26B. ABRAZAR LA CRUZ CON ALEGRÍA – PREDICAR LA VERDAD REVELADA
EVANGELIO DEL DOMINGO DE LA SEMANA IV DE CUARESMA
Dios envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 3, 14-21
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.
La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran.
En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: tú advertiste que si alguien quería ser tu discípulo debía tomar su cruz y seguirte. Cuando decías eso resultaba difícil entender su significado, porque la cruz era el suplicio para los delincuentes, para los que habían obrado mal.
Y tú estabas poniendo una condición para ir en pos de ti, que eres el camino, la verdad y la vida. No se imaginaban que tú ibas a morir en la cruz, y que a eso habías venido al mundo.
Hubo que explicar ese designio divino en base a las Escrituras, que lo habían anunciado. Hasta Pentecostés se habrá comprendido mejor el plan de Dios.
Ahora nosotros conocemos, por la doctrina de la Iglesia, cuál fue el plan de salvación. Y por eso podemos exaltar tu cruz y unir nuestros padecimientos a los tuyos, porque sabemos que tu sacrificio es el único agradable al Padre.
La liturgia del Viernes Santo incluye la Adoración de la cruz, la cual nos permite, con un gesto de amor, agradecer tu entrega y tu amor hasta el extremo.
Jesús, ¿qué debo hacer para amar verdaderamente la cruz, para abrazarla y adorarla con mi vida?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: contempla mi cruz, adora mi cruz, abraza mi cruz, que es cruz de alegría, cruz de perdón, cruz de redención, cruz de salvación, cruz de fe, cruz de esperanza, cruz de amor, cruz de virtud, cruz de santidad, cruz de resurrección, cruz de vida, cruz de filiación divina, cruz de eterna gloria.
Yo estoy allí, en esa cruz, con los brazos extendidos y los pies juntos, con la cabeza coronada con espinas, con el rostro desfigurado, con el cuerpo flagelado, con la carne inmolada, llena de heridas, cubierto de mi preciosa sangre, derramada hasta la última gota, entregado a los hombres totalmente en cuerpo y en sangre, en vida, en muerte, entregando el espíritu al Padre, por amor, para recuperar la vida.
Amigo mío, voy al Padre. Yo soy el camino: sígueme.
Ir al Padre es renunciar a ti mismo, para vivir en mí. Es tomar tu cruz de cada día para unirla en la mía. Porque cruz de vida solo hay una: la mía.
La cruz de cada día son todos los trabajos, mortificaciones, sacrificios, acciones, obras, quehaceres, servicios, ofrendas, responsabilidades según los dones recibidos, para cumplir la misión que a cada uno se le ha encomendado, para unirlos en una sola cruz, la mía, para vivir en armonía en un solo cuerpo y un mismo espíritu.
Todos los trabajos, mortificaciones, sacrificios, acciones, obras, quehaceres, servicios, ofrendas, responsabilidades, que no se unen a mi cruz, no sirven para nada, porque el único sacrificio agradable al Padre es el del Hijo, que por un solo sacrificio ha abolido la esclavitud del pecado, rompiendo las cadenas y liberando al mundo.
Porque tanto amó Dios al mundo que envió a su único hijo para que todo el que crea en Él se salve y tenga vida eterna, a través del único y eterno sacrificio que purifica y santifica, que abole el pecado y perfecciona toda virtud, que exalta al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, y que se humilló hasta la muerte, y a una muerte de cruz, para mostrarlo al mundo tal cual es: hombre y Dios, y darle a conocer su nombre: Jesús, ante quien toda rodilla se doble, para que todos lo reconozcan como el Hijo de Dios, en el cielo, en la tierra y en todo lugar.
El camino al Padre soy yo, y la puerta a la vida eterna es de cruz.
Yo he renunciado a la gloria que tenía con mi Padre antes de que el mundo existiera, para abrazar mi cruz, para mostrarles el camino y llevarlos conmigo de regreso a la gloria de mi Padre.
Yo he venido por ustedes al mundo para llevarlos conmigo al Paraíso. Yo he dejado en el mundo el camino para llegar al cielo. Yo soy el Camino.
Yo he venido a traerles la verdad, para que renuncien a la mentira y vivan en la verdad. Yo soy la Verdad.
Yo he venido a traerles la vida con mi muerte en la cruz, porque sin muerte no hay resurrección y sin resurrección no hay vida. Yo soy la Vida.
Y con mi muerte y mi resurrección yo hago nuevas todas las cosas.
Tú no me has elegido. Yo soy quien te ha elegido a ti, para que seas como yo, para que lleves a las almas a la salvación que por mi cruz les ha sido dada.
