79. EL ENCUENTRO CON CRISTO – RECIBIR EL AMOR
EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA V DE PASCUA
Permanezcan en mi amor para que su alegría sea plena.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 15, 9-11
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena”.
Palabra del Señor.
+++
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: tú sabías que después de la Última Cena, cuando se fueron todos al Huerto de los Olivos, iba a comenzar la desbandada. Pero no dijiste a tus discípulos que permanecieran unidos, sino que permanecieran en tu amor. Y comparas el amor que nos tienes a nosotros con el amor que te tiene el Padre.
Es imposible imaginar cómo es el amor del Padre por ti, pero nos queda claro que es infinito. Permanecer en tu amor significa dejarnos amar por ti. Hemos de aprender a recibir ese amor. Lo hacemos principalmente cuando nos alimentamos de tus Sacramentos y de tu Palabra.
La referencia a la alegría en tu discurso recuerda mucho las parábolas de la misericordia. Cuando se perdió la oveja, cuando perdió la unidad con las demás, el pastor salió a buscarla, y al encontrarla se llenó de alegría.
Se puede perder la unidad cuando se dejan de cumplir los mandamientos, cuando se cometen pecados. Y por eso viene la tristeza.
Señor ¿qué debo hacer para nunca perderme y permanecer en tu amor?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
+++
«Sacerdotes míos: ustedes son mi alegría. Acompáñenme a encontrar lo que he venido a buscar.
Un tesoro ha sido robado: es la paz interior del corazón de un pecador que está perdido.
Que vive para mí, pero está alejado de mí.
Que no me conoce, y por eso no me ama.
Que ha sido asaltado, y le han robado sus tesoros.
Es el corazón de un sacerdote que vive una intensa lucha interior. Y la lucha es todos los días.
Yo les digo que no tengan miedo. Con ustedes estoy para salvarlos.
Yo soy el Buen Pastor, y conozco a mis ovejas, y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre, y yo doy mi vida por las ovejas.
Una sola he perdido, y lo he dejado todo. He dejado la gloria que tenía con mi Padre, antes de que el mundo existiera, y me he despojado de mí mismo, tomando condición de esclavo, para buscar hasta encontrar la oveja que se me había perdido: la humanidad entera.
Pero el Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre.
Yo busco con insistencia hasta encontrar la disposición de cada corazón perdido, a ser encontrado, para ser abrazado, para ser convertido, para ser renovado, para ser amado.
Yo he subido a la cruz para, desde ahí, buscar y encontrar con mi muerte lo que estaba perdido.
Yo resucité de entre los muertos y subí al cielo, para sentarme a la derecha de mi Padre, y recuperar la gloria que tenía con mi Padre antes de que el mundo existiera.
Yo he llenado el cielo de alegría.
Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recuperarla de nuevo. Nadie me la quita, yo la doy por mi propia voluntad. Tengo poder para darla y poder para recuperarla de nuevo. Esa es la orden que he recibido de mi Padre.
Yo doy la vida por mis amigos. Nadie tiene un amor tan grande como el que da la vida por sus amigos.
Mis amigos son los que hacen lo que yo les mando.
El que cumple mis mandamientos permanece en mi amor.
El que permanece en mi amor es fiel.
El que es fiel permanece en mi amistad y confía en mí.
El que confía en mí tiene ánimo fuerte y conserva la paz.
Esa es la promesa de mi misericordia, que los busca hasta encontrarlos, para derramarse en los corazones y vencer en la batalla. Pero la lucha es todos los días.
Déjense encontrar, para que permanezcan en mi amistad, en un encuentro cotidiano conmigo, para que sus tesoros no les sean robados.
Protejan el tesoro de la paz en sus corazones, para que la transmitan, y establezcan la paz en el mundo entero.
Yo no voy a dejarlos, aquí estoy.
Yo estoy en todas partes: en el aire que respiran, en el agua que beben, en el horizonte que contemplan, en el sol que los calienta, en el mar que admiran, en la risa de los niños, en la profundidad de sus sentimientos, en cada conversación y cada encuentro con las personas que conviven, en el cielo y en la tierra, en una caricia y en un abrazo, en la alegría y en el dolor, en la gloria y en la cruz.
