20/09/2024

Lc 21, 34-36

97. PREPARADOS BAJO EL MANTO DE MARÍA – PERMANECER EN VELA

EVANGELIO DEL SÁBADO DE LA SEMANA XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

Velen para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder.

Del santo Evangelio según san Lucas: 21, 34-36

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Estén alerta, para que los vicios, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos; porque caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra.

Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: termina hoy el año litúrgico con una llamada más a la vigilancia, para estar preparados para comparecer seguros el día del Juicio. Lo dijiste de diversas maneras: “estén alerta”, “velen”, “hagan oración” …

Por un lado, hay que estar preparados, y, por otro lado, pides evitar los vicios, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida, para que no entorpezcan la mente.

Queda claro que hay que luchar para llegar a la meta, para alcanzar la santidad. Son los valientes los que arrebatan el cielo. Por eso nuestra vida debe ser milicia, somos soldados en el ejército del Rey.

Yo quisiera terminar este año litúrgico acudiendo a la Reina, a santa María, quien es camino seguro, pidiéndote tu consejo para no perder nunca, en mi lucha, su compañía.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: yo les pido que en esta espera preparen sus corazones para ser dignificados conmigo; que pidan perdón y crean en el Evangelio, para que me reciban, para que me amen, para que me abran la puerta.

Un corazón preparado es un corazón dichoso, bienaventurado. Dichosos los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed, dichosos los misericordiosos, dichosos los puros de corazón, dichosos los que trabajan por la paz, dichosos los perseguidos por mi causa.

Confíen en mí, confíen en María, que es mi Madre. No hay nada más grato para mí que la alegría de mi Madre. Acompáñenla.

Ella siempre los llevará hasta mí.

Ella es camino seguro, porque lleva en su seno a Dios, llena del Espíritu Santo.

Ella es Madre de la gracia, Madre de misericordia, Madre del amor.

Yo quiero que ustedes, mis sacerdotes, la conozcan, para que la amen, para que Ella los mantenga en el camino. Yo soy el camino.

Sacerdotes míos: estén preparados, permanezcan en vela, en oración constante, bajo la protección del manto de mi Madre, para que sean fortalecidos, hasta que yo vuelva.

Ustedes son soldados de mi ejército en el mundo, que es a donde yo los he enviado a construir y a defender mi Reino, que no es de este mundo; a enfrentarse con el enemigo de mi Reino; a resistir las tentaciones del enemigo de mi Reino; a vencer al enemigo, para salvar mi Reino.

Yo los he llamado amigos, para que permanezcan en amistad conmigo. Pero yo, que soy su amigo, no soy de este mundo. Ustedes, que son mis amigos, no son de este mundo. El que quiera ser mi amigo que deje todo y que me siga.

Yo pido al Padre que proteja a mis amigos. No que los saque del mundo, sino que los proteja del maligno. Porque yo los necesito en el mundo, en medio del mundo, cumpliendo la misión que les he encomendado, luchando, peleando, defendiendo, convirtiendo, ganando almas, con amor.

Es el amor el arma que fortalece, que sostiene, que vence al enemigo.

Es el amor fuente de toda dicha.

Es el amor la victoria en la batalla del ejército de Dios. Yo soy el amor.

Es la mujer vestida de sol la que contiene en su vientre el amor.

Es la luz que emana de su vientre la que ilumina y mantiene en el camino.

Es su dulzura mi consuelo y su maternidad mi cielo.

Es la belleza en la que se refleja mi Reino.

Es Madre y Reina del Cielo.

Amigos míos, soldados de Dios: reúnan mi ejército en torno a mi Madre, porque con Ella la victoria está segura.

Confíen en mi Madre, que su auxilio es seguro.

Caminen con mi Madre, que su camino soy yo, y es por mí que Ella es el camino más fácil y más seguro de llegar a mí.

Amigo mío: cuando te agobie la pena, el cansancio, el sufrimiento y el dolor, confía en mi Madre, que Ella es consuelo.

Y cuando te asalte la duda y te perturbe la tentación, llama a mi Madre, Ella es tu protección, te mantendrá seguro.

