22/09/2024

Jn 8, 12-20

34C. LÁMPARAS ENCENDIDAS - RECIBIR Y PRACTICAR LA PALABRA

LUNES DE LA SEMANA V DE CUARESMA (Ciclo C)

Yo soy la luz del mundo.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 8, 12-20

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no caminará en la oscuridad y tendrá la luz de la vida”.

Los fariseos le dijeron a Jesús: “Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es válido”. Jesús les respondió: “Aunque yo mismo dé testimonio en mi favor, mi testimonio es válido, porque sé de dónde vengo y a dónde voy; en cambio, ustedes no saben de dónde vengo ni adónde voy. Ustedes juzgan por las apariencias. Yo no juzgo a nadie; pero si alguna vez juzgo, mi juicio es válido, porque yo no estoy solo: el Padre, que me ha enviado, está conmigo. Y en la ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo doy testimonio de mí mismo y también el Padre, que me ha enviado, da testimonio sobre mí”.

Entonces le preguntaron: “¿Dónde está tu Padre?”. Jesús les contestó: “Ustedes no me conocen a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre”.

Estas palabras las pronunció junto al cepo de las limosnas, cuando enseñaba en el templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: con frecuencia aparecen en el santo Evangelio referencias a la luz. Primeramente, lo que proclama hoy, que tú eres la luz del mundo.

Pero también se lo dices a tus discípulos, luz del mundo y sal de la tierra. Queda claro que se trata de transmitirte a ti, llevar tu palabra y tu vida a todos los ambientes.

Eres luz, y eres camino, verdad y vida. Eres Eucaristía, alimento de vida eterna. Eres Maestro, modelo para todos los hombres. Eres el Buen Pastor y la puerta para las ovejas.

Todo eso y más significa que eres la luz del mundo.

Cuando reflexiono en esas palabras tuyas, no puedo dejar de pensar en mi vocación sacerdotal. Está claro que tú encendiste una luz en mi alma, y no quieres que se apague, sino que se ponga en el candelero, y brille así tu luz ante los hombres.

Si me llamaste es porque quieres que ilumine a los demás con esa luz que has encendido en mi corazón. Soy portador de tu gracia, a través de la predicación de tu palabra y la administración de los sacramentos. Tú eres la Luz y te haces presente en la Sagrada Eucaristía.

Señor, ¿qué debo hacer para mantener encendida esa luz y transmitirla eficazmente a los demás?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: vengan a conocer la intimidad revelada de Dios por el Espíritu.

Yo soy el pan vivo bajado del cielo, para que quien lo coma no muera. El que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo le voy a dar es mi carne, para la vida del mundo.

Yo soy el camino, la verdad y la vida. Yo soy Eucaristía, fuente inagotable de misericordia, que renueva a los hombres constantemente cuando hacen esto en memoria mía, en este único y eterno sacrificio, en el que doy mi vida. Nadie me la quita, yo la entrego por mi propia voluntad, para que el mundo tenga vida, derramando constantemente la misericordia de Dios sobre las miserias de los hombres, perdonando los pecados de los hombres, alimentando el espíritu de los hombres, hasta que vuelva. Entonces me sentaré y tomaré posesión del mundo y de lo que me pertenece, que por mi cruz y resurrección he ganado, y los haré partícipes de un único y eterno banquete celestial en la gloria de Dios Padre.

Yo soy el alimento que nunca se acaba. Pero son ustedes, sacerdotes, los que lo entregan con generosidad. Pero si ustedes no creen…, si se debilita su fe…, si dejan vacío el sagrario…, si no me prestan sus manos y su voz…, si no consagran…

¿Cómo tendrá vida el mundo?

¿Cómo llegará mi alimento a todos los que creen en mí, y me aman, y me esperan, y me adoran?

¿Cómo llegará mi luz para iluminar la oscuridad de los que viendo no ven y oyendo no oyen?

¿Cómo disiparé las dudas de los que viven en tinieblas si los que son mi luz se apagan porque no tienen fe?

Ustedes son la luz del mundo y la sal de la tierra. No permitiré que la sal se vuelva insípida y que se apague la luz. Antes bien, salaré la tierra con el mar de mi misericordia y la iluminaré con mi luz, y les mostraré el camino, porque yo soy la luz del mundo: el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá luz para la vida.

Y de esto doy testimonio yo mismo.

Yo quiero llevar la luz a ustedes, mis amigos, para que llegue mi misericordia a través de ustedes al mundo entero.

