75C. ADMINISTRADORES DEL AMOR – EL MANDAMIENTO DEL AMOR
DOMINGO DE LA SEMANA V DE PASCUA (C)
Un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros
+ Del santo Evangelio según san Juan: 13, 31-33.34-35
Cuando Judas salió del cenáculo, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará. Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: en la Última Cena tuviste un discurso largo con tus discípulos, en esa plática de despedida. Tu corazón sacerdotal se volcó con ellos, manifestándoles, sobre todo, el gran amor que les tenías.
Les das seguridad de llegar a la meta siguiendo el camino, que eres tú. Y les das los medios para transitar por ese camino, a través de la firmeza de la fe, que es tu verdad, y el alimento de la gracia, que es la vida sobrenatural que transmiten tus sacramentos.
El testimonio de tus obras debería ser suficiente para suscitar esa fe que pides. Tú nos amaste dando tu vida para salvarnos.
A lo largo de tu vida pública predicaste muchas veces sobre el mandamiento del amor: amar a Dios y al prójimo. Pero al final nos dejaste un mandamiento nuevo, poniéndote de ejemplo: hemos de amar a Dios amándonos entre nosotros; y dando la vida, como la diste tú.
Señor, ¿cómo puedo corresponder bien al amor tan grande que me tienes?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: eres mío. No puedes imaginar siquiera cuánto te amo.
Si ustedes, mis amigos, supieran cuánto los amo, llorarían de alegría.
Alégrate tú, porque tus lágrimas son de amor y verdaderamente alivian las heridas de mi corazón, causadas por el desamor de mi pueblo.
Bienaventurados los que lloran porque serán consolados.
Tú eres consuelo de mi corazón.
El amor del Padre ha sido mostrado al mundo a través del Hijo.
Porque tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.
Yo he sido enviado al mundo para recuperar a los hombres, destruyendo el pecado y la muerte, para darles vida, a través del amor. Yo soy el amor.
Yo he venido a entregarles el amor y a enseñarles el camino de vuelta al Padre. Yo soy el camino.
Yo he venido a traerles la verdad con mi Palabra. Yo soy la verdad.
Yo he venido a traerles vida con mi resurrección. Yo soy la vida.
Yo he venido a enseñarles con mi vida, caminando en medio del mundo, cómo el amor transforma la fe en obras, derramando la misericordia:
orando por ustedes;
enseñando a los que no saben;
aconsejándolos;
corrigiendo a los que se equivocan –porque yo a los que amo los corrijo–;
perdonando los pecados;
entregando mi vida a una muerte de cruz;
consolando a los tristes;
sufriendo con paciencia;
alimentándolos;
dándoles de beber;
vistiendo al desnudo;
acogiendo al necesitado;
sanando a los enfermos;
liberando a los presos de las cadenas del mundo;
resucitando a los muertos.
Yo he venido a traerles la esperanza con las promesas de Dios:
bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos;
bienaventurados los mansos de corazón, porque ellos heredarán la tierra;
bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados;
bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia;
bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios;
bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios;
bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es mi Reino;
bienaventurados los perseguidos por mi causa, porque su recompensa será grande en el cielo.
Yo he venido a dar plenitud en la caridad derramando el amor, dando cumplimiento a las promesas de mi Padre, a través de los Sacramentos:
bautizándolos con el Espíritu Santo;
confirmándolos en la fe, derramando el amor en sus corazones;
amando hasta el extremo, quedándome en presencia viva en la Eucaristía;
creando lazos de unión entre los hombres conmigo, a través del matrimonio;
ungiendo a los enfermos;
configurando a mis amigos conmigo, a través del orden sacerdotal, para llevar al mundo la paz que yo les doy;
porque así como el Padre me envió, también los envío yo, y les doy al Espíritu Santo para que obren con misericordia y con amor, perdonando los pecados, llevando la salvación a todos los rincones del mundo.
Yo he venido a traerles un nuevo mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. A través de ustedes, mis sacerdotes, yo cumplo las promesas de mi Padre.
Yo he venido a traerles el amor, y a enseñarles a amarse los unos a los otros con ese amor, para unirlos en el amor al Padre, enseñándoles a obrar con fe, con esperanza y con caridad, expresadas en las Obras de misericordia, en las Bienaventuranzas y en los Sacramentos.
Dichosos son tus ojos porque ven, y tus oídos porque oyen. Porque yo te aseguro que muchos profetas desearon ver lo que tú ves, pero no lo vieron, y desearon oír lo que tú oyes, pero no lo oyeron.
Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos se han cerrado, porque no sea que vean con sus ojos, oigan con sus oídos, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane.
Amigo mío, yo te amo.
Desde siempre te amé, porque desde antes de nacer yo ya te conocía.
Te consagré para mí, y profeta de las naciones te constituí.
Te vi debajo de la higuera y te llamé por tu nombre.
Te ungí y te envié a preparar mi camino, a dar testimonio de la verdad, a clamar con voz fuerte: “rectifiquen los caminos del Señor”, a ser pastor, a ser guía, a ser ejemplo, para que te sigan, y cuando yo vuelva encuentre fe sobre la tierra.
Pero ¿de qué te sirve salvar el mundo entero si no te salvas tú mismo?
Yo ruego al Padre por ti. No ruego por el mundo, sino por los que Él me ha dado, porque son suyos. Todo lo mío es de ustedes, y todo lo de ustedes es mío, y yo he sido glorificado en ellos.
Tú, amigo mío, eres mío. Yo ruego al Padre para que cuide en su nombre a los que me ha dado. Porque yo les he dado su palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. Yo no pido que los retire del mundo, sino que los guarde del maligno, que los santifique en la verdad. Su palabra es la verdad.
Así como mi Padre me ha enviado al mundo, yo los envío al mundo, para que ustedes, mis amigos, también sean santificados en la verdad. Yo no ruego solo por ustedes, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno, como el Padre y yo somos uno. Que sean perfectamente uno en nosotros, para que el mundo crea que el Padre me ha enviado, y que los ha amado a ustedes como me ha amado a mí.
Amigo mío: el mundo no lo ha conocido, pero tú me has conocido, y has conocido que Él me ha enviado. Yo en ti, y tú en mí. He dado a conocer su nombre y lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que Él me ha amado esté en ti y en ellos, y yo en ti y en ellos.
Abandónate en mí, confía en mí y obedece. No trunques los planes que Dios tiene para ti; antes bien, obedéceme y ve a dar testimonio de la verdad. Así demostrarás tu amor y tu humildad.
Yo te amo, en ti confío, y sé que cuento contigo, porque tú eres mi discípulo fiel, el que nunca me abandona porque me ama, el que quiere servir bien a la Iglesia, mi siervo, mi amigo».
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Madre mía: los sacerdotes somos “administradores del amor”, cuando impartimos los sacramentos. Ayúdanos a ser verdaderos Cristos, amando hasta la locura.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: la gracia ha sido derramada en la cruz por Cristo, como la máxima expresión del amor de Dios a los hombres, a través de la misericordia.
El amor del Hijo, quien es consubstancial al Padre en la divinidad, y consubstancial a los hombres en la humanidad, ha dado muerte al pecado con su muerte, y ha destruido la muerte, dando vida con su resurrección, para unir a los hombres en filiación divina con el Padre en el Espíritu, a través de los sacramentos. Pero, sin sacerdote, no hay sacramentos.
Así de grande es el amor de mi Hijo por ustedes, sus amigos, que ha depositado su confianza en ustedes, para llevar la salvación a los hombres, consumada en la cruz, para cumplir la voluntad de Dios, enseñándoles a abrazar la cruz en vida, porque es ahí en donde se derrama el amor.
Y se ha quedado a merced de ustedes en el altar, para renovar a los hombres continuamente, en cada Eucaristía, en un mismo, eterno y único sacrificio, en el que es Él, el mismo ayer, hoy y siempre, pero que, para los hombres, es distinto cada vez, porque a los hombres los renueva constantemente, transformando sus almas, uniéndolas cada vez más íntimamente a Él, hasta ser por Él, con El y en El un mismo cuerpo, un mismo espíritu.
El amor es inquieto, no es resignado.
El amor no es egoísta, no es jactancioso.
El amor todo lo soporta, todo lo alcanza.
El amor mueve la fe, para hacer las obras.
El amor renueva, porque es Cristo quien hace nuevas todas las cosas.
Cuando el Hijo del hombre venga, con la gloria de su Padre y sus ángeles, entonces pagará a cada uno según su conducta.
Al que tiene se le dará más, pero al que no tiene, hasta ese poco se le quitará.
La lámpara que tú tienes no es para ponerla debajo de la cama, sino para ponerla sobre el candelero.
No hay nada oculto si no es para que sea manifestado.
No hay nada secreto si no es para que sea descubierto.
Si tienes oídos, oye, y atiende lo que escuchas».