54. JESÚS ES MISERICORDIA – EL PODER DEL SACERDOTE
EVANGELIO DEL DOMINGO II DE PASCUA
Ocho días después, se les apareció Jesús.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 20, 19-31
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.
De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.
Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.
Otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: cuando te apareces a tus discípulos el día de tu resurrección lo primero que haces es desearles la paz. Luego se los dices de nuevo, soplas sobre ellos, y les comunicas el Espíritu Santo, para el perdón de los pecados. Eso es darles la paz.
Es darles el poder de perdonar los pecados a los hombres, que es la mejor manera de recuperar la paz. El pecado es lo que quita la paz, y con tu muerte y resurrección nos has conseguido esa paz, perdonando nuestros pecados.
Tomás tampoco tenía paz, y por eso quería tocar tus llagas, para estar seguro de tu resurrección. De nada sirvió que durante ocho días tus otros discípulos trataran de convencerlo, diciéndole que ellos habían visto tus llagas. Él quería también tocarlas y meter su mano en tu costado. La falta de fe también quita la paz.
Jesús: tú nos has dado a los sacerdotes el poder de perdonar los pecados, de atar y desatar. Es una gran responsabilidad. Y sabemos, sobre todo por la experiencia cuando estamos confesando a los fieles, que haces efectiva esa paz.
Hoy es el domingo de la Misericordia. Tú eres la Misericordia, y la manifiestas, sobre todo, a través de tus sacramentos.
Señor: ¿cómo puedo ser un buen instrumento para administrar tu Misericordia?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: dichosos ustedes que han creído sin haber visto.
A ustedes, que han creído en mí, confiando en mi infinita misericordia, les ha sido concedido servirme como signo, para que, los que no creen, al ver, crean y obtengan vida eterna.
Yo soy la Misericordia de Dios.
Contemplen mi rostro luminoso que refleja la bondad infinita de Dios y su amor por los hombres.
Contemplen las llagas en mis pies descalzos y en mis manos.
Contemplen mi túnica, tan blanca que resplandece, y que, abierta en mi pecho, deja ver la llaga de mi costado, de la que emana sangre y agua, que se transforma en rayos de luz, unos rojos como la sangre y otros transparentes y brillantes como el agua.
Contémplenme y déjenme envolverlos en mi luz, sumergiéndolos en el mar de mi infinita misericordia.
La misericordia de Dios ha sido revelada en la cruz, y derramada como un torrente desde la fuente de mi corazón abierto, para que llegue mi salvación a todos los rincones del mundo, para que los que crean en mí se salven.
Por tanto, la finalidad de mi misericordia es la salvación de los hombres, que he ganado a través de mi muerte y mi resurrección. Pero se necesita la gracia, para que crean, y al creer reciban mi salvación.
Es por misericordia que reciben la gracia para creer en mí.
Bienaventurados los misericordiosos, porque recibirán misericordia, y por esta misericordia la gracia para creer en mí. Porque son salvados por la gracia mediante la fe, que no viene de los hombres, sino que es un don de Dios.
Pidan al Padre la fe y Él les dará la gracia. Porque al que pide se le dará y el que busca encontrará, y al que llama se le abrirá. Porque si ustedes, que son malos, dan cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden.
La misericordia ha sido derramada, pero sus corazones están cerrados a la gracia, y no piden, porque no saben pedir, porque no saben recibir, y les falta fe, y les falta esperanza, pero, sobre todo, les falta amor.
Ustedes, mis sacerdotes, son el cauce del mar de la misericordia de Dios para el mundo y, por tanto, son los que llevan mi salvación a todos los rincones de la tierra.
Pero algunos están dormidos, están acomodados, están resignados, y la misericordia está esperando con paciencia para ser administrada y entregada a todas las almas, para que reciban la gracia y crean, para que, por mi muerte y resurrección, se salven, y en mí tengan vida eterna.
Es tan grande la misericordia de mi corazón, que mi compasión alcanza a los corazones más dormidos, más llenos del mundo, más pobres de gracia, a los más acomodados, a los más resignados, a través de la misericordia de corazones encendidos de celo apostólico, vivos, llenos de mi amor, que se donan gratuitamente como yo, por amor a Dios, a través del amor al prójimo, para la salvación de las almas, para la gloria de Dios.
Esta es la misión que les he encomendado: encauzar, a través de sus obras, en sus ministerios, el mar de mi infinita misericordia a los corazones de los hombres, apelando a la misma misericordia, porque no saben lo que hacen, porque no saben pedir, porque les falta fe.
