22/09/2024

Jn 4, 5-42

19A. SACIAR LA SED – AGUA VIVA

EVANGELIO DEL DOMINGO III DE CUARESMA (A)

Un manantial capaz de dar la vida eterna.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 4, 5-42

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria, llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José. Ahí estaba el pozo de Jacob. Jesús, que venía cansado del camino, se sentó sin más en el brocal del pozo. Era cerca del mediodía.

Entonces llegó una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dijo: “Dame de beber”. (Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana le contestó: “¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (porque los judíos no tratan a los samaritanos). Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”.

La mujer le respondió: “Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo, ¿cómo vas a darme agua viva? ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del que bebieron él, sus hijos y sus ganados?”. Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed. Pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”.

La mujer le dijo: “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla”. Él le dijo: “Ve a llamar a tu marido y vuelve”.

La mujer le contestó: “No tengo marido”. Jesús le dijo: “Tienes razón en decir: ‘No tengo marido’. Has tenido cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”.

La mujer le dijo: “Señor, ya veo que eres profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte y ustedes dicen que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén”. Jesús le dijo: “Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos. Porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere que se le dé culto. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”.

La mujer le dijo: “Ya sé que va a venir el Mesías (es decir, Cristo). Cuando venga, él nos dará razón de todo”. Jesús le dijo: “Soy yo, el que habla contigo”.

En esto llegaron los discípulos y se sorprendieron de que estuviera conversando con una mujer; sin embargo, ninguno le dijo: ‘¿Qué le preguntas o de qué hablas con ella?’. Entonces la mujer dejó su cántaro, se fue al pueblo y comenzó a decir a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Mesías?”. Salieron del pueblo y se pusieron en camino hacia donde él estaba.

Mientras tanto, sus discípulos le insistían: “Maestro, come”. Él les dijo: “Yo tengo por comida un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos comentaban entre sí: “¿Le habrá traído alguien de comer?”. Jesús les dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿Acaso no dicen ustedes que todavía faltan cuatro meses para la siega? Pues bien, yo les digo: Levanten los ojos y contemplen los campos, que ya están dorados para la siega. Ya el segador recibe su jornal y almacena frutos para la vida eterna. De este modo se alegran por igual el sembrador y el segador. Aquí se cumple el dicho: ‘Uno es el que siembra y otro el que cosecha’. Yo los envié a cosechar lo que no habían trabajado. Otros trabajaron y ustedes recogieron su fruto”.

Muchos samaritanos de aquel poblado creyeron en Jesús por el testimonio de la mujer: ‘Me dijo todo lo que he hecho’. Cuando los samaritanos llegaron a donde él estaba, le rogaban que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días. Muchos más creyeron en él al oír su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú nos has contado, pues nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es, de veras, el Salvador del mundo”.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: a la samaritana le dijiste “dame de beber”. En la cruz exclamaste “tengo sed”. Son frases cortas, pero con un significado enorme. Por un lado, me das a conocer claramente la realidad de tu naturaleza humana (tu sed es real, igual que la mía). Pero también me dices a mí, al meditar tus palabras, que tienes sed de nuestro amor, de nuestra fe, de nuestra esperanza.

Tienes, sobre todo, sed de almas. Nos buscas constantemente y quieres nuestra conversión. Y tú eres la fuente de agua viva.

Señor, ayúdame a apagar mi sed cuando camino por los desiertos a los que me conduce el pecado, alejándome de ti. Yo sé que puedo contar con esa agua viva acercándome a ti, a través de la oración y los sacramentos. Y también sé que debo llevar a otras almas esa agua viva a través de mi ministerio, como sucedió con aquellos samaritanos que creyeron en ti por el testimonio de la mujer.

Jesús, ayúdame a vaciarme de todas mis infidelidades para llenarme de ti, ¿qué debo hacer?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

«Sacerdotes míos: yo doy gracias al Padre porque ustedes me han conocido. Yo camino en el desierto de los que no me conocen. Y ellos caminan junto a mí, pero no me siguen, porque no me ven. O sí me ven, pero parece que no me conocen.

Algunos son sacerdotes, y están cansados, agobiados, sedientos. Y llevan cargas muy pesadas, y tienen cadenas en los pies, que los atan a la tierra. Y llevan las cargas pesadas en sacos de distintos tamaños.

