22/09/2024

Jn 7, 1-2. 10. 25-30

31. MÁRTIRES DE AMOR - ENVIADOS Y PERSEGUIDOS

EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA IV DE CUARESMA

Trataban de capturar a Jesús, pero aún no había llegado su hora

+ Del santo Evangelio según san Juan: 7, 1-2. 10. 25-30

En aquel tiempo, Jesús recorría Galilea, pues no quería andar por Judea, porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba ya la fiesta de los judíos, llamada de los Campamentos.

Cuando los parientes de Jesús habían llegado ya a Jerusalén para la fiesta, llegó también él, pero sin que la gente se diera cuenta, como de incógnito. Algunos, que eran de Jerusalén, se decían: “¿No es éste al que quieren matar? Miren cómo habla libremente y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que es el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde viene éste; en cambio, cuando llegue el Mesías, nadie sabrá de dónde viene”.

Jesús, por su parte, mientras enseñaba en el templo, exclamó: “Conque me conocen a mí y saben de dónde vengo... Pues bien, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; y a él ustedes no lo conocen. Pero yo sí lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado”. Trataron entonces de capturarlo, pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: tú nos das un gran ejemplo de valentía presentándote ante los que te querían matar y hablando con fuerte voz. No había llegado todavía tu hora, sabías que estabas en las manos del Padre, así que decías y hacías lo que era su voluntad, sin importarte el peligro.

El Padre te había enviado, y no importaban las dificultades. Lo importante era obedecer.

Advertiste a tus discípulos que les iba a pasar lo mismo, también ellos serían perseguidos.

Así nosotros, los cristianos, y de manera especial los que te representamos ante los hombres, tus sacerdotes y tantas otras almas que están a tu servicio.

Señor, necesitamos también ser valientes, mártires de amor, sabiendo que seremos bienaventurados por tu causa. Sabemos que tu gracia no nos va a faltar, pero debemos llevar la cruz con alegría, para animar así a otros a seguir tus pasos.

Jesús ¿qué debo hacer para cumplir bien las exigencias de mi vocación, hasta el martirio?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: bienaventurados sean los perseguidos por mi causa, porque su recompensa será grande en el Reino de los cielos.

Ustedes son los mártires de mi amor.

Ustedes son las vocaciones que el Padre envía a trabajar en su mies. Pero algunos son perseguidos, tentados, puestos a prueba por mi causa, para tentar a aquel que me ha enviado. Y otros son asesinados desde antes de nacer.

Ustedes son mis mártires de amor, los que han muerto por mi causa y los que han superado la prueba y sirven en la inmutable fidelidad a mi causa. Pero su recompensa será grande en el cielo.

Algunos son bebés, atacados y asesinados en el vientre de sus madres. Son vocaciones truncadas. Pero a estos yo les digo: ¿acaso puede una madre olvidarse del hijo de sus entrañas? Pues, aunque una madre se olvidara de él, el Padre que está en el cielo nunca se olvidará.

A ustedes, los niños que se gestan en el vientre de la Madre, la Santa Iglesia, que son las vocaciones en los Seminarios –en donde son alimentados, protegidos, cuidados, para hacerlos crecer, para que, al nacer, sean luz para el mundo–, se les debe atender, formar bien y fortalecer, porque desde el vientre materno son perseguidos y tentados, puestos a prueba, calumniados, turbados, acechados, y están en peligro de ser robados al nacer.

Mis señales son claras: la mujer encinta gritaba con los dolores de parto y el tormento de dar a luz. El dragón esperaba para devorar al hijo en cuanto ella diera a luz. El niño, al nacer, fue arrebatado para ser protegido de las fauces del dragón. Y así serán protegidos ustedes, a los que les hace la guerra, porque guardaron los mandamientos de Dios y mantuvieron testimonio de mí.

¡Ay de aquel que haga daño a uno de estos niños! ¡Ay de aquel que trunque una vocación, porque es a mí a quien entrega, y más le valdría no haber nacido!

En el vientre se gesta, se forma, se protege, se consolida la vocación. Se necesita la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos y mi fe, hasta que la mies esté madura y haya metido la hoz.

Los formadores son pastores responsables de sus rebaños, formadores de hombres para que sean Cristos. Entonces deben conocer a sus ovejas y deben también ser Cristos, para que formen hábitos, que formen conciencias, que formen virtudes, que formen santos.