Y cuando te invada el deseo de Dios, en medio de tu desierto, acude a mi Madre, Ella te llevará a la alegría de mi encuentro.

Y cuando pierdas mi amistad, por haberte refugiado en la falsa seguridad del pecado; cuando la culpa te carcoma el alma; cuando la vergüenza te aleje de mí, entrégate en los brazos de mi Madre, y Ella te ayudará a llorar amargamente, por mí, lágrimas de arrepentimiento, y te dará el valor, y te dará la fuerza y su compañía para reconciliarte conmigo, para volver a mi amistad, para aliviar el dolor de mi Corazón entregándome el tuyo, contrito y humillado, que yo no desprecio.

Y en Ella encontrarás la seguridad, el amor y la paz.

Yo te he entregado a mi Madre en el momento más tormentoso pero más feliz de mi vida, cuando supe que había triunfado en el mundo, que había ganado la batalla, que la victoria estaba asegurada, y que mi ejército con Ella estaría seguro; que por Ella habían visto la luz, y con Ella llevarían la fe, la esperanza y la caridad a todos los rincones del mundo, porque Ella es ejemplo de humildad, de perseverancia, de paciencia, de entrega, de obediencia, de virtud, de pureza, de prudencia, de servicio, de fortaleza, de sabiduría, de inteligencia, de consejo, de ciencia, de piedad, de amor a Dios, porque el Espíritu Santo está con Ella.

Confíen en mi Madre, que por mí es también su Madre, y acepten su compañía, la compañía de María».

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Madre nuestra: confiamos en ti, aceptamos tu compañía, porque la necesitamos.

Nosotros, tus sacerdotes debemos ser santos, para que seamos ejemplo y podamos así guiar a las almas.

Pedimos tu auxilio, para que seas la fortaleza en nuestra debilidad y fragilidad.

Tú eres nuestra esperanza, porque eres fuente de luz.

Sé nuestra guía hacia nuestra reconciliación y santificación. Tú eres nuestro modelo en virtud y santidad. Que tu ejemplo rija nuestra vida, para que te imitemos, para que nos entreguemos a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas nuestras fuerzas, a través de una vida en oración continua y constante, por medio de nuestro trabajo diario, cumpliendo nuestros deberes ordinarios, pero con un esfuerzo extraordinario, renunciando a las cosas del mundo, renunciando a nosotros mismos, permitiendo que sea Cristo quien viva en nosotros y obre por nosotros.

Te pedimos que intercedas para que seamos fortalecidos de celo apostólico y estemos llenos del Espíritu Santo, para que sepamos recibir, por la entrega y el sacrificio de muchas almas orantes, que entregan su vida en sacrificio constante por nosotros, las gracias y dones para ejercer nuestros ministerios en virtud y santidad, en unidad con Cristo Eucaristía, con quien somos uno mismo, Sacerdote y Cristo, fuente de unidad para toda la Santa Iglesia.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: te agradezco tu compañía. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: yo les pido que estén alerta, que permanezcan en oración conmigo, para acompañarlos en el camino de vuelta a casa. Quiero que recen conmigo el Rosario, para que sean fortalecidos, adorando y alabando a Dios.

Permanezcan en oración constante conmigo, en cada palabra, en cada obra, en cada acto, ofreciendo todo por su santidad, para que ustedes, los que han recibido el poder, entiendan que ese poder viene de Dios, y es Él quien vive en ustedes, obra en ustedes y actúa por ustedes.

Quiero que entiendan que el poder es más grande cuando ustedes se hacen menos, cuando renuncian a sí mismos para que Cristo crezca en ustedes.

Que entiendan que Él les ha dado el poder para predicar, para convertir, para perdonar, para alimentar, para salvar a todas las almas justificadas por Él mismo, para que sean parte del Reino que permanece en construcción constante hasta que Él vuelva, para que, cuando los reinos del mundo que traen la guerra sean destruidos, el Reino de los Cielos, instaurado en el mundo por Cristo para ser construido por sus sacerdotes, sea consumado y traiga la paz.

