60. LA BARCA FUERTE DE LA IGLESIA – NO TENER MIEDO
EVANGELIO DEL SÁBADO DE LA SEMANA II DE PASCUA
Vieron a Jesús caminando sobre las aguas.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 6, 16-21
Al atardecer del día de la multiplicación de los panes, los discípulos de Jesús bajaron al lago, se embarcaron y empezaron a atravesar hacia Cafarnaúm. Ya había caído la noche y Jesús todavía no los había alcanzado. Soplaba un viento fuerte y las aguas del lago se iban encrespando.
Cuando habían avanzado unos cinco o seis kilómetros, vieron a Jesús caminando sobre las aguas, acercándose a la barca, y se asustaron. Pero él les dijo: “Soy yo, no tengan miedo”. Ellos quisieron recogerlo a bordo y rápidamente la barca tocó tierra en el lugar a donde se dirigían.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: con toda seguridad un buen conocedor de la historia de la Iglesia puede entender mejor el mensaje de este pasaje del Evangelio. Tu Iglesia, Jesús, ha sufrido en estos 2000 años muchas tormentas, muchos vientos fuertes y olas encrespadas. Y el momento actual lo sigue padeciendo.
Por eso quisiste dejarnos esa lección con la barca de Pedro. Y sigues diciéndonos, una vez y otra, “¡ánimo! Soy yo; no teman”. Es una forma de decirnos que todas esas tormentas tú las permites, por alguna razón, y sabemos que las puertas del infierno no prevalecerán contra tu esposa, la Iglesia.
Nosotros, los sacerdotes, nos damos cuenta de que, en medio de las tormentas, nos corresponde remar muy unidos, mar adentro, para echar las redes en tu nombre, bajo la guía de Pedro, quien nos conduce a puerto seguro, mirando a la estrella, mirando a María. Esa es nuestra misión, nuestra responsabilidad.
Y es normal que las personas consideren que lo que dice o hace un sacerdote, es lo que dice o hace la Iglesia. La representamos, en función de nuestro ministerio. Por tanto, nuestra responsabilidad es grande, porque la Iglesia no tiene mancha ni arruga.
Jesús, ¿cómo esperas que tus sacerdotes amemos a tu Iglesia, con obras y de verdad?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: te quiero para mí. Eres mío.
Aunque los vientos sean fuertes y la tribulación te inquiete, aunque otros tengan miedo y no puedan encontrarme, aunque en el mundo haya tanto ruido, tú, amigo mío, permanece aquí, humíllate ante el mundo y permanece de rodillas ante mí.
De ti quiero paciencia, obediencia, humildad, confianza, abandono.
De ti quiero prudencia, fortaleza, templanza, justicia.
De ti quiero tu amor, expresado en el perfeccionamiento de la virtud, que se consigue en el silencio y en la soledad de un alma compartida, en unidad conmigo.
Amigo mío: aun en medio de tormentas y vientos fuertes, aun en medio de grandes olas, mi barca es segura.
Dentro de mi Iglesia hay hombres muy ocupados, que construyen. Yo soy Cristo que pasa, pero no me ven, tienen miedo y se tambalean, y el viento fuerte y las tormentas destruyen lo que ellos construyen.
También hay otros hombres que trabajan y construyen, y a pesar de los vientos fuertes y los temblores de la tierra, oran, predican y confían. Y, al pasar, me ven y me siguen. Entonces los vientos cesan, y ni un solo pilar es destruido, porque están construyendo sobre roca.
Las obras que quiero son de misericordia. Pero veo cómo discuten entre ustedes. Todos quieren hacer, y critican y juzgan al que parece hacer menos, pero que hace lo más importante: buscarme, encontrarme, ir a mi encuentro, para llevar a los demás a mí.
Porque el que me busca me encuentra, y al que me encuentra y permanece conmigo no le falta nada.
Pero están tan ocupados, activos, trabajando y luchando, remando contra viento y marea, para cubrir sus necesidades humanas, que descuidan lo más importante. Entonces construyen sobre arena, y llega el viento y lo destruye.
Y están tan ocupados trabajando con sus manos que no se dan cuenta de lo poco que pueden lograr con sus propias fuerzas. Y al primer viento todo se destruye, y ustedes mismos tiemblan, y no llegan a ningún lado, porque no están remando juntos, y no confían en la seguridad de mi barca.