Sus corazones han sido encendidos con mi luz, no para que se esconda, sino para que se vea, para que ilumine a todos los de la casa, y brille la luz de ustedes ante los hombres, para que vean las obras que ustedes hacen y glorifiquen al Padre.

Por sus obras sabrán que su luz no es sabiduría de los hombres, sino que viene de Dios».

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Madre nuestra, Virgen de Guadalupe: tu imagen bendita resalta que llevas en tu vientre a tu Hijo Jesús, Luz del mundo. Tú has querido mostrarte madre con nosotros, y lo haces dándonos a conocer al Salvador, para que, con Él, por Él y en Él tengamos vida eterna.

No solo nos quieres iluminar con esa luz, sino que quieres también que la transmitamos a todos los hombres. Reconozco que, para eso, debo conocer muy bien a tu Hijo, en el pan y en la palabra.

Tú eres Estrella de la Evangelización. Yo te pido tu ayuda para ser un buen testigo de Cristo, cumpliendo bien con mi misión de ser luz del mundo y sal de la tierra.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: ¿no estoy yo aquí que soy su madre? ¿No están bajo mi protección y compañía? ¿Qué les aflige? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?

Yo soy la Siempre Virgen Santa María de Guadalupe, Madre de Dios y Reina del Cielo.

En mi seno llevo la luz que es el Sol para iluminar el mundo, y lo doy al mundo como fruto de mi vientre, para que el mundo lo conozca, y en Él todos los hombres tengan vida eterna.

Roma es la roca bajo mis pies sobre la cual mi Hijo edifica su Iglesia.

Es desde aquí, desde el corazón de la Iglesia, desde donde brillará la luz para todos, a través de las estrellas de mi manto.

No permitan que mis estrellas se apaguen.

No permitan que se extinga la luz de la fe.

Sean como estrellas que reflejen la luz del sol, y transmitan la fe a través de la palabra y del ejemplo.

Que la fe sea la luz que brille en sus corazones, encendidos en el amor de Cristo, para que mantengan las lámparas encendidas y sean la luz del mundo.

Entonces vendrán pastores y reyes de todas las naciones del mundo para bendecir, para adorar, para alabar, para glorificar al único sol que brilla por su propia luz, que es luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, Hijo del Padre todopoderoso y eterno, quien creó el cielo y la tierra, que es amor, y por amor a los hombres envió a su único hijo al mundo, para retornar a Él a todos los hombres de buena voluntad, en comunión en el cuerpo de Cristo para la vida eterna.

La luz es enviada al mundo para que los que caminen por la oscuridad la encuentren, para que los que caminen por la luz nunca se pierdan, para que los que quieran ver la luz, encuentren en la luz el camino de vuelta a la casa del Padre.

Yo soy Madre de la Luz, y todo el que se reúna conmigo recibirá a Aquel que está conmigo, y que es el Espíritu de Dios, que los une al Hijo y al Padre, para que Dios permanezca en ellos y ellos permanezcan en Dios.

Mi Hijo, al nacer, era muy pequeño, pero en Él yo veía la grandeza de Dios, y en Él yo descubría la luz y la sabiduría cada día, y en Él descubría que era bueno temer a Dios y no a los hombres, amar a Dios y no al mundo, pero también amar a Dios amando a los hombres.

Y podía tocarlo y abrazarlo y besarlo, como hace cualquier madre con su hijo. Pero, cuando llegaron de lugares lejanos a adorarlo, entonces, entendí que la luz no era solo para mí, que debía compartirla con el mundo, porque para eso había nacido yo, y para eso había sido enviado Él a nacer en el mundo como un bebé, para hacerse niño, para hacerse hombre, para ser Cordero y ser sacrificado, para lavar con su sangre todos los pecados del mundo.

Y era un niño, y era hombre, y era Cordero, y era Dios revelado al hombre a través del rostro de un niño.

Y Él era judío, como yo, nacido en Belén, para hacer santa la tierra de Jerusalén, para invitarlos al banquete del Cordero. Pero los invitados no quisieron venir, y el Cordero envió a sus amigos, con su luz, a traer como invitados a todos los que quisieran venir.

Porque la luz es para todos, pero el banquete solo es para los invitados que quieran venir, y que estén a la espera, vestidos de fiesta.

Es por esta luz que se unirán los pueblos y las naciones en un solo pueblo santo de Dios, en una sola Santa Iglesia, edificada sobre la roca y protegida bajo mi manto maternal, para que sea adorado, alabado y glorificado el que está pronto a venir, pero nadie sabe ni el día ni la hora, sino solo el Padre».