22/09/2024

Jn 14, 21-26

76. DEMOSTRAR EL AMOR – LAS ENSEÑANZAS DEL ESPÍRITU SANTO

EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA V DE PASCUA

El Espíritu Santo, que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 14, 21-26

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “El que acepta mis mandamientos y los cumple, ese me ama. Al que me ama a mí, lo amará mi Padre, yo también lo amaré y me manifestaré a él”.

Entonces le dijo Judas (no el Iscariote): “Señor, ¿por qué razón a nosotros sí te nos vas a manifestar y al mundo no?”. Le respondió Jesús: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no cumplirá mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió.

Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: cualquier persona entiende que el amor se demuestra con obras. De nada sirven las palabras, si no van acompañadas por actos de amor.

Tú les dices a tus discípulos que el que te ama cumplirá tu Palabra. Eso es, te amamos cumpliendo tus mandamientos. E insistes en que, si alguien te ama, también tú y el Padre lo amarán. No puede ser de otra manera, porque Dios es amor. Y el Espíritu Santo procede del amor del Padre y del Hijo.

El Paráclito es quien nos enseñará todas las cosas, y su principal enseñanza será el amor, porque ese será el distintivo de los cristianos. Tú nos dejaste el ejemplo más grande de amor entregando tu vida en la cruz, para nuestra salvación. Y también nos dejaste el sacramento del amor, la Sagrada Eucaristía, que es amor hasta el extremo, porque al recibirte nos hacemos una misma cosa contigo, en Comunión.

Señor, buena parte del ministerio de los sacerdotes consiste en poner en práctica las obras de misericordia, que son obras de amor. Debemos vivirlas todas, pero también nos sentimos responsables de ser otros Cristos, portadores de tu amor a todos los hombres, con la fuerza que nos da el Espíritu Santo.

Jesús, ¿cómo puedo tener un corazón como el tuyo, para derrochar amor?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: ven. Te hablaré de amor, porque yo te amo.

Mira cómo me dono yo, a través de dos rayos de luz muy fuertes que salen de mi corazón, uno transparente como el agua y el otro rojo como la sangre.

Mi mano levantada te bendice, mientras la otra toca mi corazón.

Mis pies están descalzos, y tengo llagas en mis manos, en mis pies, y en mi costado.

Yo te bendigo.

Yo te amo.

Tú eres testigo de mi amor y de mi misericordia.

Este es mi amor derramado por mi encarnación, por mi vida, por mi pasión, por mi muerte y por mi resurrección.

Estos rayos simbolizan mi entrega de amor hasta el extremo, para darles la vida a través de mi misericordia, por la que los uno al amor de Dios en filiación divina.

Misericordia, para que abran sus corazones a la gracia y reciban el amor.

Misericordia, para que crean en el amor y tengan vida eterna.

Yo soy el amor.

El Padre, en su infinita misericordia, ha derramado el amor al mundo a través de mi sangre en la cruz, que se transforma en un mar de misericordia, para que todo el que crea en mí se salve y tenga vida eterna.

Por tu fe, tú has abierto tu corazón, tú crees en mí, y recibes mi amor; tú me has seguido porque me amas.

Dime que me amas, porque la boca habla de lo que hay en el corazón.

Demuéstrame que me amas, porque tienes libertad, porque tienes voluntad para amar y para dejarte amar.

Que tu fe, por ese amor, sea puesta en obras de misericordia, que son obras de amor, amando hasta el extremo, como yo, amando lo que yo amo, sufriendo lo que yo sufro, sintiendo mi dolor, alegrándote con mi alegría, viviendo con fe, con esperanza y con caridad, perfeccionándote en la virtud, confiando en mí, abandonándote en mí, obedeciendo a Dios antes que a los hombres, para que demuestres que vives en mí, como yo vivo en ti.

Dime que me amas y demuéstrame tu amor reuniéndote con mi Madre, que es la Madre del amor, para que abras tu corazón a la gracia, para que me recibas como ella, en un eterno sí, para que me ames como me ama ella, para que la ames a ella como la amo yo, para que recibas, por mi amor, mi misericordia, y lleves por mi amor, mi misericordia al mundo entero.

Ven, yo te amo como al discípulo más amado, el que recibe mi amor porque ha abierto su corazón, el que tiene fe y cree en mí, el que me ama y está dispuesto a poner su fe por obra, porque sabe que una fe sin obras es una fe estéril, que no sirve para nada.

Quiero que me digas que me amas y que me demuestres tu amor a través de tu ministerio, que es una obra de amor, que es una obra de misericordia, para que exultes de mi amor.

El amor de Dios se derrama en los corazones por el Espíritu Santo que les ha sido dado.

Quiero que demuestres este amor reuniéndote con mi Madre, porque el Espíritu Santo está con ella, para que ella te ayude a abrir tu corazón, para recibir todas las gracias y dones que el Espíritu Santo espera con paciencia derramar en los corazones dispuestos.

Esta es la máxima expresión del amor de Dios: la misericordia derramada en la cruz, para que el mundo se abra a la gracia, para que tengan fe, para que crean en mí, para que reciban mi amor y me amen, para que demuestren su fe con obras de amor, y regrese a mi Padre el amor a través de los hombres, y con ese amor los hombres sean glorificados en la gloria de mi Padre, por los siglos de los siglos.

