22/09/2024

Jn 13, 1-15

44. SACERDOTE PARA SIEMPRE – RENOVAR LAS PROMESAS

EVANGELIO DE LA MISA DE LA CENA DEL SEÑOR – JUEVES SANTO (I)

Los amó hasta el extremo.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 13, 1-15

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

En el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas, y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.

Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: “Señor, ¿me vas a lavar tú a mí los pies?” Jesús le replicó: “Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”. Pedro le dijo: “Tú no me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”. Entonces le dijo Simón Pedro: “En ese caso, Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos”. Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: ‘No todos están limpios’.

Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: en la Misa Crismal los sacerdotes renovamos las promesas que hicimos el día de nuestra ordenación.

Entre otras cosas, prometemos unirnos y parecernos cada día más a ti, renunciando a nosotros mismos y consagrando toda nuestra vida a Dios para la salvación de todas las almas.

Prepararnos seriamente y con profundidad para predicar el Evangelio.

Orar por el Pueblo de Dios y presidir digna y piadosamente los sacramentos y demás acciones litúrgicas, no movidos por el deseo de los bienes terrenos, sino impulsados solamente por el celo de las almas.

Y que seremos vínculo de unidad con la iglesia local y universal, actuando siempre en comunión con nuestros Obispos y con el Papa.

Es muy grande el sacerdocio que nos configura contigo, y nos exige que luchemos día a día para parecernos cada vez más a ti.

El pueblo cristiano reza especialmente por nosotros en este día que conmemoramos la institución del Sacramento del Orden. Tenemos que corresponder.

Jesús, ¿cómo puedo vivir mejor el mandamiento nuevo de amar a los demás como tú lo hiciste, y dar la vida por mis amigos?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: he ganado para Dios un pueblo de sacerdotes reales, un solo pueblo santo de Dios.

Yo soy el Sumo y Eterno Sacerdote, de estirpe y descendencia real, del orden de Melquisedec.

Yo soy el Maestro, Rey de reyes y Señor de señores.

El espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido, y me ha enviado a llevar la Buena nueva y la libertad a su pueblo.

Yo soy aquel que es, que era y que ha de venir, el Todopoderoso.

Yo tomo entre mis manos el pan y lo bendigo, lo parto y lo comparto con ustedes. Y tomo entre mis manos la copa con vino, y lo bendigo y lo comparto con ustedes. Les lavo los pies, y les muestro quién soy yo, y quiénes son ustedes.

Yo soy su Maestro, y me hago a ustedes, para que ustedes hagan lo mismo, para hacerse como yo, para que en mi Pascua todos coman y todos beban de la Carne y de la Sangre del Cordero. El Cordero soy yo.

Apóstoles míos: permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes.

Entréguense a mí, dando su vida por mi pueblo. Ustedes son mis discípulos, y los he hecho sacerdotes ministeriales para servir a Dios. Pero no los he llamado siervos, los he llamado amigos.

Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su único Hijo para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.

Yo soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

Yo soy el Hijo de Dios, y amo a mi Padre.

Como el Padre me amó, así también los amo a ustedes, y yo me quedo con ustedes para que permanezcan en mi amor, porque el que permanece en mí y yo en él, da mucho fruto.

La gloria del Padre está en que ustedes den mucho fruto, y sean mis discípulos, y guarden mis mandamientos, para que permanezcan en mi amor, como yo he guardado sus mandamientos y permanezco en su amor.

Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Y yo no los llamo siervos, los llamo amigos.

Ustedes no me han elegido a mí, yo los he elegido a ustedes, para que den mucho fruto y ese fruto permanezca. Y lo han dejado todo para tomar su cruz, y me han seguido.

Yo voy al Padre en obediencia y por amor, a través de la entrega de mi vida para salvar a los hombres, por mi pasión, muerte y resurrección. Y una muerte de cruz.

Pero los he amado tanto, que aunque voy al Padre, también me ha concedido quedarme, amándolo a Él a través de los hombres, amándolos hasta el extremo.

Y me quedo como Palabra encarnada, en Cuerpo y en Alma, en Sangre y en Divinidad, haciéndome a todos, a través de ustedes, mis sacerdotes, para ganar a los más que pueda, en una entrega constante; amando hasta el extremo, en un sacrificio único y eterno, por el que me hago presente en cada Eucaristía, por el que me dono en gratuidad, como Dios y como hombre, por el que uno a los hombres en una única ofrenda agradable al Padre, por el que me entrego a los hombres como alimento de vida y bebida de salvación, por el que los uno al Padre en un mismo espíritu, en una comunión.

Amigos míos: tanto los amo, que me he entregado en sus manos, dándoles el poder de hacerse uno conmigo y bajar el pan del cielo. Les he confiado la misión de llevar mi salvación a todos los rincones de la tierra, haciéndolos luz y sal de la tierra, para que, a través de los sacramentos, muestren al mundo el camino, proclamen la verdad y les den la vida. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.

Los he enviado a ustedes a ser Cristos como yo, para ser como yo, haciendo lo que yo les he dicho, lo que por mí han visto y han oído.

