22/09/2024

Jn 14, 15-21

82. EL CAMPO DE BATALLA – VIVIR EN EL ESPÍRITU

DOMINGO DE LA SEMANA VI DE PASCUA (A)

Yo le rogaré al Padre y él les dará otro Paráclito.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 14, 15-21

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos; yo le rogaré al Padre y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; ustedes, en cambio, sí lo conocen, porque habita entre ustedes y estará en ustedes.

No los dejaré desamparados, sino que volveré a ustedes. Dentro de poco, el mundo no me verá más, pero ustedes sí me verán, porque yo permanezco vivo y ustedes también vivirán. En aquel día entenderán que yo estoy en mi Padre, ustedes en mí y yo en ustedes.

El que acepta mis mandamientos y los cumple, ese me ama. Al que me ama a mí, lo amará mi Padre, yo también lo amaré y me manifestaré a él”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: en tu plática de despedida aquella noche estabas dando a tus discípulos las últimas instrucciones antes de ser entregado en manos de los hombres. Los estabas preparando para las batallas que iban a combatir contra el príncipe de este mundo.

Es verdad que el Reino que ibas a instaurar en la tierra es de amor y de paz, pero la paz es consecuencia de la guerra, y el combate se libra con las armas del amor. Les exiges amor para cumplir tus mandamientos, y les prometes la asistencia del Paráclito, el Espíritu de la verdad, que no recibirá el mundo, porque no lo conoce, pero que habita en el corazón de los que te sirven.

Tú te vas a ir de vuelta al Padre, pero permaneces vivo dentro de nuestra alma en gracia, por la inhabitación de las tres personas divinas. Estamos seguros de la victoria final, llevamos las de ganar, porque tú nos ayudarás hasta el fin del mundo, pero también sabemos que la vida del hombre en la tierra es una milicia, hay que luchar todos los días en favor del bien, que eres tú, derrotando el mal, que es el demonio.

Nosotros, tus sacerdotes, somos conscientes de que ocupamos un lugar especial dentro de tu ejército, y debemos ir por delante de tu pueblo. Sabemos que será importante cuidar la unidad para vencer, que seamos un ejército en orden de batalla.

Jesús: ¿cómo podemos ser más dóciles al Paráclito, para poder vencer las batallas con las armas del amor y de la fe?

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«Sacerdotes míos: la batalla es entre el bien y el mal.

El mal es la ausencia del bien, pero en donde hay bien no triunfa el mal. Mi Padre solo hace el bien, y los ha hecho a ustedes su pueblo y mis elegidos. Hagan pues ustedes el bien.

Sacerdotes, soldados míos, ejército de mi reino: estén listos todos los días, porque la batalla es constante, y no sabrán el día ni la hora en que el Hijo del hombre les será arrebatado, y le será devuelto a Aquel de quien ha venido.

Entonces, permanezcan dispuestos a recibir al Defensor de mis ejércitos, mi santo Paráclito, que descenderá sobre ustedes para fortalecerlos, y les serán dadas las armas para triunfar, les será entregada una espada de dos filos para herir las gargantas, y les será entregado el escudo protector.

 La lucha será fuerte, y no sabrán el día ni la hora. Pero mi victoria está por encima de la derrota. Yo he triunfado sobre la muerte, ¿y qué es la vida, sino la ausencia de la muerte?

Yo soy la vida.

Pero el que ya ha sido derrotado permanecerá en la batalla hasta el último día, para arrancar con sus garras lo que a mí me pertenece.

Yo soy el Rey de los ejércitos.

Ustedes, soldados míos, defiendan a mi pueblo, manténganse unidos, sean valientes, no tengan miedo, salgan al campo de batalla y avancen, protejan las pertenencias de su Rey, vayan por delante, que el triunfo les ha sido asegurado.

Pero no vayan sin protección, porque el enemigo está armado. El que tenga el arma más poderosa triunfará. El arma más poderosa es el amor.

Yo soy el amor.

Reciban al Espíritu Santo que les es dado para que se llenen de Él.

