VII, 23. ABRAZAR LA CRUZ CON ALEGRÍA – EL SIGNO DE LA CRUZ
3 DE MAYO - FIESTA DE LA SANTA CRUZ
El Hijo del hombre tiene que ser levantado
+ Del santo Evangelio según san Juan: 3, 13-17
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo. Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: tú advertiste que si alguien quería ser tu discípulo debía tomar su cruz y seguirte. Cuando decías eso resultaba difícil entender su significado, porque la cruz era el suplicio para los delincuentes, para los que habían obrado mal.
Y tú estabas poniendo una condición para ir en pos de ti, que eres el camino, la verdad y la vida. No se imaginaban que tú ibas a morir en la cruz, y que a eso habías venido al mundo.
Hubo que explicar ese designio divino en base a las Escrituras, que lo habían anunciado. Hasta Pentecostés se habrá comprendido mejor el plan de Dios.
Ahora nosotros conocemos, por la doctrina de la Iglesia, cuál fue el plan de salvación. Y por eso podemos exaltar tu cruz y unir nuestros padecimientos a los tuyos, porque sabemos que tu sacrificio es el único agradable al Padre.
La liturgia del Viernes Santo incluye la Adoración de la cruz, la cual nos permite, con un gesto de amor, agradecer tu entrega y tu amor hasta el extremo.
Jesús, ¿qué debo hacer para amar verdaderamente la cruz, para abrazarla y adorarla con mi vida?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: contempla mi cruz, adora mi cruz, abraza mi cruz, que es cruz de alegría, cruz de perdón, cruz de redención, cruz de salvación, cruz de fe, cruz de esperanza, cruz de amor, cruz de virtud, cruz de santidad, cruz de resurrección, cruz de vida, cruz de filiación divina, cruz de eterna gloria.
Yo estoy allí, en esa cruz, con los brazos extendidos y los pies juntos, con la cabeza coronada con espinas, con el rostro desfigurado, con el cuerpo flagelado, con la carne inmolada, llena de heridas, cubierto de mi preciosa sangre, derramada hasta la última gota, entregado a los hombres totalmente en cuerpo y en sangre, en vida, en muerte, entregando el espíritu al Padre, por amor, para recuperar la vida.
Amigo mío, voy al Padre. Yo soy el camino: sígueme.
Ir al Padre es renunciar a ti mismo, para vivir en mí. Es tomar tu cruz de cada día para unirla en la mía. Porque cruz de vida solo hay una: la mía.
La cruz de cada día son todos los trabajos, mortificaciones, sacrificios, acciones, obras, quehaceres, servicios, ofrendas, responsabilidades según los dones recibidos, para cumplir la misión que a cada uno se le ha encomendado, para unirlos en una sola cruz, la mía, para vivir en armonía en un solo cuerpo y un mismo espíritu.
Todos los trabajos, mortificaciones, sacrificios, acciones, obras, quehaceres, servicios, ofrendas, responsabilidades, que no se unen a mi cruz, no sirven para nada, porque el único sacrificio agradable al Padre es el del Hijo, que por un solo sacrificio ha abolido la esclavitud del pecado, rompiendo las cadenas y liberando al mundo.
Porque tanto amó Dios al mundo que envió a su único hijo para que todo el que crea en Él se salve y tenga vida eterna, a través del único y eterno sacrificio que purifica y santifica, que abole el pecado y perfecciona toda virtud, que exalta al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, y que se humilló hasta la muerte, y a una muerte de cruz, para mostrarlo al mundo tal cual es: hombre y Dios, y darle a conocer su nombre: Jesús, ante quien toda rodilla se doble, para que todos lo reconozcan como el Hijo de Dios, en el cielo, en la tierra y en todo lugar.
El camino al Padre soy yo, y la puerta a la vida eterna es de cruz.
Yo he renunciado a la gloria que tenía con mi Padre antes de que el mundo existiera, para abrazar mi cruz, para mostrarles el camino y llevarlos conmigo de regreso a la gloria de mi Padre.
Yo he venido por ustedes al mundo para llevarlos conmigo al Paraíso. Yo he dejado en el mundo el camino para llegar al cielo. Yo soy el Camino.
Yo he venido a traerles la verdad, para que renuncien a la mentira y vivan en la verdad. Yo soy la Verdad.
