72. EL FRUTO DE LA HUMILDAD – RECIBIR AL ENVIADO
EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA IV DE PASCUA
El que recibe al que yo envío, me recibe a mí.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 13, 16-20
En aquel tiempo, después de lavarles los pies a sus discípulos, Jesús les dijo: “Yo les aseguro: el sirviente no es más importante que su amo, ni el enviado es mayor que quien lo envía. Si entienden esto y lo ponen en práctica, serán dichosos.
No lo digo por todos ustedes, porque yo sé a quiénes he escogido. Pero esto es para que se cumpla el pasaje de la Escritura, que dice: El que comparte mi pan me ha traicionado. Les digo esto ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, crean que Yo Soy.
Yo les aseguro: el que recibe al que yo envío, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me ha enviado”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: les habías lavado los pies a tus discípulos, y eso había sido para ellos una lección muy grande de humildad. Cualquiera de ellos hubiera preferido lavarte a ti los pies, reconociendo su inferioridad. Pero quisiste hacerlo así, para que ellos se dieran cuenta de que su misión era de servicio a los demás, de anonadarse, como tú, para que conocieran así tu entrega y gran amor por los hombres.
El fruto de la humildad es la disposición. Debemos estar dispuestos a cumplir siempre la voluntad de Dios, obedeciendo y entregándonos en todo momento, reconociéndonos pecadores, pidiendo misericordia y luchando por convertirnos.
Debemos parecernos a ti, porque nosotros somos los enviados, pero es más bien a ti a quien reciben, y así reciben al Padre.
Tú fundaste tu Iglesia sobre la roca de Pedro, de modo que será importante en mi ministerio sacerdotal “sentir con la Iglesia”, obedecer al Papa y tener la disposición de transmitir con fidelidad a los demás su Magisterio.
Jesús, ¿cómo debo luchar en la virtud de la humildad, para estar siempre bien dispuesto a cumplir la voluntad de Dios?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: procura tu santidad imitando a mi Madre. Ella es maestra de humildad.
Ahí tienes al hijo, ahí tienes a la madre.
Estaba yo crucificado en la cruz, en agonía, cansado, mortificado, martirizado, inmolado, entregado, cumpliendo la voluntad de Dios. Y mis ojos agonizantes miraban a mi Madre y a mi discípulo amado. Y en mis ojos había luz y había fe, había amor, había vida y había esperanza. Y se apagó la luz, se derramó el amor, hasta perder la vida. Y había humildad en los ojos de mi Madre y de mi discípulo amado, y en ellos estaba la luz, la fe, el amor, la vida y la esperanza.
Yo Soy, y yo te doy mi luz, para que brille en ti la esperanza, la fe, el amor y la vida.
Yo Soy el que te envía, como mi Padre me envió, para que te reciban, porque el que te recibe a ti, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe al que me envió.
Para poder dar, primero hay que recibir.
El que no tiene, necesita, es humilde, y es en la humildad en donde está la disposición del corazón a recibir y a entregar.
La humildad es la Madre recibiendo al Hijo, diciendo sí, haciéndose esclava.
Es la Madre entregando al Hijo en la cruz, y recibiendo la luz de la esperanza, acogiendo a los hijos al pie de la cruz, diciendo sí.
Es el hijo recibiendo a la Madre, acogiendo la luz de la esperanza en su casa.
La disposición es el fruto de la humildad, disposición a cumplir la voluntad de Dios, para recibir y para entregar.
Disposición como fruto de la humildad, en la que Dios se abaja al hombre para hacerse en todo como los hombres, menos en el pecado, para destruir el pecado y salvar a los hombres.
Disposición a cumplir la voluntad de Dios, imitando la humildad de la Madre en la obediencia y docilidad, para cumplir con esa voluntad.
Disposición a hacerse en todo a mí, tanto como yo me he hecho a los hombres.
Disposición a ser consumados en la unidad, para la gloria de aquel que me ha enviado.
Disposición para permanecer en esa humildad, muriendo constantemente al mundo.
El que es humilde ora pidiendo esa disposición del corazón continuamente, reconociéndose necesitado, vacío, débil, con la esperanza de recibir, de ser llenado, de ser fortalecido.
El que es humilde se reconoce pecador, y ora pidiendo la conversión de su corazón.
El que es humilde ora pidiendo misericordia. Y un corazón contrito y humillado yo no lo desprecio, lo purifico, lo santifico, lo hago mío.
Pero los corazones no están vacíos, están llenos del mundo, de falsas promesas y de mentira, que lleva al orgullo y a la soberbia, que impiden la disposición a la acción del Espíritu Santo en el corazón. Entonces los corazones se vuelven duros, de piedra.
Yo Soy el que fue enviado no a ser servido sino a servir, no a juzgar sino a perdonar, no a condenar sino a salvar.
Y así como yo he sido enviado, te envío yo.
Son muchos los llamados, pero pocos los elegidos.
Yo llamo y elijo a mis amigos, y así como mi Padre me ha enviado, así yo los envío, para que sean recibidos.
Yo envío a mis amigos, como yo.
Yo soy la Palabra de Dios, para abrir los corazones, para disponer las voluntades, para fomentar las conversiones, para que reciban misericordia, para que reciban mi salvación.
El que te recibe, a mí me recibe, y el que a mí me recibe, recibe al que me ha enviado.
El que da de beber tan solo un vaso de agua a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, no perderá su recompensa.
El discípulo no es más que su maestro, ni el enviado es más que el que lo envía.