En unos sacos hay joyas, poder, dinero, propiedades. Y en otros sacos hay lujuria, placer, viajes, excesos, vida social, desenfrenos, doble vida, abusos.

En otros sacos tienen vicios, depresión, ansiedad, enfermedad, aflicciones, pereza, preocupaciones, miedo, angustia, inseguridad, resignación, desolación, apegos del mundo. Y otros sacos tienen trabajos pesados, activismo, deseo de sobresalir, ocupaciones del mundo.

En todos los sacos hay cosas distintas, pero todas son una misma: infidelidad.

Y todos caminan alegres y decididos, pero la sed los debilita y les quita la alegría. Algunos tienen cantimploras con agua que han provisto para el camino, pero no la comparten. Otros no tienen nada. A algunos les alcanza para el camino, pero a otros se les acaba.

Y la fortaleza camina con ellos en el camino, pero no la ven, porque no reconocen su propia debilidad.

Y en ese desierto hay demonios por todas partes, que los distraen con tentaciones y les roban la poca agua que les queda.

Algunos cargan pequeñas cruces, y otros más grandes, pero no saben a dónde van.

Algunos me reconocen y me siguen, como Buen Pastor que los conduce. Pero no confían en mí, porque no me conocen.

Algunos siguen otros caminos, según los espejismos que ven.

Los que no tienen agua se caen, desfallecen y mueren.

Cómo deseo que ustedes, mis amigos, me conozcan, para que me amen, para que me sigan, para que crean en mí, para darles mi agua viva, para llevarlos hacia fuentes tranquilas y reparar sus fuerzas, para saciar su sed.

Yo los compadezco, y su sed es mi sed.

Ayúdenme a saciar mi sed viniendo a mí.

Yo soy la fuente de agua viva. El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, y será en él fuente de agua para la vida eterna.

Los que caminan en el desierto y tienen un poco de agua, están cegados por el egoísmo, y no me ven. No se dan cuenta que al compartir el agua con los que nada tienen, se convierte en fuente inagotable de vida. Porque el que dé de beber, aunque sea un vaso de agua fresca, a uno de mis pequeños, tan solo por ser mi discípulo, no perderá su recompensa, y está escrito que el cántaro de harina no se quedará vacío, la aceitera de aceite no se agotará, hasta el día que Dios haga llover sobre la tierra.

Yo les doy la fuente de agua viva que nunca se acaba, porque mi Palabra es Palabra de vida eterna. Llévenla a los demás, para que sacien la sed de los más necesitados, de los que creen saberlo todo y poseerlo todo, pero que caminan en sus desiertos sin una gota de agua. Son los poderosos y letrados, los sabios y entendidos, y algunos de ellos son sacerdotes, algunos obispos y otros cardenales.

Amigo mío: yo he querido revelarte las cosas de mi Padre, para que me conozcas, para que me des a conocer a otros, para que me conozcan, para que tengan los mismos sentimientos que yo, para que me amen y se conviertan, para que hagan penitencia y reparen mi corazón.

Amigo mío: tengo sed, dame de beber. Expreso en este deseo mi fe y mi esperanza mientras me entrego en esta cruz de amor, entregando mi vida, soportando el sufrimiento y el dolor, la angustia de la muerte y la tentación, confiando con absoluta certeza en la providencia del Padre, que por este sacrificio les otorga el perdón que conduce a la vida eterna.

Amigo mío: yo no merezco la amargura de la hiel, quiero la dulzura de la miel.

Dame de beber, amigo mío, tengo sed».

+++

Madre mía: cuando hablamos de tener sed se me viene a la cabeza aquella escena de las bodas de Caná, cuando tú lograste que tu Hijo convirtiera el agua en el mejor de los vinos. En esa ocasión estuviste pendiente de socorrer una necesidad, evitando una pena a los anfitriones de la fiesta, adelantando la hora de tu Hijo, y pidiendo a los servidores que hicieran lo que Él dijera.

Y después, en el Calvario, escuchaste a tu propio Hijo, exhausto, decir “tengo sed”, y no podías hacer nada para socorrerlo, no te dejaban acercarte. En vez del mejor de los vinos le dieron vinagre.