Yo he venido a traerles la vida con mi muerte en la cruz, porque sin muerte no hay resurrección y sin resurrección no hay vida. Yo soy la Vida.
Y con mi muerte y mi resurrección yo hago nuevas todas las cosas.
Tú no me has elegido. Yo soy quien te ha elegido a ti, para que seas como yo, para que lleves a las almas a la salvación que por mi cruz les ha sido dada.
Se requiere valor, pero sobre todo se requiere amor. Tú has tenido el valor y has tenido un amor tan grande para dejarlo todo, para tomar tu cruz de cada día, que es la misión que te he encomendado, y me has seguido.
La cruz de cada día:
- es de alegría, porque es de vida;
- es de dolor, porque es de sacrificio;
- es de mortificación, porque es de espinas;
- es de libertad, porque es redentora;
- es justa, porque justifica;
- es pesada, porque carga con los pecados del mundo;
- es casta, porque es de virtud;
- es santa, porque purifica y santifica;
- es fraterna, porque es de unidad;
- es de ofrenda, porque es don;
- es divina, porque es la mía;
- es de servicio, porque es de misericordia.
El que quiera venir en pos de mí, que se humille como yo, que tome su cruz y que me siga, y yo lo exaltaré para hacerlo como yo. Pero el discípulo no es más que su maestro, y será la cruz de cada día el estudio, el trabajo, la predicación, el ministerio, las obras de misericordia, para alimentar, dar de beber, vestir, acoger al necesitado, sanar, visitar, bendecir, aconsejar, enseñar, corregir, consolar, perdonar, sufrir con paciencia los defectos de los demás, orar constantemente, llevando su cruz en la mía, con una vida de piedad.
Pero, por esta entrega que los hace como yo, también serán perseguidos, calumniados, tentados, insultados, y compartirán los mismos sentimientos que yo, y sentirán la soledad, el abandono, la traición, la burla, la injusticia, la persecución, y deberán mantener el valor y no tener miedo de los que matan el cuerpo porque no pueden matar el alma, sino que teman a los que llevan el alma a la perdición y el cuerpo a la muerte.
Yo les digo que todo el que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en el cielo, pero todo aquel que me niegue ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en el cielo.
Que se declaren por mí ante los hombres adorando mi cruz, uniendo su cruz de cada día a mi cruz, uniéndose en mi único y eterno sacrificio, exaltando mi cruz, en cuerpo, en alma, en divinidad, en Eucaristía».
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Madre mía: tú eres el mejor ejemplo de alguien que supo amar la cruz y permanecer firme junto a ella; haz que tu amor me ate también a la cruz de tu Hijo, y ayúdame a darme cuenta de que no debe pasar en mi vida ningún día sin la cruz, con alegría.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: contemplen el amor de Dios por los hombres a través del sacrificio de su Hijo en la cruz, de su muerte y de su resurrección. Contemplen conmigo el amor y la vida, contemplando la Eucaristía.
Mi Hijo se ha dado a sí mismo en sacrificio. Él ha sido el sacrificio mismo. Ha muerto al hombre por los hombres, y ha resucitado al hombre por los hombres, en su divinidad.
Así deben caminar ustedes, los pastores: no por un camino hacia la cruz, sino muriendo en su cruz cada día, en cada momento, como ofrenda, en sacrificio constante.
Para resucitar en Cristo deben morir a ustedes mismos, para que Cristo viva en ustedes, con la alegría de saberse elegidos, con la confianza de saberse amados, con la esperanza de ser resucitados con Cristo, para la vida eterna.
Con mi protección maternal yo los conduzco.
Permanezcan conmigo al pie de la cruz, orando, adorando, amando.
Ustedes han elegido la mejor parte, que no les será quitada.
Unan su cruz a la mía, que es la cruz de Cristo, la única cruz que salva, que santifica, que redime, que da vida, extendiendo sus brazos como yo, para abrazar en Él a las cruces de todos mis sacerdotes.
Para recibirlos y unirlos en esta cruz, en la carne y en la sangre del Cordero, a través del amor y de la misericordia que se ha derramado en la cruz hasta la última gota, para hacerse don, ofrenda, comunión, alimento, presencia viva, sacrificio, gratuidad, Sacramento: Eucaristía.
