22/09/2024

Jn 4, 43-54

27. SEÑALES DE DIOS – CREER POR LAS OBRAS

EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA IV DE CUARESMA

Vete, tu hijo ya está sano.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 4, 43-54

En aquel tiempo, Jesús salió de Samaria y se fue a Galilea. Jesús mismo había declarado que a ningún profeta se le honra en su propia patria. Cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que él había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían estado allí.

Volvió entonces a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía un hijo enfermo en Cafarnaúm. Al oír éste que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue a verlo y le rogó que fuera a curar a su hijo, que se estaba muriendo. Jesús le dijo: “Si no ven ustedes signos y prodigios, no creen”. Pero el funcionario del rey insistió: “Señor, ven antes de que mi muchachito muera”. Jesús le contestó: “Vete, tu hijo ya está sano”.

Aquel hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Cuando iba llegando, sus criados le salieron al encuentro para decirle que su hijo ya estaba sano.

Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Le contestaron: “Ayer, a la una de la tarde, se le quitó la fiebre”. El padre reconoció que a esa misma hora Jesús le había dicho: ‘Tu hijo ya está sano’, y creyó con todos los de su casa.

Éste fue el segundo signo que hizo Jesús al volver de Judea a Galilea.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: una de las principales tareas del sacerdote es fortalecer en la fe al pueblo de Dios. Si el pueblo no tiene fe no va nunca a “practicar la fe”. Y si alguien tiene dudas de fe, acude al sacerdote para que se las resuelva, para que lo oriente, porque confía en él.

Qué importante es que tus ministros seamos hombres de fe. Que nuestros fieles puedan ver señales en nuestra vida, en las celebraciones litúrgicas, en la administración de los sacramentos –sobre todo la Sagrada Eucaristía–, en nuestra predicación, en todo el ejercicio de nuestro ministerio.

Si nosotros no “practicamos la fe”, no van a creer.

Señor ¿cuáles deben ser esas señales que el pueblo necesita ver en el sacerdote para así poder creer? ¿Cómo puedo unir también el amor a mi fe?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: el que crea en mí y sea bautizado se salvará.

Pero la gente vive en medio de un mundo lleno de ruido, muy ocupada y de prisa. Todos saben hacia dónde van, pero muchos están perdidos, porque en realidad no ven el verdadero camino. Y algunos, aunque lo vean, no creen, y entonces toman otro rumbo.

Yo les he dado una señal: la cruz. Pero parece que no la ven.

Y me he quedado yo mismo como señal prodigiosa, pero la gente pasa sin verme.

Y yo voy con ellos, llamándolos, buscándolos, insistiendo, dejándome ver, permitiendo el encuentro.

Y me expongo y me entrego, por amor, en medio del mundo, para que me vean, para que crean en mi Palabra, para rescatarlos de los peligros del mundo. Pero no me hacen caso, porque están ciegos y no me ven, porque están sordos y no me oyen, porque están ocupados y tienen prisa.

Algunos me ven y creen en mí, pero no me siguen. Entonces se pierden.

Algunos me ven y creen en mí, y sí me siguen. Entonces yo les doy del agua viva de mi manantial, para hacerlos míos, para salvarlos del mundo.

El que vea mis señales, que crea en mí.

El que crea en mí y sea bautizado se salvará, pero el que no crea se condenará.

Mis señales son claras.

Mis señales son ustedes, mis amigos, mis sacerdotes, que he llamado, y he elegido, y he enviado a predicar mi Palabra a la luz del Evangelio.

Para que crean que Dios Padre es todopoderoso, que creó el cielo y la tierra, todo lo que ven y todo lo que no ven.

Para que crean en mí, y en que yo soy el único Hijo de Dios, y que fui concebido por obra del Espíritu Santo, para nacer del vientre de mujer virgen, inmaculada y pura, para ser Palabra de Dios encarnada.

Para que crean que fui enviado por el Padre a padecer en manos de los hombres, para ser crucificado, muerto y sepultado, para destruir el pecado y la muerte; que descendí a los infiernos para anunciar el triunfo del Reino de los Cielos.

Para que crean que resucité de entre los muertos al tercer día, que me hice visible al mundo para que creyeran, y subí al cielo a sentarme a la derecha del Padre para ser coronado de gloria, y desde ahí he de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.

Para que crean en el Espíritu Santo, que es el creador y dador de vida, que por mi muerte y resurrección les da la vida eterna.

