82B. EL ENCUENTRO CON CRISTO – EL PRIVILEGIO DE SER SU AMIGO
EVANGELIO DEL DOMINGO VI DE PASCUA (B)
Nadie tiene amor más grande a sus amigos, que el que da la vida por ellos.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 15, 9-17
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena.
Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre.
No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros”.
Palabra del Señor.
+++
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: tú sabías que después de la Última Cena, cuando se fueron todos al Huerto de los Olivos, iba a comenzar la desbandada. Pero no dijiste a tus discípulos que permanecieran unidos, sino que permanecieran en tu amor. Y comparas el amor que nos tienes a nosotros con el amor que te tiene el Padre.
Es imposible imaginar cómo es el amor del Padre por ti, pero nos queda claro que es infinito. Permanecer en tu amor significa dejarnos amar por ti. Hemos de aprender a recibir ese amor. Lo hacemos principalmente cuando nos alimentamos de tus Sacramentos y de tu Palabra.
La referencia a la alegría en tu discurso recuerda mucho las parábolas de la misericordia. Cuando se perdió la oveja, cuando perdió la unidad con las demás, el pastor salió a buscarla, y al encontrarla se llenó de alegría.
Se puede perder la unidad cuando se dejan de cumplir los mandamientos, cuando se cometen pecados. Y por eso viene la tristeza.
Señor ¿qué debo hacer para nunca perderme y permanecer en tu amor?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
+++
«Sacerdotes míos: ustedes son mi alegría. Acompáñenme a encontrar lo que he venido a buscar.
Un tesoro ha sido robado: es la paz interior del corazón de un pecador que está perdido.
Que vive para mí, pero está alejado de mí.
Que no me conoce, y por eso no me ama.
Que ha sido asaltado, y le han robado sus tesoros.
Es el corazón de un sacerdote que vive una intensa lucha interior. Y la lucha es todos los días.
Yo les digo que no tengan miedo. Con ustedes estoy para salvarlos.
Yo soy el Buen Pastor, y conozco a mis ovejas, y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre, y yo doy mi vida por las ovejas.
Una sola he perdido, y lo he dejado todo. He dejado la gloria que tenía con mi Padre, antes de que el mundo existiera, y me he despojado de mí mismo, tomando condición de esclavo, para buscar hasta encontrar la oveja que se me había perdido: la humanidad entera.
Pero el Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre.
Yo busco con insistencia hasta encontrar la disposición de cada corazón perdido, a ser encontrado, para ser abrazado, para ser convertido, para ser renovado, para ser amado.
Yo he subido a la cruz para, desde ahí, buscar y encontrar con mi muerte lo que estaba perdido.
Yo resucité de entre los muertos y subí al cielo, para sentarme a la derecha de mi Padre, y recuperar la gloria que tenía con mi Padre antes de que el mundo existiera.
Yo he llenado el cielo de alegría.
Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recuperarla de nuevo. Nadie me la quita, yo la doy por mi propia voluntad. Tengo poder para darla y poder para recuperarla de nuevo. Esa es la orden que he recibido de mi Padre.
Yo doy la vida por mis amigos. Nadie tiene un amor tan grande como el que da la vida por sus amigos.
Mis amigos son los que hacen lo que yo les mando.
El que cumple mis mandamientos permanece en mi amor.
El que permanece en mi amor es fiel.
El que es fiel permanece en mi amistad y confía en mí.
El que confía en mí tiene ánimo fuerte y conserva la paz.
Esa es la promesa de mi misericordia, que los busca hasta encontrarlos, para derramarse en los corazones y vencer en la batalla. Pero la lucha es todos los días.
Déjense encontrar, para que permanezcan en mi amistad, en un encuentro cotidiano conmigo, para que sus tesoros no les sean robados.
Protejan el tesoro de la paz en sus corazones, para que la transmitan, y establezcan la paz en el mundo entero.
Yo no voy a dejarlos, aquí estoy.
