35. ALFA Y OMEGA – VIVIR EN CRISTO
EVANGELIO DEL MARTES DE LA SEMANA V DE CUARESMA
Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 8, 21-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo me voy y ustedes me buscarán, pero morirán en su pecado. A donde yo voy, ustedes no pueden venir”. Dijeron entonces los judíos: “¿Estará pensando en suicidarse y por eso nos dice: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden venir’?”. Pero Jesús añadió: “Ustedes son de aquí abajo y yo soy de allá arriba; ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Se lo acabo de decir: morirán en sus pecados, porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados”.
Los judíos le preguntaron: “Entonces ¿quién eres tú?”. Jesús les respondió: “Precisamente eso que les estoy diciendo. Mucho es lo que tengo que decir de ustedes y mucho que condenar. El que me ha enviado es veraz y lo que yo le he oído decir a él es lo que digo al mundo”. Ellos no comprendieron que hablaba del Padre.
Jesús prosiguió: “Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces conocerán que Yo Soy y que no hago nada por mi cuenta; lo que el Padre me enseñó, eso digo. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que a él le agrada”. Después de decir estas palabras, muchos creyeron en él.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: para el pueblo elegido el nombre de Yahvé era sagrado. Resultaba un atrevimiento muy grande que tú pronunciaras y te aplicaras a ti mismo aquellas palabras: “Yo Soy”. Era una blasfemia para ellos, y por eso te condenaron a muerte.
Decías que eras el Hijo de Dios, y que tenías con el Padre una relación diferente a la de los demás.
Señor: se acerca la hora de tu muerte, y comienzas a hablar de ser “levantado sobre la tierra”. Con tu muerte en la cruz llega la salvación para todos los hombres.
Nosotros, los sacerdotes, elevamos tu Cuerpo y tu Sangre cada vez que celebramos el Santo Sacrificio. Que nos sirva, Señor, para desear así ponerte en la cumbre de todas las actividades humanas, para que tu sangre redentora empape todos los quehaceres humanos, en unidad de vida.
Jesús, ¿cómo concretar en unidad de vida esa configuración contigo que me da el sacerdocio?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre. Yo Soy.
Yo soy el Rey de reyes y Señor de señores.
Yo soy el que les da de comer y les da de beber, y los llena hasta saciar su hambre y su sed.
Yo soy el que ustedes elevan en sus manos como Cordero inmolado y vivo.
Yo soy el que ustedes presentan ante el pueblo y dicen: “este es el hombre”.
Así como el pan se parte y cada migaja sigue siendo pan, y así como cada gota de vino es vino, así es mi Carne cuando ya no es pan, sino es carne, y mi Sangre, cuando ya no es vino, sino es sangre. Después de la transubstanciación, cada gota y cada partícula Yo Soy.
Porque tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.
Y así como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tengo que ser elevado, para que crean en mí.
Yo me entrego a los hombres constantemente para ser elevado, para que todos crean en mí, para que todo el que crea en mí tenga vida eterna.
Yo me hago presente en el altar, abandonándome en las manos de ustedes, para que me presenten ante mi pueblo, como en el pretorio, y para que me presenten ante mi pueblo demostrando su fe, y decidan entonces qué harán conmigo: crucificarme o proclamarme rey.
Yo quiero que ustedes den ejemplo y demuestren su fe, cuando me tengan entre sus manos y me presenten ante mi pueblo, para que, al elevarme, ellos crean que Yo Soy.
Yo soy el mismo ayer, hoy y siempre.
Yo quiero que contagien su fe, que se entreguen conmigo uniendo a mi pueblo en un único y eterno sacrificio, como era ayer, hoy y siempre.
Yo soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
Yo soy el Pan vivo bajado del cielo.
Yo soy el Hijo de Dios hecho hombre, que ha sido enviado al mundo a morir por la salvación de los hombres.
Yo soy el que es, el que era y el que ha de venir.
Yo soy el Cristo inmolado, muerto en la cruz, resucitado y vivo: hombre verdadero y Dios verdadero, omnipotente y omnipresente, por quien todo ha sido creado y por quien han sido hechas nuevas todas las cosas.
Yo soy el que redime, el que salva, el que santifica.
Yo soy el que glorifica al hombre, uniéndolo a Dios en filiación divina.
Yo soy la Palabra encarnada que da vida.
Yo soy la unión del cielo y de la tierra, Señor de todas las potestades y majestades, de todo lo visible y lo invisible, Rey del universo y de los ejércitos, y mi nombre es la Palabra de Dios.
Yo soy presencia viva, don absoluto, gratuidad infinita, ofrenda agradable, abrazo de unión, alimento de vida eterna, bebida de salvación, humanidad y divinidad, omnipotencia y omnipresencia, en la que hago partícipe a los hombres de la gloria de mi Padre, mientras estoy sentado a su derecha.
Yo soy Eucaristía.
Yo soy el Pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed.
