19/09/2024

Lc 19, 28-40

40. ACOMPAÑAR AL SEÑOR – BURRITOS DE JESÚSEVANGELIO DEL DOMINGO DE RAMOS (C)

Bendito el que viene en nombre del Señor.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 19, 28-40

En aquel tiempo, Jesús, acompañado de sus discípulos, iba camino de Jerusalén, y al acercarse a Betfagé y a Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Vayan al caserío que está frente a ustedes. Al entrar, encontrarán atado un burrito que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo aquí. Si alguien les pregunta por qué lo desatan, díganle: ‘El Señor lo necesita’ “.

Fueron y encontraron todo como el Señor les había dicho. Mientras desataban el burro, los dueños les preguntaron: “¿Por qué lo desamarran?” Ellos contestaron: “El Señor lo necesita”. Se llevaron, pues, el burro, le echaron encima los mantos e hicieron que Jesús montara en él.

Conforme iba avanzando, la gente tapizaba el camino con sus mantos, y cuando ya estaba cerca la bajada del monte de los Olivos, la multitud de discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos por todos los prodigios que habían visto, diciendo:

 “¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!”

Algunos fariseos que iban entre la gente, le dijeron: “Maestro, reprende a tus discípulos”. Él les replicó: “Les aseguro que si ellos se callan, gritarán las piedras”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: comienzan los días que culminarán con los misterios de tu pasión y muerte, y con la gloria de tu resurrección.

Hay un contraste muy grande entre los gritos de júbilo que la Iglesia celebra hoy, con aquellas voces: “crucifícalo”, que se escucharán el Viernes Santo. Son los mismos los que gritan.

Todo está en el plan de Dios, y has querido que hubiera una entrada triunfal en Jerusalén, proclamándote hijo de David, el Mesías esperado.

Me gusta la figura del burrito que quisiste utilizar como trono triunfal aquel día. Y me sorprenden las palabras que utilizaste para pedirlo: “el Señor lo necesita”.

Has querido, Jesús, los servicios de un burrito que, si pudiera pensar, se sentiría halagado de prestarle su lomo al Rey del universo en ese momento de gloria.

Pero no tenía ningún mérito. Tú lo escogiste porque quisiste, y ese burrito se sentía honrado cuando pisaba aquellos mantos extendidos en el suelo.

Así nosotros, Señor, tus sacerdotes, hemos sido elegidos por ti para prestarte un servicio, para llevarte a todas las almas.

¿Cómo puedo cumplir mejor con mi misión? ¿Cómo gloriarme solo en tu cruz?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: acompáñame. Me rodea mucha gente que me alaba y me aclama como rey.

Pero de mis ojos escurren lágrimas. Llora un rey, y esas lágrimas expresan el sufrimiento de Dios por su obra perdida, y el deseo de la salvación de su pueblo, que, entre gritos de júbilo y alabanzas, caminan en tinieblas, aunque la luz está con ellos.

Entre la multitud hay muchos demonios a los que les es permitido adueñarse de esas voces y esos cuerpos, para traicionar al rey en medio de su sufrimiento, para que se cumpla todo lo que está escrito.

Este es el misterio del sufrimiento de Dios. Los que me aclaman con alabanzas, están dominados por su egoísmo. Solo piensan en ellos mismos, en ser salvados y liberados por el que dicen creer que es el Hijo de Dios, el Salvador, el Redentor.

Pero no piensan en mí, no piensan en Dios, solo piensan en ellos mismos, y se alegran por recibir un beneficio a través de mí.

Pero yo no soy solo un instrumento.

Yo Soy, y esa es la verdad.

Yo no soy solo un profeta que Dios ha enviado.

Yo soy el Hijo de Dios, y Él es mi Padre.

Es a través de mí que mi Padre expresa su amor por los hombres y su sufrimiento por perderlos.

Es a través del Espíritu Santo que se unen el Padre y el Hijo, tres personas distintas, un solo Dios verdadero, entregándose a través del sufrimiento del mismo Dios hecho hombre, para mostrar su esencia al mundo.

