32. LA RESPUESTA DE LA FE – VOLUNTAD DE CREER
EVANGELIO DEL SÁBADO DE LA SEMANA IV DE CUARESMA
¿Acaso de Galilea va a venir el Mesías?
+ Del santo Evangelio según san Juan: 7, 40-53
En aquel tiempo, algunos de los que habían escuchado a Jesús comenzaron a decir: “Éste es verdaderamente el profeta”. Otros afirmaban: “Éste es el Mesías”. Otros, en cambio, decían: “¿Acaso el Mesías va a venir de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá de la familia de David, y de Belén, el pueblo de David?”. Así surgió entre la gente una división por causa de Jesús. Algunos querían apoderarse de él, pero nadie le puso la mano encima.
Los guardias del templo, que habían sido enviados para apresar a Jesús, volvieron a donde estaban los sumos sacerdotes y los fariseos, y éstos les dijeron: “¿Por qué no lo han traído?”. Ellos respondieron: “Nadie ha hablado nunca como ese hombre”. Los fariseos les replicaron: “¿Acaso también ustedes se han dejado embaucar por él? ¿Acaso ha creído en él alguno de los jefes o de los fariseos? La chusma ésa, que no entiende la ley, está maldita”.
Nicodemo, aquel que había ido en otro tiempo a ver a Jesús, y que era fariseo, les dijo: “¿Acaso nuestra ley condena a un hombre sin oírlo primero y sin averiguar lo que ha hecho?”. Ellos le replicaron: “¿También tú eres galileo? Estudia las Escrituras y verás que de Galilea no ha salido ningún profeta”. Y después de esto, cada uno de ellos se fue a su propia casa.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: se cumplía la profecía del anciano Simeón. Eres signo de contradicción. Dice san Juan que “surgió entre la gente una división por causa de Jesús”.
Y eso sigue sucediendo. Hay diversidad de opiniones sobre ti después de escuchar tu Palabra. O están contigo o están contra ti. Es decir, o te creen o no te creen.
Una persona que sí cree lo demuestra con sus obras. Pero la verdad es que los que no creen después de oírte, más bien “no quieren” creer.
Tú eres la Verdad y la Vida, de modo que tu mensaje resulta atractivo, pero también exigente. Hay que querer creer, para comprometerse con la Verdad y con la Vida.
Señor, sabemos que tú nos concedes la fe a través de tu gracia, pero exiges una respuesta. Reconozco, como sacerdote, que mi respuesta es especialmente importante, porque debo ser ejemplo de fe, además de que soy administrador de tus misterios.
Jesús ¿cómo puedo tener una fe fuerte, para dar testimonio?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: yo soy el Pan de la Vida. El que crea en mí vivirá para siempre.
Yo soy la Resurrección y la Vida.
Yo soy la Palabra, el Verbo encarnado, el Hijo de Dios hecho hombre.
Yo soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
Yo soy el Redentor y el Salvador de los hombres.
Yo soy el Cristo, que ha venido al mundo, no a buscar a los justos, sino a los pecadores.
Yo soy quien da testimonio de mí y del que me ha enviado, testimonio de la verdad, con mi Palabra y con mis obras.
Yo soy quien les ha dejado en la cruz el símbolo del amor, para que por este amor crean en mí, y en el que me ha enviado, porque nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Pero son hombres de poca fe. Y se requiere fe. El amor requiere una respuesta: que crean.
Yo soy el Amor, y me he quedado para esperar su respuesta.
Me he quedado en presencia, en Alma, en Cuerpo, en Sangre, en Divinidad, en Eucaristía, para que, al partir el pan, se abran sus ojos y me vean, para que se abran sus oídos y escuchen, para que crean en mí, porque el que crea en mí, aunque muera vivirá, porque yo no he sido enviado al mundo para juzgar, sino para que el mundo se salve por mí. Pero el que no crea será condenado, porque no ha creído en el Hijo único de Dios, porque la luz ha venido al mundo, pero han preferido las tinieblas.
Me he quedado en el mundo presente en cada uno de ustedes, configurándolos conmigo, haciéndolos Cristos, para que, a través de ustedes, el mundo crea.
Y les he dado el poder de ser luz para el mundo, convirtiendo el pan y el vino en mi Cuerpo y en mi Sangre, para llevar la luz al mundo, cuando, al partir el pan, se abran sus ojos y vean.
