VII, n. 18. ESCUCHAR EL LLAMADO – DIGNIDAD SACERDOTAL
EVANGELIO DE LA FIESTA DE SAN BARTOLOMÉ, APÓSTOL
Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 1, 45-51
En aquel tiempo, Felipe se encontró con Natanael y le dijo: “Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la ley y también los profetas. Es Jesús de Nazaret, el hijo de José”. Natanael replicó: “¿Acaso puede salir de Nazaret algo bueno?”. Felipe le contestó: “Ven y lo verás”.
Cuando Jesús vio que Natanael se acercaba, dijo: “Éste es un verdadero israelita en el que no hay doblez”. Natanael le preguntó: “¿De dónde me conoces?”. Jesús le respondió: “Antes de que Felipe te llamara, te vi cuando estabas debajo de la higuera”. Respondió Natanael: “Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel”. Jesús le contestó: “Tú crees, porque te he dicho que te vi debajo de la higuera. Mayores cosas has de ver”. Después añadió: “Yo les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: comenzaste tu ministerio en Galilea, y lo primero que hiciste fue llamar a tus discípulos para compartir tu vida con ellos, y así conocieran mejor tu mensaje de salvación.
Era la mejor manera de aprender, porque ellos iban a ser los primeros sacerdotes, los primeros que iban a configurarse contigo, para ser como tú, haciendo tus obras.
Felipe le dijo a Natanael: “ven y lo verás”. Era una forma de decir: “yo no tengo palabras para explicarte, pero basta que lo conozcas y te convencerás tú mismo”.
Bastó que le dijeras a Natanael que lo viste debajo de la higuera para que su corazón latiera con más fuerza y se decidiera a entregar su vida por ti. Esas palabras encerraban un secreto muy íntimo, algo que solo existía entre Dios y él.
Qué fuerza tuvo ese momento para él. Qué fuerza tan grande tiene el amor a Dios, que hace que una persona se transforme y decida entregar su vida para seguirte. Y es amor Trinitario, que se vuelca en las creaturas.
Es un misterio, pero yo, sacerdote, debo sumergirme en el misterio, para amar más a Dios, y para darlo a conocer a los demás.
Señor: yo también quedé transformado cuando me di cuenta claramente que me llamabas al sacerdocio, y te dije que sí. No había más explicación que aquel secreto entre tú y yo, aquella fuerza transformadora de tu gracia.
También sentí que me dijiste “mayores cosas verás”. Y las he visto. Tú eres demasiado grande, y no te dejas ganar en generosidad. Jesús, te amo, y me abandono en ti.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: yo te he encontrado y te he preparado para hacerte mío. Te he elegido para que permanezcas en mi encuentro y seas siempre mío. Esto es lo que quiero para cada uno de ustedes, mis amigos: que la experiencia de Dios en su alma, a través del encuentro conmigo, los una a la Santísima Trinidad, en unión indisoluble.
Ustedes no me han elegido; soy yo quien los ha elegido, y los he enviado para que vayan y den fruto, y su fruto permanezca.
Yo soy el Buen Pastor y conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí. Yo las llamo por su nombre, y ellas escuchan mi voz. Yo doy mi vida por mis ovejas. Yo salgo a su encuentro y ellas me siguen. Mi Padre me las ha dado y nadie las arrebatará de mi mano.
Pero, amigo mío, yo las busco y no se dejan encontrar. ¿En dónde están? Mis ovejas son ustedes, mis amigos, si hacen lo que yo les mando. No los he llamado siervos, los he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se los he dado a conocer.
Los he preparado para configurarlos conmigo, para que sean como yo y hagan las mismas obras que yo. Pero ¿en dónde están? Yo camino a su lado, pero sus ojos están cerrados y no pueden reconocerme, porque son insensatos y duros de corazón, y no creen en mí.
Muchos me han abandonado, pero no todos se han ido. Yo tengo algunos amigos verdaderos y sinceros, que siempre hacen lo que yo les digo. Yo los vi debajo de la higuera, y los he llamado, he ido a su encuentro, y se han dejado encontrar. Desde antes de haberlos formado yo en el vientre ya los conocía, y antes de que nacieran ya los tenía consagrados. Profetas de las naciones los constituí.
A dondequiera que los mande ellos irán, y lo que yo quiera que digan dirán. Así como fueron llamados y yo he ido a su encuentro, ellos compartirán su experiencia de Dios para reencontrar a otros conmigo.
Yo los he puesto junto a mi Madre, para que llamen a los que se han ido, para que regresen y se reúnan, y en un nuevo Pentecostés, tengan un verdadero encuentro conmigo.
Yo soy la piedra que desecharon los constructores. Yo soy la piedra angular sobre la cual he edificado mi Iglesia, y el mal no prevalecerá sobre ella.
Mis apóstoles son cimientos firmes que yo he dejado para que sobre ellos sea construido el Templo en el que yo habito. Cimientos de piedra fuerte, pero de corazón de carne. Cimientos unidos en una misma tierra, sobre una misma roca, que yo mismo he elegido para erigir el Templo cuando yo sea arrancado y llevado a la derecha del Padre.
