VII, 1. CREER SIN HABER VISTO – QUERER CREER
EVANGELIO DE LA FIESTA DE SANTO TOMÁS, APÓSTOL
¡Señor mío y Dios mío!
+ Del santo Evangelio según san Juan: 20, 24-29
Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.
Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes” Luego le dijo a Tomás: ‘Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano; métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: yo entiendo bien a Tomás. Lo que había sucedido los días anteriores era demasiado fuerte y, no solo por su sufrimiento interior, sino también quizá por su carácter, no le resultaba fácil creer a los demás discípulos, por más que le aseguraran que te habían visto y tocado.
Le aseguraron que vieron tus llagas, con las que mostraste que era el mismo cuerpo que estuvo en la cruz. Pero no quería creerlo. Tenía que comprobarlo personalmente.
Fueron ocho días los que tuvo que esperar para verte. Habrán sido días muy largos para él, pero necesarios para fortalecer su fe. Los discípulos seguían tratando de convencerlo, pero él insistía en verte y tocar tus llagas.
Me imagino las lágrimas de Tomás. Muchas lágrimas. Y mucha oración, pidiendo a Dios que lo librara de su angustia. Él pidiendo, y tú esperando que se fortaleciera su fe.
Y llegó el día, y él tocó al hombre y confesó a Dios: recuperó la fe.
Señor, tú sigues también esperando que quiera yo creer, porque la fe tú me la has dado. Me pides que no me distraiga con las dificultades que se pueden presentar en mi camino, con las tribulaciones que me hacen dudar. Me mandas no dudar, sino creer.
Tú siempre esperas, y me recuerdas que son dichosos los que creen sin haber visto. Y luego sucede que cuando uno cree, entonces “ve”, y surge en el alma el deseo de dar testimonio de tu verdad, con la vida y con la palabra, con la fe puesta en obra.
Jesús: ayúdame a tener una fe fuerte, y ponerla en práctica con mis obras.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Amigo mío: la paz esté contigo.
Por esa confianza en mí, por la que demuestras que crees en mí, en que yo soy el Hijo de Dios todopoderoso, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, la Misericordia de Dios que Él ha enviado al mundo, yo te bendigo.
Dichosos los que creen sin haber visto.
Porque se esfuerzan por manifestar su voluntad de creer, sobre la duda que constantemente les asecha.
Porque valoran la fe y la ponen en práctica.
Porque tienen la humildad de reconocer sus miserias, y de pedir y recibir mi misericordia.
Yo quiero que ustedes, mis sacerdotes, sepan bien quién soy, para que confíen en su Señor, y crean en mí. Para que vivan en mí, como yo vivo en ustedes.
Que confíen en mí, para que no tengan miedo.
Que tengan visión sobrenatural, para que sepan sobrellevar las pruebas con fe, con esperanza, con amor.
Quiero que ustedes, mis amigos, me demuestren su confianza.
Que crean que estoy con ustedes todos los días de su vida.
Que tengan paz y se alegren, por la misericordia que se derrama sobre toda la Iglesia.
Que me conozcan como el amigo fiel que todo lo arregla, que todo lo soluciona, porque todo lo puede.
Que aprendan a esperar con paciencia lo que piden, porque a Dios nada se le olvida, todo lo hace en su sabiduría, en el tiempo perfecto. Dios no se equivoca.
Quiero que ustedes reciban al Espíritu Santo, y lleven mi misericordia a todos los hombres. Que perdonen los pecados, porque solo los pecados que ustedes perdonen quedarán perdonados.
Por tanto, tienen la gran responsabilidad de la eficacia de mi cruz para las almas. Y de eso cada uno me dará cuentas.
Es perdonando los pecados como llevan mi paz.
Es pidiendo perdón y recibiendo la absolución entre ustedes, mis amigos, que reciben la paz que yo les doy.
Que el testimonio de Tomás sirva para que se den cuenta de las miserias de su humanidad. Hasta el que me ha visto y me ha oído puede caer en la tentación de dudar, y pedir pruebas tangibles. A él se las di. Más señales no voy a dar. El que quiera meter su dedo en mis llagas, para creer, que reconozca en sí mismo sus miserias, y suplique mi misericordia.
Amigo mío: cuando algo no puedas resolver, porque esté completamente fuera de tu alcance, reza, pide, ¡y confía!, creyendo verdaderamente que todo está sometido bajo mis pies.
Yo les pido a ustedes que crean, para que, por su fe, la Iglesia reciba mi misericordia, que glorifica tanto a Dios.
Para que esa misericordia libere de la enfermedad al mundo, dominado por el miedo, por la angustia, por la desesperanza, por la falta de amor, por la falta de humildad.
Y para que aumente su confianza en el poder del Hijo de Dios, que la misericordia, por su vida, pasión, muerte y resurrección, ha venido a traer.
Apóstoles míos: dichosos los que creen sin haber visto.
¿Quién dicen ustedes que soy yo? Yo soy su padre, y su madre, y su hermano, y su hermana. Y mi padre y mi madre y mi hermano y mi hermana son los que oyen mi Palabra y creen, y la cumplen.
