59. SACIAR A LA MULTITUD – ALIMENTAR CON LA EUCARISTÍA
EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA II DE PASCUA
Jesús distribuyó el pan a los que estaban sentados, hasta que se saciaron.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 6, 1-15
En aquel tiempo, Jesús se fue a la otra orilla del mar de Galilea o lago de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto las señales milagrosas que hacía curando a los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, festividad de los judíos. Viendo Jesús que mucha gente lo seguía, le dijo a Felipe: “¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?”. Le hizo esta pregunta para ponerlo a prueba, pues él bien sabía lo que iba a hacer. Felipe le respondió: “Ni doscientos denarios de pan bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan”. Otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: “Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados. Pero ¿qué es eso para tanta gente?”. Jesús le respondió: “Díganle a la gente que se siente”. En aquel lugar había mucha hierba. Todos, pues, se sentaron ahí; y tan solo los hombres eran unos cinco mil.
Enseguida tomó Jesús los panes, y después de dar gracias a Dios, se los fue repartiendo a los que se habían sentado a comer. Igualmente les fue dando de los pescados todo lo que quisieron. Después de que todos se saciaron, dijo a sus discípulos: “Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicien”. Los recogieron y con los pedazos que sobraron de los cinco panes llenaron doce canastos.
Entonces la gente, al ver la señal milagrosa que Jesús había hecho, decía: “Este es, en verdad, el profeta que habría de venir al mundo”. Pero Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró de nuevo a la montaña, él solo.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: la multitud quiere escucharte y recibir tu favor, de modo que no le importa quedarse sin comer. Pero a ti sí te importa alimentarlos, porque te da lástima esa gente.
Dice san Juan que pusiste a prueba a Felipe, preguntándole cómo comprarían el pan para darles de comer. Era una prueba de fe, porque Felipe debía intuir que tú ibas a hacer una de tus señales prodigiosas.
Aparece una pobre contribución, de cinco panes y dos pescados, y comienzas a dar instrucciones. Aquello debió ser complicado. Había que organizar bien las cosas para repartir aquel alimento. Se necesitaban muchos voluntarios, canastos… y mucha fe, porque iban a repartir un alimento que se multiplicaría en sus propias manos. Y así fue, y sobraron doce canastos, para que nosotros, ahora, nos alimentemos también.
Señor, nosotros, tus sacerdotes, nos damos cuenta de que nos toca esa misión de alimentar a tu pueblo, sobre todo con el Pan de vida, que es tu Cuerpo y tu Sangre, pero también con tu Palabra. Somos ministros que obedecen, y somos ofrenda que se entrega por los demás: esos pocos panes y peces, que se multiplican por obra de tu poder.
Jesús, ¿cómo debe ser mi humildad, para que hagas conmigo tus prodigios?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido. Humíllate tú, al pie de mi cruz, acompañando a mi Madre, para que seas enaltecido conmigo.
Mira mis ojos llenos de luz, pero enrojecidos de sangre.
Mira mi rostro desfigurado, con un semblante de dolor y agonía, tan cerca de ti, que puedes tocarlo.
Mírame en la cruz, y mira a través de mis ojos.
Mira lo que yo veo.
Yo veo a mi Madre, fuerte, de pie, dispuesta, entregada, valiente, firme en la fe, llena de esperanza, entregándose por amor como ofrenda en el sacrificio del Hijo que cuelga de la cruz, y que se entrega a la muerte, pero que lo abraza en el que está junto a ella lleno de vida.
Yo veo una multitud hambrienta y necesitada, que ha puesto su esperanza en mí, buscando la misericordia de Dios, y se han humillado, porque han creído y han confiado en mí. Pero el mundo me ha despreciado, y me ha desechado, y se han quedado sin mí, sin esperanza, vacíos, sin nada.
Yo veo la esperanza en mi Madre y en mi discípulo amado, dispuestos a ser ofrenda conmigo.
Yo veo en ellos la humillación, haciéndose parte conmigo, para ser despreciados y desechados del mundo, para salvar a los hombres.
Yo veo en ellos cinco panes y dos pescados, para saciar a los que crean en mí, y aun después llenar doce canastos.
