22/09/2024

Jn 3, 7-15

56. UN SOLO CORAZÓN, UNA SOLA ALMA – EL SIGNO DE LA CRUZ

PRIMERA LECTURA DEL MARTES DE LA SEMANA II DE PASCUA

Tenían un solo corazón y una sola alma.

Del libro de los Hechos de los Apóstoles 4, 32-37

La multitud de los que habían creído tenía un solo corazón y una sola alma; todo lo poseían en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía (…)

EVANGELIO

Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 3, 7-15

En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tienen que renacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu”. Nicodemo le preguntó entonces: “¿Cómo puede ser esto?”.

Jesús le respondió: “Tú eres maestro de Israel, ¿y no sabes esto? Yo te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán si les hablo de las celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo. Así como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: entiendo a Nicodemo. Tenía un deseo enorme de conversar contigo. Había oído mucho hablar de ti, y tenía sus inquietudes. Y tú conocías muy bien lo que había en su alma, igual que conoces a todas las almas. Y sabías que era un hombre de fe.

Le hablas de cosas del Espíritu (del viento que sopla donde quiere), de las cosas celestiales, del Hijo del hombre, y de creer en Él, para tener vida eterna.

Aquel hombre nació de nuevo, y tuvo la fe y la valentía para reclamar tu cuerpo muerto, con José de Arimatea, porque ya se sentía uno de tus discípulos, y después de tu resurrección estaba seguro de que él pertenecía a un cuerpo vivo, el cuerpo de tu Iglesia.

Formaba parte de esa multitud de los que habían creído, de los que tenían un solo corazón y una sola alma. Los que tienen visión sobrenatural, y entienden de cosas celestiales.

Señor: san Pablo explica a los corintios la doctrina sobre tu cuerpo místico de una manera muy gráfica, para que nosotros también entendamos qué significa eso de tener un solo corazón y una sola alma. Para que entendamos que tú nos das la vida sobrenatural, pero que quieres que nosotros cumplamos con nuestra parte, para dar salud a todo el cuerpo, siendo fieles.

Jesús, yo confío en ti, en que me ayudarás a cumplir con lo que a mí me toca.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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 «Sacerdote mío: confía en mí, como yo confío en ti. Cree en mí y en que vives en mí, como yo vivo en ti. Un solo cuerpo, un mismo espíritu, un solo corazón, una sola alma.

 Yo te mostraré cómo debes confiar en mí, para que seas parte de mí, para que juntos seamos uno.

Te lo diré de esta manera:

  • así como confías en que tu pie se moverá en una dirección, solo porque tú lo quieres;
  • así como confías en que tu mano hará lo que tú quieres;
  • así como confías en que tu boca hablará de lo que hay en tu corazón;
  • así como confías en que tus ojos verán lo que quieres ver, y tus oídos escucharán lo que quieres oír…

Así es como yo confío en ti.

Así como tú confías en que respiras, y en que tu corazón late, y tu sangre corre por tus venas, sin que tú lo quieras o lo controles, pero que es para tu bien, para que vivas…, así, amigo mío, debes confiar en mí.

Así como cada miembro de tu cuerpo por sí solo no sirve, pero cada uno tiene una función, que, en conjunto, hacen una sola cosa maravillosa…, así son ustedes en mí.

Del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo forman un solo cuerpo…, así también es mi cuerpo, el cuerpo de Cristo.

Todos los que son bautizados son miembros de mi cuerpo, porque son bautizados en un solo Espíritu. Pero, así como en tu cuerpo hay muchos miembros, y no todos desempeñan la misma función, pero todos se necesitan, así también en mi cuerpo son los unos para los otros.

Si un miembro del cuerpo está enfermo, afecta a los otros; pero si todos están sanos, el cuerpo funciona en armonía.

Por eso, bendice a los que te persiguen; alégrate con los que se alegran, y llora con los que lloran; dale de comer a tu enemigo; dale de beber al que tiene sed; no te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el bien.

Porque todo lo bueno es para tu bien.

Y ya que en mí fueron creadas todas las cosas, soy el cuerpo, y soy también la cabeza del cuerpo.

Yo soy la salud y la vida.

Mi cuerpo es la Iglesia, y el corazón de la Iglesia es la Carne y la Sangre de mi cuerpo, que sana, que redime, que salva a todos los miembros de mi cuerpo.

Pero, para ser parte conmigo para siempre, tienen que creer en mí, para que sean uno conmigo, un solo cuerpo y un mismo espíritu, para la vida eterna.

Yo y el Padre somos uno. Así serán uno en mi Padre conmigo.