¿Y quién de ustedes ha dudado del vientre del que ha nacido? ¿Acaso han pedido pruebas para creer en el padre y la madre que han dado la vida por ustedes? Ustedes creen porque han visto. Dichosos los que creen sin haber visto, porque entonces verán, se abrirán sus ojos para ver y sus oídos para oír.
Porque otros me verán y me escucharán en mi presencia, y yo les diré que metan sus dedos en mis llagas y su mano en mi costado, y será la culpa y la vergüenza un rechinar de dientes. Y ya no me verán, porque no han creído. Y yo los negaré, como me han negado. Y sufrirán la culpa, como Pedro, y la vergüenza, como Tomás.
Pero dichoso el que cree sin haber visto, porque por su fe será salvado.
Les diré quién soy yo: yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Caminen conmigo y conocerán la verdad que los llevará a la vida eterna.
Pero ¿cómo pueden decir que me aman, si no creen en mí?
¿Cómo pueden decir que creen en mí, si no me conocen?
¿Cómo pueden conocerme, si no quieren?
Quieran, conozcan, crean, amen. Que, cuando amen, entonces me verán. Yo soy el Amor.
Ustedes, apóstoles míos, que ya me han conocido, han creído, me han amado, han caminado en la verdad, ¿por qué se alejan?
¿Por qué se van?
¿Por qué prefieren vivir en la mentira?
¿Quieren ver mi Corazón sufriente y lastimado? Vean su soledad, su tristeza, su amargura, su traición y su pecado, y ahí lo verán.
Reconózcanme ustedes ante los hombres, y digan: ‘Señor mío y Dios mío’. Entonces, yo también los reconoceré ante mi Padre».
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Madre mía, Maestra de fe: seguramente Tomás acudió a ti buscando tu testimonio para poder creer. Tú le dijiste que habías visto al Señor con tus propios ojos, igual que los demás discípulos. Y le pediste que tuviera fe.
Tú veías con los ojos del cuerpo, pero también con los ojos del alma, con visión sobrenatural. Veías todo mejor que nadie. No solo apreciabas el momento presente, sino que, con los ojos de la fe, veías todo lo que vendría después de la pasión, muerte y resurrección de tu Hijo. Nos viste a nosotros, todos tus hijos, hasta el fin del mundo.
Intercede para que yo tenga la fe que necesito para creer y entregar mi vida plenamente. Pero, sobre todo, para que tenga el amor, porque eso es lo que mueve para dar la vida.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: quiero aprender de ti, enséñame. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: muchos son los llamados, pero pocos los elegidos. Porque son pocos los que escuchan, y son pocos los que creen. Y, entre esos, son pocos los dispuestos a entregarse, a comprometerse, a dar la vida. Yo les pido que volteen a verme.
Entonces yo los tomaré de la mano y los conduciré, les prestaré mis ojos para que vean y mis oídos para que oigan; los uniré a mi corazón, para que aprendan a amar, y los entregaré a mi Hijo, y eso me aliviará, porque tanto me duele el hijo que renuncia y despide al que no lo ha amado y lo ha negado, como el hijo que se pierde por no haber creído, por no haber amado.
Hijos míos: ver con mis ojos es verlo todo, abarcarlo todo, descubrir lo inimaginable, sondearlo todo, hasta las profundidades de Dios, porque lo que mis ojos ven, todo me fue revelado por medio del Espíritu Santo.
Ver con mis ojos es ver la gloria de Dios a través del corazón de una Madre.
Ver con mis ojos es descubrir la mirada de Cristo en cada sacerdote, buscando, encontrando, acogiendo, salvando a cada rebaño.
Ver con mis ojos es ver a través de la mirada misericordiosa del Padre, que atrae a los hijos para reunirlos con la Madre y llevarlos de vuelta a casa.
Ver con mis ojos es contemplar al mismo tiempo desde el cielo la tierra y desde la tierra el cielo.
Ver con mis ojos es ver la eternidad de Dios en el tiempo limitado de los hombres.
Ver con mis ojos es ver el deseo de Dios de conquistar a los hombres, y la indiferencia de los hombres ante el deseo de Dios.
Ver con mis ojos es desnudar el alma de cada hombre y descubrir las intenciones de los corazones.
Ver con mis ojos es ver con fe, con esperanza y con caridad.
Ver con mis ojos es ver un pesebre y ver una cuna.
Ver con mis ojos es ver la cruz y ver una puerta abierta.
Ver con mis ojos es ver la alegría del cielo en cada confesionario y la gloria de Dios en cada Eucaristía.
Ver con mis ojos es ver en cada creyente un miembro del cuerpo de Cristo, y en cada incrédulo un miembro que falta para completar su cuerpo.
Ver con mis ojos es ver a mis hijos unidos en un solo cuerpo y un mismo Espíritu, en un solo rebaño y un solo Pastor, en una sola Iglesia y un solo pueblo Santo de Dios.
Oren, hijos míos, para que aumente su fe. Yo quiero que vean y crean. Que conozcan y amen a mi Hijo.
Entonces será la alegría en mi corazón unido al suyo».
¡Muéstrate Madre, María!