22/09/2024

Jn 8, 1-11

34. PIEDRAS DE CONSTRUCCIÓN - CONFESAR Y CONFESARSE

EVANGELIO DEL DOMINGO V DE CUARESMA (C)

EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA V DE CUARESMA (A y B)

Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les enseñaba.

Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?”.

Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.

Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él.

Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?”. Ella le contestó: “Nadie, Señor”. Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: siguen resonando tus palabras en mis oídos: “aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Todos se fueron.

Ninguno de nosotros puede decir que no tiene pecados. La ley de Moisés era muy dura para castigar algunos delitos. Dios quería que hubiera un castigo ejemplar para que los miembros del pueblo elegido se dieran cuenta así de lo grave que es ofenderte.

Nosotros ahora, con la ley del amor y de la misericordia, nos damos cuenta de lo grave que es ofenderte cuando vemos al Amor crucificado.

Ya no hay “castigos ejemplares”, pero sí sigue habiendo piedras. Te las arrojamos a ti cuando pecamos, cuando te damos besos “a lo Judas”, traicionando tu amor.

Jesús, ya no quiero ofenderte, quiero cambiar esas piedras por sillares de construcción, por piedras vivas de tu Iglesia, para edificarla en santidad. ¿Cómo puedo perseverar en la lucha contra el pecado?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

«Sacerdote mío, amigo mío:

Yo he visto el error y he visto el horror de los hombres.

Yo he visto cómo eran destruidos por el pecado.

Yo he visto cómo ni uno solo se había salvado.

Yo he visto su debilidad y su fragilidad, y he visto también el Paraíso y la gloria del Padre, y a los hombres resucitados por mi cuerpo y por mi sangre.

Ante la debilidad del hombre, yo he visto la fortaleza de Dios.

Ante la crueldad del hombre, yo he visto la compasión de Dios.

Ante la incredulidad del hombre, yo he visto la verdad de Dios.

Ante la incapacidad del hombre, yo he visto la omnipotencia de Dios.

Ante la desobediencia del hombre, yo he visto la salvación del hombre por la obediencia del Hijo de Dios.

Ante el desierto y la muerte del hombre, yo he visto derramarse la misericordia de Dios como fuente de agua viva, para hacer nuevas todas las cosas.

Y en esa visión me vi y te vi. Entonces supe que todo mi sacrificio valdría la pena.

Yo mismo me entregué sin poner resistencia, y pidiendo misericordia para mis amigos, demostrando, en un acto de piedad, que mi misericordia era también para mis enemigos, cuando uno de mis amigos vino a mí, con el valor de mentira que causa el miedo, y me dio un beso en la mejilla, acusándome y traicionándome en silencio.

Me llevaron, mientras mis amigos huyeron y me dejaron solo, perdiéndose cada uno en el desierto de su propia soledad.

Su debilidad y la culpa los mantenía escondidos, mientras la causa por la que eran perseguidos estaba siendo probada, torturada, martirizada, burlada, e injustamente juzgada. La causa era la verdad, y la verdad iba a ser lapidada con las piedras del pecado y la mentira.

El amor me dio la fuerza.

Yo conozco tu debilidad, y yo soy tu fortaleza.

Yo te pido que tu beso sea de amor y, al menos tú, nunca me traiciones.

Yo te pido que des testimonio de tu fe y de mi misericordia, para que lleves esta misericordia al mundo, para que se renueven en la fe, en la esperanza y en el amor.

Yo te pido que, por mi amor, y en obediencia a la voluntad del Padre, sigas transmitiendo mi amor y mi misericordia, por la que renuevo tu corazón y lo uno al mío, para que nunca me abandones.

Yo hago nuevas todas las cosas.

Yo he venido al mundo a traer la verdad, para que conozcan la verdad, para que vivan en la verdad. Yo soy la verdad.

Yo soy el principio y el fin, el alfa y la omega. Que vengan a mí los que tengan sed, y yo les daré del manantial del agua de la vida.

Mi Madre busca a los que están en soledad, para que se reúnan con ella, para que corran los ríos en sus desiertos y regresen a mí, para que caminen conmigo, para que olviden su pasado, sus culpas y sus errores, para que, por mi cruz, sea derramada mi misericordia, y sean renovados en el amor, para que las piedras que llevan en las manos sean transformadas en material de construcción, en piedras renovadas transformadas en pilares de misericordia.

Yo quiero que construyan en unidad, que se ciñan a la obediencia de la roca que yo he dejado al frente, para ser piedra angular en la construcción de mi Iglesia. Los cardenales son los pilares de mi construcción: que construyan en la obediencia.

Yo quiero que los ministerios de mis sacerdotes sean fruto de mi misericordia, renovando a cada uno, perdonando sus errores, olvidando su pasado, enmendando con su trabajo y su sacrificio, reparando con actos de misericordia, construyendo en la unidad de mi Iglesia el Reino de los cielos.

Yo me he hecho pecado para recibir los golpes de todas las piedras, y destruyendo el pecado, construir con esas mismas piedras. Y el que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra».

+++

Madre mía, Refugio de los pecadores: enséñame a ser un buen administrador de la misericordia de Dios, ayudando a mis hermanos a combatir el pecado, al mismo tiempo que me esfuerzo por acudir yo a esa fuente de gracia que es la Confesión.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

«Hijo mío, sacerdote: no todos se han ido. Aquí estoy yo y aquí estás tú.

Permanece en unidad conmigo, al pie de la cruz, unido a Cristo, para que en tu debilidad sea Él tu fortaleza.

Persevera en la oración y en el amor, para que sean fortalecidos los pilares de construcción de la Santa Iglesia, para que sea exaltada la cruz, y llegue la Luz y la Misericordia al mundo entero, a través de las obras de los constructores y el material de construcción, renovado en obediencia y en unidad a la piedra angular.

La Santa Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, cuerpo crucificado, inmolado, muerto.

Y al morir Él, destruye todo pecado. Y en Cristo resucitado vive, reuniendo a todos mis hijos en Una, Santa, Católica y Apostólica Iglesia, Esposa de Cristo, en quien todo pecado es destruido y enterrado.

Y ella prevalecerá santa e inmaculada, a pesar de los horrores que vi en los pecados de los hijos que he venido a buscar y a corregir.

Esos pecados también están destruidos y enterrados, pero ellos deben darse cuenta, deben confesarlos.

El mundo los juzga, y el mundo no está libre de pecado, sino tan solo los hombres que se han arrepentido, que los han confesado, que, por la misericordia de Dios en ellos, con su perdón, han sido purificados. Porque han creído han sido salvados.

Pero algunos están contaminados de soberbia, y mueren en pecado.

Oremos, hijo mío, para que en su Juicio particular la misericordia tenga lugar.

Que por los méritos de mi Hijo Jesucristo y de mi maternidad divina, la misericordia esté sobre la justicia.

Yo intercedo pidiendo la misericordia de Dios para renovar cada pilar, para que sean adornados con piedras preciosas, para que sean dignas piezas de construcción del Reino de Dios, en el que nada profano puede entrar, sino solo los que han sido dignos y están escritos en el Libro de la vida del Cordero.

Yo intercedo para perfeccionar el material de construcción, para que sean piedras preciosas para la Ciudad Santa, la gran construcción para la gloria de Dios».

¡Muéstrate Madre, María!