Hijos míos: la cruz es el signo de Cristo, que es la puerta que une al cielo con la tierra. Muchas cosas habrán de suceder, pero algunos de ustedes, mis hijos, están muy distraídos, y no creen. Muchas señales les han sido dadas, y no creen. El llamado ha sido claro, y no creen.

Es necesario que se arrepientan y crean en el Evangelio.

Es necesario que pidan perdón y crean en la Eucaristía.

Es necesario que estén preparados, porque nadie sabe ni el día ni la hora. Pero los profetas no mienten, y lo que está escrito es verdad y digno de creerse, y todo se cumplirá hasta la última letra.

Es necesario que crean lo que dice la Escritura: cielos y tierra pasarán, pero la Palabra de Dios no pasará.

En el cielo todo está dispuesto, el banquete está servido y todo está preparado para recibir a los invitados. Pero en la tierra hay mucho desorden, y los invitados no están listos para el día de fiesta.

Es necesario que permanezcan en oración, en intimidad con Dios, en constante comunicación con el amado, enamorados del amor.

Es necesario que ustedes, mis hijos sacerdotes, permanezcan en la fidelidad, abandonados en el llamado a vivir en virtud y santidad su vocación.

Es tiempo de preparar a los invitados y de vestirlos de fiesta, porque aquel día los tomará por sorpresa, caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra, y no habrá quien no se dé cuenta. Y a los que no tengan vestido de fiesta los echarán fuera, y se cerrará la puerta y ya no podrán entrar.

Compadezcan mi angustia y consuelen mi dolor y mi impotencia de llamarlos y no ser escuchada; de buscarlos y no encontrarlos; de mostrarles el camino y no poder convencerlos de seguirlo.

Yo soy Madre, y me muestro Madre, para que reciban la misericordia; para que tomen conciencia y se arrepientan, y crean; para que obedezcan y cumplan la ley de Dios; para que vuelva el orden al mundo y sea como Él lo creó: un solo rebaño y un solo Pastor, una sola Iglesia, un solo pueblo Santo de Dios.

El que un día vino a buscar no a los justos sino a los pecadores, volverá un día a buscar a los justos y a separarlos de los pecadores. Y a unos los pondrá a la derecha y les dirá: “vengan benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, estaba desnudo y me vistieron y estaba enfermo y preso, y me visitaron”.

Y a otros los pondrá a la izquierda, y les dirá: “apártense de mí, malditos, porque tuve hambre y no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber, estuve desnudo y no me vistieron, era forastero y no me acogieron, estuve enfermo y preso y no me visitaron”.

La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Oren para que no sea así esta vez, sino que, cuando venga otra vez, sí la reciban.

Yo les pido a ustedes la disposición a recibir y a dar la misericordia de Dios.

Que estén alerta y no se distraigan, que recen, esperen y no se preocupen.

Que se preparen para que cuando mi Hijo venga los encuentre reunidos.

Que se preparen, porque nadie sabe ni el día ni la hora.

Que se preparen todos los días para recibirlo, como si cada día fuera el último día.

 Que se vistan de fiesta y reciban la Palabra, para que la hagan suya, para que hagan oración y la cumplan.

Que se den cuenta que el Cristo que viene todos los días a sus manos, el mismo Cristo resucitado y vivo, que vendrá como un rey con toda su majestad y gloria en el último día, se hace presente en sus manos, en Eucaristía.

De la misma manera que hay que estar preparados para la Comunión eucarística, hay que estar preparados para la venida definitiva del Hijo del hombre.

Y de la misma manera que la Comunión santifica –pero si están en pecado grave se condenan–, de la misma forma la venida de Cristo al mundo será para unos alegría y gloria, y para otros será terror y condena.

Y así como la Comunión es personal y particular, íntima e individual, así debe ser la oración. Así será la venida del Hijo del hombre: un encuentro definitivo con cada uno en lo personal, en lo particular, en la intimidad, porque cada uno fue creado único e irrepetible, a imagen y semejanza de Dios».

¡Muéstrate Madre, María!