22/09/2024

Jn 6, 52-59

66. HUMILDAD DE CONVERSIÓN – VERDADERO ALIMENTO Y BEBIDA

PRIMERA LECTURA DEL VIERNES DE LA SEMANA III DE PASCUA

Es el instrumento escogido por mí, para que me dé a conocer a las naciones.

Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 9, 1-20

En aquellos días, Saulo, amenazando todavía de muerte a los discípulos del Señor, fue a ver al sumo sacerdote y le pidió, para las sinagogas de Damasco, cartas que lo autorizaran para traer presos a Jerusalén a todos aquellos hombres y mujeres que seguían la nueva doctrina.

Pero sucedió que, cuando se aproximaba a Damasco, una luz del cielo lo envolvió de repente con su resplandor. Cayó por tierra y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Preguntó él: “¿Quién eres, Señor?”. La respuesta fue: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate. Entra en la ciudad y ahí se te dirá lo que tienes que hacer” (…)

EVANGELIO

Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 6, 52-59

En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”.

Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.

Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí.

Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre”.

Esto lo dijo Jesús enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: durante el tiempo litúrgico de la Pascua la liturgia nos va presentando diariamente la lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles, en el que ocupa un lugar muy especial el Apóstol san Pablo.

Tú te fijaste en él porque era un hombre lleno de celo por la religión de sus padres, y estaba dispuesto a todo para defender esa fe. Necesitabas un hombre así para que llevara tu Evangelio a tierra de gentiles.

A los que tú amas los reprendes y corriges, para que se conviertan. A Pablo lo enviaste con Ananías, para que le explicara lo que tenía que hacer. Si Pablo fuera soberbio se habría revelado y quejado, pidiendo que fueras tú mismo quien le diera instrucciones. Pero fue humilde, cayó de rodillas, y obedeció.

Jesús, yo también necesito convertirme, humillarme, obedecer, y ponerme en manos de ese instrumento que tú has elegido para que yo abra mi alma, para entregarte mi voluntad.

Sé que estás a la puerta llamándome. Quiero escuchar tu voz, abrirte y cenar contigo, saciándome de ti en el banquete de tu Cuerpo y de tu Sangre, para tener vida eterna.

Señor, ¿cómo puedo perseverar en la humildad?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: quiero que los ciegos vean y los sordos escuchen.

Yo los llamo y los elijo para hacerlos instrumentos de salvación a través de mi amor y de mi misericordia.

Yo los amo, y por eso los reprendo y los corrijo.

Les mostraré un tesoro de mi Madre: se llama humildad.

El hambre de poder y la sed de riqueza dominan al hombre y a sus pasiones, lo llenan de soberbia y endurecen su corazón.

Yo los amo, y por eso los reprendo y los corrijo, para que se humillen y se arrepientan, para que sean humildes y me entreguen su voluntad. Porque un corazón contrito y humillado yo no lo desprecio.

Yo hiero sus corazones con la espada de mi boca, y los llamo; y si alguno escucha mi voz, yo convierto su corazón de piedra en corazón de carne, para que sea encendido en el fuego del amor de Dios, y los fríos sean fervientes y no tibios, porque yo a los tibios los vomito de mi boca.

Al que me persigue yo lo hago sucumbir en mi mar de misericordia, y lo hiero con mi espada, para que el que crea en mí se salve y tenga vida, pero el que no crea, bajo mi espada muera.

Yo he llamado amigos a los que hacen lo que yo les mando, y no los llamo siervos, los llamo amigos. No me han elegido ustedes, yo los he elegido a ustedes, para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca. Y por mi causa son perseguidos, para que den testimonio de mí.

Yo los hago instrumentos de mi amor, pero deben abrir los oídos sordos para que me escuchen, para que se desnuden del mundo, y cayendo de rodillas se postren humillados a mis pies.

Yo heriré y convertiré sus corazones, encendiéndolos en el fuego del amor de Dios, para que sean humildes y tengan temor de Dios, para que sean como leña y cuiden que el fuego en ellos nunca se apague, alimentando el fuego con la fe. Entonces yo transformaré los leños en metal precioso, acrisolado al fuego, para que nunca sean cenizas, para que sean instrumentos preciosos de mi amor y mi misericordia.

Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz, y me abre la puerta, yo entraré y cenaré con él, y él conmigo.

Mi Carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida. El que coma mi Cuerpo y beba mi Sangre permanece en mí y yo en él. Y así como yo vivo por mi Padre, así el que me coma vivirá por mí.

Perseveren en la humildad, en la paciencia y en la obediencia. Entonces el Espíritu Santo los llenará y les dará su fuerza para que cumplan la misión que les ha encomendado, y yo los enviaré al mundo sin ser de este mundo, como fieles instrumentos de mi amor, para hacerles llegar mi misericordia desde mi Sagrado Corazón, encendiendo sus corazones en el fuego de mi amor.

Yo celebro la Pascua con ustedes, pero ¡ay de aquel que cene conmigo y luego me entregue! Más le valdría no haber nacido.

Ustedes son la obra perfecta de mi Padre.

Ustedes son a imagen y semejanza del Hijo, para ser como el Hijo, para vivir en el Hijo y el Hijo en ustedes.

Ustedes son Cristos para vivir en unión con el Espíritu Santo y dar gloria a Dios.

