22/09/2024

Jn 17, 20-26

93. ENTREGAR BUENOS FRUTOS – DAR A CONOCER A DIOS AL MUNDO

EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA VII DE PASCUA

Que su unidad sea perfecta.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 17, 20-26

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: “Padre, no solo te pido por mis discípulos, sino también por los que van a creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti somos uno, a fin de que sean uno en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado.

Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que su unidad sea perfecta y así el mundo conozca que tú me has enviado y que los amas, como me amas a mí.

Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que me has dado, para que contemplen mi gloria, la que me diste, porque me has amado desde antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido; pero yo sí te conozco y estos han conocido que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que me amas esté en ellos y yo también en ellos”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: no podías dejar de pedir al Padre en tu oración sacerdotal por la unidad de tus discípulos. Y pides una unidad perfecta, como la del Padre contigo.

Se trata de una unidad que da fuerza y produce fruto, porque proviene del Espíritu Santo, que nos otorga sus dones, no solo para nuestra propia santidad, sino también para herir los corazones de todos los que escuchan la Palabra de Dios a través de nosotros.

Uno de los deberes principales del sacerdote es la predicación de tu Palabra, que es viva y eficaz, más cortante que una espada de dos filos. Y nos damos cuenta, cuando predicamos, que lo mejor es dejar hablar al Espíritu Santo, sin estorbarle. Pero, para eso, hemos de tratarlo constantemente, pedirle sus luces y sus dones, dejarlo actuar, permanecer en su amor, para que nos encienda con su fuego y así dar fruto.

Señor: mi vocación de sacerdote me pide que vaya a buscar a las ovejas perdidas para traerlas a tu redil. Y una manera de hacerlo es a través de la predicación. A nosotros nos toca predicar con fidelidad, y ya será el Espíritu Santo el que convierta los corazones.

Que no se nos olvide que el centro de la predicación eres tú. Se trata de llevar hacia ti a las almas: creer en ti, a través de mí, me compromete. Pero sé que el Espíritu Santo me ayuda.

Señor, ¿cómo quieres que cuide la unidad de tu Iglesia?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Amigo mío: Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Ese es el fin de la vocación que yo te he dado.

Por supuesto que primero te he llamado a ti. Por tanto, te he unido primero a ti a mi Sagrado Corazón, a mi Cuerpo y a mi Sangre, y te he dado los medios para que permanezcas en mí, haciendo lo que yo te mando, permaneciendo en mi amor, amando lo que amo yo, cumpliendo con la misión que el Padre me encomendó, y que, al subir al cielo para ser glorificado por Él, con la gloria que yo tenía con Él antes de que el mundo existiera, ha sido mi deseo confiar en ti y en otros que, como tú, me han entregado su vida para servirme, para continuar la misión y cumplir el fin al que yo a este mundo vine.

Por tanto, amigo mío, escucha bien lo que te digo.

Tú te santificas en mí, pero mi pueblo se santifica en ti. Una misión particular y muy grande te he confiado. Es la misión del Hijo de Dios, celebrando la pascua con sus amigos, pidiendo por ellos, entregando la vida por ellos, dándoles ejemplo, mostrándoles el camino, enseñándoles la verdad, que solo su Maestro les puede dar para que tengan vida.

Yo soy el camino, la verdad y la vida. Pero ellos, como tú, son el medio para que todos los hombres cumplan la voluntad del Padre, cuando ustedes les enseñen y ellos conozcan la verdad y se salven.

También quiero que vivan ustedes, mis amigos, la fraternidad sacerdotal; que sean uno conmigo, que sean cabeza conmigo, y construyan este cuerpo del cual yo –y ustedes conmigo–, soy cabeza.

Pastores de mi pueblo: sean santos, como mi Padre del cielo es santo, y manténganse en unidad.

Reciban el fuego del Espíritu Santo y den fruto. Pero dejen crecer la cizaña en medio del trigo, no sea que al cortar la cizaña también corten el fruto bueno.

Procuren buen fruto, y dejen que yo me encargue de la cizaña, como de los lobos disfrazados de ovejas, y mantengan en unidad a mis ovejas, porque al estar dispersas, el lobo, que está al asecho, las ataca, y las caza, y las mata y se las come.

No lo permitan. Antes busquen y encuentren en la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que es derramado sobre ustedes, la fuerza para vencer, que viene de los dones de la Fortaleza, la Ciencia y la Inteligencia, el Consejo, la Sabiduría, la Piedad y el Temor de Dios, para obtener, entre los frutos, la Mansedumbre y la Longanimidad, la Paciencia y la Bondad, la Modestia, la Continencia y la Caridad, la Castidad y la Benevolencia, que los lleve al Gozo de la plenitud conmigo en la unidad y la Paz, en la Fidelidad de mi amor.

Enciendan con el fuego del Espíritu Santo, las espadas de dos filos que mis ángeles les entregan, para que hieran los corazones. Y permanezcan en mi amor, para que el fuego se mantenga encendido, y sea su fe muestra de su amor por mí.

Entreguen buenos frutos, y mis carismas les serán concedidos para santificarse conmigo. Y yo, Cristo Rey, los elevaré a mis altares, para glorificarme y glorificar al Padre.

Pastores míos: tengan piedad, y apacienten a mis ovejas.

Hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos. Yo he venido al mundo a buscar no a los justos, sino a los pecadores. Es por ellos por quienes yo envío a ustedes, mis pastores, al mundo, como misioneros, para que los busquen, para que los encuentren, para que los traigan de vuelta a la casa del Padre, y sea un solo rebaño y un solo Pastor, y seamos uno como yo y el Padre somos uno, yo en ustedes y Él en mí.

