74. PERSEVERAR EN LA ENTREGA – PALABRAS DE VIDA
EVANGELIO DEL DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 6, 55. 60-69
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Al oír sus palabras, muchos discípulos de Jesús dijeron: “Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?”.
Dándose cuenta Jesús de que sus discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto los escandaliza? ¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida, y a pesar de esto, algunos de ustedes no creen”. (En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo habría de traicionar). Después añadió: “Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”.
Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También ustedes quieren dejarme?”. Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: tu discurso en la sinagoga de Cafarnaúm había sido de muy difícil comprensión para tus discípulos, al grado de que algunos de ellos pensaron que te habías vuelto loco: decir que tu carne era comida y tu sangre bebida...
Imposible de entender bien eso. Por eso dejaron de seguirte. Los Apóstoles, llenos de fe, junto con san Pedro, reconocieron que para ellos también era difícil, pero estaban convencidos de que tu lenguaje no admitía un razonamiento humano, sino sobrenatural. En una ocasión unos alguaciles comentaron: “jamás habló así hombre alguno”.
Yo también quiero decir ahora: ¿a quién iremos? Tus sacerdotes hemos dejado todo para seguirte, porque nos dimos cuenta de que tú tienes palabras de vida eterna, que eres el Camino, la Verdad y la Vida, y que no hay nadie digno a quién seguir, más que a ti; no hay alguien más que pueda dar respuesta a los anhelos de nuestro corazón.
Jesús, yo quiero permanecer siempre contigo, perseverar en mi entrega. ¿Cómo puedo fortalecer mi fe, cuando mi visión humana me diga que me estás pidiendo hacer una locura?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: dime ¿tú crees? El que cree en mí tiene vida eterna.
Alégrate y agradece, amigo mío, que estás conmigo, que estoy contigo para siempre. Tú debes dar testimonio de mí. Pues bien, que ese testimonio sirva para que crean los que no creen.
Algunos de ustedes, mis amigos, creen algunas cosas sobre mí, pero otras no las creen. Eso ¿les dará la vida eterna? ¿Eso es creer? ¿Alguien puede decir que cree, si cree algunas cosas sobre mí, pero otras no las cree? Tú tienes la respuesta.
Aquellos que no creen en mi presencia real, sustancial, en mi presencia viva en la Eucaristía, ¿tendrán vida eterna?
Te sorprenderías, amigo mío, si tú supieras cuántos sacerdotes elevan mi Cuerpo, mi Sangre, comen y beben, dan al pueblo de comer, pero no creen. Sin embargo, con la sola intención de transformar el pan y el vino en alimento sagrado, ocurre el milagro.
Tienen ese poder, y también tienen el poder de creer. Yo les he dado la fe. Pero ponen la razón antes que la fe, y la mente antes que el corazón. Ellos creen que yo soy el Hijo de Dios, pero que la Eucaristía sea mi Carne y sea mi Sangre, algunos no lo creen.
Quiero que crean, quiero que tengan vida eterna. Algunos hacen tantas obras buenas, tienen un gran corazón para hacer caridad, pero están enfermos de soberbia, y piensan que hacen todo con sus propias fuerzas. Creen que tienen en todo razón. Les falta humildad. Les falta oración. Yo tengo palabras de vida eterna. Y yo se las doy.
Yo quiero abrir los ojos de todos mis amigos, para que se den cuenta que es necesario creer totalmente en mí para que se salven. No solo lo que les conviene. No solo lo que les acomoda. Deben creerlo todo de mí.
El que no cree en mí, me abandona. El que cree en la Eucaristía, ese cree completamente en mí. Ese no me abandona.
Pero sean honestos, sean sinceros, examinen sus conciencias, tengan el valor de reconocer que verdaderamente creen, si celebran la misa con fe y con devoción, si elevan entre sus manos al Hijo de Dios, si comen mi Carne y beben mi Sangre, y derraman al pueblo de Dios mi gracia en cada celebración.
Si verdaderamente creen y tienen esa convicción, entonces no deberían de tener miedo, no deberían dudar de mi divina voluntad; deberían vivir con la alegría de compartir mi cruz cada día, y de participar de mi sacrificio incruento en el altar.
Que reconozcan su miseria y me pidan que aumente su fe, porque yo les digo: no tienen ganado el cielo los que aún no creen.
Que mi Palabra, que es como espada de dos filos, les conceda la gracia de querer creer, para que pidan la fe que les falta.
Amigo mío: abraza fuerte la fe que renueva constantemente mi alianza contigo. Permanece en mi amor y serás mío para siempre.
