22/09/2024

Jn 13, 21-33. 36-38

42. MISIÓN ENCOMENDADA - PROFETA DE LAS NACIONES

PRIMERA LECTURA DEL MARTES SANTO

Te convertiré en luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los últimos rincones de la tierra.

Del libro del profeta Isaías 49, 1-6

Escúchenme, Islas; pueblos lejanos, atiéndanme. El Señor me llamó desde el vientre de mi madre: cuando aún estaba yo en el seno materno. Él pronunció mi nombre.

Hizo de mi boca una espada filosa, me escondió en la sombra de su mano, me hizo flecha puntiaguda, me guardó en su aljaba y me dijo: “Tú eres mi siervo. Israel; en ti manifestaré mi gloria”. Entonces yo pensé: “En vano me he cansado, inútilmente he gastado mis fuerzas; en realidad mi causa estaba en manos del Señor, mi recompensa la tenía mi Dios”.

Ahora habla el Señor, el que me formó desde el seno materno, para que fuera su servidor, para hacer que Jacob volviera a Él y congregar a Israel en torno suyo –tanto así me honró el Señor y mi Dios fue mi fuerza–. Ahora, pues, dice el Señor: “Es poco que seas mi siervo solo para restablecer a las tribus de Jacob y reunir a los sobrevivientes de Israel; te voy a convertir en luz de las naciones, para que mi salvación llegue hasta los últimos rincones de la tierra”.

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EVANGELIO

Uno de ustedes me entregará. No cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 13, 21-33. 36-38

En aquel tiempo, cuando Jesús estaba a la mesa con sus discípulos, se conmovió profundamente y declaró: “Yo les aseguro que uno de ustedes me va a entregar”. Los discípulos se miraron perplejos unos a otros, porque no sabían de quién hablaba. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, se hallaba reclinado a su derecha. Simón Pedro le hizo una seña y le preguntó: “¿De quién lo dice?”. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: “Señor, ¿quién es?”. Le contestó Jesús: “Aquel a quien yo le dé este trozo de pan, que voy a mojar”. Mojó el pan y se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote; y tras el bocado, entró en él Satanás.

Jesús le dijo entonces a Judas: “Lo que tienes que hacer, hazlo pronto”. Pero ninguno de los comensales entendió a qué se refería; algunos supusieron que, como Judas tenía a su cargo la bolsa, Jesús le había encomendado comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el bocado, salió inmediatamente. Era de noche.

Una vez que Judas se fue, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.

Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Me buscarán, pero, como les dije a los judíos, así se lo digo a ustedes ahora: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden ir”. Simón Pedro le dijo: “Señor, ¿a dónde vas?”. Jesús le respondió: “A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; me seguirás más tarde”. Pedro replicó: “Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Jesús le contestó: “¿Conque darás tu vida por mí? Yo te aseguro que no cantará el gallo, antes de que me hayas negado tres veces”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: en la Sagrada Escritura aparece varias veces que Dios encomienda a alguien una misión desde el vientre materno.

Es una manera muy gráfica de consignar que aquella creatura va a tener la asistencia divina para que pueda cumplir con su misión, ya que para eso fue llamado a la existencia.

Si la persona llamada une su voluntad a la del Padre, su misión dará fruto.

Es triste considerar lo que sucedió con Judas, quien había recibido su misión de Apóstol, para ser columna de tu Iglesia, pero no quiso corresponder.

Pedro también recibió su misión, y tuvo un momento de debilidad, pero sí supo rectificar y pedir perdón, con la ayuda de tu gracia, y fue la roca sobre la que edificaste tu Iglesia.

Jesús, tus sacerdotes hemos recibido la misión de configurarnos contigo e ir por todo el mundo para predicar el Evangelio.

Sabemos que no nos faltarán las tentaciones del enemigo para echar marcha atrás. Pero tu gracia nos basta, porque no puede nada contra ti, y nosotros somos Cristos.

¿Qué debo hacer para cumplir bien mi misión?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: vengan a sentarse en mi mesa.

Yo conozco las intenciones de los corazones.

Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos. Y aun entre los elegidos, no encuentro quien se entregue totalmente conmigo.

