86. ACEPTAR LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO – ALÉGRATE, SACERDOTE
EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA VI DE PASCUA
Su tristeza se transformará en alegría.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 16, 16-20
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Dentro de poco tiempo ya no me verán; y dentro de otro poco me volverán a ver”. Algunos de sus discípulos se preguntaban unos a otros: “¿Qué querrá decir con eso de que: ‘Dentro de poco tiempo ya no me verán, y dentro de otro poco me volverán a ver’, y con eso de que: ‘Me voy al Padre’?”. Y se decían: “¿Qué significa ese ‘un poco’? No entendemos lo que quiere decir”.
Jesús comprendió que querían preguntarle algo y les dijo: “Están confundidos porque les he dicho: ‘Dentro de poco tiempo ya no me verán y dentro de otro poco me volverán a ver’. Les aseguro que ustedes llorarán y se entristecerán, mientras el mundo se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se transformará en alegría”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: había desconcierto entre tus discípulos ante tus palabras, anunciándoles veladamente tu muerte y tu resurrección. Y les dices que primero se pondrán tristes, pero después esa tristeza se convertirá en alegría. Es verdad.
Tu pasión y muerte les causó una tristeza tremenda, pero tu resurrección les trajo una alegría que el mundo no puede dar. Esa experiencia que tuvieron tus discípulos fue única.
Nosotros aprendemos ahora la lección, para que, cuando venga el dolor, la humillación, la burla, la persecución, la calumnia, la injusticia, no demos paso a la tristeza, sino que tengamos tus mismos sentimientos, llenos del amor de tu Sagrado Corazón.
Para eso nos dejas al Espíritu Santo, porque solos no podemos. Tú quieres que Él derrame sus dones y gracias para permanecer configurados contigo en la alegría, en el amor, en el gozo, en la paz.
Jesús: la piedad cristiana nos ayuda a preparar la fiesta de Pentecostés viviendo un Decenario. Esa devoción nos ayuda también a acercarnos más al Gran Desconocido.
Hemos de tratarlo mucho, porque es el Santificador, el que nos enseña todas las cosas. Le pedimos especialmente durante estos próximos diez días que nos conceda sus dones, para que su acción en nuestra alma produzca los frutos que necesitamos para vencer el miedo, y que, si llega la tristeza en la tribulación, se transforme en alegría.
Señor, ¿cómo podemos obtener más fruto de nuestro trato con el Espíritu Santo?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: tú corazón es mío. Lo protejo yo mismo, y lo mantengo unido al mío, y unido al de mi Madre, en un solo corazón expuesto, que dará como fruto la santidad de mi pueblo.
Permanece dispuesto, y no tengas miedo de que tu corazón sea endurecido con las distracciones y las tribulaciones del mundo. Tu corazón está expuesto al dolor, a la humillación, a la incomprensión, a la indiferencia, al desamor, a la burla, a la incredulidad, a la persecución, a la calumnia, a la injusticia, y permanece abierto para derramar el amor y dar testimonio de la verdad.
Es así como mantengo suave tu corazón, para vivir en sintonía conmigo, para que tus deseos sean los míos, para que tus obras sean las mías, para que tus sentimientos sean los mismos que los míos.
Es así como te hago cada vez más semejante a mí, perfeccionándote en la virtud, para que seas ejemplo de los dones derramados y las gracias infundidas por el Espíritu Santo, por el que eres parte conmigo, porque vives en mí, como yo vivo en mi Padre.
Yo soy la alegría, el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la bondad, la benignidad, la mansedumbre, la fidelidad, la modestia, la continencia, la castidad, y en mí se expresa la fe, la esperanza y la caridad de un corazón traspasado, herido, expuesto, que derrama misericordia.
Mis manos son fuertes, como las de quien ha trabajado mucho entre clavos, martillo y madera.
De quien ha remado y ha echado redes al mar.
De quien ha labrado la tierra y ha sembrado.
De quien ha guiado rebaños de ovejas que caminaban sin pastor.