Yo me entrego en cada Eucaristía para abrazar a cada uno. Pero el abrazo es de dos, en Trinidad compartida.
Todo el que viene a mí no lo echaré fuera, sino que lo resucitaré en el último día, porque esa es la voluntad de mi Padre.
El que no cree en mí, no me abraza, y aunque me coma no viene a mí. Y yo vivo en él, pero él no vive en mí, porque no ha creído y no me ha querido, y no hace mi voluntad. Me ve y no me cree, y aun así come de mi pan y bebe de mi cáliz indignamente, y por sus malas intenciones come y bebe su propia condena, porque aun para estos, que no creen y no se salvan, el pan que comen es mi Cuerpo y el vino que beben es mi Sangre.
Yo los amo a ustedes, por eso yo los corrijo, para que no sean condenados».
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Madre mía: tú entendiste mejor que nadie aquellas palabras de tu Hijo, cuando anunció que sería levantado el Hijo del hombre. Eran palabras duras, pero tú sabías que su muerte en la cruz significaba la salvación de todos los hombres, y se cumpliría aquello de que “conocerán que Yo Soy”.
El santo Evangelio deja constancia de que, después de decir esas palabras, muchos creyeron en Él.
Quiero pensar que eso sigue sucediendo ahora, cada vez que en la Santa Misa hago la elevación. Tú estás a mi lado, mirando a tu Hijo, como estuviste junto a la cruz, atrayendo, con tu intercesión poderosa, a todos hacia Él.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a tener siempre presente que yo soy Cristo en el altar y a lo largo de todo el día. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: Él es la Palabra encarnada, fruto bendito de mi vientre.
Él es el mismo ayer, hoy y siempre.
Él es el Pan de la vida, y quien merece todo honor y toda gloria.
Yo quiero llevarlos a ustedes a una adoración continua a la Sagrada Eucaristía, para que lleven, con su ejemplo, la fe a todo el pueblo, y lo reúnan en una misma fe, en un solo pueblo santo de Dios.
Yo quiero que ustedes y ellos crean que Él es el Pan de vida, Cristo Eucaristía, el que está a la puerta y llama.
Yo quiero que ustedes crean que tienen el poder y la libertad de Cristo en sus manos, como Pilato, para lavarse las manos y entregarlo, o para entregarse con Él, para que, cuando lo eleven en sus manos, exalten su voz al cielo intercediendo con Él por el pueblo ante el Padre, pidiendo misericordia, mostrando en la Eucaristía su misericordia, para que no tome en cuenta sus pecados, sino su fe.
Yo intercedo por ustedes, para que aumente su fe, y crean, y profesen que Él es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin.
El sacerdote actúa en la persona de Cristo.
El sacerdote exalta a Cristo bajado del cielo entre sus manos.
El sacerdote es Cristo, el mismo Cristo bajado del cielo y arrullado entre mis brazos. El mismo Cristo que, por amor a los hombres, quiso ser crucificado y exaltado, para que todo el que crea en Él, aunque muera, tenga vida eterna.
El sacerdote es el mismo Cristo que está sentado a la derecha del Padre, porque está vivo, ha resucitado.
Pero algunos sacerdotes no se conocen a sí mismos, y no reconocen en ellos a Cristo. No conocen a aquel que los llamó, que los eligió, y que los transformó en seres sagrados, para llevar al mundo la misericordia del Crucificado.
No todos han tenido un verdadero encuentro con Cristo, y eso quiero promoverlo. Quiero que se den cuenta que es necesario que busquen a Cristo, que encuentren a Cristo, que amen a Cristo, y que vivan la vida de Cristo, para que otros conozcan a Cristo y amen a Cristo.
Para llegar a eso necesitan conversión.
Si mi Hijo necesitara instrumentos de trabajo solamente, habría elegido a los hombres más fuertes, a los más astutos, a los más inteligentes. Él necesita instrumentos dóciles al Espíritu Santo, que sean tan débiles que no puedan hacer nada con sus propias fuerzas.
Que sean humildes y quieran aprender.
Que sean perseverantes y dispuestos a entregar la vida, y la voluntad de Dios hacer.
Que tengan por modelo a Jesucristo en su vida ministerial y en su vida ordinaria, y la vivan en unidad.
Que tengan mucho amor de Dios para las almas y el deseo de salvarlas.
Por tanto, lo que mi Hijo Jesucristo eligió son instrumentos de su misericordia y de su amor. Instrumentos que necesitan formación, a través de una nueva evangelización.
Reciban ustedes con fe la Palabra de Dios, que es como espada de dos filos, y mi compañía, para que, en esa Palabra y con mi compañía, vuelvan a la oración, y busquen a Cristo, y encuentren a Cristo, y amen a Cristo.
Nadie puede amar lo que no conoce. Ustedes lo conocen y lo aman. Exáltenlo, expónganlo, muéstrenlo tal y como es, hombre verdadero y Dios verdadero, Sacerdote eterno, Rey y Señor».
¡Muéstrate Madre, María!