Dios es amor. Yo soy el amor. Y el amor está siendo probado hasta el extremo en el dolor, en el sufrimiento, en la obediencia, en la voluntad, en la humildad, en la fe, en la esperanza, en la caridad, en la entrega, en la perseverancia, como el oro en crisol.

Pero el amor es verdadero, y todo lo supera, porque el amor todo lo alcanza, todo lo puede, todo lo soporta.

Dios se prueba a sí mismo en una donación total a los otros que Él mismo ha creado, y que lo han rechazado, para que hagan con Él lo que quieran, en la certeza absoluta de recuperarlos, haciendo con su muerte nuevas todas las cosas, a través de Él mismo, amando hasta el extremo, derramando su misericordia a todos los rincones del mundo.

Y sufre el Padre, y sufre el Hijo en el Espíritu, transformando el sufrimiento en una obra redentora.

Y ama el Padre, y ama el Hijo, derramando el amor a través del Espíritu en dones y gracias para los hombres, para recuperar a cada uno.

Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado. Pero al tercer día resucitará.

Los que ahora me alaban, más tarde me traicionarán. Al menos tú, amigo mío, no me traiciones.

Acompáñame, acompañando a mi Madre, y permanece dispuesto, porque antes de entrar en Jerusalén yo enviaré a buscarte. Acude pronto, porque el Señor te necesita».

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Madre mía: tú siempre acompañabas a tu Hijo. Ayúdame a mí a no separarme nunca de Él.

Madre de Cristo, Rey de reyes: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: fue un honor para el burrito ser elegido para llevar tan preciosa carga y ser el altar del Rey.

Un honor es servirlo llevando su Palabra, que es como espada de dos filos, a todos los rincones del mundo.

Un honor es haber sido elegido para ser sacerdote de Cristo, y hacer las obras que hace Él.

Un honor es conocerlo y creer en Él.

Un honor es reconocerlo en el vino y en el pan, consagrados en el altar.

Un honor es entregar tu vida para seguirlo, cargando la cruz en la que Él por ti murió.

Un honor es ser hijo de Dios, y ser salvado por tu Señor.

Un honor es ser su discípulo amado, y permanecer junto a Él.

Un honor es acompañar a su Madre, como lo hizo él.

Siéntanse honrados, hijos míos, porque, como Juan, han sido llamados.

Sírvanlo, ámenlo, contémplenlo, compadézcanse con Él, viviendo su pasión, su muerte y su resurrección.

Mírenlo, es Él, Cristo está vivo y es un Rey, el único Rey verdadero. Pero su Reino no es de este mundo. Alábenlo.

Glorifiquen al Señor, y acepten también que Él no elige carros de hermosos caballos, ni maquinarias de último modelo. No elige instrumentos ricos ni poderosos. Elige a los sencillos y humildes, porque para Él son los más valiosos.

Los que perseveren en las pruebas con Cristo se salvarán y serán parte en su reino.

Yo los llamo para que se tomen de mi mano y de la mano de Jesús, para que, unidos en una misma ofrenda, sean parte del mismo y único sacrificio, y superen todas las pruebas, llevando su fe a través de sus ministerios, para que, a través de ustedes, mi Hijo sea levantado, y su nombre sea ensalzado, de modo que, al nombre de Jesús, toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en los abismos y en todo lugar, para que sea alabado y proclamado Señor y Rey del Universo, para que, por esa fe, los que lo alaben y aclamen nunca más lo traicionen, sino que se unan al coro de los ángeles, diciendo: “Gloria a Dios en el cielo, y paz a los hombres de buena voluntad. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo”.

Esta unión es a través de su entrega en oración y sacrificio, para que, muriendo al mundo, vivan en la fe, dando fruto con sus obras.

Perseveren en esta entrega, unidos en el dolor, en el sufrimiento, en el amor y en la alegría de servir a Jesús, Cristo Rey del universo, a través de obras de misericordia, para la gloria de Dios Padre.

Tómense de mi mano y acompáñenme».

¡Muéstrate Madre, María!