95. RENDIR CUENTAS DE CADA ALMA – CUMPLIR LA LEY DE DIOS
EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO
Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que se cumpla el plazo señalado por Dios.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 21, 20-28
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando vean a Jerusalén sitiada por un ejército, sepan que se aproxima su destrucción. Entonces, los que estén en Judea, que huyan a los montes; los que estén en la ciudad, que se alejen de ella; los que estén en el campo, que no vuelvan a la ciudad; porque esos días serán de castigo para que se cumpla todo lo que está escrito.
¡Pobres de las que estén embarazadas y de las que estén criando en aquellos días! Porque vendrá una gran calamidad sobre el país y el castigo de Dios se descargará contra este pueblo. Caerán al filo de la espada, serán llevados cautivos a todas las naciones y Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que se cumpla el plazo que Dios les ha señalado.
Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrellas. En la tierra, las naciones se llenarán de angustia y de miedo por el estruendo de las olas del mar; la gente se morirá de terror y de angustiosa espera por las cosas que vendrán sobre el mundo, pues hasta las estrellas se bambolearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad. Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: causa sufrimiento considerar tus palabras sobre los días de castigo que se aproximan, las calamidades, el cautiverio, la angustia, el miedo y todo lo que anuncias para “aquellos días”.
Pero también es verdad que da consuelo lo que dices al final sobre “levantar la cabeza” porque se acerca la hora de nuestra liberación, en tu segunda venida.
Es una llamada a la confianza, a la seguridad de que si vamos a ti no tendremos hambre, y si creemos en ti no tendremos sed. Para los justos, verte llegar con poder y majestad no puede ser sino un motivo de inmensa alegría.
Es la alegría de quien espera la hora de abrazar a su amado; como el anuncio de una madre dando a luz; como el fin de una larga espera entre cadenas, para ser liberado.
Señor: ayúdanos a todos a estar preparados, siempre vigilantes, con las lámparas encendidas.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: yo soy el Hijo de Dios. Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí no tendrá hambre y el que crea en mí no tendrá sed.
Días vendrán en que volveré para llevarme lo que me pertenece. Será un día de alegría para los que me aman y un día terrible para los que me odian. Tomaré a los que creen en mí y los pondré a mi derecha, y los justos entrarán conmigo al Paraíso. Los demás serán juzgados con la espada de la justicia. Porque hay quien viendo no ve y oyendo no oye. Dichosos los que no han visto y han creído.
Dichosos los que confían en mí. Tu seguridad y tu confianza también me pertenecen. Confía en mí. Es mi cruz la señal prodigiosa de todos los tiempos, la que anuncia el fin de la muerte, con mi vida y con mi muerte, testimonio del gran amor de Dios por los hombres, signo de salvación, testigo de misericordia, señal de fe consumada en mi resurrección.
Grandes prodigios verán antes de que el Hijo del Hombre vuelva, y los que temen a Dios se alegrarán, y los otros se horrorizarán.
Los que confían en mí me alabarán, y los que no confían morirán de miedo.
Los que tienen puesta su seguridad en mí serán llenos de paz, y los que tienen sus seguridades en el mundo perecerán en el mundo.
Porque no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida.
Sacerdotes míos: permanezcan en vela, estén preparados para cuando yo vuelva, abran sus ojos para que vean las señales. Porque el día que el Hijo del hombre vuelva, vendrá con todo su poder y majestad a llevarse lo que le pertenece. Entonces reunirá con su brazo a todos sus pastores, de todas las naciones, con todos sus rebaños, para que sean un solo pueblo santo.
¡Ay de ustedes los que estén dormidos!, porque deberán rendirme cuentas de cada alma que les ha sido encomendada, de cada sacramento, de cada absolución. Porque a ustedes les ha sido dada la sabiduría y el poder para conducir a mi pueblo hacia la tierra prometida.
A los que ustedes perdonen los pecados quedarán perdonados, pero a los que no perdonen quedarán sin perdonar.
A los que ustedes instruyan tendrán sabiduría, pero a los que no instruyan quedarán en la ignorancia.
A los que prediquen mi Palabra, tendrán fe para creer, pero a los que no lleven mi Palabra, no podrán creer.
A los que conduzcan a la luz, tendrán luz, pero a donde no lleven mi luz, quedarán en la oscuridad.
A los que ustedes santifiquen en mi nombre, esos verán a Dios.