Yo soy un Dios presente y omnipotente.
Amigos míos, hermanos míos, pastores míos, discípulos míos, sacerdotes ungidos de Dios, yo les digo:
Que la esencia del Espíritu del Padre y del Hijo descienda y permanezca en ustedes: dispónganse con fe a descubrir los dones que por el Bautismo les han sido dados.
Que el que está lleno del Espíritu Santo está lleno de mi amor.
Que al que está lleno de mi amor nada le falta.
Que al que nada le falta mi Padre lo colmará de bienes, porque al que nada tiene todo le será quitado, pero al que todo tiene, más se le dará.
Que por uno solo que tenga una fe del tamaño de una semilla de mostaza será movido el mundo, conquistados los corazones, convertidas las almas. Llénense de mi amor y vayan hasta donde yo quiero llegar, a los confines del mundo. No tengan miedo, que yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo.
Que por mis méritos los he llamado amigos y los he hecho hermanos.
Que son hermanos y son amigos.
Que por los méritos de mi Santísima Madre los ha llamado hijos, y por mi pasión y muerte mi Padre los ha hecho hijos.
Que por mi resurrección los he rescatado de la muerte, y por mi amor los he llamado a la vida.
Yo los llamo amigos, yo los llamo hermanos, para que sean como yo, para que amen como yo hasta el extremo, para que den la vida como el que tanto ha amado al mundo que le dio a su único Hijo, para que se entreguen al que dio la vida por ustedes.
Déjense amar por mí, llénense de mi amor, amen con mi amor y permanezcan en mi amor.
Que sea mi Madre auxilio para ustedes y los mantenga en mi amistad, en mi hermandad, en mi bondad y en mi amor, y sean ustedes miembros de un solo cuerpo, en unidad en un mismo espíritu.
Que sean Cristo conmigo».
+++
Madre de misericordia: enséñame a recibir el amor de tu Hijo, a dejarme amar, para poder así transmitir con alegría la misericordia de tu Hijo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijos míos, sacerdotes: permanezcan en un encuentro cotidiano con Cristo, para que lo conozcan y lo amen, para que escuchen su Palabra y la vivan, para que fortalezcan su fe y la transmitan, poniéndola en obras, recibiendo la misericordia que los dirija al encuentro cotidiano con Cristo, y les alcance la santidad en su vida ordinaria, elevándola a una vida sobrenatural digna de quienes han sido llamados a vivir en medio del mundo, pero que no son del mundo, como Cristo no es del mundo.
Rueguen al Padre para que los guarde del maligno y los santifique en la verdad, y envíe más obreros a su mies.
Busquen hasta encontrar los corazones más pobres, para enriquecerlos con la verdad. Los que están perdidos, los que están heridos, los que están lisiados, los caídos en la batalla, los que se han perdido porque se han cansado y ya no tienen fuerzas.
Encuentren el tesoro perdido en el corazón de cada uno de ustedes, la moneda de oro, la joya que es la fe, para fortalecerla con la oración, con el testimonio, con el ejemplo y con la Palabra.
Conviertan sus corazones con amor, porque hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Permanezcan en unidad en la Santísima Trinidad, en un encuentro constante con Cristo a través de la Palabra, y permanezcan en unidad trabajando para transmitir la misericordia de mi Hijo.
Yo les agradezco todo lo que dejen por servir a la Iglesia, y comparto con ustedes mi alegría, porque nada vale más la pena que llegar al conocimiento pleno de la verdad, que es Cristo, para que, alcanzando la plenitud de su amor, sean sus corazones no campos de batallas, sino mis jardines de flores, y las moradas de descanso en donde Él pueda reclinar su cabeza, en la seguridad de la fidelidad del amor que habita en sus corazones, que es tan grande, que los enciende en el deseo de dar la vida por Cristo con Él y en Él, muriendo todos los días al mundo para resucitar en Él.
Esa es mi joya encontrada que llena de alegría el cielo».
¡Muéstrate Madre, María!