22/09/2024

Jn 12, 44-50

71. ILUMINAR EL MUNDO – LLEVAR LA LUZ DE CRISTO

EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA IV DE PASCUA

Yo he venido al mundo como luz.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 12, 44-50

En aquel tiempo, exclamó Jesús con fuerte voz: “El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no siga en tinieblas.

Si alguno oye mis palabras y no las pone en práctica, yo no lo voy a condenar; porque no he venido al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo.

El que me rechaza y no acepta mis palabras, tiene ya quien lo condene: las palabras que yo he hablado lo condenarán en el último día. Porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que mi Padre, que me envió, me ha mandado lo que tengo que decir y hablar. Y yo sé que su mandamiento es vida eterna. Así, pues, lo que hablo, lo digo como el Padre me lo ha dicho”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: cuando reflexiono en esas palabras tuyas diciendo “yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no siga en tinieblas”, no puedo dejar de pensar en mi vocación sacerdotal. Está claro que tú encendiste esa luz en mi alma, y no quieres que la ponga debajo de la cama, sino en el candelero.

Si me llamaste es porque quieres que ilumine a los demás con esa luz que has encendido en mi corazón. Soy portador de tu gracia, a través de la predicación de tu Palabra y la administración de los sacramentos.

Tú eres la Luz y te haces presente en la Sagrada Eucaristía. Señor, ¿qué debo hacer para mantener encendida esa luz y transmitirla eficazmente a los demás?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: vengan a conocer la intimidad revelada de Dios por el Espíritu.

Yo soy el pan vivo bajado del cielo, para que quien lo coma no muera. El que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo le voy a dar es mi carne, para la vida del mundo.

Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Yo soy Eucaristía, fuente inagotable de misericordia, que renueva a los hombres constantemente cuando hacen esto en memoria mía, en este único y eterno sacrificio, en el que doy mi vida. Nadie me la quita, yo la entrego por mi propia voluntad, para que el mundo tenga vida, derramando constantemente la misericordia de Dios sobre las miserias de los hombres, perdonando los pecados de los hombres, alimentando el espíritu de los hombres, hasta que vuelva.

Entonces me sentaré y tomaré posesión del mundo y de lo que me pertenece, que por mi cruz y resurrección he ganado, y los haré partícipes de un único y eterno banquete celestial en la gloria de Dios Padre.

Yo soy el alimento que nunca se acaba. Pero son ustedes, sacerdotes, los que lo entregan con generosidad. Pero si ustedes no creen, si se debilita su fe, y si dejan vacío el sagrario, y si no me prestan sus manos y su voz, no consagran.

¿Cómo tendrá vida el mundo?

¿Cómo llegará mi alimento a todos los que creen en mí, y me aman, y me esperan, y me adoran?

¿Cómo llegará mi luz para iluminar la oscuridad de los que viendo no ven y oyendo no oyen?

¿Cómo disiparé las dudas de los que viven en tinieblas si los que son mi luz se apagan porque no tienen fe?

Ustedes son la luz del mundo y la sal de la tierra. No permitiré que la sal se vuelva insípida y que se apague la luz. Antes bien, salaré la tierra con el mar de mi misericordia y la iluminaré con mi luz, y les mostraré el camino, porque yo soy la luz del mundo: el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá luz para la vida.

Y de esto doy testimonio yo mismo.

Yo quiero llevar la luz a mis amigos, para que llegue mi misericordia a través de ustedes al mundo entero.

Sus corazones han sido encendidos con mi luz, no para que se esconda, sino para que se vea, para que ilumine a todos los de la casa, y brille la luz de ustedes ante los hombres, para que vean las obras que ustedes hacen y glorifiquen al Padre.

Por sus obras sabrán que su luz no es sabiduría de los hombres, sino que viene de Dios».

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Madre de la Luz: yo sé que tú me miras de una manera especial, por mi configuración con Cristo. Él dijo que es la luz del mundo, y que quien lo sigue no andará en tinieblas. A nosotros nos pide que brille nuestra luz delante de los hombres.