Imita entonces en todo al maestro, y hazte último, porque los últimos serán los primeros.
Nada depende de ti, sino solo tu voluntad para permanecer dispuesto a cumplir mi voluntad; como no depende de ti la conversión de los corazones, sino tu voluntad de pedir la humildad de esos corazones, para que queden dispuestos, y el Espíritu Santo actúe en ellos.
No depende de ti la santidad de esos corazones, sino acompañarlos en el camino para alentar su perseverancia con tu fe, con tu ejemplo de una vida santa; como tampoco depende de ti los que van a traicionarme, sino orar por la conversión de sus almas.
Aun así, ni tu voluntad, ni tu disposición, ni tu oración, ni tu compañía, ni tu santidad, depende de ti. Todo depende de la voluntad de Dios.
Yo te he llamado y te he elegido para esta misión, en la que te he dado la compañía de mi Madre, para que juntos cumplan con su misión sirviendo a la Iglesia.
Yo te he llamado y te he elegido como esclavo del Señor, no porque lo merezcas, sino porque esa es la voluntad de Dios.
Yo te digo que tu recompensa será grande en el cielo, porque, amigo mío, yo siempre cumplo mis promesas.
Quiero que me ames y que te dejes amar por mí.
Sobre la roca de Pedro edifiqué mi Iglesia. Yo he llamado al Papa mi vicario en la tierra. Yo soy la piedra que desecharon los constructores, y ahora soy la piedra angular.
Tú representas la piedra angular.
Tú eres roca. Sigue firme como yo, que yo te daré la fortaleza de una roca.
Que tu fe sea fuerte y firme como roca. Pero tu corazón lo quiero suave como carne, que es mi morada y yo habito en él. Sigue dispuesto y entregado, y que tu corazón sea sensible al sufrimiento y al dolor, alegre a la juventud y a la niñez, compasivo, misericordioso y generoso.
Que la luz que te ilumina sea como un faro en la oscuridad del mundo. Abre las puertas de mi Iglesia para todos. Yo los quiero a todos.
Que la luz de mi espíritu se derrame a través del amor que yo te entrego. Déjate amar.
Deja que sea yo quien actúe. Déjame realizar mis planes. Confía en mí. Y nunca te sientas solo, porque yo estoy contigo todos los días, hasta el fin del mundo».
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Madre mía: tú eres maestra de humildad. Desde el primer momento te reconociste esclava del Señor, y toda tu vida estuviste dispuesta a servir, a obedecer, a vivir la humildad en sus múltiples manifestaciones.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: intercede por mí, para que tenga la humildad necesaria que me dé la disposición del corazón para servir a Dios y a todas las almas. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo los acompaño mientras oran y reciben, mientras trabajan y entregan, ya que en el servicio están dando su vida.
Ustedes viven en el mundo, pero no son del mundo.
Ustedes son fuertes porque tienen mi compañía e imitan mi humildad, mi virtud, en la disposición de hacerse esclavos, para cumplir, con su misión, la voluntad de Dios, porque el Espíritu Santo está con ustedes.
Permanezcan en la humildad y obren con misericordia, orando, soportando con paciencia los errores de los demás, consolando, perdonando, corrigiendo, aconsejando, enseñando, alimentando, dando de beber, vistiendo al desnudo, acogiendo al peregrino, visitando a los enfermos, visitando a los presos, enterrando a los muertos.
Ustedes deben contagiar su fe, instruir con la doctrina, impartir sacramentos, dar vida.
Deben llevar la luz y la esperanza a todo el mundo, en la alegría de servir a Cristo, preparando la tierra y esparciendo la semilla hasta el cansancio.
Ustedes son sacerdotes y son misioneros. Yo los fortalezco para que brille en sus ojos la luz, la fe, la esperanza, el amor, la vida. Para que tengan siempre mi compañía.
Hijos míos, sacerdotes: por la misericordia de Dios, Cristo desde la cruz entrega el hijo a la Madre y la Madre al hijo, haciendo al discípulo igual al Maestro.
Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos. Así, por la misericordia de Dios, yo los enseño, para que aprendan de mí a transformar su vida ordinaria en una vida de virtud extraordinaria, y con su santidad santifiquen a cada uno de mis hijos en el mundo. Esta es la vocación a la que son llamados: vocación a servir a Cristo, sirviendo a las almas, vocación al amor.
Ustedes aprenderán, con mi ejemplo y con la Palabra, a predicar desde la cruz, convirtiendo sus corazones al pie de la cruz, imitando en todo mi virtud, acogiendo a las almas con humildad, haciéndose esclavos del Señor, sirviendo a los hombres con el ejemplo, con misericordia, entregando la vida, viviendo en santidad, para santificarlos a ellos.
Yo intercedo por ustedes, con corazón de Madre, para que sean humildes, para que estén dispuestos a cumplir la voluntad de Dios, porque de la humildad nace la disposición del corazón.
Es mi Hijo quien los envía como luz del mundo, a servir con alegría, para darle a los hombres esperanza, mostrándole al mundo que Él es y Él está presente.
Él está vivo.
Él está aquí y ahora.
Él es el mismo ayer, hoy y siempre.
Él está con ustedes todos los días de su vida, hasta el fin del mundo.
Y yo los acompaño en el camino.
Yo protejo especialmente al vicario de Cristo en la tierra, el Papa.
Yo estoy siempre con él, lo cuido y lo protejo.
Quiero que se deje abrazar por mí, que yo lo arrullaré en mis brazos y lo haré descansar».
¡Muéstrate Madre, María!