49. VERDADEROS APÓSTOLES – RECONOCER A JESÚS
EVANGELIO DEL MARTES DE LA OCTAVA DE PASCUA
He visto al Señor y me ha dado este mensaje.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 20, 11-18
El día de la resurrección, María se había quedado llorando junto al sepulcro de Jesús. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera y el otro junto a los pies. Los ángeles le preguntaron: “¿Por qué estás llorando, mujer?”. Ella les contestó: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto”.
Dicho esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Entonces él le dijo: “Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?”. Ella, creyendo que era el jardinero, le respondió: “Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo has puesto”. Jesús le dijo: “¡María!”. Ella se volvió y exclamó: “¡Rabuní!”, que en hebreo significa ‘maestro’. Jesús le dijo: “Déjame ya, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: ‘Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios’”.
María Magdalena se fue a ver a los discípulos para decirles que había visto al Señor y para darles su mensaje.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: primero preguntan los ángeles a María por qué está llorando. Después tú mismo se lo preguntas. Estaba claro el motivo de ese llanto: no estaba tu cuerpo, y ella quería verte.
A la luz de tu resurrección habría que entender esa pregunta de otra manera: ¿por qué lloras… si ya no hay motivo? Sus lágrimas de dolor se convirtieron en lágrimas de amor, por la alegría de verte vivo.
Así también nos preguntas a nosotros “cuando te perdemos”. El pecado entristece, y debemos recuperarte. Y eres tú el que nos buscas, y debemos reconocerte.
Sabemos, Señor, que has entregado tu vida, y la has recuperado, para salvarnos. De modo que harás siempre todo lo posible por recuperarnos. Y, una vez recuperados, nos pides que vayamos a anunciarte a nuestros hermanos.
Jesús: yo quiero hacer lo mismo que la Magdalena cuando te reconoció. Me imagino que te asió fuertemente, al grado de tener tú que decirle: “déjame ya”.
Te tengo en la Eucaristía, y no quiero soltarte, para sacar fuerzas para mi ministerio.
¿Cómo puedo permanecer siempre contigo, y así llevarte a los demás?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: ¿por qué buscan entre los muertos al que está vivo? Estoy aquí, con ustedes.
Mi Padre me ha enviado para morir por los pecados de los hombres. Los hombres me pusieron entre los malhechores, para morir entre los pecadores. Y yo entregué mi espíritu en manos de mi Padre.
Mi Padre me envió a descender a los infiernos para anunciar mi victoria, el triunfo de la vida sobre la muerte. Y he vuelto resucitado y vivo a mostrarme entre ustedes, para que den testimonio de la verdad, para que muestren el camino, para que otros crean en mí, y mi salvación llegue a todos los rincones de la tierra.
Yo he venido a traerles alegría.
Yo les he mostrado la verdad, el camino y la vida, para que den testimonio de todo esto: yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre si no es por mí, y el que me ha visto a mí, ha visto al Padre.
Yo subo a mi Padre, que es su Padre, y mi Dios, que es su Dios. Pero no los dejo solos. El Padre enviará al Espíritu de la verdad para que viva en ustedes. Y, aunque el mundo no me verá, ustedes sí me verán, porque yo vivo, y ustedes viven también.
El que me ama y cumple mis mandamientos vive en mí y yo en él, como yo vivo en mi Padre.
Mi paz les dejo, mi paz les doy. Y yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.
Ahí tienen a la Roca que yo he elegido, y en quien confío para construir mi Iglesia.
Ahí tienen a mi Madre, que los reúne, para fortalecer su fe, para que reciban al Paráclito, al Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, para que les enseñe y les recuerde todo lo que yo les he dicho; para que encuentren el camino y sean luz para el mundo; para que defiendan la verdad y la vida, y lleven mi salvación a todos los rincones de la tierra.
Permanezcan reunidos, porque donde están dos o más reunidos en mi nombre, ahí estoy yo. Y si se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre, que está en el cielo, se los concederá.
Pidan al Padre que derrame su Santo Espíritu sobre ustedes, para que sean verdaderos apóstoles, verdaderos discípulos, verdaderos pastores, verdaderos sacerdotes, verdaderos Cristos.
Yo les doy mi alegría, en compañía de mi Madre, como un eterno Pentecostés.
Yo siempre estoy con ustedes. Permanezcan conmigo, y lleven a mi pueblo la alegría de un encuentro cotidiano con el amor resucitado y vivo.
La misericordia ha sido derramada en sus corazones por mi sangre. Y el Padre, por mi sacrificio, me ha entregado su justicia.
Yo subo al Padre, para ser glorificado en Él, para ser sentado a su derecha, y para ser enviado de nuevo a juzgar a los vivos y a los muertos.
Miren que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré a su casa y cenaré con él, y él conmigo.
Y así como yo vencí y me senté con mi Padre en su trono, les concederé sentarse conmigo.
