22/09/2024

Jn 14, 27-31

77. RECIBIR LA PAZ – LLEVAR LA PAZ AL MUNDO

EVANGELIO DEL MARTES DE LA SEMANA V DE PASCUA

Les doy mi paz.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 14, 27-31a

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden. Me han oído decir: ‘Me voy, pero volveré a su lado’. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean.

Ya no hablaré muchas cosas con ustedes, porque se acerca el príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo sepa que amo al Padre y que cumplo exactamente lo que el Padre me ha mandado”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: era muy común en aquel tiempo saludar y despedirse deseando la paz a los amigos. Tú lo hiciste muchas veces, y la que seguramente recordaban tus discípulos con mayor alegría era la de tu primera aparición después de resucitar de entre los muertos. Ellos estaban muy temerosos, acobardados, con miedo, y tú les devolviste la paz.

En el ambiente de la Última Cena también les dejaste tu paz, pero les aclaraste que no se las dabas como la da el mundo. La paz no es ausencia de guerra, ausencia de problemas o tribulaciones. La paz es vivir en Cristo. Se pierde con el pecado, y se recupera con el sacramento de la reconciliación.

A mí, sacerdote, me alegra mucho despedir a los penitentes, después de confesarse, diciendo: “vete en paz”. Tú quieres, Jesús, que seamos ministros de la paz, que la llevemos a tus ovejas a través del sacramento de tu misericordia. Y también a través de nuestro testimonio, con la alegría de servir y, sobre todo, a través de tu Palabra, que da paz a los corazones.

Jesús, ¿cómo podemos colaborar eficazmente para que se establezca en el mundo ese Reino tuyo de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: yo no he venido a traer la paz, sino la espada, para enfrentar a unos con otros, para que se vea quién es digno de mí.

Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre; pero el que me niegue ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre.

El que toma su cruz y me sigue, ese es digno de mí. A ese le daré mi paz, para que lleve mi paz al mundo.

El que recibe a uno de ustedes, que es digno de mí, a mí me recibe.

El que a mí me recibe, recibe a mi Padre, que es quien me ha enviado. Y ese recibe mi paz.

Yo les doy mi paz en unidad fraterna, en comunión, a través de mi cuerpo y de mi sangre en la cruz, por la que la misericordia ha sido derramada para lavar el pecado para la salvación de los hombres.

Mi paz les doy, mi paz les dejo, en unidad, en comunión, en Eucaristía.

Yo le doy mi paz a los hombres de buena voluntad, a los que cumplen la voluntad de mi Padre, como yo; a los que viven en mí, como yo vivo en ellos; a los que obran en la virtud con misericordia; a los corazones contritos y humillados, que piden y reciben misericordia a través del sacramento de la reconciliación.

Yo les he dado la paz a ustedes, mis amigos, que son mis discípulos, y los he hecho pastores, para que, con esa paz, apacienten a mis ovejas, porque la paz que yo les doy no es la del mundo.

Pero algunos de ustedes no han conservado mi paz, la han perdido, la han olvidado, y viven en medio del mundo, en el pecado y la tribulación, porque han olvidado hacer oración para encontrarse conmigo, para vivir en mí, como yo vivo en ustedes.

Yo les doy mi paz para que la lleven a mi pueblo con la verdad, que es mi Palabra, dando testimonio de mi amor, para que me vean, para que me reconozcan, para que me reciban, para que me amen, para que me compartan, y conmigo lleven la luz y la salvación a todos los rincones del mundo.

La paz se refleja en la alegría de servir, a pesar de las tormentas y de la tribulación; en el silencio, a pesar del ruido y los fuertes vientos; en la Palabra, a pesar de la persecución y la injusticia; en el testimonio, a pesar de la fatiga y el cansancio, tomando mi yugo, y aprendiendo de mí, que soy manso y humilde de corazón, para que encuentren descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

Es así como conservarán la paz.

Permanezcan en la confianza, en la obediencia y en el abandono a mi voluntad, renovando constantemente estos votos, enseñando esto a los demás, permaneciendo en mí, como yo permanezco en ustedes, viviendo con mi paz en la plenitud de mi amor.

El que padece tribulaciones y conserva la paz, ese es el que verdaderamente padece por mi causa y da testimonio de mi amor, porque vive en mí, como yo vivo en él.

Lleven la paz a mi pueblo, obrando con amor y misericordia, dando testimonio de esto, reuniéndolo en torno a mi Madre, para que reciban mi paz como fruto del Espíritu Santo que se derrama en los corazones dignos, dispuestos y obedientes».

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Madre mía, Reina de la Paz: tú solo quieres la paz para tus hijos, y sabes que la paz es para los hombres de buena voluntad: ayúdame a alcanzarla purificando mi corazón.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijo mío, sacerdote: yo soy Madre de Gracia, Madre de Misericordia, Madre de la Paz.

Recibe mi paz, que es el tesoro de mi corazón para el mundo.

¿Sabes, hijo mío, qué es la paz de mi corazón?

Es ese estado del alma en el que se vive haciendo la voluntad de Dios. Se respira a Cristo, se siente el amor del Padre y del Hijo, que es el Espíritu Santo, derramado en el corazón de aquel que conoce la verdad, ama la verdad, vive en la verdad, y con su vida glorifica a Dios.

Es la paz de vivir en Cristo, como Él vive en mí.

Es el fruto de la misericordia infinita de Dios, que habita en mi vientre, para nacer al mundo y habitar entre los hombres.

La paz se recibe en la pureza del corazón, y permanece al obrar con pureza de intención y misericordia en la virtud, con fe, esperanza y caridad.

La paz es para los hombres de buena voluntad.

Recibe las gracias que yo te doy, y recibe la paz de Cristo en tu corazón, para que lleves la paz a todos los rincones del mundo.

El que sea digno recibirá la paz. Pero si alguno no es digno, volverá la paz a ti. Y si no te reciben y no te escuchan, no se turbe tu corazón, cree siempre en que Jesucristo es la verdad, y lleva la paz contigo a otra parte.

Mi deseo es que reine la paz en el mundo.

Mi Hijo ha establecido la paz en el mundo a través de ustedes, mis hijos sacerdotes, y del triunfo de mi Inmaculado Corazón.

La paz se da, se recibe, se atesora, se conserva, y se comparte a través de la misericordia.

Es así como se vive una vida en plenitud, llevando la paz a todas partes, conservándola como el tesoro más preciado, fruto del amor de Dios, que ha vencido el mal perdonando a los hombres, a través de la victoria de su Hijo sobre la muerte y el pecado, reestableciendo el orden de su creación, a través de la filiación divina en Cristo, por quien han sido hechas nuevas todas las cosas.

Vive de manera que cuando te vean, vean a mi Hijo, para que lo encuentren, para que crean en Él, para que lo conozcan, para que lo amen, para que vivan en Él, para que reciban su paz, y que, por Él, con Él y en Él, lleven la paz de Cristo al mundo entero, a través de obras de misericordia».

¡Muéstrate Madre, María!