Son ustedes, mis sacerdotes, los cimientos de mi Iglesia. Es el Papa la roca que he elegido. Quiero que construyan con pureza de intención cada obra, cada acto, cada acción, con sus ojos puestos en el cielo, porque donde esté su tesoro ahí estará también su corazón.
Yo pido la intercesión de mi Madre por los cimientos de mi Iglesia, para que todo lo que sea construido por ellos y sobre ellos, permanezca.
Sacerdotes, apóstoles míos: son ustedes los doce que yo he enviado a anunciar el Reino de los cielos, y sobre ustedes construyo mi Iglesia. Doce Pilares de piedra firme, para unir a todos los pueblos en una misma Iglesia.
Unidad, para que cuando venga la tempestad, ni los vientos ni la lluvia los destruya.
De piedra firme, para que el fuego no los consuma. Porque los Templos construidos sin cimientos se pierden, se queman, se destruyen.
Unidad y obediencia a la piedra angular.
Construyan con la Palabra, con la verdad y con amor.
Construyan con fe, con esperanza y con caridad.
Construyan con voluntad.
Mantengan sus corazones encendidos en el celo apostólico de mi amor.
Sean calientes de corazón al obrar, poniendo intención en cada acción, o sean fríos y no hagan nada, porque el que actúa por compromiso, o por rutina, por obligación o por protocolo, es tibio.
Apóstoles míos: construyan en unidad y en obediencia a la roca que he dejado, el Papa.
Construyan en unidad, con armonía y fraternidad, el Templo de Dios, del cual yo, que soy Cristo, el Hijo de Dios, soy cabeza, en un mismo cuerpo y en un mismo espíritu.
Salgan a buscar en todos los confines del mundo, y traigan a las almas para la construcción del Templo de Dios, del Reino de los cielos. Pero no vayan solos, vayan conmigo, que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo».
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Madre mía: la intervención de Felipe aquel día en que Natanael fue llamado al servicio de Jesús fue importante, pero lo decisivo para él fue su encuentro con Cristo, aquella experiencia personal que lo marcó para toda su vida, la que le hizo exclamar aquella fuerte profesión de fe: ¡tú eres el Hijo de Dios! A partir de ese día gritaría al mundo esa verdad que transformó su alma.
Madre, danos a nosotros, tus sacerdotes, la disposición habitual para acudir con humildad a la oración, y a buscar los recursos que nos orienten y dirijan hacia la renovación de nuestras almas, para mantenernos en un constante encuentro con Cristo, en el que nos encontremos con nosotros mismos, y descubramos quiénes somos, para que entendamos que somos personas de carne y hueso, que tenemos hambre y que tenemos sed, que nuestras miserias nos debilitan, pero que Cristo es nuestra fortaleza, y nos alimenta, y nos da de beber; que lo llevamos en la carne y en el alma, porque estamos configurados con Él.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: ustedes llevan en su alma la experiencia del verdadero encuentro con Cristo, en el que no queda duda de quién es Él, en el que su alma profesa la verdad, en el que su corazón desea gritar al mundo que Él es el Hijo de Dios.
Yo los llamo a ustedes a la experiencia del encuentro con Cristo. La señal de que el encuentro ha sido real y verdadero es el dolor del alma por haberlo amado tarde, por haber perdido el tiempo buscándolo fuera, cuando lo llevaban dentro.
Ustedes deben saber bien quiénes son, a qué fueron llamados, para qué fueron elegidos.
Deben saber que son personas, pero que llevan en su cuerpo y en su sangre el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Que han sido llamados para llevar a Cristo a las almas, para acercar a las almas a Dios.
Que fueron elegidos para ser sus amigos, compartir sus mismos sentimientos y hacer las mismas obras que Él.
Es preciso que tengan un verdadero encuentro con Cristo mientras permanecen debajo de la higuera, a través de un retiro espiritual, en el que la oración es lo principal, para que escuchen el llamado, para que busquen a Cristo, para que experimenten un encuentro con Cristo, para que conozcan a Cristo, para que amen a Cristo, para que crean en Cristo, para que lleven a Cristo a todas las almas.
Un retiro espiritual es la base para orientar y dirigir al sacerdote hacia la renovación de su alma, y la base para alimentarse con la Palabra, en una formación espiritual permanente.
Yo quiero que sean ustedes fortalecidos, y que sean reconstruidas y selladas las grietas causadas por el pecado. Que con su entrega sea reparado el Doloroso Corazón de mi Hijo.
Yo soy madre, y quiero hacer de esta casa, que es la Santa Iglesia, un hogar, para que cuando mi Hijo venga no lo encuentre vacío, para que encuentre calor, amor, armonía, paz, orden, alegría, fraternidad. Para que los encuentre a todos reunidos y con las lámparas encendidas. A los que estaban lejos y a los que estaban cerca, edificados en un mismo Templo sobre los cimientos, que son ustedes, sus apóstoles, en un mismo cuerpo y en un mismo Espíritu.
Porque cuando Él venga, hijos míos, entrará, cerrará la puerta y habitará en su morada para siempre.
Yo quiero que mis hijos sacerdotes sean verdaderos apóstoles, de roca firme y de corazón de carne».
¡Muéstrate Madre, María!