Es por su fe, sacerdotes míos, que serán salvados, pero es por sus obras que serán juzgados. Y el Hijo del hombre vendrá con todo su poder para hacer justicia.
Yo los he llamado para que ustedes sean parte conmigo del banquete de bodas del hijo del Rey, para que traigan a los invitados, los sienten a la mesa y les den de comer y les den de beber, para que fortalezcan su perseverancia y su fe, hasta que yo vuelva.
Pero ¡ay de aquel que no esté vestido de fiesta y pretenda ser parte del banquete!, porque entonces será atado de pies y manos y arrojado a las tinieblas, y ahí será el llanto y el rechinar de dientes.
Sacerdotes de mi pueblo: muchos son los llamados, pero pocos los elegidos. Es por mi misericordia que son advertidos. El que tenga oídos que oiga».
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Madre nuestra: a propósito de las señales prodigiosas en el sol, la luna y las estrellas, vienen a mi mente esas palabras del libro del Apocalipsis sobre el gran signo que apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Estaba embarazada y sufría dolores de parto, a punto de dar a luz.
Y el otro signo, un dragón de muchas cabezas, que quería arrebatarle el hijo a la mujer en cuanto naciera.
Pienso que esa mujer eres tú, llevando la luz a todas las naciones. El dragón es el diablo, furioso porque no puede devorar al Niño, y es vencido por la Luz. El Niño es Jesús, y la Luz la Palabra de Dios, con la que rige a todas las naciones.
Pienso en ti como Reina y Madre, sentada en la mesa para el banquete, que es la Carne y la Sangre del Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo, el que, siendo Dios, fue bautizado, para incluirnos a todos en un solo Bautismo, en un solo cuerpo y en un mismo espíritu, para la salvación de todo el mundo, para dar vida eterna en su Resurrección, a todos los que crean en Él.
Y pienso en Jesús, con su rostro imponente, majestuoso, divino, irresistible, mostrando la misericordia de Dios, que acoge, que vivifica, que purifica, que abraza, que une. Es el rostro de un hombre, la majestad de un rey y la omnipotencia de Dios, que se abaja a la impotencia y a la miseria de un alma enamorada, que no desea nada más que contemplar y servir a su amado, a su Rey, a su Señor, pero que es tan mísera su existencia, que se agota y se cansa, que se debilita y solo desea morir, para unirse para siempre en la misericordia infinita de su misericordioso creador.
Yo sé que se cumplirá hasta la última Palabra de la Escritura. Te pido que nos ayudes a todos a no perder de vista esa Luz, que es la Palabra de tu Hijo, para permanecer siempre bien preparados esperando su segunda venida.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
«Hijos míos, sacerdotes: yo mantengo a mis hijos bajo la protección de mi manto; pero mis hijos deben reunirse en torno a mí, para que los cubra, para que los proteja, para que los auxilie, para que los abrace.
Yo ruego para que ustedes, mis hijos sacerdotes, lleven a todos los pueblos una misma fe, para que, por medio de los sacramentos, reúnan a todos en un solo pueblo, para que, cuando mi Hijo vuelva, los encuentre a todos reunidos bajo la protección de mi manto.
Confíen, hijos, en el que es, en el que era, y en el que ha de venir: el Todopoderoso.
Yo soy la Siempre Virgen Santa María de Guadalupe. De mi vientre sale la Luz para iluminar el mundo.
Y en el principio era la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Todo se hizo por ella, y ella era la vida, y la vida era la Luz de los hombres.
Y la Luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. La Palabra era la Luz que ilumina a todo hombre. Y vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a los que la recibieron les dio el poder de hacerse hijos de Dios.
Esos son mis hijos, y este es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.
Hijos míos, yo lloro por mis hijos, sufro por mis hijos; por los que teniendo ojos no ven, y teniendo oídos no escuchan; por los que se tapan los ojos y los oídos, porque no quieren creer. Solo los que crean se salvarán.
Que estén preparados, porque nadie sabe ni el día ni la hora en la que los que tienen fe y creen en el nombre de Jesús, serán liberados. Los que no tengan fe serán vengados por sus malas obras, y todo será destruido.
Yo quiero que mis hijos escuchen y pongan en práctica la Palabra, para que fortalezcan su fe. Que desde el primer día del Adviento se escuche la voz que clama en el desierto: “Rectifiquen el camino del Señor”. Ese es mi consuelo y mi descanso».
¡Muéstrate Madre, María!