Por eso ruego al Padre por ustedes, mis sacerdotes, los que yo he enviado al mundo, así como Él me envió. Porque por ustedes me santifico a mí mismo, para que ustedes también sean santificados en la verdad.

Y ruego también por los que por ustedes creerán en mí, para que todos sean uno, como mi Padre y yo somos uno. Que ustedes sean uno en nosotros, y el mundo crea en mí, y en que el Padre, que me ha enviado, los ha amado igual que me ha amado a mí.

Amigos míos: a cada uno le han sido dados diferentes dones. No para que se estimen de más, sino para que se estimen según la medida de la fe que les ha sido otorgada, a fin de que todos se ayuden según la gracia que les ha sido dada, amándose unos a otros, como yo los amo a cada uno.

El que crea en mí, que me siga.

El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz, y que me siga.

Porque el que salva su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará.

Negarse a sí mismo es renunciar al ego, salir del egoísmo que trae consigo el peso de todos los pecados del mundo.

Si un miembro del cuerpo se despoja de sí mismo para servir a los otros miembros, beneficiará no solo a los otros miembros, y a todo el cuerpo, sino también a sí mismo.

Que todos los miembros del cuerpo hagan lo mismo, porque ¿de qué le sirve al cuerpo tener un miembro sano, si todos los demás están enfermos?

¿Y de qué le sirve a un miembro sanar a todos los miembros, si él mismo sigue enfermo?

El egoísmo lleva a la soberbia, que aísla al miembro de su propio cuerpo; y un miembro sin cuerpo se seca, se autodestruye, se entrega a la muerte.

Yo he sido enviado al mundo a destruir la muerte, para traerles vida.

Y he sido elevado como Moisés elevó en el desierto a la serpiente, para que todo el que crea en mí tenga vida eterna.

Mi cuerpo ha sido muerto y resucitado, y los que han nacido en el Espíritu dan testimonio de mí, para que otros crean y renazcan de lo alto.

Para que todos sean parte y todos seamos uno en el Padre, en su Divina Trinidad.

Así como Dios es uno, pero es Trino, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, tres personas distintas, un solo Dios verdadero, así todos los miembros de mi cuerpo serán uno conmigo, para ser uno en mi Padre por el Espíritu.

Un solo cuerpo, un mismo espíritu, para la vida eterna en la Gloria de Dios Padre.

Confía, amigo mío, en mí. Yo confío en ti».

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Madre nuestra: el tiempo que pasaste todavía en la tierra después de que Jesús subió a los cielos fue especialmente precioso para la primera comunidad cristiana. Tu sola presencia les daba mucha paz y, sobre todo, tus palabras y tu ejemplo los enriquecían.

El libro de los Hechos de los Apóstoles deja constancia de que los discípulos permanecían muy unidos contigo en oración. Tú eres Madre de la Iglesia, y sigues ahora cuidando esa unidad.

Nosotros, tus sacerdotes, tenemos la gran responsabilidad para mantener unido al Cuerpo Místico de Cristo, que es también su esposa, la Iglesia.

Pero el cuerpo tiene muchos miembros, y algunos son más importantes que otros, porque de su buen funcionamiento depende en buena parte el de los demás.

El corazón se encarga de purificar la sangre, y las arterias y venas se encargan de conducirla por todo el cuerpo, llevando el alimento a todos los miembros.

Así, tus sacerdotes, hemos de llevar a todo el pueblo de Dios el alimento de vida eterna, que brota del Corazón de Cristo. Carne y Sangre del Cordero sin mancha, que quita los pecados del mundo. El corazón de la Iglesia, que es Eucaristía.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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 «Hijos míos, sacerdotes: permanezcan conmigo en la confianza y en la fe.

Tómense de mi mano y entren en comunión conmigo, participando con mi Hijo en su único y eterno sacrificio, como miembros de este cuerpo, que es la Santa Iglesia, del que soy Madre, porque es el cuerpo de Cristo.

Y ustedes, como miembros de este cuerpo, lleven la salud, por medio de la fe, la esperanza y la caridad, a los demás miembros, principalmente a los que están más unidos al corazón del cuerpo, los que son las venas que conducen el torrente de vida desde el corazón a todos los miembros del cuerpo: mis sacerdotes.

Para esto es la gracia que ustedes reciben: para fomentar la unidad y la vida de todos los miembros de este cuerpo, del que ustedes son parte, y que vive en mí, como yo vivo en Él, y que juntos somos uno solo en Cristo, por quien somos divinizados, para ser por Él, con Él y en Él, un solo cuerpo y un mismo espíritu, en Dios y en su Santísima Trinidad.

Permanezcan unidos a mi corazón y al corazón de la Santa Iglesia».

¡Muéstrate Madre, María!