22/09/2024

Jn 15, 26-16, 4

83. TESTIGOS DEL AMOR – LLENOS DEL ESPÍRITU SANTO

EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA VI DE PASCUA

El Espíritu de verdad dará testimonio de mí.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 15, 26-16, 4

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Paráclito, que yo les enviaré a ustedes de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí y ustedes también darán testimonio, pues desde el principio han estado conmigo.

Les he hablado de estas cosas para que su fe no tropiece. Los expulsarán de las sinagogas y hasta llegará un tiempo cuando el que les dé muerte creerá dar culto a Dios. Esto lo harán, porque no nos han conocido ni al Padre ni a mí. Les he hablado de estas cosas para que, cuando llegue la hora de su cumplimiento, recuerden que ya se lo había predicho yo”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: en la Última Cena les anuncias a tus discípulos que enviarás al Espíritu de la verdad para dar testimonio de ti, y les pides a ellos que también den testimonio de ti.

Pero el testimonio que pides es el de los mártires, el de los testigos, los que están dispuestos a dar su vida para defender la verdad. Se necesita la ayuda del Paráclito para tener la valentía que tú pides.

Les anuncias que les van a dar muerte creyendo dar culto a Dios. Ese es el testimonio falso, el de quien no conoce al Padre ni a ti. Hay que conocerte bien para dar testimonio de la verdad, de la fe, de la esperanza y, sobre todo, del amor.

Señor, yo sé que puedo dar testimonio de ti especialmente cuando celebro la Santa Misa, entregándome contigo para alimentar a tu pueblo con tu Cuerpo y con tu Sangre. Ese es el misterio de nuestra fe, porque nos nutre, nos alimenta, nos da vida eterna. Que cada Eucaristía me llene de ti, para que mi amor por ti desborde en otras almas.

Jesús: yo sé que en el altar tú y yo somos uno. Por eso es importante mi testimonio. ¿Cómo puedo unirme más plenamente a ti, para morir contigo en la patena de cada misa y vivir en ti?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: que el Santo Paráclito te acompañe, y yo sea contigo sacerdote, víctima, y altar.

Yo soy un Dios vivo, he vencido a la muerte, he resucitado. Resucita tú en mí. Extiende tus brazos y camina conmigo.

Como altar me ofrezco contigo. Como víctima me entrego en el altar. Como sacerdote, con el poder de Dios Padre, convierto contigo el pan en mi Cuerpo, y el vino en mi Sangre, y te alimento para renovarte, para nutrirte, para vivir en ti y darte vida en mí.

Yo soy alimento que nutre. Y contigo alimento a las almas que te he encomendado, para que vivan en mí, como yo vivo en ellos.

En cada misa el mismo sacrificio, la misma redención, la misericordia y resurrección, porque mi Padre ha enviado a su único Hijo al mundo a morir para el perdón de los pecados, una vez y para siempre: un solo sacrificio para la vida eterna.

Yo soy la vida. Yo soy eternidad.

Tú, sacerdote, muere en la patena, y vive en mí.

Tú, sacerdote, sé uno conmigo.

Tú, sacerdote, entrégate conmigo, y alimenta a mi pueblo con el alimento bajado del cielo para la vida eterna.

Tú, sacerdote, ¡alégrate! Yo ya hice todo por ti. Dios ha bajado del cielo siendo todo para hacerse nada contigo, y seas tú todo conmigo.

Esta unión es conmigo, es con el Padre, en unidad con el Espíritu Santo.

Tú eres testigo de mi amor, para dar testimonio de mí y del que me ha enviado. Testimonio del amor a través de la misericordia, a los que viven en mi amistad, para fortalecerlos; y a los que se han alejado, para que regresen.

Yo he venido al mundo a traer la verdad. El que crea en mí que dé testimonio de la verdad a todas las naciones. Por tus frutos te reconocerán.

Yo te envío como oveja en medio de lobos. Sé prudente y humilde, sé coherente, viviendo el testimonio que das. Pero no tengas miedo. Mi Madre te acompaña, y yo estoy contigo todos los días hasta el fin del mundo.