Pero algunos, aun teniéndome en sus manos, no me sienten; aun teniendo los ojos abiertos no me ven; aun teniendo los oídos abiertos no me escuchan, porque no quieren creer.
Y si no creen en mí, ¿cómo pueden ser Cristos? ¿Cómo pueden ser ustedes mismos algo en lo que no creen?
Y se vuelven anticristos, y falsos profetas, porque yo los llamé y los hice Cristos, pero algunos no están conmigo, y todo el que no está conmigo está contra mí.
Y están dentro de mi Iglesia, porque yo los hice parte, y la apostasía está en el lugar santo: en mis sacerdotes, profanando mi Cuerpo y mi Sangre, cometiendo sacrilegio, porque algunos viven en pecado. Porque quien no cree en mí, no cree en la ley del que me ha enviado, y no la cumple.
Y si ustedes no tienen fe, ¿cómo van a proclamar con veracidad mi fe?
Y si ustedes no creen en mí, ¿quién va a creer?
Los que tienen fe no permitan que la fe se extinga, crean en el poder de la oración, crean en la filiación que por heredad les ha sido dada, y pidan al Padre como un hijo pide a su padre un abrazo.
Pidan la gracia para que aumente su fe, para que quieran ver, para que crean, para que se arrepientan, para que se conviertan, para que pidan perdón, para que, por mi misericordia, sean perdonados y reconciliados conmigo, para que, al consagrar el pan y el vino, se transformen conmigo, y en esta transubstanciación sean configurados conmigo, para que sean verdaderos sacerdotes, verdaderos profetas, verdaderos Cristos.
Amigos míos: miren la creación de mi Padre. Yo quiero que toda su vida sea una ofrenda. También la belleza, también los buenos momentos, su alegría. Disfruten y ofrézcanlo por mí, eso me gusta.
Que todos los que han sido elegidos desde siempre y para siempre, y renuncien al mundo por mí, sean ofrenda, y hagan ofrenda de la creación de mi Padre.
Ofrenda de sí mismos, como yo, que sean conmigo en mi pasión.
En Getsemaní: entrega de la propia voluntad, para unirla en la voluntad del Padre. Aceptación, renuncia, petición con humildad, disposición a recibir al Espíritu Santo, para cumplir con los designios de la voluntad del Padre. Obediencia, caridad, determinación, valor.
En la flagelación: soportar, aceptar, recibir sin merecer, sin reprochar, ofrecer, perdonar, fortalecer la voluntad.
Durante la coronación de espinas: silencio, entereza, templanza, fe, justicia, entrega, abandono, confianza, obediencia, firmeza ante la humillación y la incomprensión.
Durante el camino de cruz: levantarse, seguir, no desfallecer, valentía, confianza, paso firme, sufrimiento, perseverancia, constancia, ejemplo, fortaleza, fidelidad, compromiso, trabajo, obediencia, confianza.
En la crucifixión: abandono, soledad, paciencia, mirada al cielo, confianza, perdón, misericordia, humildad, entrega total, donación, suplicio, sufrimiento, esfuerzo, obediencia, caridad, fe, súplica, esperanza, entregar el espíritu, darlo todo, hasta la vida, por amor.
En mi resurrección: la gloria en este mundo y en el Reino de los Cielos.
Quiero que mis pastores sean ejemplo, y guíen a mi pueblo».
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Madre mía, maestra de fe: tú eres bienaventurada porque creíste. Ayúdame a mostrar mi fe, poniendo por obra el amor de mi Señor.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: ustedes han creído.
Ustedes han sido escogidos porque tienen fe, para que lleven esta fe al mundo, para que den testimonio del amor de Dios, a través de la misericordia de la que son testigos.
Ustedes deben dar testimonio para que otros crean, para que aumente su fe.
Manifiesten su fe con obras, a través de obras de misericordia, para llevar mi auxilio de Madre a los que no creen, para que crean, para que se conviertan, para que sean de nuevo la luz para el mundo.
Que sea su oración la que aplaque la ira del Padre, pidiendo como hijos, para que, cuando partan el pan, sea fortalecida su fe, sean abiertos sus ojos y crean en la Eucaristía, en que es el Cuerpo verdadero y la Sangre verdadera del único Hijo del Dios verdadero, por quien se vive.
Yo quiero transmitir y restituir la fe, mediante la formación permanente de la conciencia, y del amor a la Eucaristía, en ustedes, mis hijos seminaristas y mis hijos sacerdotes».
¡Muéstrate Madre, María!