Desde el vientre de sus madres los llamé y los formé para ser fieles servidores míos, para cumplir su misión unida a la mía, para ser luz del mundo para que mi salvación llegue a todos. Porque desde antes de nacer yo ya los conocía.

Yo soy el Buen Pastor y conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí.

Yo doy la vida por mis ovejas. Pero mis ovejas cierran sus ojos y sus oídos, porque no les conviene ver y no les conviene oír, y se vuelven como los asalariados, que no les importan las ovejas. Ven venir al lobo y abandonan a las ovejas, y huyen, como si no vieran y no oyeran.

Entréguense conmigo en la voluntad del Padre y cumplan su misión. Porque al que mucho se le da, mucho se le pedirá; pero al que tiene poco, hasta ese poco se le quitará.

Los que tienen ojos que vean y los que tienen oídos que oigan.

Cada hombre en el mundo nace del vientre de una mujer, y a cada uno lo conozco desde antes de nacer; y cada uno tiene una misión para la gloria de Dios.

Misión que es encomendada al nacer a la verdadera vida, del vientre de la Santa Iglesia.

Misión que es revelada durante la vida, cuando el hombre une su voluntad a la voluntad del Padre.

Misión que es cumplida en esa santa voluntad, a través de la renuncia a sí mismos por amor a Dios, de una vida y muerte de cruz en la fe, y de la esperanza en la resurrección.

Yo he sido enviado al mundo para nacer del vientre de una mujer, para ser y padecer como los hombres, para unirme por mi propia voluntad a la voluntad del Padre, y reconocerme a mí como Hijo del Padre, y conocer a los hombres para descubrir mi misión, para entregarme a los hombres libremente, para morir por ellos, para salvarlos, haciéndolos hijos del Padre.

El conocimiento de la misión de cada uno implica la humildad de reconocerse débil, de entender que no pueden solos. Pero, uniendo su debilidad a la fortaleza de Dios, por Él todo lo pueden. La misión se cumple en comunión.

La misión de mi Madre está unida en comunión a la voluntad del Padre. Su misión es persuadir a mis amigos, los que se sientan en mi mesa, para que no me traicionen.

A los que me traicionan, para que se arrepientan, pidan perdón y se entreguen conmigo.

A los que me acompañan, para que no me abandonen.

A los que me abandonan, para que se arrepientan, pidan perdón y regresen.

A los que regresan, para que cumplan con su misión en la voluntad de Dios.

Y a los que no cumplen, para que se arrepientan, que pidan perdón y que retomen el camino, para que unan su misión a la mía.

A los que cumplen su misión, para que ellos persuadan a otros con el ejemplo, y perseveren con fe en la esperanza y en la caridad.

Yo descubro a los lobos, y les quito el disfraz de oveja.

Yo descubro en mis amigos, los que se sientan en mi mesa, las intenciones de sus corazones:

Quién, viendo, quiere ver, y oyendo, quiere oír.

Quién permanece conmigo, y quién me traiciona.

Quién me defiende, persuadiendo al que me traiciona.

Quién tiene valor, y se entrega conmigo.

Quién me reconoce su Señor, y luego me niega.

Quién me abandona.

Quién carga mi cruz, para morir conmigo.

Quién permanece al pie de mi cruz, cuando todos se han ido.

Quién reconoce su error, y llora amargamente su traición.

Quién permanece indiferente al sufrimiento de mi corazón.

Quién está conmigo. Porque el que no está conmigo está contra mí.

Ustedes siéntense conmigo, cumplan su misión, fortaleciendo su entrega en la oración, en comunión, en unidad conmigo y con mi Madre, para que, al menos ustedes, amigos míos, nunca me traicionen.

Ustedes, los que han aceptado y han unido su voluntad a la voluntad de Dios compartiendo mi mesa, y han bebido de mi cáliz para unirse en la cruz conmigo, permanezcan en la humildad, reconociendo su debilidad, y en comunión, y en oración constante, pidiendo mi fortaleza.

