22/09/2024

Jn 14, 7-14

74. PERMANECER EN CRISTO – SABER QUIÉN ES JESÚS

EVANGELIO DEL SÁBADO DE LA SEMANA IV DE PASCUA

Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 14, 7-14

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”.

Le dijo Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le replicó: “Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Entonces por qué dices: ‘Muéstranos al Padre’? ¿O no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les digo, no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Si no me dan fe a mí, créanlo por las obras. Yo les aseguro: el que crea en mí, hará las obras que hago yo y las hará aún mayores, porque yo me voy al Padre; y cualquier cosa que pidan en mi nombre, yo la haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Yo haré cualquier cosa que me pidan en mi nombre”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: tus Apóstoles se sentían en confianza conversando contigo en privado, y te hacían preguntas y peticiones sobre los grandes misterios de Dios. Se comprende que Felipe quisiera ver al Padre, y con razón decía “eso nos basta”.

Se atrevían porque creían en tu divinidad. Pero el misterio trinitario es demasiado grande, y se los explicabas con palabras que medianamente podían entender. Ya vendría, en Pentecostés, el Espíritu Santo, quien les iba a guiar hacia la verdad completa.

En la Última Cena les dijiste que es el Padre, que permanece en ti, quien hace las obras. Y les pediste a ellos que permanecieran en tu amor, que permanezcan unidos, para dar fruto.

Jesús, yo también quiero conocer al Padre, y sé que tú eres el Camino para conocerlo. Por eso debo comenzar por conocerte bien, en el Pan y en la Palabra. Me has dado todos los medios para permanecer muy unido a ti. Ayúdame a utilizar muy bien mi libertad, y a cumplir con todo lo que me pides como sacerdote.

Sé que debo ayudar a mis hermanos a permanecer también unidos a ti, porque todos formamos un solo cuerpo. Y, como siempre, el amor a la Madre es fundamental para que permanezca unida toda la familia.

Señor, ¿cómo debe ser mi lucha para permanecer unido y dar fuerza a los demás?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: llénate de mi presencia viva. Aquí estoy, yo soy Eucaristía.

Grandes obras se harán a través de ti, si permaneces en mí, como yo permanezco en ti. El que permanece unido a mí permanece unido al Padre en el Espíritu.

Cumpliendo mi Palabra es como permaneces en mí, y si permaneces en mí, permaneces en mi Padre, porque yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí.

Si permaneces en mí tus obras serán las mías y aún mayores: serán las del Padre.

Ustedes, mis sacerdotes, son mis obras, que se enriquecen con la fe y mi misericordia, para que sean fortalecidos en el Espíritu, para que, a través de sus ministerios, realizados en virtud y santidad, hagan grandes obras, para que, dando testimonio de mí, den ejemplo, para que enriquezcan y fortalezcan a mi pueblo, porque por sus frutos los reconocerán.

Amigo mío: no te distraigas. Encárgate de mis cosas, que yo me encargaré de las tuyas.

Permanece en comunión conmigo a través de la Eucaristía, que es el abrazo del Padre, al que te unes a través del Hijo en el Espíritu Santo, en unión trinitaria, en la que permaneces unido a mí, y te hago mío, para hacer mis obras por la acción del Espíritu Santo, a través de ti, contigo y en ti, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

Permanece al pie de la cruz, humillándote para ser esclavo del Señor, pero con libertad para servir, para que sirvas a mi Iglesia.

Dios conserva la libertad del hombre y le da voluntad, porque el amor verdadero es libre, y en esa libertad invita, no obliga, para ser en todo como yo.

Tú has sido llamado y has sido elegido para servir a Dios, pero conservas tu libre voluntad para amarme o para traicionarme, para seguirme o para abandonarme, para servirme o para renunciar a mí.

Yo no te llamo siervo, te llamo amigo, si cumples mis mandamientos.

Porque el siervo no sabe lo que hace su amo, pero a ti te he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre, y yo te he enviado a hacer mis obras y todavía más grandes, y a que des fruto y ese fruto permanezca, y todo lo que pidas en mi nombre al Padre te lo concederá.

Yo te he llamado y te he elegido para hacer llegar mi misericordia a mi pueblo. Y yo te envío a poner tu fe por obra, para que des testimonio de mi amor, predicando el Evangelio con tu palabra, que es Palabra de Dios, para que lo que creen lo pongan por obra, porque, por la gracia, mediante la fe, serán salvados, pero cada quien será juzgado según sus obras.

Y los que pecaron sin ley, también morirán sin ley. Pero los que pecaron bajo la ley, por la ley serán juzgados. Los justos delante de Dios no son los que oyen la ley, sino los que la cumplen. Al que tiene mucho, se le dará más, pero al que no tiene, hasta ese poco se le quitará.