Yo veo en esta entrega la fe, la esperanza y la caridad de una madre, que me sostiene en esta cruz, humillada por el mundo, suplicando compasión y misericordia al Padre para el Hijo.
Yo veo esa humillación enaltecida en Dios, que es compasivo y misericordioso, que acepta la ofrenda, y la multiplica en gracias y en dones a través del discípulo, para que el Hijo permanezca, para saciar a los que creen y confían en Él, y que nunca queden defraudados.
Yo veo un discípulo junto a mi Madre, que obedece y se queda con ella y la lleva a vivir a su casa, llenándose del Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen, porque el Espíritu Santo está con ella.
He aquí a tu Madre, para que la lleves a vivir a tu casa, para que se quede contigo, y te llene del Espíritu Santo, para que por tu fe abraces la cruz que es tu ministerio, y te subas en ella, y perseveres hasta el final, mientras tu Madre te sostiene, para que cumplas tu misión como Cristo en el mundo, sirviendo y alimentando al mundo con fe, con esperanza y con amor, haciéndote ofrenda conmigo, participando en mi sacrificio, para la salvación de los que creen y confían en mí.
Permanece en silencio, pero con valor, como mi Madre, al pie de la cruz, cumpliendo tu misión, reunido con mi Madre, para que por ella seas lleno del Espíritu Santo, para que cumplas tu misión en la cruz de tu ministerio, con alegría y con valor, para saciar a la multitud que tiene hambre y tiene sed, que está cansada, pero que permanecen, porque creen en mí y confían en mí.
Yo veo a mi Madre abrazando en el discípulo al Cristo resucitado, que se queda para saciar al pueblo y que nadie se vea defraudado.
Yo veo las puertas del cielo que se abren por mí, y se mantienen abiertas por cada uno de mis sacerdotes.
Pero yo les advierto:
¡Ay de ustedes los hipócritas, que cierran a los hombres las puertas del Reino de los cielos, porque ustedes no entran, y no dejan entrar a los que quieren entrar!
¡Ay de aquellos que no reparten los cinco panes y los dos pescados que yo les he dado, porque en ellos he confiado, y descuidan lo más importante, que es la justicia, la misericordia y la fe!
¡Ay de aquellos hipócritas que purifican por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de inmundicia y suciedad!
Que purifiquen primero la copa por dentro, para que también por fuera quede pura. Yo envío profetas a los sabios y a los hipócritas, pero a algunos los matan, y a otros los persiguen y los azotan.
Cuántas veces he querido reunir a los hijos de mi pueblo como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no han querido. He aquí a tu Madre, he aquí a tu hijo. El que tenga oídos, que oiga.
Con mi brazo reúno a todas las naciones, y con mi poder humillo a los que se enaltecen, y enaltezco a los que se humillan.
Los que se enaltecen son hipócritas, porque por su soberbia han conservado la luz para brillar ellos mismos, mientras el mundo permanece en tinieblas.
Los que se humillan son los que han perseverado en la cruz cumpliendo su misión, y que han llevado con sus dones la luz al mundo y han dado mucho fruto, porque el Espíritu Santo está con ellos.
Yo he vencido al mundo, porque no hay nada imposible para Dios.
Acompaña a mi Madre al pie de la cruz, para que te ayude. Y no digas: soy solo un muchacho, porque a donde quiera que yo te envíe irás y todo lo que te mande dirás.
Para que te abrace y te mantenga bajo la protección de su manto maternal.
Para que te sostenga y perseveres en la cruz.
Para que cumplas con tu misión y seas ejemplo, para que otros hagan lo mismo: que acepten a la Madre como hijos y se queden con ella, para que sean llenos del Espíritu Santo y venzan conmigo al mundo».
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Madre mía: tú eres una buena madre. Siempre estás pendiente de nosotros, y nos das el alimento necesario, para el cuerpo y para el alma. Sabemos que no nos va a faltar tu ayuda, tu protección, tu cercanía.
Contigo vamos siempre seguros. Agradecemos tu compañía. Ayúdanos a corresponder.
Yo te pido que siempre te muestres madre, y me enseñes a mí a mostrarme hijo, para cumplir fielmente con mi ministerio y así poder alimentar bien a mis ovejas.