Los ángeles han sido enviados a servir a los hombres para gloria de Dios, y ustedes, los sacerdotes, han sido enviados a servir a Dios por medio del Hijo, en el servicio a cada hombre, para la gloria de Dios.

Si ustedes supieran la alegría que me causan los que me dicen sí, y sí vienen; los que escuchan mi llamado y me siguen; los que, a pesar de su cruz, se quedan y permanecen en mí.

Si supieran cuánto los amo.

Si supieran la felicidad de la gloria que los espera, porque en cada cruz también hay gloria.

Si supieran el gozo de la unión conmigo en la Santísima Trinidad.

Si supieran la alegría que me causa la sonrisa de mi Madre y su gozo por cada uno de los que me aman y se entregan.

Si supieran, se quedarían, y los que se han ido volverían, y por ellos se alegraría el cielo.

Mis sacerdotes santos, los que se esfuerzan, los que cuando caen se levantan, los que me entregan su voluntad, son estrellas en el cielo, son luz que ilumina como el sol, son agua de manantial, son aroma de pasto fresco, perfume de flores, brisa de mar.

Cuánta alegría me causan cuando son como niños y se dejan amar por mí.

Cuando dejan de ser hombres y se transforman en seres divinos, hombre-Dios, como yo, hombres por su naturaleza humana, y divinos porque vivo yo en ustedes.

Cuando hacen milagros con sus manos en cada Eucaristía.

Cuando vibran sus cuerpos de amor por mí en cada consagración.

Cuando obran milagros en cada confesión, en cada sacramento; porque de ustedes es el poder en la tierra para abrir las puertas del cielo; porque cada vez que se abre el cielo y se recibe un alma, la gloria de mi Padre es más grande, y eso es la felicidad que no conocen, que no imaginan, pero que están invitados a participar desde ahora en la gloria de mi resurrección, porque muriendo al mundo es que se hacen libres, y viviendo en mí alcanzan la plenitud.

El que vive en mí y yo en él nada teme, y todo espera en la alegría de la comunión y en la confianza de mi promesa para la vida eterna.

Ustedes son la alegría y la esperanza de mi amor. Son los niños de mi Padre, por quienes derrama al mundo su bendición; son brillantes preciosos, tesoros valiosos.

Elegidos para ser los últimos, y por eso los primeros.

Elegidos para ser el esplendor en la tierra de la gloria del cielo.

Elegidos para ser buenos.

Elegidos para ser fieles.

Elegidos para ser santos.

Que se alegren los cielos y la tierra cuando un sacerdote por vivir muera y por morir viva.

Yo soy Jesucristo, Hijo único de Dios, Cristo vivo, Cristo resucitado, Sumo y Eterno Sacerdote, que dejó ejemplo para que sean ejemplo, que amó para que vivan en el amor.

Yo soy el amor».

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Madre mía, Reina de la humildad: la conversión de san Pablo es un gran ejemplo para todos los cristianos. Él tuvo la humildad de reconocer que se había equivocado, y estuvo dispuesto desde el primer momento a rectificar, entregando su vida y su celo apostólico al servicio de Jesús.

Tú intercedes por todos los hombres para que también nos convirtamos, y nos decidamos seriamente a seguir a Jesús. Y nos ayudas si somos perseguidos por causa de Jesús. Con amor maternal siempre sabes lo que necesitamos y nos das tu auxilio.

Consíguenos, Madre, la virtud de la humildad, para reconocer nuestros errores y pecados, buscando la gracia a través del sacramento de la penitencia, y ayúdanos para hacer un verdadero propósito de enmienda, que incluya tener más hambre de Dios y mucha sed de almas.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijitos míos, sacerdotes: yo soy Madre, y yo auxilio y cuido a mis hijos como madre.

Yo los ayudo a levantarse cuando caen, y curo sus heridas con mi amor.

Yo los acompaño para que no vuelvan a caer y no sufran un daño mayor.

Yo mantengo sus corazones encendidos en el mío, y los conservo en la alegría y en el sufrimiento compartido de mi amor, para que compadezcan con Cristo, pues el que es sumo y eterno sacerdote se compadece de sus flaquezas, pues ha sido probado igual en todo, menos en el pecado.

Yo los acompaño, para que ante las pruebas mantengan su fe.

Para que ante los hombres profesen su fe.

Para que, ante Dios, por su fe, se humillen y sean instrumentos fidelísimos del amor de Dios, a través de sus ministerios, con obras de misericordia, enseñando al que no sabe, aconsejando al que lo necesita, corrigiendo al que se equivoca, consolando al triste, perdonando los errores, sufriendo con paciencia los defectos de los demás, orando por los vivos y los muertos.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia.

Yo auxilio a mis hijos perseguidos y a sus perseguidores, que son lobos y ovejas, conviviendo en el mismo redil.

Para que promuevan la unidad y la paz, proclamando en la Palabra su fe, y sean testimonio de amor y misericordia.

Para que abran sus oídos, y sean heridos sus corazones, y al comer el Cuerpo y beber la Sangre del Cordero, sean abiertos sus ojos y convertidos sus corazones.

Para que sean transformados por el amor y sean instrumentos misericordiosos fidelísimos de Dios.

Para que sacien su hambre y sacien su sed, no del mundo, sino de Cristo, hambre de Dios y sed de almas.

Yo los enriquezco con el tesoro de mi corazón, que yo poseo para ustedes y para su santidad: la humildad».

¡Muéstrate Madre, María!