Me doy cuenta de que el ministerio sacerdotal me exige más que a nadie ser ese candelero, para hacer brillar la luz de Cristo, a través de todas mis tareas pastorales, pero, sobre todo, a través de mi vida, que debe reflejar la de Jesús.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: intercede para que pueda hacerlo bien. Te pido que me ilumines tú, para que valore más mi sacerdocio. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: en mi vientre brilla la luz para el mundo. Luz que Dios dio a los hombres a través de mi amor de Madre. Pero los hombres no la recibieron, porque amaron más las tinieblas que la luz. Porque todo el que obra mal aborrece la luz, pero el que obra la verdad va a la luz. Y es así que se manifiestan las obras de Dios.

Es así como yo quiero hacer llegar mi amor a ustedes, mis hijos más amados, mis sacerdotes, llevándolos con mis obras a la luz, para que vuelva a brillar la luz a través de ustedes, para el mundo entero, por mi amor de Madre.

Ustedes son el tesoro más amado de mi corazón de madre.

Ustedes han sido llamados a ser camino, porque son partícipes del misterio de salvación.

Ustedes han sido llamados a conocer la verdad, a vivir la verdad, a ser la verdad en Cristo y a llevar la verdad al mundo.

Ustedes son llamados a ser vida y a dar vida, porque son fuente del agua de salvación, porque tienen el poder de ser y hacer.

Ustedes son instrumentos sagrados del amor de Dios. Esa es su vocación: vocación al amor.

Ustedes son el camino, la verdad y la vida, por Cristo, con Cristo, en Cristo.

Ustedes son quienes realizan milagros con sus manos, todos los días.

Ustedes son quienes iluminan al mundo, porque son luz del mundo y sal de la tierra.

Ustedes son las manos que transforman el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y elevan a Dios ante el mundo en cada sacramento de Eucaristía.

Ustedes son quienes configuran su cuerpo y su alma con Cristo.

Ustedes son los brazos del Padre, que acogen, que abrazan.

Ustedes son los pastores que guían al pueblo de Dios, que lo reúnen en un solo rebaño y lo confirman en una misma fe.

Ustedes son el rostro de Cristo, el rostro de la misericordia de Dios.

Ustedes son el rostro del amor.

Ustedes son fieles soldados y custodios del Cuerpo y la Sangre de Cristo, en la Eucaristía y en ustedes mismos.

Ustedes llevan en su vocación el tesoro de Dios, pero lo llevan en vasijas de barro».

¡Muéstrate Madre, María!

 

CUIDADOS DE MADRE - BRILLÓ LA LUZ PARA EL MUNDO

MES DE MAYO

Yo he venido al mundo como luz.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 12, 44-50

En aquel tiempo, exclamó Jesús con fuerte voz: “El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no siga en tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las pone en práctica, yo no lo voy a condenar; porque no he venido al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo.

El que me rechaza y no acepta mis palabras, tiene ya quien lo condene: las palabras que yo he hablado lo condenarán en el último día. Porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que mi Padre, que me envió, me ha mandado lo que tengo que decir y hablar. Y yo sé que su mandamiento es vida eterna. Así, pues, lo que hablo, lo digo como el Padre me lo ha dicho”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: en muchos lugares del mundo se procura establecer una jornada especial para honrar a las madres, sobre todo en el mes de mayo, aunque todos los días son buenos para manifestarles nuestro amor y nuestro agradecimiento filial. Hoy queremos hacer también un recuerdo especial de la Madre de Dios, que es madre nuestra: tuya y mía, Jesús.

En el santo Evangelio aparecen muy pocas referencias a Santa María, porque se mantuvo siempre muy discreta, aunque siempre estuvo acompañándote y, junto a ella, otras mujeres. Yo pienso que el motivo por el que te acompañaba era, sobre todo, porque su presencia era para ti fundamental para cumplir con tu misión en la tierra. Tú podías haberle ahorrado sufrimientos, pero la necesitabas junto a ti. No solo la amabas con corazón de hombre, como un buen hijo, sino que la amabas como Dios, deleitándote en la entrega generosa de un alma que se llamó a sí misma esclava del Señor.

Jesús, yo también tengo necesidad de la presencia continua de la Madre, para ejercer fielmente mi ministerio. Sé que me la diste como Madre en la persona del discípulo amado, al pie de la cruz. Yo, sacerdote, como Juan, quiero sentirme con ese derecho especial de recibir su ayuda y su consuelo. ¿Cómo puedo acogerla dignamente en mi casa?