No es solo la Ley lo que deben estudiar y conocer, sino el contenido de la Palabra y al dueño de la Ley. Estudio y oración, para que me conozcan, para que me amen.

Para que conozcan a la Madre que los lleva en su vientre y les da vida en Cristo.

Para que conozcan a la Santa Iglesia, para que la amen y se enamoren, para desposarse con ella.

Para que aprendan a ser fieles novios enamorados de la Iglesia, que sueñen y añoren el día de su boda, la Ordenación, en el que jurarán fidelidad y servicio a Dios a través de su vocación al amor, sirviendo a su esposa amada, la Santa Iglesia, cuyo modelo es mi Madre.

Que sea mi Madre quien los proteja.

Que sea ella quien los haga nacer a la luz.

Que la reconozcan como Madre.

Que se reconozcan como hijos, para que sean configurados conmigo desde el vientre materno, en la fidelidad, en la obediencia, en la pobreza, en la castidad, en la fe, en la esperanza y en el amor.

Que la compañía de mi Madre fortalezca la voluntad de cada una de mis vocaciones, llamadas y elegidas desde antes de nacer, porque la vida comienza desde el vientre.

Que mi Madre sea el refugio y la protección ante la tentación del hijo.

Que mi Madre sea ejemplo de entrega y de servicio a Dios.

Que los hijos aprendan a transformar su vida en continua oración, y a adorar el corazón de su futura esposa, el corazón de la Santa Iglesia, que es mi Cuerpo y es mi Sangre, que es Eucaristía.

Que descubran la grandeza de la vocación a la que han sido llamados.

Que no busquen en el mundo el poder, sino la humildad; el placer, sino el sacrificio; la comodidad, sino el servicio; el primer lugar, sino el último; la lujuria, sino la castidad; la riqueza material, sino la pobreza; hacer su voluntad, sino la obediencia; porque yo no los he llamado para ser servidos, sino para servir.

Que busquen en la oración y en la contemplación el poder, el placer, la comodidad, el primer lugar, la fortaleza y la riqueza espiritual.

Que mantengan el fuego encendido de celo apostólico en sus corazones, para que sean mártires de mi amor, y perseveren fuertes, seguros, sanos, puros, venciendo en la batalla a toda persecución, y sean revestidos de fiesta, para compartir la mesa en mi banquete, para que sean verdaderos sacerdotes, vocaciones maduras, constantes mártires de mi amor, que se configuren conmigo constantemente y sean ejemplo en la práctica de su ministerio en la virtud.

Que los que son tentados, perseguidos, calumniados, atacados, por mi causa, los que incomodan a los cómodos y a los tibios, los que cumplen la ley y los mandamientos, y proclaman la verdad con mi Palabra y viven la fe, reciban la compañía y el auxilio de mi Madre, y mi misericordia, fortaleciendo su voluntad y su fe.

Que sepan que, aunque los persigan y los calumnien, aunque los condenen y los excluyan, su recompensa será grande si perseveran hasta el final; y que no están solos, yo los ayudo; que no tengan miedo, porque yo estoy con ustedes todos los días de su vida, hasta el fin del mundo».

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Madre mía: protege especialmente las vocaciones al sacerdocio desde su nacimiento, y dame fortaleza para cuidar la mía, hasta la muerte.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: acompáñame en mi formación permanente, para poder dar mucho fruto. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: yo los auxilio para que ustedes muestren al mundo la luz que llevan dentro.

Para que griten al mundo quiénes son, de dónde vienen y quién los ha enviado.

Para que den testimonio de fe los que han logrado vencer las batallas, los que no han caído en las trampas, los que han resistido a la tentación, los que han renunciado al mundo y han sido sacados del mundo porque no son de este mundo, pero que caminan entre el mundo como mártires de amor, conduciendo almas para construir el Reino de los Cielos para la gloria de Dios.

Para que la formación permanente sea a través de la santa cruz, y sea una formación continua y permanente.

Para que su oración sea de contemplación, adorando la santa cruz y la Eucaristía.

Para que sean constantemente fortalecidos en el amor.

Para que sientan mi presencia, y sea su refugio y su fortaleza la compañía de una verdadera Madre, para formar verdaderos sacerdotes».

¡Muéstrate Madre, María!