22/09/2024

Jn 10, 11-16

VII, n. 48. ESCUCHAR LA VOZ DEL PASTOR – ENTRAR POR LA PUERTA

FIESTA DE SAN RAFAEL GUÍZAR Y VALENCIA, OBISPO

El buen pastor da la vida por sus ovejas.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 10, 11-16

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas.

Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: san Rafael tuvo en vida mucha fama de ser un obispo santo, modelo de todos los pastores que dan la vida por sus ovejas. Le tocaron tiempos muy difíciles en México, tiempos de muchos mártires, en donde era arriesgado ejercer el ministerio sacerdotal. Y él no dudó en cumplir con sus obligaciones, porque sus ovejas lo necesitaban.

Misionero infatigable, llevó tu palabra a todos los que tenían sed de ti, caracterizándose también por ser un padre solícito y bienhechor de los pobres y desamparados.

Yo te pido la gracia para que todos los pastores podamos imitar su ejemplo, llevando el alimento a tus ovejas, aunque sea a costa de arriesgar la vida, sabiendo que no nos faltará tu ayuda, porque las ovejas son tuyas y nosotros, sacerdotes, somos Cristo.

En tu diálogo con los fariseos sobre el buen pastor utilizaste expresiones que ellos entendían bien en su sentido literal, pero también querías dejar una enseñanza, para que la aplicaran a sus vidas.

Habías advertido al pueblo que hicieran lo que les decían los fariseos, pero que no imitaran sus obras, porque dicen y no hacen: eran malos pastores. Por eso hablas del asalariado, del que huye cuando ve venir al lobo, del que no le importan las ovejas.

También en tu discurso hablas de que el buen pastor conoce a sus ovejas, da la vida por ellas, y ellas conocen su voz.

Incluso dices que tú eres la puerta, y que es necesario entrar por ti para salvarse.

Para nosotros está todo muy claro: escuchar tu voz y seguirte es lo que nos da seguridad, no debemos seguir falsos pastores.

Tus sacerdotes debemos ser esos buenos pastores, que den seguridad a las ovejas, que den el alimento y la bebida de salvación. Debemos ser los primeros en entrar por la puerta: entrar como corderos y salir como pastores.

Jesús, sé que la puerta es angosta, es una puerta de cruz, porque hay que dar la vida, como tú, ¿qué debo hacer para escuchar siempre tu voz, y así reconocerte y seguirte?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: ven. Yo soy el Buen Pastor y conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí.

Yo las llamo por su nombre, y ellas me escuchan y me siguen.

Amigo mío. Ese es tu nombre.

Yo te llamo y tú me escuchas, y reconoces mi voz, porque yo soy el mismo ayer, hoy y siempre.

Yo soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Mi Carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida.

Yo he obedecido en todo a mi Padre, por quien he sido enviado, para ser igual a su rebaño en todo, menos en el pecado.

Yo he sido tentado y perseguido, y he sido traicionado, inmolado y sacrificado, y he guardado silencio cuando he sido llevado como cordero al matadero, y me he hecho pecado para destruir el pecado, y he cargado mi cruz, y me han clavado en mi cruz.

Yo he vencido al mundo.

Yo soy el Buen Pastor y doy la vida por mis ovejas. Nadie me la quita. Yo la doy por mi propia voluntad, para hacerme puerta.

Yo soy la puerta de las ovejas. El que entre por mí se salvará. Yo soy la vida. El que crea en mí y venga, tendrá vida en abundancia.

Yo he sido enviado al mundo, para sacarlos del mundo. Y he abierto la puerta del Paraíso para los que no son del mundo. Los que creen en mí y obran por mí, conmigo y en mí, no son de este mundo, y yo los resucitaré en el último día.

Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz y abre la puerta cenaré con él y el conmigo.

Entren por esta puerta como corderos, con humildad, en comunidad, con docilidad, en obediencia a la voz que llama, soportándose unos a otros, en unidad fraterna. Entonces yo los haré pastores, para que salgan a buscar a mis ovejas, para que las reúnan en un solo rebaño y con un solo Pastor, y entren por esta puerta.

Yo conduzco a mis ovejas hacia pastos verdes y fuentes tranquilas, para reparar sus fuerzas.

Las guío por el sendero justo, por el honor de mi nombre.

Aunque caminen por cañadas oscuras nada temen, porque yo estoy con ellas.

Mi vara y mi cayado las sosiegan y les dan seguridad.

Preparo una mesa para ellas enfrente de sus enemigos.

Les unjo la cabeza con perfume, y su copa rebosa.

Mi amor los acompaña todos los días de su vida.

Y habitarán en mi casa eternamente.

Los falsos pastores no tratan así a sus ovejas, sino que las entregan a los lobos y los lobos se las comen. Es fácil reconocer a los lobos disfrazados de ovejas, porque están entre las ovejas, pero viven entre pastos descuidados y crecidos, porque ellos no son como las ovejas, no comen pasto. Y por sus frutos los reconocerán. Todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos.

No todo el que me llame ‘Señor’ entrará al Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en el cielo.