Entonces no obedecen y no se ciñen a quien los dirige a puerto seguro, porque tienen miedo, pero les falta temor de Dios.
No tengan miedo, yo soy Cristo que pasa.
Se preocupan y se agitan por muchas cosas, cuando solo hay necesidad de una sola. Al que escoge la mejor parte, no le será quitada.
Permanezcan a mis pies, orando, amando, enjugando mis pies y curando mis heridas con sus lágrimas. Confíen en mí y abandónense en mis manos, abandonándose en las manos de mi Madre, para que los lleve en la seguridad de mi barca hacia tierra firme, hacia puerto seguro. Confíen en ella y confíen en mí.
Sigan caminando y no se preocupen. Miren las aves del cielo. ¿Acaso no valen ustedes más que ellas? Miren los lirios del campo, que Dios los viste, y crecen sin fatigarse.
Perseveren en la fe, y todo lo demás se les dará por añadidura.
Ahí tienen a su Madre. ¿Tienen necesidad de alguna otra cosa?».
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Madre de la Iglesia, Estrella del Mar: nos da mucha seguridad poder acudir a tus brazos maternales en momentos de dificultad, de vientos contrarios que se nos presentan en la vida. Qué pena que nos entre miedo cuando nos damos cuenta de que es el mismo Jesús el que no solo permite eso, sino que se hace presente y nos pide algo que cuesta.
Ayúdanos a crecer en confianza en Jesús, para que podamos mantenernos seguros en la barca de Pedro, dando testimonio con nuestro ejemplo, conscientes también de que para el pueblo de Dios nosotros mismos somos Cristo que pasa a su lado, llevándoles la alegría y la paz con nuestra oración y la predicación de la Palabra.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo soy Madre de Cristo, que es la roca.
Él es la piedra angular.
Yo soy Madre de la Iglesia.
Es Pedro la piedra sobre la que se construye la Iglesia, y las puertas del hades no prevalecerán sobre ella.
A pesar de los fuertes vientos, de los temblores y la tribulación, la Iglesia se mantendrá firme y nunca será destruida, porque la piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular, y los nuevos constructores construyen sobre cimientos firmes.
Permanezcan unidos al Papa, unidos a mí, para que permanezcan en la seguridad, que es Cristo.
Ustedes tienen miedo, porque, aunque están en una barca fuerte, no se sienten seguros, y los azota el viento, y las olas son grandes, y la oscuridad no los deja ver.
Y siguen remando, confiando en sus pocas fuerzas.
Cristo está con ustedes, pero no lo quieren ver, porque no quieren encontrarlo; no se quieren comprometer, no quieren confiar, les falta fe, les falta voluntad, tienen miedo a la disposición del corazón y al sufrimiento.
No se dan cuenta de que el que camina sobre las olas no es un fantasma, es Cristo.
No se dan cuenta de que ustedes mismos son quienes deben caminar con fe sobre las olas, para conducir la barca y darle seguridad a los que están en ella. La barca es la Iglesia. Los que van dentro son el pueblo de Dios, y ustedes no son fantasmas, son Cristo.
No se dan cuenta de que ustedes son los pilares y los constructores de la Iglesia.
No se dan cuenta de que ustedes son los que reúnen al pueblo en un solo pueblo santo, en una misma barca, en una sola Iglesia, que no puede ser destruida a pesar de los fuertes vientos, y que ustedes son en quien Dios confía para mantener la unidad, la confianza, la seguridad, la calma y la paz.
No se dan cuenta de que yo ruego por ustedes para que se abran a la gracia, para que abran los ojos, para que vean la luz, para que reciban la luz y sean ustedes la luz que disipa la oscuridad y el miedo, porque los hombres encuentran y reconocen en ustedes mismos a Cristo, cuando ustedes tienen fe y caminan sobre las aguas turbulentas, para llevar con la fe, en la Palabra y la oración, la seguridad, la confianza, la alegría, la paz y la calma de Cristo al mundo, para que el mundo lo vea, para que lo reconozca, para que no tenga miedo de permanecer en la barca, sabiendo que navega hacia puerto seguro».
¡Muéstrate Madre, María!