36. LIBERADOS – LA VERDADERA LIBERTAD
EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA V DE CUARESMA
Si el Hijo les da la libertad, serán realmente libres.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 8, 31-42
En aquel tiempo, Jesús dijo a los que habían creído en él: “Si se mantienen fieles a mi palabra, serán verdaderamente discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres”. Ellos replicaron: “Somos hijos de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: ‘Serán libres”?”.
Jesús les contestó: “Yo les aseguro que todo el que peca es un esclavo del pecado y el esclavo no se queda en la casa para siempre; el hijo sí se queda para siempre. Si el Hijo les da la libertad, serán realmente libres. Ya sé que son hijos de Abraham: sin embargo, tratan de matarme, porque no aceptan mis palabras. Yo hablo de lo que he visto en casa de mi Padre: ustedes hacen lo que han oído en casa de su padre”.
Ellos le respondieron: “Nuestro padre es Abraham”. Jesús les dijo: “Si fueran hijos de Abraham, harían las obras de Abraham. Pero tratan de matarme a mí, porque les he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo Abraham. Ustedes hacen las obras de su padre”. Le respondieron: “Nosotros no somos hijos de prostitución. No tenemos más padre que a Dios”.
Jesús les dijo entonces: “Si Dios fuera su Padre me amarían a mí, porque yo salí de Dios y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino enviado por él”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: todos nos damos cuenta de que el pecado esclaviza. El hombre termina perdiendo su libertad cuando se deja encadenar por las trampas del pecado.
Sucede sobre todo cuando se dice que una persona está “enviciada”. Ya tiene el vicio de pecar, no puede, o no quiere, salir de esa situación. Y se engaña, disfrazando las cosas, justificando su conducta con argumentos mentirosos. Como si la ley de Dios admitiera excepciones.
Tú eres la Verdad, y el demonio es el padre de la mentira. Él es el que se encarga de poner las trampas y engañarnos, para caer en sus redes.
Pero la verdad nos hace libres. Solo reconociéndote a ti, a tu ley, podemos evitar esas cadenas del pecado.
Señor: reconozco que viviendo en medio del mundo estoy expuesto a muchas tentaciones, pero también sé que tu gracia no me va a faltar si soy sincero, si reconozco mi debilidad y acudo a la oración y a los sacramentos.
Y también si me dejo ayudar. No me faltará un pastor que me acompañe, pero también necesito la ayuda de mis ovejas.
Jesús, ¿qué necesito hacer para permanecer siempre en la verdad?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: yo vivo en ti. Yo soy la verdad. Tú vives en mí, vives en la verdad, y la verdad es lo que te hace libre.
Permanece en mí, como yo permanezco en ti, para que permanezcas en libertad para amar, para obrar, para entregarme tu vida, para encontrar en mí la fuente de vida y de salvación.
Yo siempre vivo en ti, pienso en ti, permanezco en ti, y en todos los que creen en mí, para hacerlos míos, para unirlos al Padre en el Espíritu. Esa es la verdad, y esa es la verdadera libertad.
Contémplame crucificado, con mis pies totalmente cubiertos de mi preciosa sangre; sangre que escurre por mis piernas, y sangre que brota de las heridas de mis pies, atravesados por un clavo de hierro, que une mis pies y que me apresa, me esclaviza, me priva de libertad y me lastima.
Es un martirio abominable, que me causa un absurdo e inimaginable dolor, un terrible tormento, y a ti te causa un profundo sufrimiento.
Es mi sangre derramada fuente de vida y bebida de salvación.
Es por amor tu sufrimiento, que se une al mío y me consuela, me cautiva, te hace mío.
Permanece a mis pies, porque has encontrado el Camino, la Verdad y la Vida.
Que sea tu fe fortalecida por mi amor, y por esa fe sea derramado el amor a través de lazos espirituales tan fuertes, que rompan las cadenas de los hombres con el mundo, y en esa libertad construyan puentes de unión, para que compartan su fe y su amor, para que vivan en la verdad, cumpliendo los mandamientos de la única ley veraz: la ley de Dios, que es Palabra encarnada y crucificada, que se ha hecho esclava en esta cruz, para liberar a los hombres, para que todo el que la cumpla sea libre.
Palabra que ha sido exaltada para que crean, para que la pongan por obra, para que, en libertad, elijan vivir en la verdad que los hace libres a la luz del Evangelio, o encadenarse a la esclavitud del pecado, para morir en la oscuridad de la mentira.
Yo les he dado la libertad al hacerme esclavo.
Yo no he venido a salvarme a mí, bajando de mi cruz, para librarme de la muerte.
Yo he venido a liberar a mi pueblo, permaneciendo en esta cruz hasta el final, muriendo para vencer la muerte, rompiendo las cadenas que los atan al mundo, para salvarlos, para hacerlos libres.
Yo he ganado para ustedes la vida eterna, cumpliendo mis promesas, reconstruyendo en tres días el templo que ustedes mismos destruyeron.
Y he ganado para ustedes la libertad de elegir la vida, viviendo en mí, o de regresar a la vida del mundo, que los conduce a la muerte.
El amor es libre y los hace libres.
Es por amor que he ganado la filiación divina para mi pueblo, por la que el hombre permanece libre a imagen y semejanza de Dios, pero que los une por libre elección al único Dios verdadero, para hacerlos verdaderamente libres».
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Madre nuestra: Jesús nos pide mantenernos fieles a su Palabra para conocer la verdad. Sabemos que esa verdad la vamos conociendo a través de la formación permanente.
A mí me da mucha paz saber que la verdad nos hará libres, porque esa verdad es la que me da la seguridad de ir por buen camino, y de saber llevar a otros al amor de Cristo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: que el amor de Cristo derramado en la cruz fortalezca los lazos de unión entre ustedes, para que, en esta unidad, se manifieste una verdadera comunión espiritual en Cristo, que dé como fruto la unidad de corazones de todos los fieles, para que su fe se extienda, para que sean ustedes fortalecidos por la oración y el sacrificio de ellos, en la seguridad del amor de Dios, amor incondicional que no es egoísta, sino que libera de las ataduras que los encadenan a ustedes al mundo, para que conozcan la verdad y sean libres, para que, en esa libertad, sus conciencias sean bien formadas, para lograr en toda situación un buen discernimiento, siempre orientado al verdadero amor.
Yo intercedo como Madre, para que ustedes, mis hijos sacerdotes y seminaristas, reciban las gracias del Espíritu Santo, para poder discernir y decidir en toda ocasión, con bases firmes y bien formadas, permanecer en el Camino, la Verdad y la Vida, que es la cruz de Cristo.
Algunos de mis hijos se están muriendo. Se les está muriendo el alma. Son muertos en vida, porque tienen el alma muerta, aunque tengan el cuerpo vivo.
Los que cometen pecado son pecadores, y esa es la verdad. Pero también es la verdad que es a ellos a quienes Jesús vino a salvar.
Él vino a resucitar a los muertos. Para eso descendió a los infiernos, para llamar a todos, también a los pecadores que ya habían muerto.
Infinita es su misericordia, y aun así hay algunos que no creen».
¡Muéstrate Madre, María!