Permanezcan en la fe, en la esperanza y en el amor, viviendo con alegría en la virtud, exaltando la santa cruz, con el testimonio de su fe y con su entrega de amor y de misericordia, para que sea luz, y que mi auxilio llegue a todos ustedes, mis hijos sacerdotes, y por ustedes a todo el mundo, para establecer la unidad y la paz a través de la cruz en la que permanezco unida a Él, y que me hace camino seguro y puerta abierta del cielo.
Acompáñenme a convertir su cruz de cada día en la cruz de la alegría de servir a Cristo, uniéndose en un mismo sacrificio, configurándose en una misma cruz, en un mismo cuerpo, en un mismo espíritu».
VII, n. 23. LA EXALTACIÓN DEL AMOR DE DIOS – EL SIGNO DE LA CRUZ
FIESTA DE LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ
El Hijo del hombre tiene que ser levantado.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 3, 13-17
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo. Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: tu sacrificio en la cruz fue lo más cruel y absurdo; el horror y el odio del mundo, en una lucha contra la belleza y el amor de Dios.
Te imagino tendido en el suelo, con los brazos extendidos y amarrados sobre un madero. Tu cuerpo desnudo y lleno de heridas. Unos hombres que se ríen y se burlan imitando ser el cortejo real en la coronación de un rey, al que habían coronado de espinas, clavadas sobre tu cabeza. Y te gritaban toda clase de insultos y abucheos, en medio de tu silencio.
Se escucha el ruido más aturdidor y espantoso, metal contra metal, entre carne, sangre y madera, mientras tu mano es clavada en el madero, de una cruz muy grande y pesada.
Tú entregas tu humanidad, para ser unido al trono en el que eres humillado en el mundo y exaltado como rey, para que se vea que tu reino no es de este mundo.
Es la iniquidad y la inmolación, la tortura y la pasión de un hombre, manifestada en la pasión exaltada del amor divino, al tiempo que rompes el silencio. Y yo abrazo a tu Madre, mientras tú, que eres el Hijo de Dios, eres levantado, soportando el mayor sufrimiento en tu carne, al ser desgarrada por los clavos, al colgar del madero por tu propio peso.
Y la sangre derramada es abundante, y cubre todo tu cuerpo, escurriendo desde tus manos hasta su pecho, y tus costados, llegando hasta tus pies, que también están clavados.
Y se une la sangre de tus manos con la de tus pies, y la de todas las heridas de tu cuerpo, derramándose hasta el suelo.
Yo sigo abrazando y acompañando a tu Madre, y sufro con ella, mientras ella abraza al discípulo que sufre y está junto a ella, y que te acompaña a ti, su Maestro, que soportas y agonizas colgando del madero, sufriendo, en una coronación de burla, una muerte de cruz.
Jesús, en esa cruz tú venciste al demonio, la vida ganó la batalla a la muerte, venció el amor sobre el odio, la gracia sobre el pecado, la humildad del Dios-hombre sobre la soberbia del diablo.
¿Qué debo hacer yo para amar verdaderamente mi cruz, para abrazarla y adorarla con mi vida?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: abraza a mi Madre. Una muerte de cruz era la humillación más grande entre los peores hombres. El sufrimiento más grande que puede soportar un hombre, al ser expuesto en alma y en cuerpo. El peor destino de un profeta y maestro, que provocaba dejar de ser seguido para siempre por sus discípulos, porque nadie querría ser nunca como él.
Por eso Dios eligió esta muerte para su Hijo, para convertir la cruz en el territorio de lucha entre el diablo y el hombre, para que el hombre, que fue vencido por el diablo, fuera renovado a través de la victoria en esta lucha, y vencer a la muerte que el diablo le había provocado por el pecado, y ganar para todos los hombres la vida.
En la cruz se lleva a cabo una lucha entre el poder del diablo y la debilidad del hombre, entre la astucia del diablo y la ignorancia del hombre, pero entre la debilidad del diablo, que es el odio, y la fortaleza del hombre, que es el amor de Dios.
El diablo, que destruye al hombre, es destruido en la cruz por el poder de Dios, a través del hombre. Porque no es el hombre el que le ayuda a Dios a destruir al demonio para ganar la batalla, es Dios todopoderoso quien se dona al hombre, por amor, para que, con medios humanos, pero con el amor de Dios, el hombre sea instrumento de gracia, para destruir al demonio y ganar todas las batallas.