Que su oración y entrega generosa consiga encauzar mi misericordia y la gracia, para que el mundo crea.
Que sean instrumentos, como las venas que llevan el torrente de mi sangre a todos los miembros de mi cuerpo, uniendo y dando vida a través de los sacramentos.
Que entiendan que sin gracia no hay sacramento, porque el sacramento es gracia de Dios, don gratuito de su divina misericordia, que salva mediante la fe, para alcanzar la vida eterna.
En mi infinita misericordia les he dado a mi Madre, que es madre de gracia y de misericordia, que en el acto más grande de amor a Dios acoge a todos sus hijos, para amar a Dios en el Hijo, a través de sus hijos, y llevarles su auxilio de Madre, haciendo llegar mi misericordia a todos sus hijos. Reúnanse con ella, para que reciban los dones y las gracias de mi Divina Misericordia, porque el Espíritu Santo está con ella.
El que crea en mí, que me ame y confíe en mi Divina Misericordia, y que demuestre su confianza en la fidelidad a mi amistad y a mi amor, realizando obras de misericordia en la caridad, amando a Dios por sobre todas las cosas, y a sus hermanos, como los he amado yo.
Acompañen a mi Madre y pídanle su auxilio, para que lleven mi misericordia y mi salvación al mundo entero.
Mi misericordia es derramada desde mi corazón, para conducirla a todos los rincones del mundo, a través de los corazones que obran la misericordia.
Bienaventurados los misericordiosos porque alcanzarán misericordia».
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Madre de Misericordia: tú, que eres la Reina de la paz, ayúdame a llevar la paz al mundo, administrando bien la Misericordia. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: esta es la misericordia de Dios derramada para el mundo: que crean en Él y en Jesucristo, su único Hijo, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, encarnado en el vientre virgen y puro de mujer inmaculada, para hacerse hombre; que fue crucificado, muerto y sepultado; que descendió a los infiernos, y al tercer día resucitó de entre los muertos; y se apareció a sus discípulos, para que dieran testimonio de todo esto, para que el que crea en Él tenga vida eterna; y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo será enviado, y vendrá para juzgar a vivos y a muertos.
Por tanto, el mundo será juzgado por la misericordia infinita de Dios, que es Cristo mismo; y por su justicia, a fin de que sea manifestada la misericordia antes que la justicia.
Misericordia es la Santa Iglesia Católica y Apostólica, en donde el Reino de Dios se construye para reunir a todo el pueblo de Dios en un solo pueblo santo.
Misericordia es la filiación divina, conseguida por Cristo con su muerte y su resurrección, para que sean por Él, con Él y en Él todos los hombres hijos de Dios.
Misericordia es el Espíritu Santo, que da la vida, y que procede del amor del Padre y del Hijo, y con el Padre y el Hijo es un solo Dios verdadero, derramado en los corazones de los hombres, y que los fortalece en la fe, en la esperanza y en el amor, para que crean en Cristo, para que obren en Cristo, y sean salvados por la sangre derramada de Cristo, para el perdón de los pecados, y sumergidos en el agua viva que emana de su corazón, para hacerlos hombres nuevos y darles la vida eterna.
Misericordia es Cristo resucitado y vivo en la Eucaristía, que permanece en manos de los hombres, para alimentar a los hombres, para vivir en los corazones de los hombres, y conducirlos por la fe y las obras a la salvación, y a su resurrección en el último día.
Misericordia es la caridad de Dios, que deben recibir y entregar los hombres en comunión fraterna, para ser partícipes de la gloria de Dios.
Yo soy Madre de Misericordia.
Permanezcan en unidad conmigo y reciban la misericordia de Dios derramada en la cruz, para que la conduzcan a todos mis hijos, a través de sus ministerios, de la oración y de obras de misericordia corporales y espirituales, desde mi corazón de madre. Mis venas conducen el torrente de la misericordia que fluye en mi sangre, compartida con el hijo de mi vientre, para ser el alimento que emana de mis pechos, para que ustedes reciban lo que necesitan y que no saben pedir.
Sean como niños, porque de los niños es el Reino de los cielos.
Yo los recibo y acojo como verdaderos hijos, para que, por la Divina Misericordia, reciban como alimento la fe, la esperanza y el amor, para que crean y profesen su fe, dando testimonio de la verdad, proclamando el Evangelio, contagiando al mundo su fe, practicando con esperanza sus ministerios en virtud y santidad, demostrando su amor, poniendo su fe en obras, como misioneros de paz y de misericordia».
¡Muéstrate Madre, María!