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Madre mía, Virgen de Guadalupe: gracias por estar siempre a mi lado mostrándote Madre.

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«Hijo mío, sacerdote: ¿de qué te preocupas? ¿Qué te aflige? ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?

Te diré qué es ser madre.

Una madre está siempre dispuesta a recibir, a cuidar, a proteger, a hacer crecer, a ofrecer, a entregar.

Una madre protege, da seguridad, siempre está cerca, nunca abandona.

Una madre ama y se deja amar, abraza y se deja abrazar.

Una madre escucha, medita y guarda en su corazón, aconseja, anima y conoce al hijo, sufre con él y lo deja sufrir para que crezca, pero corrige sus errores, y acompaña y consuela, y se alegra con el hijo.

Una madre ama con amor de Dios, con amor infinito. Porque Dios es Padre y es Madre y su amor es infinito.

Una madre no limita su amor, y su capacidad de amar es tan grande que ama con el mismo amor a tantos hijos como tiene.

Una madre da esperanza y aliento y guía por el camino correcto.

Una madre no cuestiona ni duda, ella da la vida por el hijo.

Hijo mío: yo soy Madre, y me gusta abrazarte con mi manto, para protegerte, cuidarte, confortarte, consolarte, darte calor, hacerte descansar, guardarte, darte seguridad, aliento, fortaleza, mantenerte en la fe, darte esperanza y conducirte al encuentro del amor.

Ser madre es hacerse última para ser primera.

Primera en servir, en amar, en dar, en entregarse, en generosidad, en humildad, en demostrar la fe, en dar esperanza, en dar caridad.

Primera en aconsejar, en enseñar, en consolar, en perdonar, en sufrir con paciencia los defectos de los demás, en orar por sus hijos vivos y muertos.

Primera en alimentar, en dar de beber, en vestir al desnudo, en acoger al necesitado, en visitar al enfermo, en visitar al preso, en dar digna sepultura al muerto.

Primera en bendecir, en alabar, en adorar, en glorificar a Dios.

Primera en decir sí a la voluntad de Dios.

Última, para ser la esclava, y primera, para servir a Dios.

El corazón de una madre es suave, dulce, tierno, sensible, de carne, expuesto a ser herido, humillado, abandonado, criticado, despreciado, lastimado. Pero atractivo, porque en él está el amor, y es amado, respetado, cuidado, bendecido, venerado.

El corazón de una madre es paciente, es clemente, es generoso, es misericordioso, porque al dar la vida dando vida, se hace morada del Espíritu Santo, y es sabio, entendido, da consejo, es fuerte, tiene ciencia y piedad, pero, sobre todo, el corazón de una madre es temeroso de Dios, y se hace última para llevar a sus hijos a Dios.

Mi maternidad fue concedida por un sí en la pureza de la intención de mi corazón de niña, humilde, inocente, entregado, deseoso de recibir y ser llenado, que estuvo dispuesto a recibir al Espíritu Santo, y con Él, recibí el amor.

Y mi corazón fue llenado de alegría y desbordado de Dios, concebido en mi vientre por obra del Espíritu Santo, encarnando el amor en la pequeñez de mi humanidad para hacerse hombre, para hacerse hijo, para hacerme madre.

Y el Verbo se hizo carne para habitar entre los hombres.

Y a mí me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes obras el que es todopoderoso y santo, y su misericordia alcanzará de generación en generación a los que le temen, para derribar a los poderosos y enaltecer a los humildes, para colmar de bienes a los hambrientos y despedir a los ricos con las manos vacías.

Una madre da la vida, para que el hijo tenga vida.

Una madre da la vida disminuyendo, para que el hijo crezca.

Una madre da la vida acompañando al hijo, para que nunca se pierda.

Una madre da la vida para sostener al hijo, para que persevere en cumplir con su misión según la voluntad de Dios.

Una madre permanece y acompaña cuando todos se han ido.

Una madre consuela y abraza cuando parece que todo está perdido.

Una madre compadece y conforta y da esperanza, porque un corazón de madre siempre conserva la fe.

Yo comparto contigo los tesoros de mi corazón, para que aumente tu fe, para darte esperanza, para darte la caridad de mi corazón, y mostrarte que yo soy Madre.