De quien ha bendecido, sanado, alimentado, expulsado demonios, resucitado muertos, partido pan, compartido vino.
Pero, sobre todo, de quien lleva una herida de cruz en cada mano, en cada pie, y en el costado.
Amigo mío: el Amor ha sido derramado en tu corazón, y con Él los dones del Espíritu Santo.
Es tiempo de trabajar y de dar fruto, porque las obras se construyen con trabajo, con esfuerzo, y con los dones que te han sido dados, para que des fruto abundante y ese fruto permanezca.
Construye sobre los cimientos fuertes que pisan tus pies, y nunca te detengas. Yo te daré los medios para que construyas mi Reino con el trabajo, con el esfuerzo, con los dones que ya te han sido dados, pero con los frutos y los carismas que el Espíritu Santo ha infundido en los santos.
Recibe los frutos y carismas del Espíritu Santo en tu corazón, como un tesoro que mi Madre guarda en su Inmaculado Corazón, para perfeccionar tus virtudes con la caridad de los santos.
Yo mantengo tu corazón unido al mío y al de mi Madre, para que, cuando expongas tu corazón, expongas también el mío y el de mi Madre, en un solo corazón, suave, herido, dispuesto, virtuoso, santo, que sea ejemplo, para que otros hagan lo mismo, porque así es como se construye el Reino de los cielos.
No tengas miedo, yo he vencido al mundo, y yo estoy contigo todos los días hasta el fin del mundo.
Trabaja y ora de modo que todo trabajo, todo quehacer, toda obligación, toda responsabilidad, todo servicio, toda palabra sea una predicación constante, que contagie tu fe e invite a la conversión de quien ve y de quien escucha, para que seas ejemplo de vida y testimonio de mi amor.
Entonces demostrarás que la acción libre del Espíritu Santo en tu alma ha dado frutos, con los que se vencen los miedos y toda debilidad de la carne, frutos con los que se construyen mis obras, y entenderás los carismas que convierten, purifican, perfeccionan y santifican los corazones.
Acepta en tu ignorancia mi Sabiduría.
Acepta en tu incapacidad mi Entendimiento.
Acepta en tus errores mi Consejo.
Acepta en tu debilidad mi Fortaleza.
Acepta en tu falta de discernimiento mi Ciencia.
Acepta en tu egoísmo mi Piedad.
Acepta en tu soberbia mi Temor de Dios.
Acepta en tu incredulidad mi Fe.
Acepta en tu desaliento mi Esperanza.
Acepta en tu inclemencia mi Caridad.
Acepta en tus batallas mi Paz.
Acepta en tu dolor mi Gozo.
Acepta en tu impaciencia mi Paciencia.
Acepta en tu iniquidad mi Bondad.
Acepta en tu maldad mi Benignidad.
Acepta en tu rebeldía mi Mansedumbre.
Acepta en tu infidelidad mi Fidelidad.
Acepta en tu orgullo mi Modestia.
Acepta en tu impureza mi Continencia.
Acepta en tu concupiscencia mi Castidad.
Acepta en tus faltas mi Perdón.
Acepta en tus dudas mi Verdad.
Acepta en tu tristeza mi Alegría.
Acepta en tu desorden mi Unidad.
Acepta en tus desvíos mi Camino.
Acepta en tu tribulación mi Consuelo.
Acepta en tus tinieblas mi Luz.
Acepta en tu desierto mi Manantial de agua viva.
Acepta en tus temores mi Seguridad.
Acepta en tu pequeñez mi Grandeza.
Acepta en tus actos mis Locuras de amor.
Para que recibas en todo mi Paz.
En esta aceptación, aceptas la acción del Espíritu Santo, Fuente de gracia, Santificador, Dador de vida, que procede del amor del Padre y del amor del Hijo, y que con el Padre y el Hijo es un solo Dios verdadero, que merece todo el honor y la gloria.
Yo voy al Padre, pero volveré con todo mi poder, majestad y gloria.