Yo estoy en todas partes: en el aire que respiran, en el agua que beben, en el horizonte que contemplan, en el sol que los calienta, en el mar que admiran, en la risa de los niños, en la profundidad de sus sentimientos, en cada conversación y cada encuentro con las personas que conviven, en el cielo y en la tierra, en una caricia y en un abrazo, en la alegría y en el dolor, en la gloria y en la cruz.
Yo soy un Dios presente y omnipotente.
Amigos míos, hermanos míos, pastores míos, discípulos míos, sacerdotes ungidos de Dios, yo les digo:
Que la esencia del Espíritu del Padre y del Hijo descienda y permanezca en ustedes: dispónganse con fe a descubrir los dones que por el Bautismo les han sido dados.
Que el que está lleno del Espíritu Santo está lleno de mi amor.
Que al que está lleno de mi amor nada le falta.
Que al que nada le falta mi Padre lo colmará de bienes, porque al que nada tiene todo le será quitado, pero al que todo tiene, más se le dará.
Que por uno solo que tenga una fe del tamaño de una semilla de mostaza será movido el mundo, conquistados los corazones, convertidas las almas. Llénense de mi amor y vayan hasta donde yo quiero llegar, a los confines del mundo. No tengan miedo, que yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo.
Que por mis méritos los he llamado amigos y los he hecho hermanos.
Que son hermanos y son amigos.
Que por los méritos de mi Santísima Madre los ha llamado hijos, y por mi pasión y muerte mi Padre los ha hecho hijos.
Que por mi resurrección los he rescatado de la muerte, y por mi amor los he llamado a la vida.
Yo los llamo amigos, yo los llamo hermanos, para que sean como yo, para que amen como yo hasta el extremo, para que den la vida como el que tanto ha amado al mundo que le dio a su único Hijo, para que se entreguen al que dio la vida por ustedes.
Déjense amar por mí, llénense de mi amor, amen con mi amor y permanezcan en mi amor.
Que sea mi Madre auxilio para ustedes y los mantenga en mi amistad, en mi hermandad, en mi bondad y en mi amor, y sean ustedes miembros de un solo cuerpo, en unidad en un mismo espíritu.
Que sean Cristo conmigo».
+++
Madre de misericordia: enséñame a recibir el amor de tu Hijo, a dejarme amar, para poder así transmitir con alegría la misericordia de tu Hijo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijos míos, sacerdotes: permanezcan en un encuentro cotidiano con Cristo, para que lo conozcan y lo amen, para que escuchen su Palabra y la vivan, para que fortalezcan su fe y la transmitan, poniéndola en obras, recibiendo la misericordia que los dirija al encuentro cotidiano con Cristo, y les alcance la santidad en su vida ordinaria, elevándola a una vida sobrenatural digna de quienes han sido llamados a vivir en medio del mundo, pero que no son del mundo, como Cristo no es del mundo.
Rueguen al Padre para que los guarde del maligno y los santifique en la verdad, y envíe más obreros a su mies.
Busquen hasta encontrar los corazones más pobres, para enriquecerlos con la verdad. Los que están perdidos, los que están heridos, los que están lisiados, los caídos en la batalla, los que se han perdido porque se han cansado y ya no tienen fuerzas.
Encuentren el tesoro perdido en el corazón de cada uno de ustedes, la moneda de oro, la joya que es la fe, para fortalecerla con la oración, con el testimonio, con el ejemplo y con la Palabra.
Conviertan sus corazones con amor, porque hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Permanezcan en unidad en la Santísima Trinidad, en un encuentro constante con Cristo a través de la Palabra, y permanezcan en unidad trabajando para transmitir la misericordia de mi Hijo.