Dame el valor que tú tuviste al pie de la cruz, para permanecer contigo firme en la fe. No me dejes, madre mía.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo siempre cumplo los deseos de mi Hijo.
Yo quiero reunirlos a ustedes como una gallina reúne a sus pollitos bajo sus alas, para protegerlos, para cuidarlos, para darles de comer, para guiarlos en el camino y que nunca se pierdan.
Permanezcan conmigo, para que sean llenos del Espíritu Santo, que siempre está conmigo, para que, fortalecidos en la fe y en el amor, alcancen la esperanza de mi auxilio, para que sean reunidos bajo mis alas y obtengan la protección de mi manto.
Yo intercedo por ustedes.
Para que se humillen.
Para que sean obedientes, y me acepten como Madre al pie de la cruz.
Para que me lleven a su casa y se queden conmigo.
Para que Dios, que es compasivo y misericordioso, derrame sobre ustedes su Santo Espíritu, que siempre está conmigo.
Para que los fortalezca y tengan el valor de tomar su cruz.
Para salir al mundo y dar testimonio de la misericordia derramada, por la que Cristo resucitado y vivo se queda y permanece en cada uno de ustedes.
Para que, con su luz, iluminen el mundo entero, llevando con compasión la fe, la esperanza y el amor.
Para que los que buscan la misericordia de Dios la encuentren en Cristo, en su cruz y en su resurrección.
Para que los que están cansados vayan a Él y los haga descansar.
Para que los que tienen hambre sean saciados, porque todo el que cree en Él tiene vida eterna.
Lleven su testimonio al mundo con su Palabra, para alimentarlos, porque no solo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios.
Permanezcan en mi compañía, dispuestos a la voluntad de Dios, valientes y firmes en la fe, en la esperanza y en el amor, en un sí y en una humillación constante, para que Dios los mire y se haga en ustedes según su Palabra, y su cruz sea la alegría de servir a Cristo, porque el Espíritu Santo está conmigo, y está con ustedes, y con todos los que me acompañan»
¡Muéstrate Madre, María!
38. SACIAR A LA MULTITUD – ALIMENTAR CON LA EUCARISTÍA
EVANGELIO DEL DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Jesús distribuyó el pan a los que estaban sentados, hasta que se saciaron.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 6, 1-15
En aquel tiempo, Jesús se fue a la otra orilla del mar de Galilea o lago de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto las señales milagrosas que hacía curando a los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, festividad de los judíos. Viendo Jesús que mucha gente lo seguía, le dijo a Felipe: “¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?”. Le hizo esta pregunta para ponerlo a prueba, pues él bien sabía lo que iba a hacer. Felipe le respondió: “Ni doscientos denarios de pan bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan”. Otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: “Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es eso para tanta gente?”. Jesús le respondió: “Díganle a la gente que se siente”. En aquel lugar había mucha hierba. Todos, pues, se sentaron ahí; y tan solo los hombres eran unos cinco mil.
Enseguida tomó Jesús los panes, y después de dar gracias a Dios, se los fue repartiendo a los que se habían sentado a comer. Igualmente les fue dando de los pescados todo lo que quisieron. Después de que todos se saciaron, dijo a sus discípulos: “Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicien”. Los recogieron y con los pedazos que sobraron de los cinco panes llenaron doce canastos.
Entonces la gente, al ver la señal milagrosa que Jesús había hecho, decía: “Este es, en verdad, el profeta que habría de venir al mundo”. Pero Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró de nuevo a la montaña, él solo.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: la multitud quiere escucharte y recibir tu favor, de modo que no le importa quedarse sin comer. Pero a ti sí te importa alimentarlos, porque te da lástima esa gente.
Dice san Juan que pusiste a prueba a Felipe, preguntándole cómo comprarían el pan para darles de comer. Era una prueba de fe, porque Felipe debía intuir que tú ibas a hacer una de tus señales prodigiosas.
Aparece una pobre contribución, de cinco panes y dos pescados, y comienzas a dar instrucciones. Aquello debió ser complicado. Había que organizar bien las cosas para repartir aquel alimento. Se necesitaban muchos voluntarios, canastos… y mucha fe, porque iban a repartir un alimento que se multiplicaría en sus propias manos. Y así fue, y sobraron doce canastos, para que nosotros, ahora, nos alimentemos también.