Yo los envío a cumplir su misión con la compañía de mi Madre, para que den testimonio de la verdad, y sean luz conmigo para todas las naciones, para que, a través de ustedes, mi salvación alcance hasta los confines de la tierra.

El que permanece en mí y yo en él, está conmigo. Y el que está conmigo tiene a Dios. Y al que tiene a Dios no le falta nada, y el demonio no cabe en él.

El que está conmigo tiene mi poder, porque yo lo fortalezco para que triunfe en la batalla, porque el demonio no tiene sobre mí ningún poder.

Yo los envío a ustedes a cumplir con su misión sobre mi Corazón, como cimiento de pureza, en unidad a la roca que, negándome tres veces, me traicionó, pero lloró amargamente, se arrepintió y pidió perdón, se reunió con mi Madre, y su corazón fue encendido por el Espíritu Santo con el celo apostólico del amor, y es sobre esa piedra que yo edifico mi Iglesia, y el mal no prevalecerá contra ella».

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Madre mía: cuesta seguir los pasos de Jesús, sobre todo si conducen a la cruz. Pero yo entregué mi vida a Dios, consciente de que se trataba de negarse a uno mismo, tomar la cruz y seguirlo.

Pueden llegar momentos de debilidad, pero sé que cuento con la gracia de Dios, y con tu ayuda, como se la prestaste tú misma a los discípulos, sobre todo cuando abandonaron a Jesús, y tú los recuperaste.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a ser muy fiel, a nunca traicionar a tu Hijo; déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijo mío, sacerdote: mira a mi Hijo, admira su majestad y su belleza, su determinación, y su obediencia en la entrega de su voluntad por amor al Padre.

Mira su corona, que será desechada y cambiada por una corona de burla.

Mira sus manos y sus pies divinos, que serán atravesados por el dolor del pecado con enormes clavos, por los que une a los hombres en una cruz de madera inerte, para transformarla en árbol de vida.

Mira cómo es necesario que padezca todo esto para que se cumplan las Escrituras, descubriendo la debilidad de los hombres hasta en sus amigos más cercanos. Yo te digo que será cumplida hasta la última letra. El Hijo del hombre será glorificado, pero antes tendrá que padecer mucho y ser reprobado.

Mira con qué ansia desea comer en la Pascua con sus amigos antes de padecer.

Mira su pecho que arde de amor, y será abierto para exponer su corazón.

Mira cómo manifiesta su amor en misericordia, transformando el pan en su Carne y el vino en su Sangre, para que todo el que coma de este pan y de este vino permanezca en Él y Él en ellos, y tengan vida eterna.

Permanece en comunión con Cristo, adorando el Cuerpo y la Sangre de Cristo, fortaleciendo tu entrega a través de la oración, para que cumplas en la pureza, en la fidelidad y en el amor, la misión que te ha sido confiada, abandonado en las manos del Padre para acompañar a la Madre a servir al Hijo, unidos en el Espíritu, para ser transformado en instrumento fidelísimo de Dios, para unirte con Cristo en la cruz y seas testimonio de su amor y de su misericordia, y sea encendido el fuego de tu corazón tibio, para que seas un verdadero amigo, sacerdote, discípulo, apóstol, pastor, para que ya no lo traiciones, para que cumplas tu misión y seas luz, para que lleves la salvación de Cristo al mundo.

Ven, atiende a mi llamado. Es tu madre quien te pide que la acompañes al pie de esta cruz y nunca lo abandones. Es tiempo de que ustedes, mis hijos sacerdotes, escuchen mi llamado y abran su corazón para recibir las gracias que yo tengo guardadas para ustedes y no me saben pedir. Es tiempo de conversión, es tiempo de confirmar su fe, y la fe del mundo entero.

Hijo mío: el mundo está descuidando su fe, no se dan cuenta que es un tesoro por el que consiguen la salvación de sus almas. No lo valoran, no lo piden, no se abren a la gracia, no permiten que su fe sea fortalecida. El mundo debe vivir de la fe, para que tenga visión sobrenatural y sea Dios lo más importante en sus vidas, para que puedan tener verdadera vida. Yo soy la madre del verdadero Dios, por quien se vive».

¡Muéstrate Madre, María!