Yo les agradezco todo lo que dejen por servir a la Iglesia, y comparto con ustedes mi alegría, porque nada vale más la pena que llegar al conocimiento pleno de la verdad, que es Cristo, para que, alcanzando la plenitud de su amor, sean sus corazones no campos de batallas, sino mis jardines de flores, y las moradas de descanso en donde Él pueda reclinar su cabeza, en la seguridad de la fidelidad del amor que habita en sus corazones, que es tan grande, que los enciende en el deseo de dar la vida por Cristo con Él y en Él, muriendo todos los días al mundo para resucitar en Él.
Esa es mi joya encontrada que llena de alegría el cielo».
¡Muéstrate Madre, María!
VI, 36. ELECCIÓN DE PREDILECCIÓN - EL PRIVILEGIO DE SER SU AMIGO
EVANGELIO DE LA FIESTA DE SAN MATÍAS, APÓSTOL
No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 15, 9-17
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena.
Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre.
No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros”.
Palabra del Señor.
+++
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: san Matías sustituyó a Judas en el colegio apostólico. Fue testigo de tu Resurrección, y tú lo escogiste para que fuera una de las columnas de tu Iglesia. A todos los Apóstoles se les pueden aplicar esas palabras tuyas de la Última Cena: “no son ustedes los que me han elegido…”, pero el caso de Matías es muy representativo. Pedro le pidió al Espíritu Santo que mostrara al que había sido elegido.
Los sacerdotes nos damos cuenta de que el título de “amigo” nos lo das a nosotros especialmente, aunque cualquier persona que hace lo que tú mandas también es tu amigo. Pero nosotros estamos configurados contigo, nos amas con amor de predilección, y los que estaban sentados a la mesa contigo en aquella Última Cena eran los primeros sacerdotes, consagrados aquella misma noche. Matías pasó a formar parte de tus amigos predilectos. Y los amigos tenemos un trato especial.
Me gusta aquella definición de la oración mental que hace Santa Teresa: «No es otra cosa sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».
Jesús, yo quiero ser un enamorado de ti, para poder amar a los demás con ese mismo amor que nos das, entregando mi vida por ellos, como tú lo hiciste.
Señor, ¿cómo podemos tener un corazón como el tuyo, para amar como tú amas?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
+++
«Amigo mío: eres mi amigo porque yo te he elegido. Permanece en mi amistad con tu correspondencia a mi amor, cumpliendo mis mandamientos, haciendo siempre lo que te digo yo, uniendo tu voluntad a la mía, para hacer la voluntad de Dios. Permanece en mi amor.
Amigo te llamo yo. Los amigos se entienden, se comprenden, se respetan. Los amigos mantienen la libertad. En eso consiste la amistad: en demostrarle al otro su amor con total libertad.
El amor no obliga. El amor conquista. El amor entre dos amigos se basa en la confianza. ¿Cómo podrías decir que me amas si no confías en mí?
La amistad verdadera implica un riesgo. Yo te doy todo de mí, y me arriesgo a que tú me aceptes o me rechaces. A que me ames, o que te alejes de mí. Pero yo confío en ti.
Yo te encomiendo a mi rebaño y confío en ti. A cada oveja de mi rebaño yo la amo, pero que permanezcan conmigo depende de ti. Yo soy el camino, y tú quien les dice a dónde ir.
La amistad es una relación que se debe cuidar, procurar, alimentar, fortalecer, con la convivencia y el interés de uno en el otro. Es por eso que las ovejas escuchan mi voz. Yo las conozco y ellas me conocen. Por eso me siguen. Eso es lo que hace un buen pastor.
Que vuelvan a mi amistad todos aquellos que, como Judas, me han traicionado; y que muchos, como Matías, sientan que son llamados, para que haya muchas santas y nuevas vocaciones que correspondan a mi elección de predilección.
Yo quiero que ustedes, mis amigos, renueven su vocación. Que se dejen amar por mí. Que acudan a mí. Yo soy el amigo fiel que no traiciona. Si alguno se siente alejado de mí, es porque él se ha alejado. Que vuelva. Que cumpla mis mandamientos. Que se haga responsable de su ministerio. Que desee con todo su corazón tener conmigo un verdadero encuentro. Que dé su vida por sus amigos, como la di yo. Que sea su intención servirme, para darle gloria a Dios.