Amigo mío: tú eres mío, tú me has entregado tu vida, pero yo conservo en ti tu libertad, para que me ames, para que me obedezcas, para que cumplas mis mandamientos, para que permanezcas en mí, con tu propia voluntad, unida a la mía.

Yo te doy mi gracia y confío en ti, te corrijo, te perdono y te conservo en mi amor, para perfeccionarte, para hacerte como yo. Tanto así te amo. Eso es lo que yo hago con mis amigos.

Así como las olas vienen, y luego se van, regresan con más fuerza y entregan todo lo que el mar les da, así, amigo mío, es mi amor por ti.

 Te habla el Hijo único del único Dios verdadero, que fue recibido por María siempre Virgen, y con los hombres fue Palabra, y por ellos fue ofrecido y entregado, y muriendo los rescató de la muerte, y bajó a los infiernos a anunciar su triunfo, y el Padre lo resucitó. Y subió a los cielos para sentarse a su derecha, consiguiendo a cada uno para darle gloria.

Yo soy el que te pido que se amen los unos a los otros como hermanos, como yo los he amado.

Que voltees a ver a mi Madre.

Que mi madre y mis hermanos son todos los que escuchan y cumplen mi Palabra.

Que entre ellos me busques y me encuentres, y a ellos me lleves y me compartas. Pero no solo a ellos, porque yo los quiero a todos.

Que el manto de mi Madre te proteja, y que me entregues tu voluntad.

Que te mantengas unido en mis ángeles y en mis santos, que un instante sin mí basta para negarme y crucificarme, porque la voluntad te es entregada de vuelta cuando así lo pides. Yo no tomo lo que no es mío.

Vive en mí, como yo vivo en ti. Pero esto que te pido piénsalo, porque tu entrega la quiero ahora, total y para siempre: que yo sea tu capricho, que no desees nada más que a mí; y a pesar de ti, a pesar de los demás, vivas siempre en mí, como yo vivo en ti».

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Madre mía, Reina de los Apóstoles: tú eres hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo. Eres el mejor camino para llegar a Jesús, y por Él al Padre. Nos llevas por camino seguro.

Danos la fe y la humildad que necesitamos para ser buenos instrumentos de Dios, y así cumplamos bien la misión apostólica que nos encomendó tu Hijo.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: algunos de ustedes no están escuchando, están vacíos, y se están llenando con ídolos falsos; pero no se dan cuenta, porque están enfermos, y dicen amar a Dios sobre todas las cosas, pero no lo hacen.

Yo debo llamar su atención. Volteen a verme, para que encuentren a mi Hijo.

Esa enfermedad que sea para la unión entre ustedes. Unos por otros, oración, servicio, entrega, unos por otros.

Como en una familia, el esposo por la esposa, la esposa por el esposo, el hijo por la madre, la madre por el hijo, el hijo por el padre, el padre por el hijo, el hermano por el hermano.

Así debe ser la unidad de la Iglesia.

Que por esos enfermos me vean los sanos, y busquen a mi Hijo.

Que por los sanos me llamen los enfermos, y encuentren a mi Hijo

Yo les agradezco a ustedes por estar aquí, por permanecer unidos a Cristo, unidos a mí, y no como tantos que les falta fe.

Pídanle al Padre, en el nombre de mi Hijo la fe que les falta. Les aseguro que una sola gota de sangre de mi Hijo hubiera bastado para redimir al mundo entero y, sin embargo, quiso derramarla toda, hasta la última gota.

No se ve un camino fácil. En él la puerta es angosta. La puerta es Él.

Fácil era el paraíso de Adán y Eva, pero no creyeron en la Palabra del Padre. Era tan sencillo para ellos obedecer. Conocían el camino: Cristo estaba en el Padre, y el Padre en Él desde antes de que el mundo existiera. Tenían tanto. Sin embargo, les faltaba algo: humildad. La humildad es el camino más difícil, pero más recto para llegar al conocimiento pleno de la verdad.

El que no quiere creer está dominado por la soberbia. Le falta humildad, porque todo les ha sido dado. Y miren, no todo lo han aprovechado.

Pídanle al Padre, en nombre del Hijo, que el Espíritu Santo actúe en los corazones tibios de mis hijos sacerdotes, los que han desviado el camino, porque les falta humildad y no conocen la verdad.

Después de haber sido arrojados del Paraíso Adán y Eva, un velo fue puesto sobre sus ojos: el velo de la vergüenza, y les fue ocultada la verdad».

¡Muéstrate Madre, María!