Por este amor yo te pido que eches las redes al mar. Yo las llenaré de tantas almas como peces hay en el mar, para unirlos con mi Madre, y me demuestren el amor que ha sido derramado en sus corazones, abriéndose a la gracia y a la misericordia de Dios, y el amor sea derramado en sus corazones por el Espíritu Santo en un eterno Pentecostés.

Demuestra tu fe, dime que me amas, y entrégame el amor derramado que se desborda en tu corazón, con tu vida, a través de tu ministerio, amando a Dios por sobre todas las cosas, amando a los demás como los he amado. Porque nadie tiene un amor tan grande que el que da la vida por sus amigos.

Amigo mío: te amo».

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Madre mía: tú engendraste al Amor y eres Maestra del amor, porque todo en tu vida fue un derroche de amor manifestado en obras. Además, estás llena del Espíritu Santo, tu Divino Esposo, quien procede del amor del Padre y del Hijo.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: enséñame a recibir primero el Amor, para transmitir la fe con obras de amor. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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 «Hijo mío, sacerdote: ven, te mostraré el Amor, que es el verdadero Dios por el que se vive.

Yo soy esa mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. En mi vientre llevo el Amor y lo cuido con mi vida. Y los ángeles me protegen. Llenos de luz los ángeles cantan alabanzas, y dan honor y gloria al que está en el trono y al Cordero.

Contempla la unión del cielo con la tierra, a través de la cruz, que es puerta abierta. Y en esa cruz están el Cuerpo y la Sangre del Cordero, a través de la que se derrama el amor para el mundo entero en rayos de luz, blanca como el agua y roja como la sangre.

Contempla la Luz que brilla en mi vientre.

Contempla al Bebé que llevo en mis brazos, entre animales y paja.

Contempla al Bebé en los brazos de su padre, que lo hace ofrenda a Dios en un templo, mientras me atraviesa el corazón una espada.

Contempla a un Niño jugar y aprender a orar con su Madre.

Contémplame angustiada, buscando al Niño hasta encontrarlo, mientras Él atiende las cosas de su Padre.

Contempla a un Joven obedecer a sus padres, mientras estudia y ora.

Contempla el cielo abrirse, y derramarse el Amor en forma de paloma, sobre un Hombre que es bautizado por otro hombre.

Contempla en ese Hombre a mi Hijo, cumpliendo los deseos de su Madre, derramando el amor, transformando el agua en vino.

Contempla al Hijo caminar, llevando el amor al mundo, derramando el amor en obras de misericordia.

Contempla su rostro transfigurado.

Contempla al Hijo uniendo la tierra con el cielo, amando hasta el extremo, mientras parte pan, y comparte con sus amigos el pan y el vino, que es la Carne y la Sangre del Cordero que quita los pecados del mundo.

Contémplalo orando y sufriendo, mientras es traicionado y abandonado por sus amigos.

Contémplalo siendo azotado y torturado, burlado, coronado de espinas, juzgado, condenado injustamente.

Contémplalo mientras abraza y carga una pesada cruz, y caer y levantarse.

Contempla su rostro desfigurado y su túnica empapada en sangre.

Contémplalo al extender sus brazos para ser crucificado.

Contémplalo elevado y exaltado en una cruz.

Contémplalo entregando su vida.

Contempla la carne y la sangre de un hombre, que también es Dios, muerto en una cruz, mientras una lanza penetra su costado y su corazón, que es una fuente de agua viva y de misericordia.

Contempla su cuerpo sin vida en los brazos de su Madre.

Contempla un sepulcro frío y oscuro, que se llena de vida y de luz, mientras contemplas al Hombre y Dios resucitado.

Contémplalo subir al cielo y sentarse a la derecha de su Padre, mientras es coronado de gloria.

Contémplalo mientras se dona y se derrama en unidad con su Padre, en un mismo Espíritu en forma de paloma, sobre doce hombres reunidos con su Madre, encendiendo sus corazones en fuego.

Contempla el amor.

Contempla la cruz: es el símbolo del amor derramado que se contiene en la Eucaristía.

Contémplate a ti mismo en esos hombres, con los corazones encendidos, que son los portadores del amor para el mundo.

Ustedes, sacerdotes, son Cristos.

Este es el amor, que es Dios, que se ha derramado en misericordia para el mundo, a través de los hombres que Él mismo eligió para ser como Él: Cristos en el mundo.

Yo quiero abrir tu corazón, para que recibas al amor, para que puedas cumplir tu misión y llevarlo a todo el mundo, porque nadie puede dar lo que no tiene.

Ven y oremos, para que abras tú primero tu corazón y, lleno del amor derramado por el Espíritu Santo, pongas tu fe por obra con este amor.

El amor es paciente, es amable, no es envidioso, no es jactancioso, no busca su interés, no se irrita, se alegra con la verdad. Todo lo excusa, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no acaba nunca, el amor es para siempre.

Ama, y profesa ese amor, amando a los demás como mi Hijo los amó, y expresa ese amor con la Palabra, porque está escrito: ‘no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’.

Ora conmigo, para que sea derramado el amor por el Espíritu, y con los ángeles y los santos alabemos, adoremos y glorifiquemos a la presencia viva del amor, que une, que alimenta, que salva, que es ofrenda y gratuidad, que es el sacrificio, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de mi Hijo, que es Cristo, y que, unido en el amor al Padre, por el Espíritu, es el único Dios verdadero por el que se vive».

¡Muéstrate Madre, María!