La voluntad de mi Padre es que todos entren por esta puerta.

Mi Madre busca a mis corderos, para traerlos a mí, para que entren por la puerta como corderos y salgan como verdaderos pastores.

Quien a ti te escucha, a mí me escucha. Quien a ti te rechaza, a mí me rechaza, y quien a mí me rechaza, rechaza también al que me ha enviado.

Yo te doy el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones, y el enemigo no podrá hacerte daño. Pero no te alegres por eso, alégrate más bien porque te he dado la compañía de mi Madre, y tu nombre está escrito en el cielo.

Contempla mi cuerpo crucificado en la cruz, agonizando, y escucha mi voz pronunciando con esfuerzo estas palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo; ahí tienes a tu madre”, haciéndome a ti, sacerdote, y haciéndote a mí, para ser uno, como el Padre y yo somos uno, para ser una sola ofrenda en cada Eucaristía, renovando tu vocación sacerdotal, que es vocación al amor, entrega total.

Contempla cómo se abre la puerta del Paraíso, mientras un mar de sangre y agua inunda el mundo.

Contempla a mi Madre, y a ti mismo junto a ella, quien te conduce hacia la puerta, por el camino que soy yo, y la puerta es de cruz.

Ella busca a los corderos que están escondidos, a los que tienen miedo y se sienten perdidos. Ella los reúne y ora con ellos, para que el Espíritu Santo, que está con ella, también esté con ellos, y fortalecidos caminen de la mano de la Madre por el camino seguro, como corderos, con humildad, con docilidad, en obediencia y fidelidad, y entren por la puerta como corderos, para que salgan como pastores, a buscar a sus ovejas.

Yo conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí. Si las ovejas no me siguen es porque no me conocen.

Yo abro tus ojos y tus oídos, para que me veas, para que me escuches, para que me reconozcas, para que me sigas, para que mueras al mundo y te salves por mí. Entonces te haré verdadero pastor. Porque ¿de qué te sirve salvar al mundo si no te salvas a ti mismo?

Lucha por entrar por la puerta angosta, porque, aunque muchos pretendan, no todos podrán entrar.

Yo no soy ningún extraño. El que me conozca, que escuche mi voz y me siga».

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Madre mía, Madre del Buen Pastor: me siento especialmente tu hijo por estar configurado con Cristo, Buen Pastor. Enséñame a darme más cuenta de que mi vocación de sacerdote me obliga a buscar constantemente mi plena identificación con Él.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: tú me cuidas como buena madre. Ayúdame a buscarte y quererte, como buen hijo. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: en la Iglesia hay lobos infiltrados, que distraen a los pastores, y se vuelven tibios, resignados, y esos son los corazones más pobres, los más necesitados.

Yo quiero llegar a todos, también a ellos, porque donde hay vida hay esperanza.

Yo soy Madre y los quiero a todos.

Yo quiero llevar a todos la voz del Buen Pastor, a través de la formación permanente, para la renovación de su alma sacerdotal, que les recuerde que la vocación del sacerdote es Cristo.

Yo quiero llegar a los más posibles, para que cada uno de mis hijos sacerdotes recuerde quién es, y a qué fue llamado.

Yo quiero llevarles la alegría de saber que su vocación es la mejor, la más hermosa, porque es vocación al amor, que nace en un encuentro personal con Cristo y se renueva constantemente al pie de la cruz, en el altar.

La vocación del sacerdote es ser el discípulo que nunca abandona, que está en el altar al pie de la cruz, acompañando a la Madre, uniéndose en el sacrificio de Cristo, que dice: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Y Jesús se hace al discípulo, y el discípulo a Cristo.

Y es ahí la unión de todos en ese Hijo que nos hace hijos a todos, en el cuerpo de Cristo. Es así que el sacerdote es Cristo. Es Jesús que se queda en el sacerdote, como mi hijo, viviendo en medio del mundo, para llevar a las almas el conocimiento de la verdad que se revela en el único y eterno sacrificio, y que es Eucaristía.

El sacerdote renueva esa unión en cada consagración, para ser Cristo resucitado y vivo en cada uno, y que permanece a través de ellos cumpliendo la misión que el Padre le ha encomendado, hasta que vuelva.

La vocación del sacerdote es de hijo y de pastor, para llevar a todas las almas al abrazo misericordioso del Padre, conduciendo a las ovejas para que entren por la puerta y sean parte de un mismo redil en un solo rebaño.

Que sean mi hijo. Eso es lo que Jesús manda en la cruz, para que sean como Él, aprendiendo de la Madre a ser obedientes hasta la muerte.

La vocación del sacerdote es ser el que permanece y no abandona, el que se entrega, el que ama. Es Cristo, Buen Pastor, enamorado de sus ovejas.

Quiero que se den cuenta del verdadero valor de su vocación: ustedes son Cristos resucitados y vivos en medio del mundo, llevando la buena nueva a todos los rincones de la tierra. Pero algunos no los escucharán y no se convencerán, ni aunque resucite un muerto».

¡Muéstrate Madre, María!