22/09/2024

Jn 3, 16-18

VI. n. 39. TEMPLOS DE DIOS – PREDICAR LA VERDAD REVELADA

EVANGELIO DE LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (A)

+ Del santo Evangelio según san Juan: 3, 16-18

Dios envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salvara por él.

“Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: Dios es tan grande, que es imposible comprenderlo en nuestra limitada cabeza. Y por eso en nuestra fe hay tantos misterios.

Y lo bonito de los misterios es que uno puede profundizar y profundizar, y nunca terminar.

Sucede algo semejante a cuando alguien se mete a bucear en el fondo del mar, y se va asombrando de las maravillas que va encontrando, y quiere profundizar más.

O cuando un astrónomo busca en el espacio nuevas y más lejanas constelaciones.

Si en la naturaleza creada hay tantas maravillas, la naturaleza divina no dejará de sorprendernos. Quizá lo que más sorprende es que todo un Dios, Uno y Trino, haya querido quedarse en el alma en gracia de una pequeña creatura.

Señor: si dejamos obrar a Dios, nosotros podemos ser templos de la Trinidad. Mientras no te rechacemos por el pecado tú quieres poner tu morada entre los hombres. Nos has amado tanto, que son tus delicias estar entre los hijos de los hombres.

Has tomado nuestra naturaleza humana para compartir con nosotros tu vida divina, y te quedas como alimento para llenarnos de ti. Donde estás tú, Jesús, está el Padre y el Espíritu Santo.

Los sacerdotes continuamente invocamos a la Trinidad cuando celebramos los sacramentos, cuando bendecimos, cuando nos santiguamos y persignamos, cuando hacemos oración.

Señor: si consideramos que estamos configurados contigo podríamos decir que también somos parte de la Trinidad. ¿Cómo podemos vivir esta asombrosa realidad sin acostumbrarnos?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: contempla a mi Madre, que es virgen inmaculada desde su concepción, y es Madre. Contempla en ella el misterio.

Ella es templo, trono y sagrario de la Santísima Trinidad. Y es un misterio.

Ella es Madre de la Iglesia, constituida por muchos miembros, y la cabeza es Cristo. Y es un misterio.

Ella es el arca en la que se contiene el más grande tesoro. Y el tesoro soy yo, el Hijo de Dios, crucificado en una cruz. Mis manos y mis pies están clavados, unidos a un madero por grandes clavos. Mi carne está destrozada y mi rostro desfigurado. Soy el Verbo hecho carne, que habité entre los hombres, y que entregué mi vida, por mi propia voluntad, en esa cruz, en la que fue inmolada mi carne y derramada mi sangre, para la salvación de los hombres. Y es un misterio.

Contempla en mis manos mi Cuerpo y mi Sangre derramada, en forma de pan y en forma de vino, compartiéndolos en la mesa con mis amigos. Es Eucaristía. Y es un misterio.

Contempla al Hijo de Dios resucitado de entre los muertos, para dar vida a los hombres, haciendo nuevas todas las cosas. Y es un misterio.

Contempla al Hijo de Dios subiendo al cielo para sentarse en un trono a la derecha del Padre, mientras desciende el Espíritu de Dios para posarse sobre los hombres. Y es un misterio.

Contempla al Espíritu Santo que dice a los hombres y les recuerda todas las cosas del Hijo de Dios, por quien los une en filiación divina al Padre. Y es un misterio.

En verdad te digo que todos los misterios son uno, todos se revelan en un solo misterio: la Santísima Trinidad, a la que estás unido en mí al Padre, por el Espíritu, en filiación divina.

Dios está en ti, y tú en Él. Y es un misterio revelado por el amor de Dios a los hombres, porque tanto amó Dios al mundo que dio a su único hijo para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga vida eterna.

Tú eres sacerdote de mi pueblo santo, pastor del pueblo elegido como la Nueva Jerusalén, hermano mío, apóstol, discípulo, profeta y amigo muy amado mío.