Sacerdote mío: te amo, y por este amor permanezco en ti, y tú permaneces en mi amor.
Ámame con mi amor, para que nunca te separes de mí.
Contempla mis manos, que han trabajado, han construido, han perdonado, han sanado, han curado, han bendecido, han consagrado, han acariciado el rostro de mi Madre, han abrazado la cruz, han cargado la cruz, han entregado misericordia.
Manos que sólo han hecho el bien, y que por el mal que han hecho los hombres han sido inmovilizadas, atadas, crucificadas, unidas a la cruz con clavos, haciéndome uno en cuerpo, fierro y madera. Pero los clavos han sido arrancados y desechados, dejando profundas heridas.
El que se una a mí, que permanezca bien unido a mí, aunque me lastime, aunque me duela, y yo lo haré parte de mí.
Que no sea como los clavos, que al unirse conmigo los limpio y los purifico con mi sangre y con mi gracia, pero son inertes, no dan fruto, y son separados de mí, porque se unen a mí, pero no pueden ser parte.
Tú has sido llamado para servir, para ser parte conmigo, un solo cuerpo, un mismo Espíritu, configurado conmigo como Cristo, para dar fruto en abundancia y unirte en mi único y eterno sacrificio, como ofrenda agradable al Padre.
No muchos permanecen conmigo, sino que son como clavos que me crucifican al unirse a mí, estando en pecado, y me sirven y se van. Y cada vez hacen una herida nueva.
Si verdaderamente me amaran, serían obedientes y cumplirían mis mandamientos, y yo los uniría a mí para que vivieran en mi amor, así como yo cumplo los mandamientos de mi Padre y vivo en su amor, y permanecerían en mi amor, como yo permanezco en su amor.
No quiero sacerdotes de medio tiempo. Quiero verdaderos sacerdotes todo el tiempo, que celebren y consagren, que impartan sacramentos, que vivan en virtud, que sean Cristos de tiempo completo, hombres divinizados en mí, unidos a mí en su vida ordinaria y en sus ministerios.
Quiero que sean como yo, hombres caminando en medio del mundo, sin ser del mundo, pero que trabajan, que son pastores, pescadores, labradores, y que transforman su vida en oración constante, para que orando mantengan el corazón dispuesto a recibir el amor, a vivir en el amor.
El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante. El que no permanece en mí, no está conmigo. Y el que no está conmigo, está contra mí.
Quiero sacerdotes que estén siempre conmigo.
Quiero hacer llegar mi misericordia a ustedes, mis sacerdotes, enseñando al que no sabe, a través de una formación permanente, para que aprendan a entregarse a mí completamente.
Quiero que llegue a todos ustedes esta doctrina, para que aprendan a transformar sus obras, sus trabajos, sus ministerios, en oración continua, para que permanezcan unidos a mí siempre.
Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado.
Yo te amo más que a las aves del cielo y que a los lirios del campo.
Te amo tanto, que hasta los cabellos de tu cabeza están contados.
No te preocupes por lo que has de comer o lo que has de beber, o con lo que has de vestir. Busca primero el Reino de Dios, y todo lo demás yo te lo daré.
No te preocupes del mañana, yo estoy contigo todos los días de tu vida.
Te amo tanto, que dejé la gloria de mi Padre para ir a buscarte.
Te amo tanto, que entregué por ti mi vida, hasta la muerte, para encontrarte, y una muerte de cruz.
Te amo tanto, que en mi resurrección te doy la vida.
Te amo tanto, que me quedo contigo, y me hago tuyo para hacerte mío, cada día, en la Eucaristía.
Te amo tanto, que te doy a mi Madre, como madre y como compañía.
Te amo tanto, que te doy la espada de su corazón para atravesar el tuyo, y unirlo al mío y al de ella.
Te amo tanto, que te he llamado amigo.