Yo guardo entre los tesoros de mi corazón el recuerdo de un bebé formándose en mi vientre de mujer. Luego lo llevé en mis brazos, y más tarde lo vi caminar a mi lado, tomándome de la mano. Acompañé a ese niño cuando iba creciendo, haciéndose joven, pero junto a mí seguía siendo un niño. Se hizo hombre y parecía que caminaba solo, pero su corazón estaba unido al mío, y yo lo fortalecía y lo protegía, y lo acompañaba a dondequiera que él iba. Él entregó su vida, y yo estuve a sus pies sosteniéndolo, alentándolo, confortándolo, acompañándolo, entregando también mi vida junto con Él. Otro hombre estaba junto a mí al pie de la cruz, uniéndose a mis sufrimientos, quien me recibió y me acogió en su casa.

Recíbeme tú, hijo mío, y te daré el beso de mi bendición y el sello de mi protección maternal, para que perseveres en la lucha y logres el triunfo en la batalla final.

Mi corazón está abierto y expuesto con el de mi Hijo en la cruz, en la unión que me hace participar como corredentora de la misión salvadora de los hombres, en el sacrificio único y eterno por el que Él, que es hijo del Padre, los hace hijos del Padre en Él, y me hace Madre de los hombres, para que les muestre el camino cuando Él se haya ido a sentarse en su trono a la derecha de su Padre, para ser glorificado con la gloria que tenía antes de que el mundo existiera.

Y se queda en presencia viva en la Eucaristía, en hostia viva, en carne, en sangre, en humanidad, en divinidad, mostrando su amor hasta el extremo, entregándose a los hijos para hacerlos parte, y que el Padre sea glorificado en el Hijo.

Dios es Padre y es Madre, y el Padre es glorificado en el Hijo a través de los hombres que Él mismo tomó del mundo para dárselos al Hijo, quien les ha comunicado todas las cosas del Padre, y ellos han creído en Él, y no los ha llamado siervos, los ha llamado amigos, y los ha hecho sacerdotes.

Yo soy Madre para reunir a mis hijos y para derramar la misericordia de Dios a través de mi cruz corredentora, porque yo soy la madre de Dios, y madre de misericordia.

Yo soy la Madre que abraza la cruz del Hijo, entregando la vida con el Hijo para la salvación de todos sus hijos.

Yo me hago última para ser primera en servir a la Iglesia, sirviendo y perfeccionando a las obras de Dios: sus sacerdotes.

Permanece en mi compañía siendo último, porque los últimos serán los primeros».

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Señor Jesús: tú eres el mejor hijo de la mejor madre. Santa María siempre se muestra como una buena Madre: enséñame a mí a mostrarme como un buen hijo.

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«Sacerdotes míos: sean hijos.

El que ama al Hijo ama a la Madre del Hijo, y el que ama a la Madre ama al Hijo.

Yo soy el Hijo.

Veneren a mi Madre, ámenla, déjense amar y proteger por ella.

Reconozcan la grandeza de su maternidad y sean hijos, como yo soy Hijo.

Sean hermanos como yo soy hermano, y sean padres como mi Padre es.

Y amen con amor de hijo y amor de hermano y amor de padre, pero también amen con amor de madre. Ella les enseñará que, por ella, yo he nacido como hijo, y por mí han sido ustedes hijos, y hermanos y padres.

Yo les digo que se amen los unos a los otros, como yo los he amado: con amor de hijo, y de hermano, y de padre, y de madre.

Ella es unión. Reúnanse en torno a ella y dispónganse a recibir, porque cuando yo esté sentado a la derecha del Padre, ella se mantendrá al lado de sus hijos, y el Espíritu Santo vendrá y derramará sus dones sobre los que estén dispuestos.

Ella es la Madre de todas las gracias, recíbanla.

Sean pastores y sean guías. Pero déjense guiar.

Sean humildes y mansos de corazón.

Sean dóciles y pobres de espíritu, y déjense amar por mí.

Caminen en la verdad.

Yo soy el camino, yo soy la verdad y la vida.

Protejan la vida.

Sean como niños, y déjense abrazar por mi Madre.

Sean pescadores de hombres, y tráiganlos a mí.

No se pierdan, vengan a puerto seguro.

Mi Madre es faro que ilumina con mi luz».