52. REDES FUERTES – ALIMENTO DE VIDA
EVANGELIO DEL VIERNES DE LA OCTAVA DE PASCUA
Se acercó Jesús; tomó el pan y se lo dio a sus discípulos y también el pescado.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 21, 1-14
En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Cana de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “También nosotros vamos contigo”. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.
Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿han pescado algo?”. Ellos contestaron: “No”. Entonces él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.
Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor”. Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.
Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”. Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar”. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: los Apóstoles vuelven a su oficio de pescadores después de tu resurrección.
Y tú también vuelves a hacer lo mismo que aquel día cuando ellos decidieron seguirte, realizando algo grandioso, una pesca milagrosa, que sería una lección que se quedaría grabada en su mente y en su corazón toda la vida.
Eso querías: que les quedara claro que tú ibas a darles un fruto abundante de almas, cuando echaran las redes del apostolado en la barca de Pedro, tu Vicario, si obedecen siempre a tu voz, tu Palabra, y al Magisterio de tu Iglesia.
Y todo eso, también, permaneciendo muy unidos en la oración y en la fracción del Pan.
A veces resulta difícil reconocerte, por nuestras limitaciones personales, o por nuestra falta de fe. Pero contamos con tu ayuda, y tú siempre sales a nuestro encuentro, sobre todo cuando nos ves agobiados porque nos parece que no hay fruto.
Jesús: me siento privilegiado porque cuento con el alimento de tu Cuerpo y de tu Sangre que me da vida y salvación. ¿Cómo quieres que yo, sacerdote, viva mi fe?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes de mi pueblo: Yo Soy.
Este es mi Cuerpo, y esta es mi Sangre. Yo soy el Hijo de Dios hecho hombre, resucitado y vivo. Yo soy el Cristo, y soy Eucaristía.
Quiero que ustedes, mis sacerdotes, me reconozcan y profesen su fe.
Quiero que escuchen mi llamado, que dejen todo, que se echen al mar de mi misericordia y vengan a mí. Entonces yo les daré de comer, comeré con ustedes y serán parte conmigo.
Quiero que me escuchen y hagan lo que yo les digo; que obedezcan y echen las redes al mar. Pero primero hace falta su voluntad de salir a pescar: voluntad de trabajar, realizando sus ministerios con perfección, caminando en mi camino, que es en donde yo salgo al encuentro constante para darles de comer, para que sean parte conmigo. Es en sus manos en donde yo me aparezco, en Cuerpo y en Sangre, en presencia real y viva.
Quiero que me reconozcan al elevarme en la hostia y en el cáliz. Yo Soy.
Quiero que se ofrezcan conmigo en una misma ofrenda al Padre, en comunidad. Es así como se unen a mi sacrificio.
Quiero que agradezcan conmigo, porque en esta unión somos gratuidad.
Quiero que coman mi Cuerpo y que beban mi Sangre, porque es así como yo me doy y los hago míos. Yo soy la piedra que desecharon los constructores y ahora es la piedra angular. El Papa es la roca sobre la que construyo mi Iglesia.
Quiero que en él me reconozcan.
Quiero unidad y obediencia.
Quiero que sean enviados a demostrar su fe con obras y vayan a pescar en el mar de mi misericordia, para que echen las redes, y traigan los peces al pie de mi altar.
Quiero que oren para que aumente su fe. Para que cuando les hable me escuchen, y cuando sus manos me toquen y sus ojos me vean en la Eucaristía, me reconozcan.
Quiero que profesen su fe al consagrar, al elevar mi Cuerpo y mi Sangre, al comer mi Cuerpo y beber mi Sangre, al compartir y darme a los demás, entregándose conmigo en unidad, en la Palabra, en la Eucaristía y en obras de misericordia.
Quiero que, con su fe, echen redes al mar de mi misericordia, y traigan almas a mi altar.
Quiero que pidan al Padre su divina Providencia de vocaciones sacerdotales, porque la mies es mucha y los obreros pocos. Vocaciones al pie del altar y vocaciones en el altar.
Quiero que se abran a la gracia y reciban mi misericordia, para que los que tengan amor, amen; los que tengan esperanza, alienten; y los que tengan fe, contagien y enciendan corazones.
Quiero que eleven en sus manos la Carne del Cordero de Dios, que es mi presencia viva, es pan vivo que sus manos bajan del cielo, es alimento de vida eterna y es Cristo resucitado y vivo.
Quiero que en sus manos eleven el cáliz con la Sangre del Cordero, que es bebida de salvación, es presencia viva de mi divinidad, contenida en cada gota.
Quiero que unan a mi pueblo con mis ángeles y mis santos, en mi sacrificio, para que todo sea unidad en el Espíritu y ofrenda al Padre, porque eso es agradable al Padre, es unión en comunidad, es alimento, es vida, es presencia viva, es ofrenda, es gratuidad, es don, es Cuerpo, es Sangre, es Alma, es Divinidad, es un pueblo de sacerdotes con los ángeles y los santos, con la Madre de Dios, unido todo en Cristo, y es Eucaristía.
Yo les enseñaré a pescar.
