22/09/2024

Jn 5, 33-36

20. SER CRISTOS – DAR TESTIMONIO CON OBRAS

VIERNES DE LA SEMANA III DE ADVIENTO

Juan era la lámpara que ardía y brillaba.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 5, 33-36

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Ustedes enviaron mensajeros a Juan el Bautista y él dio testimonio de la verdad. No es que yo quiera apoyarme en el testimonio de un hombre. Si digo esto, es para que ustedes se salven. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y ustedes quisieron alegrarse un instante con su luz. Pero yo tengo un testimonio mejor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar y que son las que yo hago, dan testimonio de mí y me acreditan como enviado del Padre”.

Palabra del Señor

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: en los primeros Concilios Ecuménicos hubo debates teológicos para definir dogmáticamente “quién es Jesús”. Resultaba difícil aceptar esas verdades que ahora nos enseña la doctrina de la Iglesia con tanta claridad: el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, una sola Persona divina, con dos naturalezas: humana y divina.

Las obras que hiciste en tu paso por la tierra te acreditan como enviado del Padre, dan testimonio de ti. Sigue siendo difícil para la mente humana meterse en el misterio.

Y más difícil, para mí, sacerdote, ser consciente de que soy “Ipse Christus”, el mismo Cristo. Señor, quiero conocerte más, quiero conocerte mejor, para amarte. Ayúdame.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: yo soy Cristo Rey del Universo, Señor de los Ejércitos, Segunda Persona de la Trinidad Santa, Dios verdadero, el Único Hijo de Dios Todopoderoso, nacido de mujer virgen e inmaculada, el Hijo del hombre, Hijo de David.

Yo soy el que soy, el que era y el que vendrá.

Yo soy el Buen Pastor, el Sumo Sacerdote, Emmanuel, el Salvador, el Redentor, la Palabra, la Piedra Angular, el Primogénito, Cabeza de la Iglesia, el Santo de Dios, la Luz, Príncipe de la paz, la Roca, el Camino, la Verdad, la Resurrección y la Vida, la Vid verdadera, el Mediador, el Maestro, el Mesías, el Amigo, el Amor, la Salud, la Verdad, el Juez, la Misericordia, el Verbo hecho carne, el Alfa y la Omega, el Pan de la vida, Agua viva, el Cordero de Dios, de Nombre Jesús, ante quien toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra y en los abismos.

Yo soy el Profeta que viene detrás, y que ningún otro profeta es digno de desatar las correas de mis sandalias.

Yo soy el que bautiza con el Espíritu Santo.

Yo soy el Hijo del carpintero, y mi Madre se llama María.

Yo soy el Mesías esperado, el que ha nacido entre los hombres para morir en manos de los hombres para cumplir la voluntad del Padre, y resucitar a todos los hombres, y ahora está sentado a la derecha del Padre y no hay otro.

Yo soy el Pan de vida. El que venga a mí no tendrá hambre, y el que crea en mí no tendrá nunca sed.

Pero me han visto y no creen.

Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que Él me ha dado, sino que lo resucite el último día.

Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él tenga vida eterna, y que yo le resucite el último día.

Permanezcan en la disposición de cumplir mi voluntad, que es que todos los hombres se salven.

Dichosos los que escuchan mi Palabra y la cumplen.

Dichosos los que son como niños, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Dichosos los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Dichosos sean cuando los persigan y los injurien, y digan con mentiras toda clase de mal contra ustedes por mi causa. Alégrense, porque su recompensa será grande en los cielos, pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes.

Todo lo que he dicho es verdad. Yo soy la verdad. Ustedes deben dar testimonio de la verdad.

Ustedes heredarán la tierra si son mansos y humildes de corazón. Cumplan con su misión. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo. Cielos y tierra pasarán, pero mi Palabra no pasará.

Quiero de ustedes fidelidad a la roca que sostiene la Iglesia. Eso es servir bien a la Iglesia. Las puertas del Hades no prevalecerán sobre ella.

Acompañen a mi Madre. Yo estoy a la puerta y llamo.

Pastores de mi pueblo: yo quiero que me conozcan, para que me amen; que me amen, para que me sigan; que me sigan, para que sean Cristos, como yo soy».

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Madre nuestra: el día de Pentecostés estuviste atenta para recibir al Espíritu Santo, acompañando a los discípulos de Jesús, muy unidos todos haciendo oración. La fuerza que ellos recibieron ese día, para ir por todo el mundo a predicar el Evangelio, es la misma que ahora recibimos tus hijos predilectos el día de nuestra ordenación sacerdotal. El Santo Paráclito nos concede sus dones y carismas para cumplir eficazmente con nuestra misión.

Y, lo mismo que ellos, contamos nosotros con tu compañía y con la encomienda de dar testimonio de Jesús, de las obras que el Padre le concedió realizar.

Ese testimonio es más eficaz si lo damos a través del testimonio de nuestras propias obras.

Ayúdanos, Madre, a convertirnos, para dar siempre y a todos un testimonio grande de amor con nuestras obras.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: Cristo ha sido enviado al mundo y no fue recibido.

Y aun así cumplió su cometido, realizando las obras de su Padre, cumpliendo su misión de salvación, por amor a su Padre, por el amor que le tiene su Padre al mundo, y por amor a los hombres.

Y, aun así, no todos le han creído. Y solo el que crea se salvará. Por eso ha enviado a ustedes, sus amigos, a llevar su Palabra, a evangelizar, a mostrarle al mundo sus obras, porque ustedes son testigos de que Cristo está vivo, y que, a través de ustedes, día con día, los viene a salvar.

Pero ¿de qué le sirve a un sacerdote salvar el mundo entero si él se pierde, si no se salva a sí mismo?

Conversión. Ustedes, mis hijos, necesitan conversión. Deben reunirse en torno a mí, para que reciban del Espíritu Santo el don de la conversión, a través de la fe, de la esperanza y del amor: esa es mi misión. Acepten mi compañía, para que den fruto y me conozcan, y conozcan a aquel que me ha enviado.

La Madre de Dios está presente, nunca los ha abandonado. He venido a buscarlos, acompañarlos, auxiliarlos y ayudarlos. Y a traerles la gracia de Dios, para que crean y se salven.

Acompáñenme orando, amando, adorando todo el tiempo, en cada acto de amor, en cada pequeña labor, en cada gran obra, convirtiendo su vida en una sola oración de amor, transmitiendo el testimonio de su fe, testimonio del amor de Cristo, mostrando su infinita misericordia, intercediendo conmigo ante Dios nuestro Señor por todos mis hijos.

Que por el amor que mi Hijo demuestra tenerles, sea para ustedes mi auxilio y la misericordia de Dios.

Para que los que se portan mal se conviertan y se porten bien.

Para que los que se portan bien se santifiquen.

Para que los que se santifiquen sean ejemplo y testimonio del amor de Cristo.

Para santificar a todas las almas.

Para reunirlas en un solo rebaño y un solo pastor.

Para que busquen en Él, la gloria de Dios.

Que sirva la entrega de sus corazones como penitencia y reparación del daño causado por los pecados a mi Inmaculado Corazón y al Sagrado Corazón de mi Hijo.

Que por esta entrega reciban la gracia de la reconciliación, dispuestos a la penitencia, con propósito de enmienda, y la fortaleza, para resistir a la tentación, para perseverar en la virtud y en el camino de perfección de su vocación al amor.

Que permanezcan sus corazones unidos al mío, adorando y reparando, transmitiendo la fe, dando testimonio del amor, a través de la oración y entrega, intercediendo por sus rebaños».

¡Muéstrate Madre, María!