No hay amor más grande que el que da su vida por sus amigos. No hay amor más grande que el mío.
Yo quiero que mis pastores sean como niños, los pastores que mi Madre eligió para difundir su mensaje entre las ovejas de mi rebaño, almas puras con inocencia de niños, con la ignorancia de quien no ha adquirido sabiduría sino por experiencia, la entrega de quien sufre y es perseguido, pero insiste y ama con mi amor.
Así, deben ser mis pastores, para que sean ejemplo y conquisten, para que amen con mi amor y enamoren. Que al ver a mi Madre me encuentren y sean como yo, y me entreguen y se entreguen conmigo.
Pastor mío, elegido y ungido mío: yo te envío al mundo como el Padre ha enviado a su único Hijo, para buscar, para encontrar, para convertir, para perdonar, para traer a mí. Y te he encomendado un rebaño de ovejas para buscar, para encontrar, para convertir y perdonar, para enseñarles a ser como niños, y poderlos llevar de vuelta a casa».
+++
Madre mía: enciende mi corazón con el fuego del amor, que me lleve a no desear otra cosa que cumplir la voluntad de mi Señor, como hiciste tú.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
Hijo mío: yo te amo como te ama mi Hijo. No hay amor más grande. Aprende a amar así.
Amarse los unos a los otros, como los ha amado Jesús, eso no es un deseo, es un mandamiento, es un deber. Al menos tú, hijo mío, dale cumplimiento.
El pecado va en contra del cumplimiento de este mandamiento, en el que se concentran todos los mandamientos de la ley de Dios. Todos los pecados son faltas de amor al prójimo y a Dios.
Nadie puede decir que odia a su hermano y que ama a Dios. Eso es una incongruencia.
Nadie puede decir que lastima a su hermano por amor a Dios. No hay amor sin clemencia.
Nadie puede decir que la vida de un ser humano no es importante, y decir al mismo tiempo que ama a Cristo, que es la vida de todo ser humano.
Nadie puede decir que ama a la Madre de Dios, pero que no cree en el Hijo de Dios.
Hijo mío: con el pecado el amor pierde sentido. Es por eso que se alejan de Dios. Amar a Dios necesariamente debe demostrarse en el amor al prójimo.
Dime, hijo mío, ¿quién comete falta más grave: el que dice amar a Dios y cumplir sus mandamientos, pero falta a la caridad con sus hermanos, y no atiende ni procura, ni se preocupa por los más necesitados? ¿O aquel que no conoce a Dios, pero que da la vida por sus hermanos?
A veces los que están viviendo fuera del redil del Buen Pastor dan mejores ejemplos de vivir el amor, que las ovejas de dentro.
Ojalá las ovejas de dentro miren un poco hacia afuera, y vean a su alrededor, y de esos ejemplos aprendan a demostrarle a mi Hijo Jesús su amor.
Y, a veces, dentro del mismo rebaño de mi amada Iglesia, aquellos que se creen sabios, estudiados, letrados, humillan a los más pequeños, a los ignorantes, a los sencillos, a los humildes, mientras cometen los más tremendos pecados. Estoy hablando de mis sacerdotes, hijo mío.
Sufre mi corazón, pero esa es la verdad de algunos hijos míos predilectos, que tanto amo.
Manchan a la Iglesia usando su poder para enriquecerse, para adquirir más poder, para dominar al mundo, para hartarse de placer, y pierden su salud. Pero su soberbia los tiene cegados, no los deja darse cuenta.
Y son mis hijos, yo los amo. Y amo de igual manera a aquellos que ellos afectan. También son mis hijos. Y no se tratan como hermanos. ¿Dónde está la caridad en la que fue fundada la santa Iglesia?
Pues yo te digo, hijo mío, que es precisamente esa caridad la que se debe rescatar.
Recibe la bendición de tu Madre. Recibe el mismo amor que recibió Jesús cuando miró por primera vez los ojos de su Madre».
¡Muéstrate Madre, María!