El que quiera ser el primero que se haga el último. Porque yo no he venido al mundo a ser servido, sino a servir, y a dar mi vida como rescate de muchos. Y todo lo que pidan al Padre, se los dará en mi nombre.

Yo pido al Padre por ustedes, para que sean uno conmigo, como el Padre y yo somos uno.

Yo les he dado mi Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.

Yo pido al Padre, no para que los retire del mundo, sino para que los guarde del maligno y los santifique en la verdad.

Así como el Padre me ha enviado, yo los envío a ustedes, y ruego para que ustedes sean uno, y todos los que por ustedes crean en mí sean uno con ustedes y conmigo, para que todos seamos uno en mí y en mi Padre.

Les he dejado la fe, la esperanza y la caridad. De estas tres, la caridad es la más grande. Al que tiene amor, nada le falta.

Demuestren su fe, cumpliendo sus promesas.

Yo he venido al mundo para cumplir las promesas de mi Padre a su pueblo, promesas cumplidas con mi muerte y resurrección.

Cumplan sus promesas demostrando su fidelidad a mi amistad, a través del cumplimiento de los mandamientos, en una entrega total, en la obediencia, la pobreza y la castidad.

Obediencia a Dios, demostrando amarlo por sobre todas las cosas.

Castidad, dominando su cuerpo, crucificando sus pasiones, renunciando a los placeres del mundo, para vivir en mi divinidad.

Pobreza de espíritu, y de pertenencias que los atan al mundo, viviendo en la esperanza, abandonados en la confianza a la providencia del Padre, demostrando que quien tiene a Dios, no le falta nada, y viviendo la caridad a través de obras de misericordia, para que sean como yo, sacerdotes configurados conmigo, Cristo Buen Pastor, para llevar a Dios a los hombres y a los hombres a Dios, cumpliendo su misión: construir su Iglesia sobre la roca que Él mismo ha elegido, extendiendo su reino en el mundo, consiguiendo para Él un solo pueblo santo, un pueblo de sacerdotes, profetas y reyes, en un solo redil, en unidad conmigo, en un solo cuerpo y un mismo Espíritu.

Acompañen a mi Madre, compadézcanse de ella, y con ella acompáñenme todo el tiempo, no me dejen solo ni un momento, consuélenla y acompáñenla, porque este templo fue destruido, pero en tres días fue reconstruido, y han sido hechas nuevas todas las cosas».

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Madre mía: fue muy duro para ti este día, al comienzo de la pasión de tu Hijo, porque sabías cuál era la misión que Él tenía que cumplir, entregando su vida en la cruz.

Yo quiero acompañarte en este sufrimiento, entregando al Señor mi vida contigo.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a cumplir fielmente mis promesas sacerdotales. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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 «Hijos míos, sacerdotes: el pueblo de Dios necesita muchos sacerdotes santos, verdaderos sacerdotes, instrumentos fidelísimos de Dios que administren su misericordia y lleven al mundo su Palabra y su amor.

Mi Hijo Jesús se dio a sus discípulos con el ejemplo, instituyendo el sacerdocio real y ministerial, enseñándoles a amarse los unos a los otros, a obrar con humildad, y a hacerse el último, el servidor de todos. Y aun sabiendo quién lo habría de traicionar y quién lo habría de abandonar, se dio a todos.

Qué satisfacción, qué orgullo, qué alegría sentí en mi corazón de madre cuando lo vi lavando los pies de sus discípulos, sus servidores, a quienes había llamado amigos: mi Hijo estaba cumpliendo su misión, estaba dando ejemplo, dándose, entregándose, sirviendo, amando hasta el extremo, quedándose para siempre en la Eucaristía. El Hijo de Dios, entregándose con toda su humanidad y su divinidad, en manos de los hombres.

Y qué impotencia sentí al ver a mi Maestro y Señor haciendo tal labor, cuando su esclava soy yo. Y quise hacerlo en su lugar. Pero entendí que Él debía sufrir su pasión redentora, que comenzaba allí, mientras yo lo acompañaba con mi oración y con el sufrimiento de mi corazón, participando de su pasión como corredentora.

Yo también compartí la Pascua con mi Hijo, y lo abracé despidiéndome de Él, para luego quedarme con las mujeres, mientras Él se iba con sus amigos.

Y compartí con Él su angustia. Y lloré y oré.

Y en ese abrazo entregué mi vida al Padre, en lugar de la suya, pero Él me pidió entregarla con la suya en comunión, como una sola ofrenda y un mismo y único sacrificio.

Ustedes son sus amigos. Entreguen su vida conmigo, en una sola ofrenda, y un mismo y único sacrificio.

Ustedes han sido llamados para ser pastores, para dar la vida por sus ovejas.

¿Y quién dará la vida por ustedes?

Aquí tienen a su Madre. Yo he dado la vida por ustedes, intercediendo, sirviéndolos, auxiliándolos, acompañándolos para que nunca estén solos, porque la soledad los debilita ante las tentaciones, pero mi compañía los fortalece y los protege, a través de mi oración y el servicio en obras de misericordia.

Compartan conmigo el dolor de mi corazón, y acompáñenme».

¡Muéstrate Madre, María!