Para que crean en mi Iglesia, que es una, santa, católica, y apostólica, y que yo construyo con los hombres sobre roca firme.

Para que crean que he venido a buscar también a las ovejas que no son de mi redil, para hacer un solo rebaño, un solo pueblo santo en comunión, compartiendo un solo cuerpo y un mismo espíritu.

Para que crean que yo soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, para darles en mi resurrección la vida eterna.

Para que crean en el Evangelio, que es mi Palabra.

Para que crean en la verdad.

Para que crean que todo lo que ahí está escrito se cumplirá.

Para que crean y me sigan.

Para que sean bautizados en una misma fe.

Para que, por mi muerte y mi resurrección, sean salvados. Yo soy la resurrección y la vida, el que crea en mí aunque muera vivirá.

Para que crean en el Evangelio, que se arrepientan, que pidan perdón y que vivan el Evangelio.

Muchos creen sin haber visto. Dichosos los que crean sin haber visto. Pero otros quieren ver para creer. Que los vean a ustedes, para que crean.

Ustedes son señal de mi misericordia y de mi amor, para que otros crean en mi Palabra, que es misericordia y es amor.

Para que crean en la Eucaristía, que es mi presencia en medio de este mundo ajetreado, apurado, lleno de ruido y de distracción.

Para que crean que yo sigo llamando y buscando, esperando que me vean, dando señales de mi existencia y de mi necesidad de amar, a través de ustedes.

Pero para que ellos crean, primero deben creer ustedes, y seguirme, recibirme, dejarse amar, recibir mi misericordia y mi paz, para que la lleven a todos los rincones del mundo a través de la Palabra, para que los sigan, los bauticen y los salven, para que a los bautizados los confirmen en la fe y me sigan, para que los que me sigan construyan conmigo el Reino de los Cielos.

Crean que los amo a todos y a cada uno.

Crean que cada uno ha sido creado de forma individual, distinto, único, para amar sus cualidades y corregir sus defectos.

Crean que cada uno lleva un tesoro en vasija de barro, para que lo cuiden, en su debilidad, con mi fortaleza.

Crean que cada uno es amado, cuidado, transformado, para atraerlo a mí, para hacerlo mío, para llevarlo al Padre por mí, conmigo, en mí.

Crean que deseo amarlos con todo mi corazón, con todo mi ser, con todas mis fuerzas, para que se dejen encontrar, para que se dejen amar por mí, para que me amen con mi amor.

Crean que soy amor y el amor ama.

Crean que los necesito para amarlos, para donarme, y manifestar en mí el amor infinito de Dios por los hombres. Amor que no excluye, amor que incluye, une y permanece en una donación recíproca e irrevocable en fidelidad indisoluble.

Crean que la manifestación de mi amor es mi misericordia, y debe ser expresado al mundo a través de las señales que he enviado al mundo para que crean: ustedes, mis sacerdotes.

Yo los he enviado para que el mundo crea en mí a través de ustedes, a través de la Palabra que predican y de su ejemplo.

Pero, si ustedes no creen en mí, ¿cómo van a creer otros en lo que ustedes dicen?

Y si ustedes no me aman, ¿para qué predican el amor?

Y si me aman ¿por qué no me siguen?

Y si me siguen ¿por qué no son ejemplo?

Yo envío a los que creen en mí y me han seguido, para que sean ejemplo, para que otros hagan lo mismo».

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Madre mía, maestra de fe: bienaventurada tú, porque creíste, sobre todo cuando estabas al pie de la cruz. Ayúdame a creer más.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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 «Hijos míos, sacerdotes: necesito su ayuda, porque el Reino de los Cielos se construye en comunión, Dios con los hombres, a través de la configuración de Cristo con sus sacerdotes, para llevar a los hombres a Dios.

El rostro de Cristo es el rostro de Dios, que es misericordia, para que lo vean, para que crean en Él y se configuren con Él, para llevar la misericordia de Dios al mundo, construyendo en el mundo el Reino de los Cielos.

Participen en esta construcción, configurando su corazón al Corazón de Cristo, para que sea esta la señal de mi amor, que se manifiesta en mi auxilio a todos mis hijos.

Permanezcan en esta unión al pie de la cruz conmigo, orando, amando, adorando, y obrando con misericordia, por las necesidades de cada uno de mis hijos, para que ustedes sean señal también de mi auxilio de Madre, porque una madre escucha, entiende, compadece y atiende.

Ayúdenme, para que, viendo sus obras, crean».

¡Muéstrate Madre, María!