22/09/2024

Jn 1, 19-28

40. RENOVACIÓN, CONVERSIÓN – ACTUAR IN PERSONA CHRISTI

2 DE ENERO, FERIA DEL TIEMPO DE NAVIDAD

Viene después de mí alguien que existía antes que yo.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 1, 19-28

Éste es el testimonio que dio Juan el Bautista, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: “¿Quién eres tú?”.

Él reconoció y no negó quién era. Él afirmó: “Yo no soy el Mesías”. De nuevo le preguntaron: “¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías?”. Él les respondió: “No lo soy”. “¿Eres el profeta?”. Respondió: “No”. Le dijeron: “Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?”. Juan les contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías”.

Los enviados, que pertenecían a la secta de los fariseos, le preguntaron: “Entonces ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?” Juan les respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”.

Esto sucedió en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan bautizaba.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: el Bautista la pasó mal siendo cuestionado por sacerdotes y levitas. “¿Quién eres tú?” Le preguntaban. Seguramente les incomodaba su predicación y querían saber con qué autoridad hablaba.

Hablaba de conversión, y no todos quieren convertirse.

Pero él solo preparaba tus caminos, tú eras aquel que estaba en medio de ellos y no te conocían.

Señor, yo sé que también a mí, sacerdote, que soy otro Cristo, me debe pasar lo mismo: debo hablar de conversión, debo preparar tus caminos, cargar con mi cruz y nunca negarte. Me siento débil para eso, necesito los cuidados y la protección de los brazos de mi Madre.

¿Cómo puedo tener presente siempre esa ayuda materna, sobre todo en los momentos difíciles?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: renovación, nuevo compromiso, arrepentimiento, perdón, responsabilidad, aceptación, entrega, renuncia, cruz, muerte, resurrección, vida, eternidad, gloria, gozo, alegría, plenitud, paz, amor.

Eso, amigo mío, significa la renovación. Eso es lo que yo quiero. Eso es lo que yo he enseñado. Para eso existe el tiempo en el mundo de los hombres, en donde todo tiene un principio y un fin.

Pero yo te digo, amigo mío, yo soy el principio y el fin. Eso es lo que debes aprender. Eso es lo que debes aceptar. Eso es a lo que debes unir tu voluntad: ciclos en la vida para comenzar y recomenzar, para perdonar y olvidar, porque yo hago nuevas todas las cosas.

Mía es la eternidad, mío es el tiempo. Pero yo te digo: es tiempo de renovación, es tiempo de arrepentimiento, es tiempo de conversión. Enderecen los caminos del Señor.

Anuncia, amigo mío, la Buena Nueva que es mi palabra: yo soy.

Que todos escuchen de nuevo mi voz, porque son hijos, pero parece que algunos no lo saben, parece que no lo quieren, parece que no lo aceptan, porque no lo entienden.

Pero la realidad es que no lo ven, porque tienen los ojos cerrados, están distraídos, tienen los ojos cegados, están viviendo en las tinieblas, cuando yo soy la luz, y ellos mismos conmigo son luz.

Me refiero a ustedes, mis amigos, mis sacerdotes, pero también me refiero a todos los hombres.

¿En dónde está la fe que el Espíritu Santo vino a traer?

¿En dónde está la esperanza que nació de mi Madre?

¿En dónde está el amor que vive en cada uno de los hombres, pero que no lo dejan manifestarse porque están distraídos, porque no escuchan mi voz?

Que escuchen la tuya, porque yo te digo que tu voz es mi voz.

Que María, mi Madre, sea tu modelo y tu ejemplo.

Que sea la presencia de ella tu fortaleza, para que nunca niegues a Cristo, para que permanezcas en Cristo, porque eres la voz que grita en el desierto, y también eres Cristo, que bautiza con el Espíritu Santo, para hacerlos hijos a todos.

Acompaña a mi Madre al pie de mi cruz, y humíllate, como mi Madre se humilla, para enaltecer al Hijo.

Medita en tu corazón el tesoro que mi Madre lleva en el suyo, y permanece conmigo, en la fe, en la esperanza y en mi amor».

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Madre nuestra: en este tiempo de Navidad te hemos contemplado con el Niño en brazos, con ternura de madre, con un amor al Hijo que no se puede igualar.

Nosotros, tus sacerdotes, somos otros Cristos, y nos sentimos también especialmente protegidos por tus brazos, por tu amor, sobre todo en los momentos de dificultad. Tenemos presente que Jesús mismo, desde la cruz, te pidió esa protección, y Juan te llevó a su casa.

Pero puede suceder también que nos descuidamos, y dejamos de acudir a tu amparo. Tú siempre velas por nosotros, pero nos distraemos con nuestras cosas, con nuestra soledad, sin tener en cuenta que tú pisas la cabeza del demonio, quien no puede nada contra ti.

Yo te pido que no nos sueltes de tu mano, y que nos sigas transmitiendo los tesoros de tu corazón, para ser buenos hijos en el Hijo.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: contemplen a Dios en este Niño, que es mi Hijo, y mírense todos en Él.

Ustedes son como bebés, que nacen en el altar cuando son ordenados.

Miren a mi Hijo, que es el Todo, Dios hecho hombre, por quien fueron hechas todas las cosas, necesitado del calor del abrazo de su madre, ser alimentado, limpiado, abrigado, protegido, cuidado, amado.

Contemplen cómo Dios es alimentado de los pechos de su esclava, abandonado a mi merced, confiando en mi protección y en mis cuidados de madre, fortalecido por el alimento que Él mismo provee, a través de mí.

Confiando totalmente en los cuidados y en la protección de un corazón de madre, a través de mí.

Entregado totalmente a los hombres, humillado desde su nacimiento hasta su muerte, entregado en manos de los hombres, a través de mí.

Donación total de Dios al hombre, para llevar al hombre a Dios, a través de mí y de este Niño, fruto bendito de mi vientre, a quien debo cuidar y proteger, y hacer crecer para entregarlo y entregarme con Él, en manos de los hombres, para la salvación de los hombres, para la gloria de Dios.

Y guardo en mi corazón esta responsabilidad, de recibir, de cuidar, de proteger, de hacer crecer, de acompañar, de sostener y de entregar al Hijo.

Pero algunos de ustedes no están siendo protegidos, porque se han alejado de mis brazos, están solos. Soledad que aprovecha el demonio.

Yo piso la cabeza de la serpiente, por medio de mi corazón de Madre bien dispuesto, que se entrega por amor, unido al de mi Hijo en sacrificio, para la salvación de ustedes, mis hijos sacerdotes.

Yo quiero recibirlos y enriquecerlos con los tesoros que yo medito en mi corazón, desde que son ordenados en el altar, y que son como niños recostados en el pesebre, débiles, indefensos, expuestos al mundo, para cuidarlos, para protegerlos, para fortalecerlos, para que crezcan y se suban a la cruz, para sostenerlos y mantenerlos en la perseverancia hasta el final, porque muchos serán torturados, y los matarán, y serán odiados de todas las naciones por el nombre de mi Hijo. Pero, el que persevere hasta el final, se salvará.

Yo arrullo en este Niño a cada uno de ustedes, mis hijos sacerdotes, para protegerlos y cuidarlos, para que la misericordia de Dios llegue a ustedes a través del arrullo de mi amor de Madre».

¡Muéstrate Madre, María!