Y todo se hizo según la Palabra de Dios, a través del sí de una mujer, en la que el Verbo se hizo carne y habitó entre los hombres. Esa es la humillación del demonio.
Amigo mío: la cruz era símbolo de desprecio y de muerte. Pero yo, siendo Dios y hombre, he convertido la cruz en el símbolo de la exaltación del amor de Dios por los hombres, y de vida. Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su único Hijo para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna. Y la piedra que desecharon los constructores, en piedra angular se ha convertido, y esto lo ha hecho el Señor y es maravilloso.
Yo he convertido el agua en vino y la muerte en vida. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita, yo la entrego por mi propia voluntad, porque yo tengo el poder para entregar mi vida y recuperarla de nuevo.
Esa es la orden que he recibido de mi Padre. Yo soy la vida.
Amigo mío, abraza a mi Madre, compadece su dolor y comparte su alegría, porque con mi muerte en la cruz ahora es derribado el príncipe de este mundo, y al ser elevado de la tierra yo atraeré a todos los hombres hacia mí.
El que quiera venir a mí que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y que me siga, para que aprenda de mí a ganar las batallas con las armas que les da Dios, las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad. Pero de estas tres la caridad es la más grande, porque el amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
Permanece acompañando a mi Madre al pie de la cruz, para que aprendas de mí que la lucha es en la cruz de cada uno, y la victoria se consigue con amor».
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Madre mía: es difícil imaginar cómo fuiste capaz de soportar tanto dolor junto a la cruz de tu Hijo. Sé que te sostenía el amor, a Dios, a tu Hijo, a todos los hombres. Porque sabías que todo aquello estaba en el plan de Dios, que había que cumplirse, porque el fruto de esa cruz era la salvación del género humano.
Pero también te sostenía la fe, de la que estaría admirado Jesús. A los ojos humanos aquel suplicio era una derrota. Pero, con la luz de la fe, se veía el triunfo sobre el pecado y la muerte.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: dame a mí ese amor y esa fe, para mantenerme siempre contigo, al pie de la cruz. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: la cruz ha sido exaltada porque, así como por la desobediencia de un hombre todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno todos son constituidos justos.
Así como mi Hijo, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse a la muerte y a una muerte de cruz, y asumiendo toda culpa se vistió de pecado, y luchó como hombre en la cruz, ante todas las tentaciones, los sufrimientos y los dolores, ante la tribulación de ser maltratado y humillado como hombre cualquiera, siendo hombre y Dios, lo soportó todo por amor, y así donde abundó el pecado sobreabundó la gracia.
Por eso la cruz es el símbolo del amor, porque Él sabía que una sola palabra suya bastaría para bajar de la cruz y sanar su cuerpo, para dejar de sentir ese tremendo sufrimiento, para demostrar su omnipotencia y su poder, para dejar a la vista la divinidad de su humanidad.
Pero el amor todo lo soporta, y me vio y se conmovió con mis lágrimas, y se admiró con mi fe, y lo iluminó mi esperanza. Pero lo sostuvo mi amor.
Y vio que yo no veía solo a un Hijo. Yo veía en ese Hijo la gloria de Dios, y compartía con Él un estímulo de amor, una comunión en el Espíritu, y una entrañable misericordia, porque tenía sus mismos sentimientos.
Hijos míos, aprendan de mi Hijo, y alégrense ustedes con los que se alegran, y lloren con los que lloran. Tengan un mismo sentir los unos con los otros, sin ser altaneros, más bien complacidos en lo humilde, procurando el bien y la paz con todos los hombres, no haciendo justicia por su cuenta, sino que la justicia la haga el Señor.
Y, al contrario, si su enemigo tiene hambre, denle de comer; si tiene sed, denle de beber. Y no se dejen vencer por el mal, antes bien, venzan al mal con el bien.
Amen, hijos, amen, y sonrían en la alegría, y derramen lágrimas en el sufrimiento, dejando a la vista los sentimientos, que son la expresión del amor.
Sientan con emoción la grandeza del amor de Dios que derrama en sus corazones. Aspiren a los dones de Dios más excelentes, y acompáñenme, para que sigan el camino mejor de todos, y ganen todas las batallas: el camino mejor de todos es el amor».
¡Muéstrate Madre, María!