contrito y humillado el que recibe el amor.
Es en el perdón en donde el amor se manifiesta.
Es la misericordia el fruto del amor de Dios entregado a los hombres, para recuperar lo que se había perdido.
Entrégate tú, amigo mío, conmigo, a vivir en el amor.
Yo no te prometo riquezas en este mundo, ni placeres, ni mujeres, ni poder.
Yo no te prometo lujos, ni caminos sin piedras ni espinas.
Yo no te prometo este mundo.
Yo te prometo mi amor y la vida eterna, un trono y una corona en el cielo, para darle gloria a Dios en el gozo y en la plenitud del encuentro del que lo es todo, del que es el amor.
En este mundo te prometo la sonrisa de un niño, un amanecer con lluvia de rocío, un atardecer de paz, un verano cálido y un invierno frío, alimento vivo y un corazón encendido, para que obres en rectitud, para que recibas y entregues mi amor, derramando mi misericordia, para que ames a los que te persiguen, a los que te calumnian, a los que te odian, a los que te desprecian, a los que te no te aman. Porque ¿qué mérito tiene amar a los que te aman?
Ofrécete en el servicio al amor, que esa es tu vocación, para lo que has sido llamado, para lo que has sido preparado, para lo que has sido ordenado, y a lo que has sido enviado. Y así, permanezcas en la virtud, en la fe, en la esperanza y en la caridad, dando a los que no tienen, ayudando al que necesita, perdonando al que se arrepiente, viviendo en mí como yo vivo en ti, para que crezcas en mí, para que yo crezca en ti, para que alcances la santidad, la salvación y la vida eterna».
+++
Madre nuestra: tú eres refugio de los pecadores. Y eso quiere decir que le ayudas al pecador para que se convierta, para que reconozca sus pecados, se arrepienta, los confiese, haga el propósito de enmienda, y repare convenientemente.
A veces resulta difícil reconocer los pecados. Zaqueo vivía en un ambiente en donde lo “normal” era robar, aprovecharse de su cargo y abusar, a costa de los demás. Pasa con frecuencia que el pecador no se siente tan culpable, porque “todos lo hacen”. Quizá Adán y Eva pensaron lo mismo, y no por eso dejó de ser muy grave su delito.
Danos tu auxilio para corregirnos cuando nos equivocamos, para convertirnos, y dejarle a Cristo abierta la puerta de nuestro corazón, para que nos llene de su gracia.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijos míos, sacerdotes: yo soy el auxilio de los cristianos. Yo soy Madre de gracia y de misericordia y, por gracia y por misericordia, yo los auxilio a ustedes, mis hijos predilectos, en todas sus necesidades.
Yo soy Madre de Dios y Madre de los hombres. Mi auxilio es reprender y corregir a los que se equivocan, como una madre corrige a sus hijos, porque los ama.
Algunos de ustedes, mis hijos sacerdotes, se están portando muy mal; están viviendo como hombres del mundo, y se están equivocando, porque no son solo hombres y no son del mundo; son Cristos y no son del mundo, como Cristo no es del mundo.
Cada cual debe comportarse tal cual es. Pero antes debe conocerse, saber quién es, cuál es su modelo para imitarlo. El modelo es Jesucristo: verdadero Dios y verdadero hombre.
El sacerdote a eso ha sido llamado, para imitarlo y hacer sus obras, teniendo sus mismos sentimientos. Pero algunos o no lo saben, o no quieren, o lo han olvidado, y abusan de su poder, dominados por la soberbia, y creen que son ricos, y que no necesitan nada ni a nadie. No se dan cuenta de que en realidad no son nada, no tienen nada, lo necesitan todo.
Esos son los corazones más pobres, los más tibios, los que necesitan conversión, los que yo busco para llevarles mi auxilio, porque mi Hijo está a punto de vomitarlos de su boca, porque no son fríos ni son calientes. Pero Él los ama, y Él al que ama lo reprende y lo corrige.
Yo vengo a traerles mi auxilio, que es Cristo mismo, a través de su Palabra y su misericordia, para que lo conozcan, para que lo amen, para que crean en Él; para que, los que pretenden ser más que su maestro, tomen conciencia y se humillen; que se arrepientan y se postren a sus pies, porque nada merecen y, sin embargo, todo les ha sido dado, porque nada son y, sin embargo, han sido llamados para ser configurados con aquel que es, que era y que ha de venir, el Todopoderoso.
Él conoce a cada uno, y conoce sus obras y las intenciones de sus corazones. Yo he venido a traerles mi auxilio, para reavivar lo que hay en ustedes; para corregir su conducta para que sea perfecta ante Dios, cuando escuchen su Palabra y la cumplan; para que reaccionen y se enmienden.
Porque mi Hijo está a la puerta y llama, y Él entrará en la casa de los que escuchen su voz y le abran la puerta, y cenará con ellos y ellos con Él. Entonces los sentará en su trono a la derecha de su Padre, con Él.
No así los impíos, que serán como paja que se lleva el viento.
El que ha sido llamado que escuche, que le abra la puerta y que lo reciba en su casa, con la alegría de saber que ha llegado a él la salvación. Abrir la puerta y recibirlo es vivir con Él su pasión, su muerte y su resurrección.
Ustedes, los que han alcanzado la cruz, acompáñenme y permanezcan conmigo, extendiendo los brazos, abrazando a Jesús».
¡Muéstrate Madre, María!