Cuando llegó mi hora, algunos dieron falso testimonio de mí, me insultaron y dijeron calumnias sobre mí. Me tendieron trampas con palabras, que yo respondí con mi silencio. Me asediaron con mentiras, que yo callé con la verdad. Entonces los hombres, en su impotencia, golpearon mi rostro, me encadenaron y me torturaron, flagelando mi cuerpo, desgarrando mi carne, de la que brotó mi sangre, por la que brilló la luz a través de cada herida, en cada gota de sangre. Y la sangre era roja, era sangre humana, pero con pureza divina.

Yo sabía que no estaba solo. Yo sabía que mi Madre me acompañaba. Y eso me daba fuerza para dar testimonio de la verdad. Yo sabía que tenía su compañía, porque una madre nunca abandona.

Quiero que des testimonio de mí y de ella. De su amor por mí, de su entrega, de mi vida, de mi pasión y de mi muerte compartida con ella, pero sobre todo de mi resurrección y de mi presencia, que sigue viva en la Eucaristía. Testimonio de fe, de esperanza y de caridad, por la que mantengo la llama de la verdad encendida en tu corazón, porque crees en mí, porque te he llamado para que des testimonio de mi amor a través de mi misericordia, porque te he escogido para ser la luz del mundo y la sal de la tierra.

Que sea la compañía de mi Madre tu fortaleza, para que, cuando sientas que todo está perdido, cuando parezca que hasta Dios te ha abandonado, sea la compañía de mi Madre el testimonio de la verdad, la que te muestre el camino, la que te asegure que no estás perdido, que no estás solo; que te recuerde que Dios puede parecer escondido, pero no se ha ido. Y si no lo ves y no lo sientes, es porque está presente, entregándose contigo en cada golpe, en cada sufrimiento, en cada dolor, en cada calumnia, en cada acusación, en cada desprecio, en cada persecución, en cada tortura, en cada flagelación, en cada gota de sangre derramada para la salvación de los hombres.

Ese es el testimonio que yo quiero de los que me aman; de los que yo elegí y dejaron todo para seguirme; de los que llevan la verdad en su palabra y en sus obras; de los que son instrumentos de mi amor y de mi misericordia: mis sacerdotes.

Pueden ser tentados, engañados; pueden caer, pero deben levantarse y seguir, nunca rendirse, nunca desistir, porque vale más el testimonio de uno que se equivoca y se arrepiente, de un guerrero incansable que no se deja vencer, de un pecador arrepentido, que de noventa y nueve justos.

Testimonio de conversión, de fe, de esperanza, de amor y de misericordia, para que lleven al mundo la verdad y la luz a través de mi misericordia, para que sean ellos el fruto: testimonios de conversión, de fe, de esperanza, de amor y de misericordia».

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Madre nuestra: sabemos que nadie da lo que no tiene. Tu Hijo Jesús nos pide dar testimonio de Él, testimonio de la verdad. Y dice que enviará al Espíritu de verdad. Sabemos que Él nos enseñará todas las cosas.

Nos damos cuenta, por tanto, de la importancia de la oración, para llenarnos del Espíritu Santo, y poder así cumplir bien con nuestra misión. Necesitamos su luz y sus dones.

Te pedimos, Madre, tu compañía, para que, como en Pentecostés, muy unidos contigo en oración, recibamos la fuerza del Espíritu, para ir por todo el mundo dando testimonio de la verdad, del amor, y de la misericordia de Cristo en cada Eucaristía.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: me alegro cuando veo en los ojos de mis hijos una mirada de paz. Es la paz de los que viven alejados de la mentira, y en la plenitud de la verdad. No tengan miedo ni se preocupen de lo que han de hablar. El Espíritu Santo, que está conmigo, está con ustedes, y a través de ustedes es quien manifiesta la verdad.

El que vive en la verdad, vive alegre, vive en paz. Que sus quehaceres, su trabajo –que es mucho–, nunca limiten su tiempo para orar. Es en la oración en donde el Espíritu se manifiesta, y en su actitud de recogimiento puede actuar, para que reciban la luz y puedan ver el camino con claridad.

