22/09/2024

Jn 15, 12-17

80. AMAR COMO JESÚS – EL PRIVILEGIO DE SER SU AMIGO

EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA V DE PASCUA

Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 15, 12-17

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre.

No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: nos has dejado el mandamiento del amor, con ese añadido tan importante: “como yo los he amado”. E inmediatamente explicas qué significa eso: dar la vida por los amigos.

Tú diste la vida cuando, siendo de condición divina, te anonadaste tomando la forma de siervo, y la entregaste completamente cuando te hiciste obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

Y tanto nos amas, Jesús, que nos das el Pan de vida, entregándonos como alimento tu Cuerpo y tu Sangre en la Sagrada Eucaristía.

Los sacerdotes nos damos cuenta de que el título de “amigo” nos lo das a nosotros especialmente, aunque cualquier persona que hace lo que tú mandas también es tu amigo. Pero nosotros estamos configurados contigo, nos amas con amor de predilección, y los que estaban sentados a la mesa contigo en aquella Última Cena eran los primeros sacerdotes, consagrados aquella misma noche. Y los amigos tenemos un trato especial.

Me gusta aquella definición de la oración mental que hace Santa Teresa: «No es otra cosa sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».

Jesús: yo quiero ser un enamorado de ti, para poder amar a los demás con ese mismo amor que nos das, entregando mi vida por ellos, como tú lo hiciste.

Señor, ¿cómo puedo tener un corazón como el tuyo, para amar como tú amas?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: así como yo te he amado, así te mando que ames y des tu vida por mi pueblo.

Ven a contemplar mi amor.

Quiero que sepas cómo te he amado, para que ames como yo.

Yo obedecí, por amor al Padre, cuando renuncié a la gloria que tenía con Él antes de que el mundo existiera, para ser enviado por mi Padre al mundo, para ser como una de sus creaturas.

Y, siendo Dios, adquirí la naturaleza humana, para ser Dios y hombre; para habitar como Dios y como hombre en medio de los hombres, adquiriendo en esta naturaleza, la fragilidad de los hombres; para demostrar la omnipotencia de Dios en la debilidad del hombre; para compadecerme de sus miserias, siendo igual a los hombres y probado en todo igual, menos en el pecado.

Contempla mi obediencia, por amor al Padre –que amó tanto al mundo que envió a su único hijo para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna–, haciéndome víctima de expiación, como propiciación para el perdón de los pecados de los hombres, para hacer nuevas todas las cosas, mediante la justificación, que por la acción del Espíritu Santo diviniza a los hombres y los hace dignos para volverlos al Padre.

Amigo mío, tan grande así es mi amor por ti, que me hago tuyo para hacerte mío.

En la disposición del corazón a la obediencia a la voluntad del Padre se manifiesta el amor por la acción del Espíritu Santo.

En la disposición de un corazón de madre nací yo, en medio de la humildad y del amor, sometido a la obediencia de mis padres, para cumplir la voluntad de Dios.

Mi Madre me enseñó a caminar en medio del mundo sin ser del mundo, y a permanecer dispuesto, con docilidad, a la acción del Espíritu Santo, para cumplir en todo los mandamientos de la ley de Dios, al orar y al obrar con fe, esperanza y caridad, siempre en la humildad de reconocerme necesitado, como hombre, de la misericordia que yo mismo había venido a entregar.

Mi Madre me hizo conocer y experimentar la misericordia, oró por mí, me consoló, soportó, perdonó y corrigió conmigo las injusticias de los demás, me aconsejó, me enseñó, me dio de comer y me dio de beber, y me vistió y me cuidó, y fui peregrino y me acogieron, y estuve preso y fueron a verme, y estuve muerto y me pusieron en un sepulcro. Y recibí misericordia.

Entonces supe que la misericordia es fruto del amor, y entendí que yo soy el amor de Dios, y que fui enviado al mundo a entregar su misericordia, entregándome en un único sacrificio por los hombres, para salvarlos de la miseria del pecado; y entendí que había venido al mundo a derramar el amor de Dios en misericordia, y que esa era su voluntad.

Entonces los amé hasta el extremo, entregando mi vida, haciéndome obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz, renovando mi sacrificio en cada Eucaristía, que es mi presencia viva, mi Cuerpo, mi Sangre, mi Alma y mi Divinidad.