Acompaña a mi Madre para que permanezcas en la docilidad de un corazón abandonado a mi voluntad, en la confianza y en la obediencia, sin pedir, sin esperar, sin cuestionar, solo aceptar y abrazar en mi cruz todos los dones, frutos y carismas que yo te quiero dar, para servir a mi Iglesia santificando a mis pueblo, cumpliendo con tu misión, construyendo el Reino de los cielos en la tierra, para que, cuando yo vuelva, los encuentre despiertos, orando, adorando, amando, y esperando, por mi resurrección, la vida eterna.
Permanece a mis pies haciendo mis obras, en la confianza de que has elegido la mejor parte, que no te será quitada.
Yo siempre cumplo mis promesas».
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Madre nuestra, Causa de nuestra alegría: tú eres Madre de Dios y de todos los hombres. Eres Madre de la Iglesia, y nos cuidas y proteges a todos como cosa tuya. Estás llena del Espíritu Santo, y consigues que tu divino Esposo derrame su gracia abundante a través de tu maternidad y de tu compañía.
Por el poder de tu maternidad divina, te pedimos que nos consigas la gracia en este Decenario para mantener nuestras disposiciones totales, dejando actuar al Santificador en nuestra alma como Él quiera.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo soy la siempre Virgen, Santa María de Guadalupe. Reúnanse en oración alrededor de mí, para que sean como las estrellas de mi manto, y que, cuando venga el Santo Paráclito, el Consolador, el Espíritu de la Verdad, los encuentre reunidos, para que reciban sus dones y su luz, para llevar la luz de Cristo a todo el mundo.
Dispónganse a recibir y a dejar actuar al Espíritu Santo en sus corazones, para que los encienda con su fuego de amor, y transforme su tristeza en la alegría de servir a la Iglesia.
Todos los trabajos y sacrificios que hagan por mi Hijo serán recompensados en gracias derramadas para sus rebaños.
Trabajen y esfuércense en hacer las obras de Dios con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente, con todas sus fuerzas, dispuestos a que el Espíritu Santo actúe en sus corazones, para que Él sea su fortaleza, y les dé, con su gracia, los frutos y los carismas de los santos.
Acepten todos los regalos que Dios les quiere dar, para el bien común y para que los pongan al servicio de la Iglesia.
Les hablaré hoy también del misterio de la Maternidad Espiritual. Mi Hijo dijo: ‘dentro de poco ya no me verán, y dentro de otro poco me verán’. El Espíritu Santo ha mostrado a mi Hijo al mundo, a través de mi maternidad, primero engendrándolo en mi vientre, para que, naciendo en el mundo, fuera visto como uno más entre la gente, como hombre de carne y hueso, y viendo sus obras creyeran en Él, y en que Él es el Hijo de Dios, el Mesías, el Salvador.
Pero después, cuando fue desterrado por los que no creyeron en Él, me hizo Madre de todos los hombres, y subió al cielo para sentarse a la derecha de su Padre. Entonces los hombres ya no lo podían ver, y fue enviado el Espíritu Santo para que, abriendo los ojos a la fe, los que quieran puedan creer, y los que crean, vean al Hijo de Dios en cada uno de los hombres, y de forma más clara aún, en cada uno de ustedes, mis hijos sacerdotes, que están configurados con Él.
Por tanto, al engendrar el Espíritu Santo en mi corazón a cada hombre, se manifiesta mi Maternidad Espiritual al mundo entero y, a través de la gracia de los sacramentos, por el Espíritu Santo se revela a cada uno el Cristo que vive en cada uno de ellos, y la capacidad de verlo en los demás.
Es el Espíritu Santo quien revela y hace visible para los hombres a Cristo en el mundo, a través de mi Maternidad Espiritual, que los une en un mismo cuerpo y en un mismo espíritu, para transformar su tristeza en alegría.
Los bendigo. Acompáñenme a disipar las tinieblas, para que los hombres reciban la luz y vean a Jesús, mientras Él permanece en el Padre, y el Espíritu Santo los guía por el camino que es Cristo vivo, de vuelta al Padre».
¡Muéstrate Madre, María!