Muchos hombres necesitan que les transmitan paz las palabras de los que tienen fe, y a través de quienes el Espíritu Santo Paráclito, Consolador, Espíritu de la verdad, Espíritu de amor, Dulce Abogado, Espíritu de Dios, habla y manifiesta la voluntad del Padre, por quien ustedes viven, de quien hablan.

Permanezcan conmigo, permanezcan con Cristo, en la plenitud del amor, dando testimonio de lo que ustedes han visto y han oído, para que otros confirmen su fe.

Los testigos de Dios deben dar testimonio de Él. Testimonio del Hijo, que, siendo obediente, se anonadó a sí mismo para hacerse hombre. Y siendo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz, dio testimonio del amor del Padre por cada uno de los hombres, dando su vida para hacerlos hijos.

Es justo que los hombres correspondan a tan grande sacrificio. Esa es la verdad, eso es de lo que ustedes deben hablar, a través de la Palabra de mi Hijo, que es como espada de dos filos. Esa es su misión y su responsabilidad. Es así como dan testimonio de la verdad, enriqueciendo los corazones de los hombres con la verdad, que es Cristo.

El Espíritu Santo da testimonio de esa verdad, y ustedes, hijos míos, deben dar testimonio, no solo con su palabra, sino con su vida. Una vida de humildad llena de Dios, una vida de alegría, de misericordia, muy unidos al Papa, transmitiendo la Palabra viva, con gratitud, con oración, con alegría, con el testimonio de mi compañía maternal, que les ayuda a cumplir su misión, para que cada uno sea testimonio de vida con ejemplo, para que reúnan a mi pueblo.

Muchas almas se están perdiendo, caen como hojas de un árbol en otoño a los abismos del infierno. Sufre mi corazón, porque a esos hijos míos no puedo volver a verlos. Que mis lágrimas de dolor sirvan para pedir misericordia para ellos: los que se han perdido, pero que todavía están vivos. Yo tengo la esperanza puesta en ustedes, para que se conviertan, y tengan en Cristo y conmigo la vida eterna.

Trabajen, hijos míos, uniendo toda su voluntad, pero dejando al Espíritu Santo Paráclito actuar. Quiero que sean dóciles, y lleven todo a la oración. Les aseguro que, si ustedes lo permiten, con su luz los guiará. Las obras de Dios las hace Dios, a través de instrumentos dóciles.

Yo soy testimonio de misericordia, porque llevo en mi vientre la luz para el mundo, por la que se ha quedado plasmada mi imagen, para que el mundo vea la luz.

Mi Hijo, que es la luz para el mundo, ha sido enviado como Palabra encarnada, para ser carne de la carne, y sangre de la sangre, y fruto bendito del vientre de una mujer pura e inmaculada, que creyó, que tuvo fe, que dijo sí, y en ese sí fue testimonio de la verdad, para acompañar a la Verdad con su testimonio de vida, como testigo del amor que nació para el mundo.

Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su único hijo para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna. Y lo entregó para que fuera en todo como los hombres, menos en el pecado. Pero Él se hizo pecado, para ser calumniado, perseguido, juzgado, condenado a muerte, mortificado, torturado, burlado, despreciado, flagelado, escupido, despreciado, desechado y crucificado, para con su muerte matar el pecado y destruir la muerte, venciendo a la muerte, resucitando en cuerpo glorioso, dando testimonio de que el demonio no tiene sobre Él ningún poder.

Él mismo da testimonio de que fue enviado como cordero, y entregado a los lobos para ser desgarrada su carne, derramada su sangre, para morir entre sus garras y sus dientes, para ser alimento, para convertirlos desde adentro, para que el que crea en Él y coma su Carne y beba su Sangre tenga vida, y Él lo resucite en el último día.

Entonces se ha quedado en presencia viva, para dar testimonio de Él y del que lo ha enviado a ser testimonio de la verdad y luz para el mundo, para ser fuente de vida, de amor y de misericordia, para ser Eucaristía.

Que el testimonio de ustedes sea unido al testimonio de los santos, para ser mi compañía, para que todos mis hijos crean en Cristo, vivan en Cristo y sean testimonio del amor y la misericordia de Cristo en cada Eucaristía».

¡Muéstrate Madre, María!