Tanto amo a mi Padre, y tanto los ama a ustedes mi Padre, que me ha enviado a demostrarles su amor a través de mi amor.

Así como Él me ha enviado, yo los envío en la obediencia de un nuevo mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado. Esa es la voluntad del Padre.

Yo te he demostrado mi amor y mi misericordia. Yo te pido que ames a mi pueblo con mi amor, y que demuestres amarlos como yo, entregando por ellos tu vida, porque nadie tiene un amor tan grande como el que da la vida por sus amigos.

Ahí tienes a mi Madre. Ella es Madre de amor y Madre de misericordia. Te enseñará a amar como ella, entregando su vida al pie de la cruz del Hijo, acogiéndome en cada hijo, para amarlos, como los amo yo.

Recibe mi amor y cumple mis mandamientos, para que permanezcas en mi amor, para que, en la compañía de mi Madre, lleves a mi pueblo mi amor, para que ellos también cumplan la voluntad de Dios».

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Madre mía: cuando Jesús nos dio el mandamiento del amor dijo que debemos amarnos como Él nos amó. Todos entendemos que nos está hablando de tantas manifestaciones de amor que tuvo durante su paso por la tierra, pero, sobre todo, se refiere a su entrega en la cruz, derramando hasta la última gota de su sangre por amor nuestro.

Sabemos también que su entrega en la cruz fue un acto de amor en plena obediencia al Padre, porque le dijo en su oración en el huerto: “que no se haga como yo quiero, sino como quieres tú”.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a amar así a Dios y a mis hermanos, con el corazón de Jesús. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijo mío, sacerdote: te hablaré de tu cruz, que es la cruz de la obediencia de Jesús.

Mi Hijo ha vuelto al Padre, y a la gloria que tenía a su lado antes de que el mundo existiera. Y está sentado a la derecha del Padre, y desde ahí ha de venir con su gloria para juzgar a vivos y muertos, para devolverle al Padre lo que es suyo, primero sus sacerdotes, porque a ellos los ha llamado primero.

No son ellos quienes lo han elegido, es Cristo quien los ha elegido a ellos, y los ha enviado para que den fruto y ese fruto permanezca, y es por ese fruto que serán juzgados.

El primer fruto del sacerdote debe ser su propia santidad, es decir, devolverle al Padre primero lo que es suyo, lo que Él le ha dado al Hijo, porque todo lo que es del Hijo es del Padre y todo lo que es del Padre es del Hijo.

La cruz de la obediencia es la cruz que le ha dado el Padre al Hijo. Por tanto, es cruz del Padre y del Hijo, que se manifiesta en su plenitud, a través del amor, que es el Espíritu Santo.

Este es el misterio de la santa cruz: el Padre envía al Hijo a rescatar del mundo lo que se había perdido, manifestando su amor a los hombres a través del Hijo, por el Espíritu Santo, amando hasta el extremo, haciéndose obediente, renunciando a todo, hasta a Él mismo y a la gloria que tenía con su Padre, anonadándose a sí mismo, haciéndose hombre, para rescatar a los hombres y enseñarles el camino de vuelta al Padre. Él es el camino.

Mi Hijo aceptó por amor de Dios y por amor a los hombres esta Divina voluntad, no solo renunciando a todo, sino entregándose todo, hasta la última gota de su humanidad, para que el Padre fuera glorificado en el Hijo, amando hasta el extremo, reuniendo en su cuerpo y en su sangre a toda la humanidad a través de la Sagrada Eucaristía, que es como los hombres lo reciben o lo rechazan, en libertad, por su propia voluntad.

La luz vino al mundo, pero el mundo no la recibió, porque los hombres prefirieron la oscuridad a la luz. Pero tú sí lo has recibido, exaltando el sacrificio de mi Hijo como el único sacrificio agradable al Padre, en el que se unen todos mis hijos, porque la salvación es para todos. Yo he venido para quedarme, y protegeré a mis hijos que me han recibido, y conmigo, en mi seno han recibido al Hijo de Dios. Que nadie dude del amor de la Madre de Dios y Madre suya.

He aquí tu cruz, por la que has renunciado a todo lo que tenías para obedecer la voluntad divina, para entregarte como ofrenda viva, por tu santificación, y devolver al Padre lo que es suyo, haciendo todo por amor de Dios, glorificando al Hijo, para que el Hijo glorifique al Padre. Que esta sea tu alegría».

¡Muéstrate Madre, María!