Yo ruego al Padre no solo por ustedes, mis pastores, sino por los que por ustedes creerán en mí.

Pero algunos de ustedes no los están buscando, no los están encontrando, no están regresando, se están perdiendo en medio del mundo, a donde yo los he enviado a buscarlos.

Mi Madre reúne a las noventa y nueve, que son piadosas y ruegan por la que se ha perdido, para que sea buscada y encontrada; y ruegan por los pastores, para que encuentren el camino de vuelta a casa.

Permanezcan unidos en espera, y dispuestos a recibir al Espíritu Santo que les será enviado.

Yo he rogado para que las ovejas y los pastores cumplan mi mandamiento, amándose los unos a los otros como yo los he amado.

Yo los he amado hasta el extremo».

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Madre nuestra: cuando tu Hijo Jesús quiso dejarte como madre de todos los hombres, estando clavado en la cruz, tú entendiste que tu misión era muy grande, y que implicaba mantener la unidad entre sus discípulos.

Aunque el Señor prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, tu presencia materna era fundamental para guardar esa unidad. Jesús nos quiso como hermanos, hijos todos de la misma madre.

Por eso eres Madre de la Iglesia, de todos nosotros, los que formamos el Cuerpo Místico de Cristo. Enséñanos y ayúdanos a permanecer muy unidos entre nosotros, como un solo rebaño con un solo pastor.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: contemplen conmigo la gloria de Jesús, y compartan conmigo la gloria que me ha dado, que se manifestará en el triunfo de mi Corazón Inmaculado, consiguiendo en la Santa Iglesia la unidad.

Ustedes han sido unidos a la Santísima Trinidad por Cristo, con Él y en Él. Son uno con Él y conmigo, como uno es el Padre y el Hijo. El Hijo en el Padre, el Padre en el Hijo, en un mismo amor procedente de ellos dos: el Espíritu Santo, con quien son un solo Dios, tres Personas distintas. Cada una es Dios, no tres dioses, sino un solo Dios verdadero. Y esa es la profesión de la verdadera fe, en la que cada uno de mis hijos debe decir con convicción: “Yo creo”, para permanecer unidos en el amor.

La unidad de la santa Iglesia se conseguirá a través de la gracia del verdaderísimo Dios por quien se vive, y que será derramada por el Espíritu Santo, que Él le da a los que lo aman.

Hijos míos: yo les pido que no solo crean, sino que vivan y experimenten su fe. Que amen y estén unidos al Amor, para no separarse de Él. Hagan una sincera profesión de fe, y entréguenle su voluntad y su libertad, para ser todos de Él. Eso le dará mucha alegría a mi corazón.

Pero, hijos míos, ¿cómo puede alguien creer y amar lo que no conoce?

Si alguien experimenta el amor de Dios, hijos míos, entonces ya lo conoce, porque Dios se le ha revelado. Es de aquellos que no lo conocen, de los que yo hablo. Es necesario dar a conocer la verdad a todos aquellos por quienes mi Hijo Jesucristo ha bajado del cielo, para hacerse hombre tal y como ellos, y llevarlos al conocimiento de la verdad, como lo ha hecho con ustedes y conmigo, porque esa es la voluntad del Padre, quien ha enviado al Hijo.

Quien conoce al Hijo conoce al Padre; quien conoce al Hijo y conoce al Padre ama a Dios, cree en Dios, vive unido a Dios, permanece en el amor.

Yo estoy aquí para hablarles, no de los que no han tenido la oportunidad de conocer la fe verdadera, sino de los que no quieren conocerla. Ellos saben que el Espíritu Santo les ha dado el don de la fe, y lo han enterrado, porque no se quieren comprometer.

Es de algunos de ustedes, mis hijos más amados, mis sacerdotes, los que han sido llamados y elegidos para ser con Cristo configurados, de los que yo hablo. Sufre mi corazón por los que rechazan la gracia de Dios.

De la entrega de ustedes y de su obediencia depende que se renueve la fe de la Santa Iglesia. Por la misericordia de Dios sus corazones serán convertidos si escuchan la Palabra de Dios, que es como una espada de dos filos.

La unidad de la Iglesia depende de la unidad de sus pastores. Unidad en la fe, unidad en la esperanza, unidad en el amor.

Mi rebaño, el que yo he reunido, el que por ustedes cree en mi Hijo, permanece en casa orando con piedad, esperando con paciencia, pidiendo al Padre con clemencia, reuniendo a sus corderos con balidos incesantes.

Ustedes caminan en medio del mundo buscando a las ovejas. Pero algunos se cansan, pierden la fe y se debilitan. Y son tentados y atacados y vencidos, porque confían en sus pocas fuerzas.

Mi rebaño ora e intercede por ustedes, para fortalecerlos, para protegerlos, para cuidarlos, para que cumplan con la misión a la que han sido enviados, y encuentren y traigan con ustedes a los que han ido a buscar.

Les daré un tesoro de mi corazón, para que lo lleven a mi rebaño: es la piedad, que se cultiva y se transforma en caridad, para santificarse y para santificar.

Yo ruego al Padre para que envíe al Espíritu Santo sobre ustedes, y los llene, y los desborde de piedad, para que amen a mi rebaño, y obren para él con misericordia, y que sea su fruto la santidad, en unidad, para que sean uno con el Padre en mi Hijo».

¡Muéstrate Madre, María!