38. CONFIGURADOS CON JESÚS – HACER LAS OBRAS DE DIOS
VIERNES DE LA SEMANA V DE CUARESMA
Intentaron apoderarse de él, pero se les escapó de las manos.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 10, 31-42
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, los judíos cogieron piedras para apedrearlo. Jesús les dijo: “He realizado ante ustedes muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?”.
Le contestaron los judíos: “No te queremos apedrear por ninguna obra buena, sino por blasfemo, porque tú, no siendo más que un hombre, pretendes ser Dios”.
Jesús les replicó: “¿No está escrito en su ley: Yo les he dicho: Ustedes son dioses? Ahora bien, si ahí se llama dioses a quienes fue dirigida la palabra de Dios (y la Escritura no puede equivocarse), ¿cómo es que a mí, a quien el Padre consagró y envió al mundo, me llaman blasfemo porque he dicho: Soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a las obras, para que puedan comprender que el Padre está en mí y yo en el Padre”. Trataron entonces de apoderarse de él, pero se les escapó de las manos.
Luego regresó Jesús al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado en un principio y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían: “Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan decía de éste, era verdad”. Y muchos creyeron en él allí.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: todas las obras que hiciste en tu paso por la tierra fueron buenas. Esas obras eran las que daban testimonio de ti.
Eran evidentemente buenas, porque tú eres la Bondad. Somos los nosotros los que hacemos obras malas, por causa del pecado.
Tú pides que te crean, porque haces las obras de tu Padre, que está en ti, y tú en Él.
Jesús: por tu encarnación nos has hecho partícipes de la naturaleza divina. Yo quiero también hacer las obras del Padre, para dar testimonio de ti, porque estoy configurado contigo.
Y las hago, por ejemplo, cuando administro los sacramentos en tu nombre. Cuando yo bautizo eres tú quien bautiza; cuando proclamo las Escrituras eres tú quien habla.
Es una gran responsabilidad, pero me siento fuerte, porque tú me das la gracia para hacer obras buenas.
Señor, ¿cómo puedo ser más consciente de esa configuración que tengo contigo, para realizar siempre las obras del Padre?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: ven, obedéceme, abandónate en mí y confía, que yo te llenaré de mi misericordia y te resucitaré en el último día.
Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, pues para Él todos viven, porque yo fui enviado al mundo para que todo el que crea en mí tenga vida eterna.
Yo he sido enviado al mundo para rescatar a los hombres de la muerte, para darles vida.
Yo soy la resurrección y la vida. El que crea en mí, aunque muera vivirá.
Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. El que me conoce a mí conoce también a mi Padre.
Yo soy tu único Maestro, y yo te enseñaré todas las cosas. Pero luego debes meditarlas con mi Madre, en tu corazón, para que el Espíritu Santo te recuerde todas las cosas, y tú las enseñes y las hagas vida, llevando estas enseñanzas a todas las naciones, para que me conozcan, llevándome a ellos con mi Palabra, a través de tu boca, y que mi misericordia llegue a ellos a través de tus obras de misericordia, para que, el que no crea que el Padre está en mí, crea al menos por las obras, porque el Padre, que permanece en mí, es el que realiza las obras.
Todos los cabellos de tu cabeza están contados, y yo amo cada célula de tu cuerpo y cada poro de tu piel. Eres mío en cuerpo y en alma para siempre, y yo te resucitaré en el último día, para que contemples a mis ángeles en el cielo, y contemples mi cuerpo glorioso. Para que tú, por mi misericordia, vivas como los ángeles en el cielo, que constantemente ven el rostro de Dios.
Pero ahora vives en un cuerpo mortal, que tiene miserias, tentaciones, debilidades, fragilidad, para que, tomando conciencia de tu pequeñez, se forme tu carácter y se fortalezca tu voluntad, para entregarte todos los días unido a mí en mi único y eterno sacrificio, para morir al mundo por mí, conmigo y en mí, para vivir en mi resurrección por mí, conmigo y en mí.
Aprende a morir todos los días al mundo, para resucitar en mí, porque al final, los que se salven serán más que ángeles, porque serán como los ángeles del cielo, que no se casan ni necesitan bienes terrenos, pero además también son hijos de Dios, y recibirán la resurrección, no solo del alma, sino también del cuerpo, para que participen de la gloria de Dios en alma y en cuerpo, como yo, que les merece la filiación divina que yo he conseguido para ustedes, con mi pasión y muerte, y con mi resurrección.
Aprende que, para participar de mi gloria en la vida eterna, yo he conseguido para ti participar de mi gloria primero en esta vida terrena, muriendo al mundo cada día, renunciando a ti mismo para tomar tu cruz y seguirme, para seguir mi camino, y que aprendas a vivir y a permanecer en mí, como yo vivo y permanezco en ti.
Así, yo te resucitaré también para la vida eterna.
Obedéceme, abandónate en mi misericordia y confía en mí, para que seas siempre morada, porque el lobo está al acecho, y tú eres un cordero suculento, pero que yo he puesto bajo el resguardo de mi Madre, bajo el cuidado de mis ángeles y mis santos, y bajo mi protección, y te doy mi misericordia para fortalecer tu fe y aumentar tu deseo de cielo, tu anhelo de eternidad; pero sobre todo tu amor, para que el celo por mi casa te devore, y vivas tu ministerio en santidad, muriendo al mundo cada día, viviendo en medio del mundo en la gloria de mi resurrección, haciendo mis obras, siendo ejemplo para alcanzar con todas las almas mi eternidad; porque ¿de qué te sirve ganar el mundo entero si arruinas tu vida?
Yo quiero que descanses en mí, en la seguridad de mi amor por ti, porque mi yugo es suave y mi carga ligera. Continúa caminando y construyendo mis obras.
Yo obedezco en todo a mi Madre, y a ti nunca te faltará el vino si haces lo que yo te digo.
Yo te digo: tú acompañas a mi Madre al pie de mi cruz, y no hay honor más grande».
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Madre mía, Virgen del Camino: muéstrame a tu Hijo para siempre seguir sus pasos. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo mío, sacerdote: aprende que vivir muriendo al mundo cada día es vivir en la victoria de Cristo, que ha vencido al mundo destruyendo la muerte con su muerte, y ganando para el mundo la vida en su resurrección.
Aprende todos los días, porque la lucha es todos los días.
La victoria es un sí constante. Es así como creces y avanzas en este camino en el que todos los días das pequeños pasos hacia el cielo, en donde el sí es eterno.
En el mundo hay mucha tribulación, pero Cristo ha vencido al mundo.
Avanza sin detenerte y sin resignarte a quedarte a medio camino.
El camino es Cristo, y ha de llevarte a la plenitud de su encuentro para la vida eterna, en el sí constante de la entrega confiada, abandonada y obediente de tu voluntad, por su divina misericordia».
¡Muéstrate Madre, María!