Se requiere valor, pero sobre todo se requiere amor. Tú has tenido el valor y has tenido un amor tan grande para dejarlo todo, para tomar tu cruz de cada día, que es la misión que te he encomendado, y me has seguido.
La cruz de cada día:
- es de alegría, porque es de vida;
- es de dolor, porque es de sacrificio;
- es de mortificación, porque es de espinas;
- es de libertad, porque es redentora;
- es justa, porque justifica;
- es pesada, porque carga con los pecados del mundo;
- es casta, porque es de virtud;
- es santa, porque purifica y santifica;
- es fraterna, porque es de unidad;
- es de ofrenda, porque es don;
- es divina, porque es la mía;
- es de servicio, porque es de misericordia.
El que quiera venir en pos de mí, que se humille como yo, que tome su cruz y que me siga, y yo lo exaltaré para hacerlo como yo. Pero el discípulo no es más que su maestro, y será la cruz de cada día el estudio, el trabajo, la predicación, el ministerio, las obras de misericordia, para alimentar, dar de beber, vestir, acoger al necesitado, sanar, visitar, bendecir, aconsejar, enseñar, corregir, consolar, perdonar, sufrir con paciencia los defectos de los demás, orar constantemente, llevando su cruz en la mía, con una vida de piedad.
Pero, por esta entrega que los hace como yo, también serán perseguidos, calumniados, tentados, insultados, y compartirán los mismos sentimientos que yo, y sentirán la soledad, el abandono, la traición, la burla, la injusticia, la persecución, y deberán mantener el valor y no tener miedo de los que matan el cuerpo porque no pueden matar el alma, sino que teman a los que llevan el alma a la perdición y el cuerpo a la muerte.
Yo les digo que todo el que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en el cielo, pero todo aquel que me niegue ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en el cielo.
Que se declaren por mí ante los hombres adorando mi cruz, uniendo su cruz de cada día a mi cruz, uniéndose en mi único y eterno sacrificio, exaltando mi cruz, en cuerpo, en alma, en divinidad, en Eucaristía».
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Madre mía: hoy es el domingo “Laetare”, el domingo de la alegría. Ayúdame a darme cuenta de que no debe pasar en mi vida ningún día sin la cruz, con alegría.
Tú eres el mejor ejemplo de alguien que supo amar la cruz y permanecer firme junto a ella; haz que tu amor me ate también a la cruz de tu Hijo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: contemplen el amor de Dios por los hombres a través del sacrificio de su Hijo en la cruz, de su muerte y de su resurrección. Contemplen conmigo el amor y la vida, contemplando la Eucaristía.
Mi Hijo se ha dado a sí mismo en sacrificio. Él ha sido el sacrificio mismo. Ha muerto al hombre por los hombres, y ha resucitado al hombre por los hombres, en su divinidad.
Así deben caminar ustedes, los pastores: no por un camino hacia la cruz, sino muriendo en su cruz cada día, en cada momento, como ofrenda, en sacrificio constante.
Para resucitar en Cristo deben morir a ustedes mismos, para que Cristo viva en ustedes, con la alegría de saberse elegidos, con la confianza de saberse amados, con la esperanza de ser resucitados con Cristo, para la vida eterna.
Con mi protección maternal yo los conduzco.
Permanezcan conmigo al pie de la cruz, orando, adorando, amando.
Ustedes han elegido la mejor parte, que no les será quitada.
Unan su cruz a la mía, que es la cruz de Cristo, la única cruz que salva, que santifica, que redime, que da vida, extendiendo sus brazos como yo, para abrazar en Él a las cruces de todos mis sacerdotes.
Para recibirlos y unirlos en esta cruz, en la carne y en la sangre del Cordero, a través del amor y de la misericordia que se ha derramado en la cruz hasta la última gota, para hacerse don, ofrenda, comunión, alimento, presencia viva, sacrificio, gratuidad, Sacramento: Eucaristía.
Permanezcan en la fe, en la esperanza y en el amor, viviendo con alegría en la virtud, exaltando la santa cruz, con el testimonio de su fe y con su entrega de amor y de misericordia, para que sea luz, y que mi auxilio llegue a todos ustedes, mis hijos sacerdotes, y por ustedes a todo el mundo, para establecer la unidad y la paz a través de la cruz en la que permanezco unida a Él, y que me hace camino seguro y puerta abierta del cielo.
Acompáñenme a convertir su cruz de cada día en la cruz de la alegría de servir a Cristo, uniéndose en un mismo sacrificio, configurándose en una misma cruz, en un mismo cuerpo, en un mismo espíritu».