Amigos míos, yo no voy a dejarlos, aquí estoy.

Yo estoy en todas partes.

En el aire que respiran.

En el agua que beben.

En el horizonte que contemplan.

En el sol que los calienta.

En el mar que admiran.

En la risa de los niños.

En la profundidad de sus sentimientos.

En cada conversación y cada encuentro.

En las personas con que conviven.

En el cielo y en la tierra.

En una caricia y en un abrazo.

En la alegría y en el dolor.

En la gloria y en la cruz.

Yo soy un Dios presente y omnipotente.

Amigos míos, hermanos míos, pastores míos, discípulos míos, sacerdotes ungidos de Dios: que la esencia del Espíritu del Padre y del Hijo descienda y permanezca en ustedes.

Dispónganse con fe a descubrir los dones que por el Bautismo les han sido dados.

Que el que está lleno del Espíritu Santo está lleno de mi amor.

Que al que está lleno de mi amor nada le falta.

Que al que nada le falta mi Padre lo colmará de bienes, porque al que nada tiene todo le será quitado, pero al que todo tiene, más se le dará.

Que por uno solo que tenga una fe del tamaño de una semilla de mostaza será movido el mundo, conquistados los corazones, convertidas las almas. Llénense de mi amor, y vayan hasta donde yo quiero llegar, a los confines del mundo. No tengan miedo, que yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo.

Que por mis méritos los he llamado amigos, y los he hecho hermanos, que son hermanos y son amigos.

Que por los méritos de mi Santísima Madre los ha llamado hijos, y por mi pasión y muerte, mi Padre los ha hecho hijos.

Que por mi resurrección los he rescatado de la muerte, y por mi amor los he llamado a la vida.

Yo los llamo amigos, yo los llamo hermanos. Para que sean como yo. Para que amen como yo hasta el extremo. Para que den la vida como el que tanto ha amado al mundo que le dio a su único hijo. Para que se entreguen al que dio la vida por ustedes.

Déjense amar por mí. Llénense de mi amor. Amen con mi amor, y permanezcan en mi amor.

Que sea mi Madre auxilio para ustedes, y los mantenga en mi amistad, en mi hermandad, en mi bondad, y en mi amor, y sean miembros de un solo cuerpo, en unidad en un mismo espíritu, para que sean Cristo conmigo».

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Madre mía, Auxilio de los Cristianos: tú mantuviste la unidad de la primera comunidad cristiana después de la Ascensión de tu Hijo al cielo. Sabías que vendría el Espíritu Santo como un fuego que encendería sus corazones, para poder cumplir con su misión.

Ayúdame a mí a saber contar con ese fuego, que es la mejor arma para perseverar en la batalla con valentía, muy unido a los deseos de tu Hijo.

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«Hijos míos, sacerdotes: en el campo de batalla hay sacerdotes valientes y entregados, confiados, con espadas de dos filos en las manos, y el corazón expuesto y ardiente.

Pero también hay sacerdotes caídos, que son arrebatados y echados al fuego. Y me causan mucho dolor, y sufro como Madre al ver a mis hijos muertos.

Yo doy auxilio a mis hijos. Los que son derrotados no tienen la mejor arma, no tienen el fuego ardiente del amor de mi Hijo, porque no han sabido recibir la protección que el Hijo y el Padre les han enviado por medio de su Espíritu.

Yo quiero llevar mi auxilio a los que todavía están en la batalla. Mi corazón inmaculado vencerá, pero yo los quiero a todos, y es deseo de mi Hijo cumplir mis deseos. Cumplan ustedes sus deseos.

El mismo Cristo recibió mi auxilio en los momentos más difíciles de su vida en el mundo, mis brazos lo sostuvieron, mi amor le dio la fuerza para seguir entregando su vida en medio del intenso sufrimiento, mi oración lo auxilió para resistir la tentación y todos los padecimientos que como hombre sufrió. Y eso mismo quiso para Él y para todos los que iban a creer en Él».

¡Muéstrate Madre, María!