Señor, nosotros, tus sacerdotes, nos damos cuenta de que nos toca esa misión de alimentar a tu pueblo, sobre todo con el Pan de vida, que es tu Cuerpo y tu Sangre, pero también con tu Palabra. Somos ministros que obedecen, y somos ofrenda que se entrega por los demás: esos pocos panes y peces, que se multiplican por obra de tu poder.
Jesús, ¿cómo debe ser mi humildad, para que hagas conmigo tus prodigios?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido. Humíllate tú, al pie de mi cruz, acompañando a mi Madre, para que seas enaltecido conmigo.
Mira mis ojos llenos de luz, pero enrojecidos de sangre.
Mira mi rostro desfigurado, con un semblante de dolor y agonía, tan cerca de ti, que puedes tocarlo.
Mírame en la cruz, y mira a través de mis ojos.
Mira lo que yo veo.
Yo veo a mi Madre, fuerte, de pie, dispuesta, entregada, valiente, firme en la fe, llena de esperanza, entregándose por amor como ofrenda en el sacrificio del Hijo que cuelga de la cruz, y que se entrega a la muerte, pero que lo abraza en el que está junto a ella lleno de vida.
Yo veo una multitud hambrienta y necesitada, que ha puesto su esperanza en mí, buscando la misericordia de Dios, y se han humillado, porque han creído y han confiado en mí. Pero el mundo me ha despreciado, y me ha desechado, y se han quedado sin mí, sin esperanza, vacíos, sin nada.
Yo veo la esperanza en mi Madre y en mi discípulo amado, dispuestos a ser ofrenda conmigo.
Yo veo en ellos la humillación, haciéndose parte conmigo, para ser despreciados y desechados del mundo, para salvar a los hombres.
Yo veo en ellos cinco panes y dos pescados, para saciar a los que crean en mí, y aun después llenar doce canastos.
Yo veo en esta entrega la fe, la esperanza y la caridad de una madre, que me sostiene en esta cruz, humillada por el mundo, suplicando compasión y misericordia al Padre para el Hijo.
Yo veo esa humillación enaltecida en Dios, que es compasivo y misericordioso, que acepta la ofrenda, y la multiplica en gracias y en dones a través del discípulo, para que el Hijo permanezca, para saciar a los que creen y confían en Él, y que nunca queden defraudados.
Yo veo un discípulo junto a mi Madre, que obedece y se queda con ella y la lleva a vivir a su casa, llenándose del Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen, porque el Espíritu Santo está con ella.
He aquí a tu Madre, para que la lleves a vivir a tu casa, para que se quede contigo, y te llene del Espíritu Santo, para que por tu fe abraces la cruz que es tu ministerio, y te subas en ella, y perseveres hasta el final, mientras tu Madre te sostiene, para que cumplas tu misión como Cristo en el mundo, sirviendo y alimentando al mundo con fe, con esperanza y con amor, haciéndote ofrenda conmigo, participando en mi sacrificio, para la salvación de los que creen y confían en mí.
Permanece en silencio, pero con valor, como mi Madre, al pie de la cruz, cumpliendo tu misión, reunido con mi Madre, para que por ella seas lleno del Espíritu Santo, para que cumplas tu misión en la cruz de tu ministerio, con alegría y con valor, para saciar a la multitud que tiene hambre y tiene sed, que está cansada, pero que permanecen, porque creen en mí y confían en mí.
Yo veo a mi Madre abrazando en el discípulo al Cristo resucitado, que se queda para saciar al pueblo y que nadie se vea defraudado.
Yo veo las puertas del cielo que se abren por mí, y se mantienen abiertas por cada uno de mis sacerdotes.
Pero yo les advierto:
¡Ay de ustedes los hipócritas, que cierran a los hombres las puertas del Reino de los cielos, porque ustedes no entran, y no dejan entrar a los que quieren entrar!
¡Ay de aquellos que no reparten los cinco panes y los dos pescados que yo les he dado, porque en ellos he confiado, y descuidan lo más importante, que es la justicia, la misericordia y la fe!