Mis pies están clavados a un madero, y mis manos están clavadas a otro madero, que unidos a mi cuerpo somos tres, pero somos una sola cruz que me hace inseparable, indisoluble, que me une y me fusiona en un mismo misterio, por amor, en el que mi Padre se entrega conmigo sosteniéndome, y el Espíritu Santo soportando y consolando en el amor.

Tú eres, sacerdote, mis manos y mis pies, por quien estoy unido en esta cruz.

Mi pueblo, el que he dejado a tu cuidado, es el resto de mi cuerpo místico. Yo soy la cabeza.

Juntos formamos un solo cuerpo en un mismo Espíritu. Esta es mi Iglesia, como una familia unida e indisoluble.

Como en el matrimonio que tú bendices en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, el esposo y la esposa ya no son dos, sino que forman una sola carne, unidos en el amor de Dios, los hijos con ellos forman una sola familia, que se une con el amor del padre al hijo, y del hijo al padre, y de la madre al hijo, y del hijo a la madre, y de la madre al padre, y del padre a la madre, en una sola unión, en un mismo amor. Yo soy el amor.

Sube conmigo a mi cruz, para que seas parte de un mismo cuerpo y una misma familia conmigo.

Con todo el poder que mi Padre me ha dado, yo te envío a buscar y a encontrar almas, para unirlas en este mismo cuerpo.

Ve y bautiza en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, porque, por mi pasión y muerte, el Padre los hace hijos herederos y coherederos conmigo.

Es en la cruz en donde se ha derramado la misericordia de mi Padre, por mi sangre y mi agua para la salvación.

Lleva esta misericordia en la adopción por medio del bautismo, y en la redención por medio del perdón de los pecados.

Bautiza y absuelve en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y predica la Palabra. Yo soy la Palabra, y te he amado hasta el extremo.

Anuncia mi muerte, y proclama mi resurrección, porque el Reino de los cielos está cerca.

Yo soy Dios Hijo, un Dios vivo, que en Trinidad con Dios Padre y Dios Espíritu Santo soy un solo Dios verdadero. Unidad trinitaria, de una misma substancia, en un mismo Espíritu, que procede del Padre y del Hijo. Tres Personas, un solo Dios, inseparables, indisolubles y eternas, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Busca y encuentra en el interior de cada uno mi morada, porque en la esperanza de cada alma que ama vive esta divina y santa Trinidad, porque el amor es la unión del Padre y del Hijo en el Espíritu.

Alégrense todas las almas, que por el amor del Padre y por obra del Espíritu Santo he sido engendrado en el vientre puro de una mujer virgen, pura y generosa, y por los méritos de mi pasión y muerte han sido transformados en Templos de Dios, para ser morada del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, para su salvación y unión en el amor, y en la fusión en la gloria de Dios para toda la eternidad.

Para eso he venido al mundo. No has sido tú el que me ha elegido a mí. He sido yo quien te ha elegido a ti. Para eso has sido llamado, para eso me he quedado contigo hasta el fin del mundo»

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Madre mía: tú eres Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo. ¡Más que tú, solo Dios!

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: yo soy Madre del Amor y Madre de Misericordia. Así es como soy Templo, Trono y Sagrario de la Santísima Trinidad, que es un solo Dios, y que vive en mí y yo vivo en Él. Y Él es desde siempre y para siempre.

Yo soy hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo, y esposa de Dios Espíritu Santo.

Yo soy misericordia y auxilio para mis más amados.

Los que aman a mi Hijo y son amados del Padre.

Los que unen a los hombres con Dios, a través del Espíritu Santo que les ha sido dado.

Los que colaboran con Cristo, y siendo Cristos, son conmigo y con Él corredentores en la obra salvadora de Dios: mis hijos predilectos, mis sacerdotes.

Para que reciban la gracia para permanecer en la virtud, en la fe, en la esperanza y en el amor, que Dios ha infundido en sus corazones por el Espíritu Santo que les ha sido dado».

¡Muéstrate Madre, María!