Enseguida viste con horror cómo atravesaron su corazón, de donde brotó sangre y agua, para calmar la sed, limpiar y purificar el alma de todos los hombres hasta el fin del mundo.

Aquella samaritana le pedía a Jesús el agua viva. Yo también la quiero, para vivir y dar vida.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a estar siempre dispuesto para hacer lo que Él me diga. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

«Hijos míos, sacerdotes: las estrellas de mi corona reflejan la luz del sol del que es tres veces Santo, y al que bendicen los astros, los cielos, la tierra, los santos, las ánimas, los ángeles, los hombres, los animales y todas las creaturas. Son sus apóstoles los que reflejan su luz y la llevan a todos los rincones del mundo, por medio de la fe y de las obras, predicando la Palabra, obrando con caridad, contagiando al mundo de esperanza. Pero ¿en dónde está la fe de ustedes? Mi Hijo tiene sed.

Los tesoros de mi Corazón son los misterios de Dios.

Yo permanecí al pie de la cruz de mi Hijo, pero no me dejaban acercarme. Una legión de soldados custodiaba al enemigo que habían crucificado, mientras sus amigos lo habían abandonado.

Yo vi en sus ojos un reflejo de esperanza. Era uno de sus amigos acompañándome. No todos se habían ido. Quedaba la esperanza, y era el reflejo de la luz que emanaba de la cruz.

Y vi un soldado con casco de metal y un escudo en su pecho. Tenía una lanza en su mano. Parecía valiente, pero tenía miedo.

Y esperó hasta apagarse la luz entregada y abandonada, sometida a una voluntad divina, incomprensible e irracional para la debilidad de un hombre.

Y lo vi atravesar el costado con la lanza, con miedo, pero sin piedad, exponiendo el Corazón de Jesús, e inmediatamente salió agua y sangre, derramándose hasta la última gota.

Y vi que la luz no se había extinguido, aunque todo parecía perdido, aunque el Hijo de Dios había callado, y escondía su rostro y estaba muerto.

La luz no se apagaba. Aun en la muerte, mi Hijo se derrama en luz, en gracia, en misericordia. Se dona, se entrega, se queda. Nunca abandona.

Su muerte es el amor derramado en misericordia. Sangre y agua que lava y purifica al hombre, que lo libra del pecado y destruye la muerte.

Entonces su muerte es la esperanza de la vida eterna en su resurrección. Esta es la luz. Esta es la misericordia para los que creen con fe y confían con esperanza, para los que obran con amor haciendo lo que Él les dice, aun en la tormenta, aun en el desierto, aun en la tribulación, aun en la soledad, aun en la calamidad, aun en el desconcierto.

Yo les pido que lleven al mundo la luz de la fe, de la esperanza y de la caridad.

Que se queden al pie de la cruz, para que no lo abandonen, para que, por la misericordia de Dios, reciban la luz para ellos y para el mundo.

Que hagan lo que Él les diga, y pidan que aumente su fe. Porque por su fe serán salvados.

Que aumente su esperanza, que los inspira a buscar, a actuar, a obrar con caridad, porque por sus obras serán juzgados.

Que permanezcan junto a mí, porque yo les daré la perseverancia y la gracia para que no se cansen de pedir, porque ¿qué Padre hay que si el hijo le pide pan le da una piedra? ¿Y quién que pida a su padre un pez, le da una culebra?

Que pidan con fe, que obren con amor, y que perseveren con esperanza, obedeciendo a la voluntad de Dios.

Es así como Él se manifiesta, en esa disposición: convirtiendo el agua en vino cuando hacen lo que Él les dice; multiplicando el pan y los peces, cuando hacen lo que Él les dijo; llenando las redes hasta reventarlas, cuando hacen lo que Él les dice; aun en el cansancio, aun en la oscuridad, aun en el desierto, aun en la duda, aun en la tormenta, aun en la tribulación, aun en lo inconcebible, aun en lo irracional, confiando y haciendo lo que Él les dice, porque Dios todo lo puede, para Él no hay nada imposible. Y el que vive en Él vive en la abundancia».

¡Muéstrate Madre, María!