¡Ay de aquellos hipócritas que purifican por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de inmundicia y suciedad!
Que purifiquen primero la copa por dentro, para que también por fuera quede pura. Yo envío profetas a los sabios y a los hipócritas, pero a algunos los matan, y a otros los persiguen y los azotan.
Cuántas veces he querido reunir a los hijos de mi pueblo como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no han querido. He aquí a tu Madre, he aquí a tu hijo. El que tenga oídos, que oiga.
Con mi brazo reúno a todas las naciones, y con mi poder humillo a los que se enaltecen, y enaltezco a los que se humillan.
Los que se enaltecen son hipócritas, porque por su soberbia han conservado la luz para brillar ellos mismos, mientras el mundo permanece en tinieblas.
Los que se humillan son los que han perseverado en la cruz cumpliendo su misión, y que han llevado con sus dones la luz al mundo y han dado mucho fruto, porque el Espíritu Santo está con ellos.
Yo he vencido al mundo, porque no hay nada imposible para Dios.
Acompaña a mi Madre al pie de la cruz, para que te ayude. Y no digas: soy solo un muchacho, porque a donde quiera que yo te envíe irás y todo lo que te mande dirás.
Para que te abrace y te mantenga bajo la protección de su manto maternal.
Para que te sostenga y perseveres en la cruz.
Para que cumplas con tu misión y seas ejemplo, para que otros hagan lo mismo: que acepten a la Madre como hijos y se queden con ella, para que sean llenos del Espíritu Santo y venzan conmigo al mundo».
+++
Madre mía: tú eres una buena madre. Siempre estás pendiente de nosotros, y nos das el alimento necesario, para el cuerpo y para el alma. Sabemos que no nos va a faltar tu ayuda, tu protección, tu cercanía.
Contigo vamos siempre seguros. Agradecemos tu compañía. Ayúdanos a corresponder.
Yo te pido que siempre te muestres madre, y me enseñes a mí a mostrarme hijo, para cumplir fielmente con mi ministerio y así poder alimentar bien a mis ovejas.
Dame el valor que tú tuviste al pie de la cruz, para permanecer contigo firme en la fe. No me dejes, madre mía.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijos míos, sacerdotes: yo siempre cumplo los deseos de mi Hijo.
Yo quiero reunirlos a ustedes como una gallina reúne a sus pollitos bajo sus alas, para protegerlos, para cuidarlos, para darles de comer, para guiarlos en el camino y que nunca se pierdan.
Permanezcan conmigo, para que sean llenos del Espíritu Santo, que siempre está conmigo, para que, fortalecidos en la fe y en el amor, alcancen la esperanza de mi auxilio, para que sean reunidos bajo mis alas y obtengan la protección de mi manto.
Yo intercedo por ustedes.
Para que se humillen.
Para que sean obedientes, y me acepten como Madre al pie de la cruz.
Para que me lleven a su casa y se queden conmigo.
Para que Dios, que es compasivo y misericordioso, derrame sobre ustedes su Santo Espíritu, que siempre está conmigo.
Para que los fortalezca y tengan el valor de tomar su cruz.
Para salir al mundo y dar testimonio de la misericordia derramada, por la que Cristo resucitado y vivo se queda y permanece en cada uno de ustedes.
Para que, con su luz, iluminen el mundo entero, llevando con compasión la fe, la esperanza y el amor.
Para que los que buscan la misericordia de Dios la encuentren en Cristo, en su cruz y en su resurrección.
Para que los que están cansados vayan a Él y los haga descansar.
Para que los que tienen hambre sean saciados, porque todo el que cree en Él tiene vida eterna.
Lleven su testimonio al mundo con su Palabra, para alimentarlos, porque no solo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios.
Permanezcan en mi compañía, dispuestos a la voluntad de Dios, valientes y firmes en la fe, en la esperanza y en el amor, en un sí y en una humillación constante, para que Dios los mire y se haga en ustedes según su Palabra, y su cruz sea la alegría de servir a Cristo, porque el Espíritu Santo está conmigo, y está con ustedes, y con todos los que me acompañan»
¡Muéstrate Madre, María!