Contempla mi cielo, en el que yo te espero.
Contempla mi mano levantada, que te bendice, mientras la otra toca mi corazón expuesto.
Contempla mis ojos llenos de luz, que son como un imán, que con fuerza te atrae hacia mí, mientras te das cuenta de que tus pies pisan la tierra, pero tu corazón está en el cielo.
Contempla a mis Apóstoles junto a mí, los que escribieron la Palabra de Dios en el Evangelio, para alimentar con sabiduría y con la verdad a su pueblo de generación en generación.
Permanece en mi amor, con tu corazón unido al mío y al de mi Madre.
Yo te envío al mundo a llevar mi Palabra. Yo soy la Palabra.
La verdad ya ha sido revelada en el Evangelio, y se cumplirá hasta la última letra. Yo soy la Verdad.
Yo les he prometido que el Espíritu Santo se encargará de recordarles todas las cosas, y el Espíritu de la verdad dará testimonio de mí. Pero ustedes también darán testimonio de mí, porque ustedes me han obedecido, y el Espíritu Santo le es dado a los que me obedecen.
Pongan su fe por obra, entregando mi amor en palabras de misericordia, para que den a conocer el camino y den mucho fruto, porque por sus frutos los conocerán. Yo soy el Camino.
Mi Palabra es alimento de vida. Yo soy la Vida.
Yo tengo palabras de vida eterna.
Entrégame tu vida.
Amigo mío: en verdad me has entregado tu vida. Me gusta tu corazón, en el que me has recibido y me has amado. Yo te lleno de mí, y ese es mi descanso.
Entrega mi amor poniendo tu fe por obra a través de mis palabras de misericordia, para que otros también me reciban, de generación en generación, y ese sea mi descanso.
Sigue construyendo mis obras, con mi amor y mi misericordia, y lleva mi Palabra que alimenta al hambriento y da de beber al sediento; que viste al desnudo; que enriquece al pobre y sana al enfermo; que libera al preso y da vida a los muertos; que enseña al que no sabe y es consejo para el que lo necesita; que corrige al que se equivoca y promete perdón al pecador que se arrepiente; que consuela al triste; que todo lo soporta; y que es oración. Y tú recibirás mi misericordia».
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Madre mía, Maestra de fe: los Doce tuvieron una prueba difícil de fe, y Jesús estuvo dispuesto a quedarse solo. Pero ellos superaron la prueba, convencidos de que tu Hijo tiene palabras de vida eterna, y perseveraron.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ante las dificultades, dame la fe, y ayúdame a perseverar en mi entrega, para dar todo el fruto que el Señor espera de mí. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: mi Hijo ha plantado en ustedes su semilla, para que den mucho fruto y ese fruto permanezca.
Sus frutos serán buenos, y por sus frutos los conocerán, porque todo lo que ha sembrado mi Hijo es bueno, y yo los cuido y los protejo, para que perseveren y crezcan como árboles, para que den buen fruto. Porque un árbol bueno no puede dar frutos malos.
Yo les doy mis tesoros para enriquecerlos y que den mucho fruto, y ese fruto permanezca.
Yo les doy este tesoro: mi perseverancia.
Perseverancia en el trabajo diario.
Perseverancia en la lucha.
Perseverancia en el amor.
Perseverancia para seguir caminando con paso firme en contra de los vientos fuertes.
Perseverancia en cumplir los mandamientos y obedecer la ley de Dios.
Perseverancia en resistir las tentaciones y las asechanzas del enemigo, porque yo piso su cabeza.
Perseverancia en unir su voluntad a la voluntad de Dios.
Perseverancia en la fe.
Perseverancia en la esperanza.
Perseverancia en la caridad.
Perseverancia en el cumplimiento de las virtudes, aplicadas a su vida ordinaria.
Perseverancia en la búsqueda de la perfección, para llegar a la santidad.
Perseverancia en el querer y en el obrar.
Perseverancia al pie de la cruz, cumpliendo su misión.
Perseverancia en la alegría en medio de mi sufrimiento.
Perseverancia para acompañarme todos los días de su vida, y llevar a mis hijos la Palabra de mi Hijo, para que el que tenga ojos vea y el que tenga oídos oiga, dando como fruto la conversión de sus almas, porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y corta más que la espada de doble filo.
El fruto que ustedes darán será en abundancia. Pero no se alegren por eso, sino porque sus nombres están escritos en el cielo».
¡Muéstrate Madre, María!