Jn 11, 45-56
Jn 11, 45-56
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39. RENOVARSE – SACRIFICARSE PARA DAR VIDA

EVANGELIO DEL SÁBADO DE LA SEMANA V DE CUARESMA

Jesús debía morir para congregar a los hijos de Dios, que estaban dispersos.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 11, 45-56

En aquel tiempo, muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver que Jesús había resucitado a Lázaro, creyeron en él. Pero algunos de entre ellos fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús.

Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron al sanedrín y decían: “¿Qué será bueno hacer? Ese hombre está haciendo muchos prodigios. Si lo dejamos seguir así, todos van a creer en él, van a venir los romanos y destruirán nuestro templo y nuestra nación”.

Pero uno de ellos, llamado Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: “Ustedes no saben nada. No comprenden que conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que toda la nación perezca”. Sin embargo, esto no lo dijo por sí mismo, sino que, siendo sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación, y no solo por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios, que estaban dispersos. Por lo tanto, desde aquel día tomaron la decisión de matarlo.

Por esta razón, Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la ciudad de Efraín, en la región contigua al desierto y allí se quedó con sus discípulos.

Se acercaba la Pascua de los judíos y muchos de las regiones circunvecinas llegaron a Jerusalén antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús en el templo y se decían unos a otros: “¿Qué pasará? ¿No irá a venir para la fiesta?”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: estaba tomada la decisión de quitarte la vida.

El milagro de la resurrección de Lázaro manifestaba sin duda tu poder divino y, aun así, había cerrazón entre los miembros del sanedrín. Eran los sumos sacerdotes y los fariseos los que no querían aceptarte.

Las autoridades religiosas del pueblo, los que deberían entender mejor, los que deberían estar más gozosos por tu llegada, tan esperada.

Los que debían conducir a los miembros del pueblo elegido hacia Dios.

Señor, me avergüenzo si en mi vida sacerdotal ha habido alguna vez una conducta semejante: que, en vez de ser luz, haya sido oscuridad.

Qué importante resulta convertirme, renovarme, dejar mi cerrazón, cuando tú me comunicas tu Palabra con tanta claridad, pidiéndome que sea un hombre nuevo.

Jesús, quiero morir contigo, para resucitar contigo, consciente de que las almas te ven a ti en el sacerdote.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: yo hago nuevas todas las cosas.

No hay nada nuevo. Yo soy el mismo ayer, hoy y siempre.

Yo renuevo mi sacrificio constantemente, y por él todas las cosas.

Yo no destruyo y vuelvo a crear, yo renuevo lo que ya ha sido creado.

Yo doy muerte al hombre viejo para dar vida al hombre nuevo. Pero es el mismo hombre, renovado. Lo que antes existió volverá a existir, lo que antes se hizo, eso se volverá a hacer, no hay nada nuevo bajo el sol. Pero mira que yo hago nuevas todas las cosas.

Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin.

Yo calmaré con el agua de mi manantial al que tenga sed.

Ya que uno murió por todos, entonces todos murieron. Y murió por todos para que ya no vivan para sí mismos, sino para el que murió y resucitó por ellos.

El que está en mí es una nueva creación, ya no hay nada viejo, todo es nuevo y todo proviene de Dios, que por mí los reconcilió con él. Esa es la renovación.

El que quiera verme, que me vea en cada alma renovada.

El que quiera verme, que me vea a mí en cada uno de ustedes, sacerdotes. Pero no con curiosidad, sino con rectitud de intención, aceptando mis designios, porque a ustedes confié el ministerio de la reconciliación, como embajadores míos, para reconciliar al mundo con Dios.

Yo, que no conocí pecado, Dios me hizo pecado por los hombres, para justificarlos en mí. Por tanto, el rostro del pecado es mi rostro desfigurado en la cruz. Pero el rostro de cada hombre sacerdote es mi rostro renovado.

El que quiera verme que no vea en el sacerdote mi rostro desfigurado, que es el rostro del hombre viejo, sino que vea en el sacerdote mi rostro resucitado y glorioso, para que descubra el rostro misericordioso de Dios.