El que tenga oídos, que oiga.
Yo los envío, pero también voy con ustedes. Yo soy el camino, por el que el agua de mi misericordia será llevada y conducida a todas las almas, como el agua que va buscando sus caminos entre las piedras, y llega a la tierra, por donde hace surcos, y sigue abriendo caminos, con la fuerza de la energía que emana de la fuente de donde brota el agua.
El sembrador ha sido desterrado, pero ha dejado las semillas en la tierra. El agua está haciendo esa tierra fértil, y los labradores dan el rumbo a esa agua por cada arroyo, por cada surco, por donde alcanza a la semilla, y el germen brota y reverdece y crece para dar fruto. Fruto de la vid y del trabajo del hombre, que será ofrecido al Padre, para que lo convierta en alimento vivo.
Pero la tierra es mucha y lo labradores pocos. Oren al Padre, para que mande más obreros a su mies.
Yo soy el agua viva, yo soy la fuente y el cauce. Yo saciaré su sed, para que puedan trabajar y cosechar frutos buenos para la ofrenda.
Los frutos malos serán tirados a la hoguera. Las semillas que los vientos han llevado fuera del camino serán lavadas con la lluvia y sembradas en la tierra fértil. Lluvia de las lágrimas de mi Madre.
Permanezcan en la esperanza y en el amor, porque serán saciados y recompensados al atardecer, en la puesta de sol, al terminar el día, porque ustedes provienen del sembrador, quien ha vuelto para dar luz y calor al huerto, para dar vida nueva al labrador y fruto a la semilla. Ustedes son labradores, instrumentos de salvación.
Reciban mi amor, déjense amar por mí, para que todo este amor que ustedes reciben lo entreguen en el agua de manantial de mi misericordia, y con ella den de beber, por la caridad, a todas las almas, fruto de la semilla del sembrador y del trabajo del hombre».
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Madre nuestra: en algunas imágenes de Jesús crucificado se incluye, junto a ti, a santa María Magdalena. La piedad cristiana la imagina muy cerca de ti, acompañándote en ese momento de dolor, igual que san Juan.
Parece muy comprensible que Jesús haya querido tener un detalle de cariño especial por esa mujer valerosa, que fue fuerte al pie de su cruz, y que demostró así, una vez más, que ha amado mucho.
Tu Hijo la hizo apóstol de apóstoles, pidiéndole que llevara su Palabra a sus discípulos, con el anuncio gozoso de su Resurrección.
El ejemplo de la Magdalena y de las demás santas mujeres que acompañaron a Jesús me recuerda la importancia cada vez mayor del genio femenino en la Iglesia, del papel de las mujeres en la causa del Evangelio. Y de cómo debo tenerlas muy en cuenta en mi ministerio pastoral, acompañándolas y ayudándolas a cumplir con su misión de transmitir la fe.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a tener también ese mismo valor en todo momento, para transmitir con alegría y fielmente el Evangelio, con la esperanza de que Dios no se dejará ganar en generosidad. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: subir a la cruz no es suficiente. Hay que morir en ella, para resucitar a una vida nueva. Morir al mundo para vivir en plenitud.
Es renunciando a los placeres y a los vicios, y al pecado, como se muere en la cruz.
Es renunciando a todo y dejándolo todo como se puede tomar la cruz para subir, para morir, para vivir. Porque a los tibios Jesús los vomita de su boca.
Son ustedes, mis hijos, los sacerdotes, que se quedan como Juan al pie de la cruz, los que suben en ella, para perdonar, para absolver, para salvar a mis hijos, los pecadores, que se acercan arrepentidos y permanecen en la fe y en la esperanza, como María Magdalena, acompañando a la Madre, adorando al Hijo, al pie de la cruz, a los pies de Jesús.
Yo quiero que ustedes, mis hijos sacerdotes, estén dispuestos a recibir mi auxilio de Madre a través de la oración y la fe puesta en obras, de mujeres que demuestran mucho amor al Cristo muerto, resucitado y vivo.
Yo les doy este tesoro de mi corazón: mi celo apostólico. Para que este celo por la casa del Padre los devore.
Celo apostólico para cumplir con su misión, y entregarse totalmente a la construcción del Reino de Dios.
Celo apostólico para dar acompañamiento y guiar a mujeres con corazón de madre, para que sean complemento espiritual de ustedes, mis hijos sacerdotes, porque han sido creadas de la costilla del hombre, a imagen y semejanza de Dios.
Celo apostólico para que dirijan a esas mujeres con corazón de madre, para que sean santas, y conmigo pisen la cabeza de la serpiente.
Celo apostólico para pedir constantemente los dones del Espíritu Santo y las gracias para su propia santidad, y para la de todo el pueblo de Dios a ustedes encomendado.
Celo apostólico para conseguir hombres y mujeres que sean verdaderos apóstoles de Cristo».
¡Muéstrate Madre, María!