Yo los he escogido a ustedes de entre mis redes, y los he llamado por ser los más pequeños; porque hay que hacerse ignorantes del mundo para llegar a ser verdaderamente sabios, para reconocerse pequeños ante la grandeza de Dios, porque la sabiduría del mundo es ignorancia ante Dios.
Ustedes son míos, y todo lo mío es de Dios, y todo lo de Dios es mío.
Yo no ruego al Padre por el mundo, sino por los que Él me ha dado, porque son suyos y yo he sido glorificado en ustedes.
Yo ruego al Padre por ustedes, para que sean uno como nosotros somos uno, yo en ustedes y Él en mí, para que sean perfectamente uno. Por eso los traigo a mí. Los busco, los llamo, los encuentro, pero no me escuchan. Porque nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no lo atrae, y yo lo resucitaré el último día.
Todos serán enseñados por Dios, y todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí.
Es tiempo de echar las redes, porque así, valiéndose de medios humanos, es que el Padre los atrae a mí.
Las redes son las obras de ustedes, los que predican mi Palabra, y los mantiene unidos a mí. Pero las redes están rotas y los peces se han perdido en la inmensidad del mar, están dispersos, no escuchan, no se dejan encontrar.
Ustedes han sido llamados para acompañar a mi Madre a remediar, a reparar, a renovar las redes, para que la pesca sea segura; porque yo echo mis redes, pero se rompen, porque los peces están muy gordos, henchidos de orgullo, de egoísmo y de soberbia.
De ustedes se requiere la paciencia de los santos, de los que guardan los mandamientos y mi fe, para que los peces se hagan pequeños y no rompan las redes, para que los traigan hasta la orilla, para que lleguen a mí.
Pero antes de pescar, hay que remar mar adentro, en donde la Palabra verdaderamente se escucha y llega a lo más profundo, porque mi Palabra está viva.
Cuando piensen que todo les falta, se sienten solos, no creen, no confían, no aman, han debilitado su fe.
Cuando estén cansados o se sientan perdidos, cuando no estén resguardados en la seguridad de mis redes, siempre queda la obediencia y la fidelidad.
Al que le obedece, Dios le concede todo lo demás; no por sus méritos, sino por la filiación divina que yo les he conseguido, porque Dios es Padre.
Pero, para obedecer, primero hay que escuchar.
Escuchen mi Palabra y obedezcan. Si me obedecen guardan mis mandamientos, y el que guarda mis mandamientos permanece en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Mi mandamiento es que se amen los unos a los otros como yo los he amado.
El que guarda mis mandamientos, ese es mi amigo.
Yo soy el Buen Pastor y doy la vida por mis ovejas. Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Es tiempo de que suban a la barca y naveguen mar adentro, y echen las redes al mar. Pero asegúrense de que las redes no estén rotas.
Aquí tienen a mi Madre. Ella arregla, ella zurce, remienda, repara, renueva, remedia. Es Madre».
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Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a tener unas redes muy fuertes, para que la pesca sea abundante; y una fe muy grande, para obedecer siempre y en todo a Jesús. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: nadie cose un vestido viejo con remiendos nuevos sin tratar, porque la tela nueva podría desgarrarse y hacer un daño peor. Remendaremos las redes con remiendos de sacrificio y oración, para conseguir redes fuertes, que mantengan la pesca de mi Hijo segura.
La buena pesca de mi Hijo son ustedes, los sacerdotes. Pero algunos se han salido de las redes rotas; otros no se han dejado pescar; y algunos, que permanecen en las redes y están en la barca, no han llegado a la orilla.
Dios toca los corazones de todo el que caiga en mis redes, y escuche y obedezca la voluntad de Dios, cumpliendo sus mandamientos.
Aquí tienen a mi Hijo, para que lo escuchen y lo obedezcan. Y, una vez renovados, echen cada uno sus redes al mar, y la pesca sea abundante, pero con redes fuertes, para que no se rompan, y no se pierda ninguno, para que, cuando lleguen a la orilla, den buenas cuentas al dueño de la barca, de las redes y de los peces.
Las redes fuertes son la Palabra de Dios.
Escuchen y obedezcan: lleven la Palabra de Dios a todos los rincones del mundo, para una nueva reevangelización. Usen las redes fuertes y pesquen, mientras yo remiendo las redes rotas con mi oración de intercesión, pidiendo vocaciones, para que los Seminarios se llenen.
Lo que pidan en nombre de mi Hijo, el Padre se los concederá, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Porque ustedes lo escuchan y lo aman, y lo obedecen, y guardan sus mandamientos.
Hijos míos, sacerdotes: en mi vientre está la luz de la fe, la esperanza y el amor. Es desde aquí que brilla la luz para el mundo, para que el mundo reconozca por la fe a Cristo, resucitado y vivo, que reina en mí, que reina en ustedes, que reina en todos los corazones que tienen fe.
Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, pidiendo la providencia del Padre, para que, con su gracia, nos envíe más vocaciones, y perfeccione las que ya nos ha enviado.
Pidan esto conmigo y en comunidad, y todo lo demás se les dará por añadidura».
¡Muéstrate Madre, María!