Y tú, amigo mío, veme en cada uno de los hombres.

Mira que tengo hambre, y dame de comer.

Mira que tengo sed, y dame de beber.

Mira mi cuerpo desnudo, y vísteme.

Mira que estoy solo, lastimado y enfermo, y cuídame.

Mírame que soy pobre, y acógeme.

Mírame que estoy preso, y visítame.

Mírame que en mí muere el hombre viejo, y entiérralo.

Mírame en cada uno.

Mírame en el que no sabe, y enséñame.

Mírame en el que necesita consejo, y dámelo.

Mírame en el que se equivoca, y corrígeme.

Mírame en el pecador, y perdóname.

Mírame en el que sufre, y consuélame.

Mírame en sus defectos, y súfrelos con paciencia.

Mírame en los corazones más necesitados, y reza por cada uno, por los vivos y por los muertos.

Mírame en ti.

Yo soy en cada sacerdote. Pero algunos no se han dado cuenta. Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. La Palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado.

Yo soy la Palabra de Dios encarnada en tu corazón.

Acompañen a mi Madre, para que el Espíritu Santo, que el Padre envía en mi nombre, y que siempre está con ella, les enseñe y les recuerde todo lo que yo les he dicho.

Mi Palabra es Palabra viva y eficaz, más cortante que la espada de doble filo. Penetra hasta la división del alma y el espíritu, articulaciones y médula, y discierne los sentimientos y pensamientos del corazón.

El que tenga oídos que oiga. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Pero algunas no me creen, porque no son de mis ovejas.

Yo les he dicho que, si creen, verán la gloria de Dios.

El que no crea, que traiga aquí su dedo y lo meta en mis llagas, que traiga acá su mano y la meta en mi costado, para que el que tenga ojos vea, y no sean incrédulos, sino creyentes».

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Madre mía: mi configuración con Cristo me obliga a buscar parecerme cada vez más a Él. Debo renovarme cada día caminando detrás del Señor.

Tú eres modelo de todo. Durante la vida de Jesús estuviste todo el tiempo junto a Él, aprendiendo, y muy atenta a lo que Dios te pedía. Ayúdame a mí, para saber qué pasos debo dar.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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Hijos míos, sacerdotes: es por Cristo, con Él y en Él, que todo ha sido creado.

Es por Cristo, con Él y en Él, que Dios hace sus obras.

Es por Cristo, con Él y en Él, que se renuevan todas las cosas.

Es por Cristo, con Él y en Él, que se configura cada sacerdote.

Es necesario, hijos míos, creer en la Palabra para anunciar el Evangelio.

Es necesario escuchar a Cristo, para conocerlo.

Es necesario conservar la fe, y ponerla por obras.

El que lleva en el alma la experiencia del verdadero encuentro con Cristo, es aquel en el que no queda duda de quién es Él; es aquel en el que su alma profesa la verdad; es aquel en el que su corazón desea gritar al mundo que Cristo es el Hijo de Dios.

La señal de que el encuentro ha sido real y verdadero es el dolor del alma por haberlo amado tarde, por haber perdido el tiempo buscándolo fuera cuando lo llevaban dentro.

Es necesario que ustedes, mis hijos sacerdotes, sepan quiénes son, a qué fueron llamados, para qué fueron elegidos. Deben saber que son personas, pero que llevan en su cuerpo y en su sangre el Cuerpo y la Sangre de Cristo; que han sido llamados para llevar a Cristo a las almas, para acercar a las almas a Dios; que fueron elegidos para ser sus amigos, para compartir sus mismos sentimientos, y para hacer las mismas obras que Él.

Es necesario que escuchen la Palabra, que procuren con frecuencia un retiro espiritual en el que la oración sea lo principal, para que escuchen el llamado, para que busquen a Cristo, para que experimenten un verdadero encuentro con Cristo, para que conozcan a Cristo, para que amen a Cristo, para que crean en Cristo, para que renueven sus almas y lleven a Cristo a todas las almas, para que muestren y se vea, en cada uno de ustedes, a Cristo resucitado y vivo».

¡Muéstrate Madre, María!